La historia se repite. El clérigo australiano Fehiz Muhamad, conocido por incitar al terrorismo y a la violencia, ha pedido la decapitación Geert Wilders en un país, Holanda, donde las amenazas islámicas acaban tradicionalmente con la sangre de la víctima derramada por la calle. Wilders, ya amenazado y escoltado hasta a la hora de dormir, ya ha denunciado públicamente los hechos.
Pero el problema es que Europa se está volviendo del revés, y a una velocidad asombrosa: mientras Fehiz Muhamad llamaba a decapitar a Wilders, éste era juzgado por incitar al odio contra los musulmanes. Nótese la paradoja europea, cómica de no ser por su dramatismo: se denuncia a Wilders por afirmar que el Corán incita a la violencia... mientras los clérigos coránicos lo amenazan de muerte. El doble proceso europeo –el del radicalismo dentro de las comunidades islámicas europeas, primero; y el de la progresiva islamización o introducción en los usos, costumbres y legislación europeas de aspectos islámicos, después–, es posible por la hábil utilización que el islamismo hace de las instituciones europeas, empezando por la Justicia y el Derecho. Que la víctima de las amenazas sea juzgado por denunciar las amenazas de quienes lo amenazan de muerte pone de manifiesto el deterioro del Estado de Derecho en Europa en relación con las minorías musulmanas. Que, irresponsablemente, algunos medios de comunicación permitiesen en sus páginas la criminalización de las víctimas de los crímenes hace el asunto aún más peligroso y preocupante.
No es la primera vez que políticos, periodistas o artistas críticos con el islam son amenazados, atacados o asesinados. Desde el crimen de Fortyum en 2002 y el de Theo van Gogh en 2004, las amenazas en Europa han crecido, tanto en intensidad como en número. Hirsi Ali, Oriana Fallaci, los caricaturistas de Jyllands Postem oel propio Wilders son algunos de los más conocidos, que han vivido o viven exiliados, escondidos o ambas cosas a la vez. En enero de este 2010, Kurt Westergaard, el de las caricaturas de Mahoma, salvó la vida de milagro cuando un islamista le atacó con un hacha en el interior de su casa. En mayo, el caricaturista Lars Vilks fue atacado en una conferencia por otro radical islámico. Suma y sigue.
A diferencia de lo que ocurre con otros tipos de terrorismos europeos –caso de ETA–, la amenaza islamista pasa mucho más desapercibida, y es vista con mucha menor preocupación por la población europea, lo que le permite extenderse más y más deprisa. Los europeos, simplemente, no piensan en quienes les amenazan desde dentro. Hasta el punto de que, en el continente donde los intelectuales dedican su tiempo en denunciar la intolerancia y el dogmatismo de Benedicto XVI, los periodistas en denunciar a la Iglesia Católica por pederastia, y los científicos en repetir que Dios no existe, se ha extendido un manto de silencio sobre la vida de Mahoma, los orígenes del islam y las prácticas islámicas: incluso se disfraza de debate sobre derechos aspectos peligrosísimos islámicos, desde la construcción de mezquitas al uso del velo. El ejemplo de los asesinados y amenazados pesa demasiado: en una Europa que no destaca hoy por su heroísmo y valor, atacar al cristianismo resulta rentable, pero atacar al islamismo resulta peligroso, y no trae más que problemas.
A día de hoy, nueve años después del 11 de Septiembre, el goteo de amenazas, exilios, atentados e intentos de atentados islamistas continúa imparable. Todas las previsiones indican que la cosa continuará, y se extenderá a otros ámbitos de la sociedad europea. Primero fueron artistas, cineastas, intelectuales y dibujantes. Poco a poco la censura se ha convertido en algo común, y observar cómo se amenaza y se ataca a quien se la salta, algo normal. Ahora ya toca a los políticos, que como odian a Wilders, no han reaccionado como lo harían si alguno de ellos fuese amenazado de muerte por otras ideologías. ¿Creen que el siniestro goteo no les alcanzará al final a ellos? Lo hará, sin duda.
Nenhum comentário:
Postar um comentário