terça-feira, 8 de janeiro de 2008

Messiaen revive el tiempo de la utopía

"Quartet for the End of Time" by Emanuel Vardi - http://www.vardiart.com/

El año 2008 acaba de comenzar con el buen propósito de no olvidar a uno de los grandes y más singulares compositores del siglo XX. Con esa intención se anuncian ya los primeros actos organizados por todo el mundo para conmemorar el centenario del nacimiento de Olivier Messiaen, producido en Avignon el 10 de diciembre de 1908. Porque aún queda mucho por descubrir. Al menos así lo entienden Peter Hill y Nigel Simeone, autores de su más reciente y exhaustiva biografía, quienes afirman que la enorme importancia del autor francés corre en paralelo al parcial conocimiento de muchos de los detalles concernientes a la manera en la que trabajaba o la realidad de sus proyectos. Su propia viuda, la pianista y alumna Yvonne Loriod, contaba que descubrió la partitura de su última obra, «Concert à quatre», después de su muerte e, incluso, que durante seis años ignoró la existencia de la monumental ópera «Saint François d'Assise», únicamente conocida por el director de la Ópera de París.

Pero al margen del detalle biográfico o analítico, la oportunidad del centenario corre ya paralela a la comprensión general de una obra tan personal como irrepetible. El propio Messiaen, quien siempre fue generoso a la hora de explicar el trasfondo de su música, dejó claro los pilares de la misma o como él los llamó las «dificultades» frente al mundo. El primero, el haber sido un compositor rítmico, un investigador, y para la mayoría de la gente el ritmo equivale a regularidad y simetría. El segundo, que veía colores cuando escuchaba o leía música y apenas es posible encontrar público capaz de sufrir sinestesias. El tercero que, además de músico era ornitólogo, por lo que sus obras están pobladas de cantos de pájaros imposibles de distinguir para el espectador habitual de los conciertos formado por habitantes de ciudades. El último, «y más grave», que era creyente, cristiano y católico, y que su obra habla de Dios, de los Misterios Divinos, y de los Misterios de Cristo a personas que no creen, que conocen mal la teología y la religión.

El campo de Görlitz

Afortunadamente, sabía Messiaen que la sordera del mundo es reparable si existe el ánimo por dejarse convencer. Lo hicieron sus muchos alumnos (Stockhausen, Xenakis y Pierre Boulez, entre ellos), y hasta el ministro André Malraux cuando le encargó una obra en recuerdo de los muertos de las guerras mundiales: «Et expecto Resurrectionem Mortuorum», de quienes Messiaen estuvo tan cerca. De hecho, «jamás se me escuchó con más atención y comprensión», explicaba al relatar el estreno, en 1941, del «Cuarteto para el fin de los tiempos», en el Stalag 8 A del campo de prisioneros de Görlitz.

Fue entonces cuando cinco mil reclusos oyeron lo que Messiaen logró escribir gracias al papel pautado proporcionado por el coronel alemán al mando del campo y respetuoso con la Convención de Ginebra.

Tan sólo un violín, un clarinete, un violonchelo, con una cuerda rota, y un piano vertical al que algunas teclas se le atascaban por el frío. Música del espacio y el infinito reafirmando el compromiso entre espiritualidad y técnica que guió a Messiaen desde la infantil «Dame de Shallot», de 1916, poco antes de que «Pelleas et Mélisande» de Debussy le descubriera definitivamente su vocación musical, hasta la última gran obra, de 1992, «Éclairs sur l'Au-delá». Y, por medio, el trabajo como organista en la iglesia de la Trinité de París, las clases en la École Normale y Schola Cantorum, en el Conservatorio y en medio mundo. Sin olvidar otro aspecto significativo más profundo y personal, la quinta «dificultad» de su obra: la obsesión por el mito de Tristán e Isolda como representación del amor supremo.

Es lógico que ahora el mundo se vuelque con Messiaen y trate de comprenderlo, aunque sólo sea como forma de agradecimiento a quien fue generoso y «presto a aceptar la ingratitud y la injusticia, el abucheo y la rebelión» (Boulez).

Incluso España, de momento timorata ante la celebración, pero que le debe, según dejó dicho el propio compositor, uno de los grandes recuerdos musicales de su vida. Fue en 1975 con motivo del estreno español de la Sinfonía «Turangalîla», realizado por la Orquesta de Radiotelevisión Española bajo la dirección de Odón Alonso. La memoria de aquella interpretación en Madrid volvería a traer a Messiaen para la reposición de la obra que los mismos intérpretes realizaron en 1989. Bien estará, por tanto, que este año tenga eco en nuestros conciertos.

Al fin y al cabo, también aquí está por no olvidar y hasta por «descubrir» la obra de uno de los más convencidos, sutiles, profundos y exquisitos creadores musicales que habitaron el inquieto siglo XX.

Alberto González Lapuente
http://www.abc.es/

Um comentário:

Anônimo disse...

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