A José Luis Rodríguez Zapatero le aprietan las encuestas y, quizá por eso, ha decidido apearse del talante para dedicarse de lleno a la majeza. Le gusta gustar y, para que no decaigan los ánimos de su parroquia, ha encontrado en el donaire y el chascarrillo un camino de perfección para su presencia política. Eso parece algo más propio de los monólogos cómicos con los que las televisiones construyen sus programas de relleno que de la expresión de quien, en el Gobierno, debe fortalecer el Estado, engrandecer la Nación y, en lo que cabe, hacer Patria; pero a nadie debe pedírsele lo que no tiene. Más todavía si el balance de su haber aparece lleno de resabios, complejos y confusiones.
El presidente, a quien tanto le cuesta pronunciar la palabra España, ha entrado en éxtasis y, tras improvisar un chapucero homenaje a los miembros de la Guardia Civil y de la Policía Nacional caídos en acto de servicio durante 2007 -en ausencia del Rey y escondido de la ciudadanía- y fotografiarse delante de media docena de banderas españolas, se ha lanzado a predicar el patriotismo. Puritito donaire, ya digo, en quien ha consumido una legislatura entera y verdadera en comprometer la idea y la dignidad nacionales en «procesos de paz» y extraños pactos autonómicos. Algo insólito en quien, en desprecio de media España, ha pretendido implantar la memoria de la otra media y «compensar» así, con un disparate, el exceso del Régimen anterior.
En uno de esos desayunos en los que, mejor que un Parlamento que no es parlamentario, tienden a expresarse nuestros líderes políticos, Zapatero pidió ayer unas «gotas de patriotismo» a quienes con sus críticas crean «alarmismo» en la economía. Al líder socialista no le gusta la jodienda crítica, que es, no se olvide, esencia de la inteligencia democrática y fundamento de la identidad personal. ¿Hemos de volver a la «crítica constructiva», a la «unidad en la diversidad», que marcaron unos tiempos estériles y de los que Zapatero parece ser imagen especular? La añoranza republicana del leonés, atenuada por la escasez de sus fuerzas, le dejan en los sesenta.Y se le nota.
Es posible, no lo sé, que el PP, en ejercicio de su papel monopolista de la oposición, se haya extralimitado en la crítica a la política económica del Gobierno e, incluso, la situación sea mejor de lo que los observadores valoramos. Y, ¿qué? ¿Es el criticado quien debe marcar los puntos y la intensidad de la crítica? Sería conveniente que cuantos aceptan la compatibilidad entre el socialismo y la libertad -entendida ésta como valor moral e individual- observen con atención lo que nos pasa. Un necio instalado en la necedad sabe cómo tiene que ser criticada su gestión. Quiere cargarse de un plumazo la herencia ateniense que, con la moral cristiana y el derecho romano, cimentan nuestra civilización. Un patriota.
M. Martín Ferrand
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