En este 2009 que ya se encamina hacia su fin estamos celebrando el bicentenario del nacimiento de Abraham Lincoln, el gran presidente republicano que lideró la consolidación de la nueva nación norteamericana en el contexto de una trágica guerra civil. |
Lincoln pagó su empeño con su propia vida, lo que sin duda convierte al presidente-mártir en uno de los iconos del conservadurismo norteamericano, como ha argumentado brillantemente Patrick Allitt en su magnífica obra The Conservatives: Ideas & Personalities Throughout American History (Yale University Press, New Haven, 2009): "Lincoln merece un lugar en el panteón del conservadurismo americano por una gran y poderosa razón: lideró la nación [en] una guerra civil que pudo destruirla". Personalmente, he contribuido a la conmemoración con un artículo para el público español titulado "Abraham Lincoln: la consolidación de una nueva nación" (La Ilustración Liberal, nº 39).
Al mismo tiempo, estamos asistiendo al comienzo de "The Age of Obama", como ya la han denominado con cierta grandilocuencia Jon Meacham y Andrew Romano, haciéndose eco del sentimiento generalizado de los radicales y progresistas de este país (y de todo el mundo), en el prólogo a la hagiografía sobre el nuevo presidente demócrata de Evan Thomas: A Long Time Coming (Public Affairs, New York, 2009). El autor, hijo del histórico líder del partido socialista americano (ASP) Norman Thomas, forma parte del plantel de la revista Newsweek, convertida hoy en uno de los órganos de la izquierda norteamericana, junto a Time y las clásicas The New Republic, The Nation y The Progressive (por no hablar de la prensa diaria). Todas estas publicaciones han contribuido a lo que muy pronto Bret Stephens (The Wall Street Journal) y Mark Steyn (National Review), entre otros, denunciaron como el inicio de un culto a la personalidad al viejo estilo totalitario.
En este contexto, no ha faltado la absurda –por no decir sacrílega– comparación de Obama con Lincoln.
Aparte del dato básico de que Lincoln representa genuinamente la gran tradición republicana (abolicionismo incluido) y Obama la muy diferente del partido demócrata, el primero defendió vigorosamente la Constitución, la Unión y el auténtico federalismo, mientras el segundo es el primer presidente multiculturalista (en consecuencia, defiende los sistemas de cuotas y las democracias étnicas, generadores de un nuevo confederalismo); Obama, además, ha cuestionado la filosofía liberal de la Constitución y preterido la libertad negativa en beneficio de la positiva, favoreciendo así una mayor intervención del Estado en la vida de los ciudadanos, al estilo de lo que sucede en las socialdemocracias europeas. Mientras, asistimos a la desintegración de la nación ("Nation of Nations" la llamó Walt Whitman, en sintonía con Lincoln y el auténtico federalismo integrador, no en un sentido confederal).
Estamos hablando de la Confederación que pretendían los separatistas de la guerra civil, o de un nuevo confederalismo, como admitiría el gurú del constitucionalismo demócrata-progresista, y catedrático en la universidad de Harvard, Laurence Tribe (¿por casualidad fue Obama alumno suyo?), con la sofisticada y en el fondo peligrosa fórmula del Constitutional choice. Si la Era Obama llegara a consolidarse, significaría el fin del excepcionalismo americano tal como lo entendían los Padres de la Constitución, los federalistas, Lincoln, los republicanos y pensadores europeos de muy diversa condición ideológica, como Tocqueville, Acton, Marx, Engels, Weber, Sombart.
En esta época de confluencias planetarias, los españoles deberíamos aprender de los ejemplos de Lincoln y Obama. El primero representa una de las cimas más altas en la defensa democrática de la Nación y la Libertad. El segundo... todavía no sabemos adónde se dirige, con su multiculturalismo a cuestas, aunque no faltan motivos para la preocupación: su escasa o deficiente experiencia (hay que recordar que no llegó a completar siquiera un tercio de su primer mandato como senador federal), su radicalismo ideológico y lo que ya muchos perciben como mera incompetencia. Sea como fuere, sigue siendo necesario investigar su pasado político para comprender mejor su conducta presente, ya que los medios de comunicación, con escasas excepciones (The Wall Street Journal, National Review, Weekly Standard, Fox News Channel...), se niegan a ello.
Quien quiera hacer frente con soltura a la obamanía debería conocer, al menos, las importantes contribuciones de David Freddoso (The Case Against Barack Obama, Regnery, 2008), Brad O'Leary (The Audacity of Deceit. Barack Obama’s War on America Values, WND Books, 2008) y Michelle Malkin (Culture of Corruption. Obama and His Team of Tax Cheats, Crooks, and Cronies, Regnery, 2009); incluso la reciente reedición, ampliada, de la original e inquietante obra de Jonah Goldberg Liberal Fascism. The Secret History of the American Left from Mussolini to the Politics of Change (Doubleday, 2009), que, como sostiene el autor con gran sentido del humor, es "[the] Obama's playbook".
Para concluir este artículo y estas recomendaciones de lecturas en un tono más positivo, volvamos al tema Lincoln. En mi artículo antes mencionado ya hice referencia a las obras más pertinentes y a los autores más recientes, aunque de algunos radicales como Eric Foner no vamos a aprender mucho. Entre las más importantes en este bicentenario, recomendaría la biografía de R. C. White Jr. A. Lincoln. A Biography (Random House, 2009) y dos buenas antologías de ensayos sobre el personaje: The Best American History Essays on Lincoln (Sean Wilentz [ed.], Palgrave-Macmillan, 2009) y The Lincoln Anthology (Harold Holzer [ed.], The Library of America, 2009). El único reproche que hago a ambas selecciones es que no incluyan a un extraordinario intérprete del pensamiento de Lincoln, el politólogo straussiano y conservador Harry V. Jaffa.
MANUEL PASTOR, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid y ex director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard.
http://libros.libertaddigital.com
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