En el proceso implacable de seguir constriñendo las libertades de los venezolanos, el régimen chavista anunció el cierre de otra serie de emisoras de radio. Si en su primera andanada de censura contra las críticas, el caudillo actuó con cierta cautela, a la vista de la tibieza de las reacciones internacionales, ahora prosigue con su operación de eliminar cualquier voz disidente en las ondas del país con toda tranquilidad. Es más, mientras esa arbitrariedad dictatorial se está perpetrando en Caracas, Hugo Chávez asistía con todos los honores al Festival de Venecia para participar en la presentación de un documental encomiástico que le dedica el norteamericano Oliver Stone. Por desgracia, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, no es el único que cree que el nivel de libertad de expresión en Venezuela es «satisfactorio».
No es posible ignorar que lo que está haciendo Chávez resulta altamente tóxico para la democracia de su país y para la libertad en el mundo. Su actual gira mundial está dedicada a conformar una «alianza antiimperialista» con Irán, Siria y todos los regímenes más o menos dictatoriales empeñados en añadir inestabilidad a la situación mundial, además de a crear un cártel de productores de gas natural para poder utilizar este sector energético como arma de chantaje contra los países industrializados. Lejos de ocultarlo, todo lo que el caudillo bolivariano hace lo explica abiertamente, incluso en sus plúmbeos programas de televisión, lo que no impide que siga gozando de una respetabilidad que resulta incomprensible a estas alturas.
Por razones que no se han explicado suficientemente, el presidente del Gobierno ha decidido recibir este viernes a Chávez, tras su paso por Bielorrusia y Moscú, como si España formara parte de esa gira de amistades insurrectas del venezolano. Después de haber enviado al ministro Moratinos al cumpleños de Gadafi y de la visita oficial que realizará el próximo domingo a nuestro país el presidente boliviano, Evo Morales, da la impresión de que Rodríguez Zapatero contemporiza con esa extraña alianza de agitadores totalitarios cuando, en realidad, ha llegado el momento de tomar distancias con un régimen que pisotea la democracia en su país e intenta llevar al poder a subordinados suyos allá donde le es posible. Antes de que se produzcan crisis como la de Honduras, es necesario decirle a Hugo Chávez que hay límites que no se pueden cruzar.
Editorial ABC
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