Los números solos no hacen que un país avance, sino que es la política económica lo que determina la riqueza o postración de una nación. Por más dinero que se tenga, si éste es mal utilizado, no sirve para nada. |
No importa que los vientos económicos que soplan hacia Sudamérica sean halagüeños. Si sus políticos no encaminan su pensamiento hacia la libertad económica irrestricta y dejan de alentar los estados paternalistas, los beneficios de la demanda mundial de materias primas no servirán más que para llenar los bolsillos de los burócratas.
De los países latinoamericanos, la Argentina es el que goza de mejores posibilidades de enriquecimiento, debido a su descomunal superficie apta para el agro. Pero eso no es de ahora, fue así siempre.
El mayor error que comete el gobierno y el público argentinos es dar preponderancia a la economía en vez de a la política. En este asunto, el orden de los factores altera el producto. Desde que el populismo progresista se institucionalizó, hace cien años, el ministro de Economía ha sido la figura más relevante... y el chivo expiatorio, muchas veces justificadamente, de los errores cometidos. El ministro obedece a una ideología que es dictada por el presidente. Si el primer mandatario no tiene ideas claras y usa el erario público sólo para granjearse popularidad, en vez de en pro del beneficio general, difícilmente sus dependientes pueden responderle con inteligencia.
Ese comportamiento errático ha sido norma de todos los gobiernos, civiles y militares.
Hoy, la Argentina tiene una demanda formidable de alimentos y de productos industrializados. Brasil consume el 80% de la producción automotriz argentina. La India y China quieren comida.
El crecimiento económico es auspicioso y, pese a la deficiente administración gubernamental, el país tendrá este año un superávit comercial estimado en más de 9.000 millones de dólares.
La función de un gobierno es proteger a sus ciudadanos y crear la infraestructura para modernizar la nación, sin inmiscuirse en los negocios de las personas. En la Argentina, la ecuación es a la inversa. El estado se mete en todo lo que no debe, compite con la empresa privada, poniéndole trabas donde puede, y no protege a nadie. Cuatro de cada diez ciudadanos dicen haberse sentido vulnerados en su seguridad física.
Argentina tiene potencialmente un mercado de exportación formidable para los próximos 20 o 30 años, con un crecimiento que puede llegar a los dos dígitos, pero sólo si cambia de rumbo político.
El principal contratista es el estado, que no produce nada. No se hizo una sola autopista o avenida nueva en Buenos Aires en los últimos 40 años. Los trenes y subtes siguen igual que cuando los construyeron. Pero el estado da trabajo... Una vez, Milton Friedman viajaba por un país del Tercer Mundo. Transitaba acompañado de un ministro por una carretera en la que, a ambos lados del camino, se veían cientos de obreros con palas, cavando zanjas. Friedman preguntó: "¿Qué ocurre?". Y el ministro le respondió: "Hay que darles trabajo". Friedman, entonces, replicó: "¿Y por qué no les dan cucharitas?".
Por cada dólar que gana, el argentino debe entregar 35 centavos al estado, que los redistribuye entre sus funcionarios. Como consecuencia, gran parte de la economía se maneja en negro. Nadie quiere pagar impuestos para alimentar a oportunistas improductivos.
JOSÉ BRECHNER, ex diputado boliviano.
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