Las palabras creer y crear están inquietantemente próximas (mucho más que sus étimos latinos, credere y creare). Incluso la primera persona de presente de indicativo de ambos verbos suena y se escribe igual: creo. Acaso esta circunstancia refuerce en la extensa comunidad hispanohablante la dimensión religiosa que inevitablemente adquiere cualquier conjetura científica referente al origen del universo físico. No hay más que ver cómo han reaccionado los medios españoles a la tesis de Stephen Hawking acerca de una creación espontánea, que hace prescindible el recurso a un agente creador distinto del universo mismo; es decir, el recurso a Dios.
En general, ha sobrado vehemencia, tanto del lado de los creyentes como del de los ateos. Unos han demostrado indignación, acusando a Hawking de hacer el ridículo, y otros, un entusiasmo desmedido (en Internet circulan chistes de pésimo gusto a propósito de la enfermedad de aquél como castigo divino, pero ya se sabe que en la poubelle universal, como en el universo mismo, caben muchas porquerías). El artículo que publicaba el viernes en Abc mi admirado César Nombela es una honrosa excepción al barullo dominante. Yo lo suscribiría salvo en una cláusula: «la pregunta sobre el origen de la naturaleza… no puede ser contestada desde el razonamiento basado en las propias leyes naturales».
¿Por qué no? Recuerdo que Jean Guitton, un pensador por quien tanto Nombela como yo mismo sentimos verdadero aprecio, se tomaba bastante en serio las tentativas de explicar el origen del mundo desde la física cuántica, y encontraba en todas ellas, que no implicaban la participación de un Dios creador, motivos para confirmar sus creencias religiosas. A mí, las interpretaciones que daba Guitton de las hipótesis e intuiciones de los científicos no me convencían (no pocos teólogos católicos las juzgaban apresuradas y voluntaristas), pero el respeto que mostraba hacia la ciencia, sin marcarle límites ni oponerle su fe cristiana como un a priori, me pareció siempre ejemplar.
Los gnósticos de la Antigüedad, que querían descargar a Dios de la responsabilidad de haber creado un universo imperfecto, imaginaron el origen de éste como un desdoblamiento de la nada. Valentín sostenía que el mundo había surgido por sí solo del bythós, el silencio del abismo. Es cierto que esta visión se parece a la teoría de la creación espontánea que sostiene Hawking, pero sospecho que los argumentos de unos y otro difieren bastante. Conozco los del gnóstico Valentín, aunque por la mediación, hostil a los mismos, de Ireneo de Lyon, y estoy a la espera de enterarme de cuáles son los de Hawking. Supongo que los entenderé sólo a medias, y me convencerán —o no—, en la medida que pueden convencer las teorías científicas, como explicaciones más o menos satisfactorias de la realidad, pero nunca como verdades absolutas.
De momento, lo único que sabemos es que Hawking no considera pertinente o necesaria la hipótesis de un Dios creador para explicar el origen del mundo desde la física. Inferir de ello que niega la existencia de Dios, como sostiene Richard Dawkins, parece un tanto absurdo. Apostaría a que Hawking, como científico, ni siquiera ha planteado semejante cuestión.
Jon Juaristi
www.abc.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário