domingo, 6 de janeiro de 2008

De «juancarlistas» a monárquicos (los setenta años del Rey)


Hasta ahora la afirmación según la cual los españoles éramos «juancarlistas» pero no monárquicos parecía canónica e irrebatible. Según semejante aserto, la Corona como institución que encarna desde 1975 la Jefatura del Estado resultaba -decían- transparente y sólo era visible su titular, S.M. el Rey, que, excepcionalmente -y sólo excepcionalmente-, se había ganado una legitimidad de ejercicio remanente del 23-F, y por sus extraordinarias virtudes personales. Siendo cierto este análisis, y cuando Don Juan Carlos ha alcanzado los setenta años de edad y treinta y dos de reinado -sólo superado en el empleo por Felipe V-, es imposible seguir sosteniendo, como quieren algunos sectores que aceptaron la forma monárquica del Estado a regañadientes, que la Corona dependa exclusivamente de la persona del Rey y que sin éste la Monarquía parlamentaria en España resultaría poco menos que inviable.

Ha sido el Monarca el que a lo largo de 2007 se ha encargado de demostrar que la Institución es capaz de alcanzar toda su virtualidad mediante el estricto desarrollo de sus capacidades constitucionales y simbólicas. Porque cuando todo parecía fallar -la seguridad en la Nación, la cohesión territorial, la política exterior- ha entrado en juego la Jefatura del Estado como un mecanismo naturalmente sustitutivo y autorizado de otras carencias institucionales y, singularmente, de las protagonizadas por el Gobierno. El hecho de que la Corona sea una instancia permanente, integradora, no partidista, e imante los valores tradicionales y actuales de la España que fue, es y puede ser en el futuro, dota a todo el sistema de estabilidad, lo hace fiable y reconocible y le confiere la solidez que en situaciones como la actual no tendría. El Rey y el Heredero de la Corona no votarán el próximo día 9 de marzo, y en esa abstención activa e institucional que les sitúa en el fiel de la balanza está la enorme e imprescindible potencia de la Monarquía.

¿Por qué ahora somos monárquicos cuando antes sólo éramos «juancarlistas»? Porque el Rey, a lo largo de 2007, ha logrado la plenitud estadista gracias a la naturaleza de la Institución y se ha mostrado a las nuevas generaciones como un activo constitucional al servicio del común, más allá -y en asuntos diferentes- del mítico Don Juan Carlos de la madrugada del 23 al 24 de febrero de 1981. Mi hijo mayor tenía entonces tres semanas de vida, y tanto su generación como las dos anteriores y las siguientes han abandonado ya las disquisiciones sobre la legitimidad de origen de la Monarquía para pasar a asumirla como un elemento estructural del régimen democrático, de tal manera que Monarquía es -para ellos, para la inmensa mayoría- sinónimo de Democracia y Libertad. El Rey ha sabido captarlo y ha salido a reivindicar el papel democrático de la Corona cuando algunos -personas y organizaciones- olfatearon que la almoneda en la que ha arrumbado el Gobierno socialista la Constitución de 1978 podía poner en cuestión la forma monárquica del Estado.

La Corona ha soportado este año tres duras pruebas: el comportamiento irresponsable de determinados medios de comunicación -algunas televisiones, singularmente- que han quebrado todas las convenciones acerca del respeto a los derechos a la intimidad e incluso al honor de la Familia Real; una torpe ley de Memoria Histórica que ha tratado de reverdecer los agostados laureles del republicanismo de 1931, y la animadversión de determinados ámbitos políticos instalados en el nacionalismo radical y en la derecha extrema, conniventes con el pánfilo sentido político del Ejecutivo y la falta de reacción del Partido Popular. A mayor abundamiento, el distanciamiento, tanto afectivo como político, del Gobierno de los valores de la Transición -reivindicados por el Rey de manera constante en sus múltiples intervenciones públicas- ha obligado a Don Juan Carlos a activar sus facultades constitucionales de arbitraje y moderación y su capacidad simbólica, alzándose así en santo y seña de un conjunto de principios y valores que son los que nos explican colectivamente.

La Monarquía en España funciona, no sólo porque su titular es un hombre de capacidad excepcional, uno de los mejores Reyes de nuestra historia, el de mayor sentido democrático y el mejor preparado para el ejercicio de las facultades que comporta la Jefatura del Estado, sino también porque la naturaleza de la Institución es la idónea para España -por historia, por idiosincrasia social, por emociones y por intereses, por prestigio exterior y seguridad en la proyección del futuro común-, de tal suerte que el Príncipe de Asturias se percibe sin más género de dudas que las propias del comadreo como la garantía de continuidad sobre la que no cabe discusión fundamentada. La capacidad centrípeta de la Corona y su arquitectura jurídico-constitucional, servida por la dinastía histórica, conforman hoy por hoy una de esas pocas certezas a las que aferrarse cuando tantas incertidumbres nos convulsionan.

En la próxima legislatura la demanda de reformar el artículo 57 de la Constitución para suprimir la prevalencia del varón sobre la mujer en la sucesión y desarrollar la ley orgánica -prevista en el Título II de la Carta Magna- que norme distintos aspectos de la Corona todavía no objetivados será una prioridad que me atrevería a adjetivar de patriótica, porque esas consolidaciones legislativas harán desaparecer inquietudes e incógnitas que, aunque menores, siguen disturbando a la Institución mejor valorada por los españoles según los medidores demoscópicos más solventes.

El año que termina ha sido para el Rey -en lo político e institucional- prodigioso, en el que ha revalidado su carisma y durante el cual ha demostrado que la Monarquía es piedra filosofal del sistema de garantías incorporado por la Constitución de 1978. El modo en que Don Felipe, que cumplirá 40 años el próximo día 30, ha secundado a su padre y la manera en que el conjunto de la Familia Real se ha comportado han introducido a la Corona en la irreversibilidad social, política y cultural de España y lo han hecho ante las nuevas generaciones que no vivieron la transición, cuya referencia es ya doble: Don Juan Carlos como un icono actual e histórico de la libertad recuperada, y Don Felipe como apuesta segura de futuro. Buen balance para los setenta años del Rey -una vida llena- y sus treinta y dos en la jefatura del Estado -período largo y fructífero-, que serán más y aportarán tanta seguridad y convivencia en paz como han reportado estas tres últimas décadas. Y al fondo, los Príncipes de Asturias, paradigma, por razones personales y familiares, de los nuevos españoles, ciudadanos libres, desprejuiciados, con sentido responsable de su misión y en sintonía con las realidades de su tiempo histórico. Por eso ya somos monárquicos: porque la Corona ha rebasado la supuesta superioridad cívica de la República y porque la Monarquía ha resultado ser una institución, además de eficaz, eficiente. Gracias a un Rey excepcional que ayer cumplió setenta años en la plenitud de los grandes estadistas de nuestra historia.

José Antonio Zarzalejos
Director de ABC - www.abc.es

3 comentários:

Anônimo disse...

jose antonio zarzalejos nieto, hijo de jose antonio zarzalejos altares

Anônimo disse...

Zarzalejos se desvincula de Vocento.

Anônimo disse...

Zarzalejos: Ex Director de ABC.

 
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