Allá por 1930, César González-Ruano, uno de los nombres de la excelencia en la centenaria historia de ABC, bajo el título de «Gente fantástica», podía rescatar del anonimato a un hombrecito que, como quien no hace nada, después de haberse copiado los «Episodios Nacionales» de Galdós, se estaba copiando a mano una Enciclopedia Universal.
-Trabajando unas diez horas diarias en la Biblioteca Nacional y en otras, es cuestión de unos veinte años.
Para el copista del reportaje de Ruano, la empresa era simplemente una cuestión de voluntad (y algo de resentimiento): «De mí no se ríe nadie -explicaba, al hispánico modo, el personaje-. Yo quise adquirir la obra; creían que no tenía demasiada garantía y no me la vendieron a plazos. Esto me pareció repugnante y me dije: «Pues la tendré sin que me cueste un céntimo.» Y empecé a copiarla. Por cierto, que se me terminó el papel y lo he tenido que escribir en unas octavillas de anuncio... Trabajo doble; ahora hay que volverlo a copiar en casa.»
Ante la voluntad indomable del copista no prevalece ni el sentido común del periodista, haciéndole ver que lo terrible de su trabajo es que, al cabo de veinte años, estará anticuado. «¡Hombre, siempre será útil en una consulta! -contesta el hombre de las mil hojas por las dos caras al mes-. Con un poco de paciencia va uno haciéndose una bibliotequita... Luego, cuando se acaba, ¡pues da gusto!»
¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿Qué revolución tecnológica es la causa de esta revolución mental que supone pasar del copista consagrado durante veinte años a copiar a mano, por despecho, una enciclopedia en la soledad de una biblioteca, al internauta que, por curiosidad, puede consultar desde el último rincón del globo, a golpe de clic, los periódicos de un siglo que no hace tanto se nos presentaba tan largo?
A partir de hoy, ABC pone en su web (ABC.es), al servicio de todos los lectores, su hemeroteca digitalizada, en versión pdf, que comprende todas y cada una de sus páginas (cinco millones) desde la fundación, en 1903, más Blanco y Negro, desde 1891, y ABC Cultural (hoy ABCD).
-Las tres primeras letras han de significar el poder del alfabeto entero- dijo famosamente don Torcuato Luca de Tena, el fundador, para explicar el nombre de ABC.
«En cumplimiento de un deber», titularía el primer editorial, muy breve, de ABC, el 1 de enero de 1903:
«ABC es un periódico de información universal que nace para ser diario... Pretende ABC ser, no un periódico más, sino un periódico nuevo por su forma, por su precio, por los procedimientos mecánicos que empleará y por la índole de sus trabajos.»
«No ambiciona la gloria que en su día pueda corresponder a esta innovación. Aspira modestamente a que la opinión le preste su concurso y a ser el abecé de lo que considera que, mejorado, ampliado y perfeccionado por otros, puede constituir la prensa diaria del porvenir.»
«ABC cultivará preferentemente la información gráfica, haciéndola objeto de especial cuidado para ofrecer en ella cuanto pueda interesar al público...»
«Es este primer número de ABC un testimonio de sus propósitos; es su credo, su programa, su plan de trabajo. Si en algo le modifica algún día, será para mejorarle. Va resueltamente al éxito feliz o al más lamentable fracaso. No caben en la labor que se ha impuesto términos medios. El favor del público ha de acompañarle desde el primer momento, si acierta a interpretar sus deseos, o ha de abandonarle si, con la mejor buena fe, se equivoca.»
«Con lo dicho y dedicando un cariñoso saludo a la Prensa española, cumplimos el deber de presentarnos al público, de quien todo lo esperamos.»
La hemeroteca digitalizada de ABC que viene a culminar el sueño del fundador es algo más que una colección de periódicos. Porque ABC, más que un periódico, es un periodismo. Y el periodismo de una centuria vertiginosa, alucinada de prodigios y catástrofes. El desfile formidable de la Historia con mayúsculas de Hegel y de la intrahistoria con minúsculas de Unamuno. Por eso se llegó a decir que no escribir en ABC equivalía a no escribir en ninguna parte. En las páginas de ABC, como corazones calientes, aún con un humo de vida, laten la ciencia y la literatura, la política y la guerra, la revolución y la nada. El trasnoche madrileño y la moda femenina. El darwinismo político y la bomba de Morral. La fiesta de toros y la aurora del fútbol en San Sebastián. La relatividad de Einstein y el Barranco de El Lobo. La revolución de Lenin en San Petersburgo y la muerte de Gallito en Talavera. El deslumbramiento del cine y un día de Valle-Inclán. Las trincheras del gas (la última guerra civil europea) y el diletantismo de Julio Camba. El cine de Blasco Ibáñez y las glosas de Eugenio D´Ors. El Hollywood de Edgar Neville y el Parlamento de Wenceslao Fernández-Flórez. Los campos de concentración y la hecatombe nuclear. La exuberancia de Foxá y los perros de Manuel Halcón. El cielo de Ortega y la flauta de Ramón (Gómez de la Serna). Las princesas de Cunqueiro y el Betis de Romero Murube. El humorismo de García Pavón y la elegancia de Pemán. El psicoanálisis de Rof Carballo y la cortesía de Salvador de Madariaga. Las controversias de Albornoz contra Laín, con Ridruejo al fondo. El costumbrismo de Miranda y Cañabate, las tentaciones de Sénder, las fantasías de Giménez Caballero, la Arabia de García Gómez, el mundo de Blanco Tobío, las cosas de Bioy, Paz, Borges... y la magia durante más de medio siglo de Antonio Mingote.
Nada más aproximado a la Biblioteca de Babel vislumbrada por Borges que esta hemeroteca digitalizada de ABC: el universo -que otros llaman la Biblioteca- se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales... Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente... Los anaqueles de la Biblioteca lo contienen todo...
-Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión -explica Borges- fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono.
La Biblioteca de Babel era ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la hubiera atravesado en cualquier dirección, habría comprobado al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repetían en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Y la soledad de Borges se alegraba con esa elegante esperanza, que hoy nos sirve de metáfora para ayudarnos a comprender el alcance de una empresa descomunal: la hemeroteca digitalizada de ABC.
El gran amigo de Borges, Adolfo Bioy Casares, dejó escrito en ABC que, mientras recorre la vida, el hombre anhela cosas maravillosas y, cuando las cree a su alcance, trata de obtenerlas. «Ese impulso y el de seguir viviendo se parecen mucho.» Enriquecer ese parecido es el regalo que ahora, con cariño y agradecimiento, queremos ofrecer a todos nuestros lectores.
Catalina Luca de Tena
Presidenta-Editora de ABC
www.abc.es
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