quarta-feira, 4 de novembro de 2009

Ayala y la ética pública

En tiempo de tribulación, el ejemplo de los mejores sirve de consuelo. Al margen de los avatares de una vida intensa y fecunda, Francisco Ayala fue modelo de virtudes liberales: elegancia personal e intelectual; moderación y austeridad; convicciones firmes matizadas por la tolerancia y el sentido común. Supo ejercer siempre de sí mismo al servicio de una ética pública concebida como «areté» del buen ciudadano, a la manera de la Grecia clásica. Ajeno a dogmas y resentimientos, hizo suyo el espíritu de la Transición con el orgullo legítimo de los españoles de bien. A pesar del largo exilio, disfrutamos por suerte de los mejores años del escritor maduro: la Real Academia, los premios más distinguidos, los homenajes aquí y allá... Ayala es su literatura, pero también el personaje que estuvo a la altura de las circunstancias. Muchos hablarán de sus novelas. Ahora quiero mencionar su faceta de profesor y ensayista. Lo mejor, el «Tratado de Sociología», plagado de hallazgos conceptuales y de intuiciones sobre el devenir del mundo moderno. Recuerdo también su faceta de letrado de las Cortes, ejercida en tiempos de la República. Conservo la foto del maestro, ya centenario, tras un almuerzo que le ofrecimos sus compañeros. Le rodean, Carolyn, por un lado; por el otro, Manuel Fraga...: hermosa metáfora. Por último, viene a la memoria el paseante -ya nunca solitario- por la madrileña calle de Almagro, nostálgico de su Granada natal, generoso en el saludo y el diálogo. Facetas de una personalidad irrepetible.

Mezcla de Protágoras («el hombre es la medida de todas las cosas») y de Sócrates (los buenos son siempre más felices): he aquí, sin paradoja alguna, su doble perspectiva de la ética pública. «Memorias y olvidos» es la mejor prueba de sus principios al servicio de la democracia y el Estado de Derecho. Es también el reflejo de quien supo guiarse por la ética kantiana y practicar -no sólo predicar- el imperativo categórico. Procuró siempre que su conducta pudiera servir de regla a la moral universal. Toda una lección en tiempos de liviandad posmoderna.

Benigno Pendás
www.abc.es

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