Dicen los poetas y los psiquiatras que el pasado nunca nos abandona del todo. Nada más cierto para los asuntos estratégicos, pues las opciones de hoy vienen moldeadas por las decisiones, aciertos y errores de las decisiones de ayer. Nadie está libre y salvo de su pasado.
El Partido Popular se encuentra, en ese sentido, ante una dolorosa encrucijada de la que debe saber cómo salir bien. Por un lado, el gobierno de Rodríguez Zapatero, su nuevo PSOE y sus aliados radicales se aferran a un pasado reciente, que interpretan a su manera y en su propio beneficio, como es lógico. Atizan políticamente con el Prestige, Irak y el malvado Aznar cada vez que pueden. Lo hicieron desde que ganaron las elecciones tras el 11-M y lo han seguido haciendo con total impunidad en buena medida porque nadie con autoridad desde el PP les ha plantado cara a sus mentiras.
De hecho, ha ocurrido todo lo contrario, que con sus silencios, el PP ha acabado por interiorizar gran parte de las acusaciones y manipulaciones que le lanzaban desde la izquierda. Sobre todo en lo tocante a la participación española en Irak y también en el papel de José Maria Aznar en la reciente Historia de España. Nada de esto es ajeno al lema, por muy resultón y electoralista que pueda ser, “pensando en el futuro”.
Pero el PP se equivoca silenciando su propio pasado. Primero, porque el PSOE no le va a dejar. Como hemos visto en los últimos días, da igual la contrariedad o el problema que sea, todo es culpa de Irak y de Aznar. Ya sea el precio del crudo o el caos de la ministra de Fomento. La explicación y la culpa siempre se encuentra en el pasado. Pero el PP se equivocaría y mucho si, al igual que el PSOE, pusiera en su disparadero sus ocho años de gobierno y las decisiones que entonces se tomaron. Precisamente si hay algo de lo que el actual PP podría sentirse orgulloso y hacer valer ante los españoles fue su increíble hazaña económica. No producto de una buena gestión. Al menos, no simplemente. Sino, sobre todo, consecuencia de una buena política que promovió las reformas que nuestra economía requería. Frente a esa decisión, la inacción e inoperancia del actual gobierno socialista queda verdaderamente en entredicho.
En cuestión de reforzamiento del Estado español y freno a los nacionalismos separatistas, el PP no tiene tampoco nada que ocultar. Bien al contrario, mucho que enseñar. Y ese pasado es irrenunciable a la hora de encarar una acción de gobierno que acabe con la anorexia del estado español alimentada por Rodríguez Zapatero.
Y en política exterior, ese gran trauma de la España actual y de muchos dirigentes populares, la era Aznar pasará a la Historia como el momento de colocar a nuestro país entre las grandes democracias del mundo, en lo bueno, de promoción de los intereses nacionales, y en lo duro, la debida solidaridad internacional que hace que las naciones se vean como serias y creíbles. La España de Rodríguez Zapatero es la España que no pudo ser. No hay nada de positivo que haya logrado en estos años. Al contrario; ha hundido el prestigio y la condición de España en la arena mundial, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Mal haría el PP si atormentado por sus fantasma de Irak y el 11-M decidiera que el ridículo exterior de ZP no le otorga beneficio electoral alguno y lo silencia en una campaña que ya se promete de por sí baja de tono.
Para bien o para mal, las decisiones del gobierno Aznar estaban inspiradas en claros y sólidos principios que todavía son aplicables en una España en regresión. Olvidarlo o despreciarlo sólo puede mermar las posiciones del PP de Mariano Rajoy y sus posibilidades electorales. Sus votantes no sólo se sentirían confusos, sino decepcionados. No hay que temer a los valores y a las ideas. Si algo hay que aprender de la victoria de Nicolás Sarkozy al respecto es que, por lo general, son más timoratos los dirigentes de los partidos, que sus bases electorales. Se puede y se debe hacer una elección basada en principios.
