quinta-feira, 3 de janeiro de 2008

La Iglesia, Dios y Zapatero

Los intelectuales progresistas están de uñas con la «ofensiva católica» en relación con el aborto, la eutanasia y las intervenciones estatales en la educación. A gentes como Juan Goytisolo, estremecedoramente seco de ideas, les ha venido de perlas el debate. Gracias a la nueva «cruzada» han podido escribir el artículo de siempre.

En esta ocasión, algunos liberales se han sumado a la izquierda en el frente neo-progre. Y no porque a unos y a otros les preocupe distiguir entre lo que hay que dar a Dios y lo que hay que darle al César, sino porque para ellos nada de lo cultural y de lo político puede corresponderle a Áquel. Por ejemplo, para ellos, la Iglesia no tiene derecho a promover un clima contrario a determinadas leyes, ni puede tratar de crear climas de opinión frente a la que mayoritariamente ha podido expresarse en el Parlamento. No aceptan, por tanto, que la Iglesia trate de influir democráticamente en la sociedad y, de ese modo, pueda crear un estado de opinión favorable a sus concepciones. Por esa razón, estos días hemos podido leer críticas a la manifestación de la Iglesia en defensa de la familia. No admiten que la Iglesia critique al Gobierno. Y aún menos en la calle y con los cardenales por delante.

El frente neo-pro deberá acostumbrarse a la lucha de los católicos españoles en contra de determinadas leyes y prácticas. Afortunadamente. Si no hubiera sido por las denuncias que se vienen haciendo desde las filas de la Iglesia ¿se habría detenido el exterminio de miles de niños; se habría parado la acción de las trituradoras de seres humanos en Barcelona y habría terminado la liquidación expeditiva de vidas humanas por la vía dedicada a la basura? Ahora queda una tarea más difícil. Hay que devolver a la sociedad española la estima por la vida, el sentido de la responsabilidad por los propios actos personales...

El frente de laicistas y agnósticos liberales se ha encontrado, al fin, con la respuesta de los católicos, es decir, de gentes que no consideran incompatibles la Fe y la Razón. Pascal escribía en la arena sus ecuaciones pero «veía» con el corazón. Es nuestra civilización.

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