Norman Borlaug, padre de la genuina revolución verde, premio Nobel de la Paz en 1970 por sus innovaciones en el terreno de la agricultura, que evitaron la malnutrición y la muerte de millones de personas, falleció el pasado día 12, a los 95 años. |
Estudió en una escuelita de Iowa que apenas tenía un aula, no logró aprobar los exámenes de ingreso en la universidad. Pero lo que sí logró fue combinar el sentido común, la ciencia y el trabajo duro.
Primero se afanó en la mezcla de innumerables variedades de trigo, de diferentes regiones y países, al objeto de crear un grano resistente a las plagas y conseguir así incrementar las cosechas entre un 20 y un 40 por ciento. También concibió métodos para poder obtener más de una cosecha anual, así como para reducir el tiempo de maduración del cereal. Luego de que convenciera a sus gobernantes de la necesidad de emprender ciertas reformas normativas y de incrementar el uso de fertilizantes, las nuevas variedades de trigo mexicano a él debidas se cultivaron con rotundo éxito en países como Paquistán y la India.
Durante buena parte de su vida, Borlaug tuvo que luchar contra múltiples obstáculos, empezando por los que sembraban los agoreros que predecían hambrunas sin cuento tanto en Asia como en África. En una ocasión me comentó, sin rencor alguno, que había tenido que confrontar "el caos burocrático, la oposición de los vendedores de semillas, siglos de costumbres campestres, diferentes hábitos y supersticiones". Sus descubrimientos e innovaciones fueron una aportación de primer orden a la mejora de la alimentación de las gentes de México, la India, Paquistán, China y América del Sur.
Entre 1950 y 1992, la producción mundial de grano aumentó de 692 a 1.900 millones de toneladas, si bien la superficie cultivada sólo lo hizo en menos de un 2 por ciento; es decir, que la productividad del terreno se incrementó un 150 por ciento. Sin la Revolución Verde de Borlaug, millones de personas habrían muerto de hambre, o bien habría sido necesario destruir numerosos bosques y reservas naturales para dedicar más tierra a la agricultura.
Los últimos años de su vida los dedicó a asegurarse de que el siglo XXI tuviera también su Revolución Verde, que descansará en la biotecnología y la manipulación genética. El objetivo es lograr cosechas más abundantes con menos agua y menos productos químicos. Pero los ecologistas radicales están haciendo todo lo posible para impedir el adelanto de la ciencia; y cuentan con poderosos aliados en entidades reguladoras y organismos adscritos a la Organización de las Naciones Unidas.
Borlaug alertó de que si los ecologistas radicales y los burócratas logran detener la biotecnología agrícola, podrían finalmente producirse las hambrunas que llevan vaticinando tantos años.
© AIPE
HENRY I. MILLER, médico y biólogo investigador de la Hoover Institution (Universidad de Stanford).
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