El Partido Popular se encuentra, en ese sentido, ante una dolorosa encrucijada de la que debe saber cómo salir bien. Por un lado, el gobierno de Rodríguez Zapatero, su nuevo PSOE y sus aliados radicales se aferran a un pasado reciente, que interpretan a su manera y en su propio beneficio, como es lógico. Atizan políticamente con el Prestige, Irak y el malvado Aznar cada vez que pueden. Lo hicieron desde que ganaron las elecciones tras el 11-M y lo han seguido haciendo con total impunidad en buena medida porque nadie con autoridad desde el PP les ha plantado cara a sus mentiras.
De hecho, ha ocurrido todo lo contrario, que con sus silencios, el PP ha acabado por interiorizar gran parte de las acusaciones y manipulaciones que le lanzaban desde la izquierda. Sobre todo en lo tocante a la participación española en Irak y también en el papel de José Maria Aznar en la reciente Historia de España. Nada de esto es ajeno al lema, por muy resultón y electoralista que pueda ser, “pensando en el futuro”.
Pero el PP se equivoca silenciando su propio pasado. Primero, porque el PSOE no le va a dejar. Como hemos visto en los últimos días, da igual la contrariedad o el problema que sea, todo es culpa de Irak y de Aznar. Ya sea el precio del crudo o el caos de la ministra de Fomento. La explicación y la culpa siempre se encuentra en el pasado. Pero el PP se equivocaría y mucho si, al igual que el PSOE, pusiera en su disparadero sus ocho años de gobierno y las decisiones que entonces se tomaron. Precisamente si hay algo de lo que el actual PP podría sentirse orgulloso y hacer valer ante los españoles fue su increíble hazaña económica. No producto de una buena gestión. Al menos, no simplemente. Sino, sobre todo, consecuencia de una buena política que promovió las reformas que nuestra economía requería. Frente a esa decisión, la inacción e inoperancia del actual gobierno socialista queda verdaderamente en entredicho.
En cuestión de reforzamiento del Estado español y freno a los nacionalismos separatistas, el PP no tiene tampoco nada que ocultar. Bien al contrario, mucho que enseñar. Y ese pasado es irrenunciable a la hora de encarar una acción de gobierno que acabe con la anorexia del estado español alimentada por Rodríguez Zapatero.
Y en política exterior, ese gran trauma de la España actual y de muchos dirigentes populares, la era Aznar pasará a la Historia como el momento de colocar a nuestro país entre las grandes democracias del mundo, en lo bueno, de promoción de los intereses nacionales, y en lo duro, la debida solidaridad internacional que hace que las naciones se vean como serias y creíbles. La España de Rodríguez Zapatero es la España que no pudo ser. No hay nada de positivo que haya logrado en estos años. Al contrario; ha hundido el prestigio y la condición de España en la arena mundial, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Mal haría el PP si atormentado por sus fantasma de Irak y el 11-M decidiera que el ridículo exterior de ZP no le otorga beneficio electoral alguno y lo silencia en una campaña que ya se promete de por sí baja de tono.
Para bien o para mal, las decisiones del gobierno Aznar estaban inspiradas en claros y sólidos principios que todavía son aplicables en una España en regresión. Olvidarlo o despreciarlo sólo puede mermar las posiciones del PP de Mariano Rajoy y sus posibilidades electorales. Sus votantes no sólo se sentirían confusos, sino decepcionados. No hay que temer a los valores y a las ideas. Si algo hay que aprender de la victoria de Nicolás Sarkozy al respecto es que, por lo general, son más timoratos los dirigentes de los partidos, que sus bases electorales. Se puede y se debe hacer una elección basada en principios.
El enemigo a batir no es el pasado, sino el PSOE y sus mentiras. La acción de ocho años de gobierno es el mejor valor con el que cuenta el PP hoy de cara a las elecciones de marzo. Arrojar ese pasado a la cuneta de la Historia es lo que más desean los líderes socialistas. Aliarse con ellos sería un grave error y el preludio de un gran desastre para un partido que debe y tiene que gobernar si queremos que España se salve de la amenaza de Rodríguez Zapatero y retome la senda que se merece. En el mundo y en la Historia.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.
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