El discurso de Obama desde el despacho oval anunciando el fin de las operaciones de combate en Irak siguió al pie de la letra las pautas de hipocresía y ambigüedad a que tan acostumbrada está la opinión pública europea cuando le hablan sus políticos. El problema para Obama es que los estadounidenses difícilmente aceptan ese lenguaje.
Sorprende que siendo un éxito la campaña de Irak, al contrario de lo que presagiaron la izquierda política y los medios mayoritarios, el presidente del país responsable de que los iraquíes disfruten hoy de un sistema democrático y un régimen de libertades similar al de Occidente (y pese al terrorismo islamista), no hiciera ninguna mención al hecho evidente de que la guerra se ha saldado con la victoria de la coalición que encabezaron las fuerzas armadas de las que él es comandante en jefe. Ningún presidente norteamericano hubiera negado a sus soldados el honor de reconocerles su victoria, especialmente cuando ha sido obtenida a un precio tan alto en vidas humanas. Obama sí, porque de alguna forma tiene que pagar un cierto peaje a los sectores más radicales que colaboraron en su victoria electoral, aunque para ello tenga que ofender innecesariamente a unos soldados a los que sólo cabe rendir honores en nombre de la libertad.
En todo caso, el anuncio de Obama no es una decisión personal del presidente, aunque las circunstancias escénicas de su discurso puedan hacer pensar lo contrario. Haciendo de la necesidad virtud, Obama no ha hecho más que cumplir los plazos fijados por su antecesor en el cargo, un George W. Bush que antes de dejar la Casa Blanca en 2008 ya anunció que la fase de combate finalizaría en estas fechas.
A mayor abundamiento, el presidente que encandiló a los partidarios de la rendición incondicional, como nuestro Zapatero, pensando que actuaría de modo similar no va a retirar sus tropas de Irak, que con cincuenta mil efectivos en el país van a seguir colaborando con las autoridades nacionales en el hostigamiento a los terroristas islamistas.
Obama sigue manteniendo abierta la base de Guantánamo, cumple los plazos previstos por Bush en Irak y ha aumentado los esfuerzos bélicos en Afganistán con el objetivo de exterminar la amenaza de los talibán. No debería tener de qué avergonzarse, porque es exactamente lo que se espera del presidente de la primera potencia del mundo libre. Pero para muchos, la victoria de la libertad y de la democracia sobre el terrorismo sigue siendo motivo de humillación. Allá ellos.
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