quinta-feira, 5 de novembro de 2009

Ayala eterno


Queda su obra. Que, frágil, fue creciendo en la adversidad del exilio, al borde de todos los abismos y a la intemperie de aquella noche sin estrellas que fue la peor de todas nuestras posguerras. Era obra levantada para resistir a todo lo que se nos venía encima. A las derivas abiertas en un tiempo aciago y sin luz y en un espacio abandonado al desconsuelo y al extravío. También al confortable vencimiento que nos asiste. Una obra total, forjada con rigor y sin concesiones, pero no totalizante, donde la novela y el ensayo se mezclan con la crítica literaria, la filosofía política, la sociología y la crítica de la cultura, conformando una unidad en la variedad de la que sólo se puede dar cuenta atendiendo al sentido convergente de su carácter radicalmente intelectual.

Mueve, en efecto, del compromiso intelectual. Ésa es su seña de identidad más firme y más auténtica: entender para dar razón del mundo. No es ningún suma y sigue de nada, sino una acción de escritura compleja cuya unidad esencial se ofrece en modo múltiple y diverso. Centro de irradiación de un logos que se despliega en el cultivo plural de géneros y saberes que no pueden ser separados porque no son simplemente separables. Donde filosofía y literatura se dan la mano y caminan al unísono, como queriendo recomponer una antigua fractura, emblema y cifra de todas las fracturas de la historia, pues si en la novela persigue la representación de un mundo en descomposición, y la lleva a cabo, técnicamente, desde una constitutiva deconstrucción del metarrelato omnicomprensivo de los modelos narrativos del XIX, en el ensayo, de manera paralela, también persigue el entendimiento de la descomposición de la sociedad liberal y de los procesos de desintegración que animan la dinámica interna de las sociedades de masas, y, como antes, lo lleva a cabo en forma de huida consciente de la tentación del sistema.

En la ambición de una totalidad imposible y fragmentada que vertebra lo uno y lo diverso se hace eterno Ayala. Y desde esa eternidad -la libertad que funda la ética del texto- reclama lectores capaces de seguir dando razón del mundo. Queda su obra.

Francisco José Martín, escritor
www.abc.es

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