La prohibición de los toros en Cataluña me parece absurda porque va en contra de aquello en lo que fundamentan la abolición: el amor al animal. Si esto lo siguieran los demás lugares donde hay toros, lo que se conseguiría sería lo que no logró Hitler con los judíos: el Holocausto, el Tauricidio total. He aquí la primera contradicción. La segunda es que catalogan la Fiesta de los Toros, la llamada «tortura», desde su posición de hombres recibiendo las puyas, las banderillas y la estocada que recibe el toro. Y el toro es un animal; y sin embargo, no se mueven para prohibir la pesca de los pescadores de caña, que lo que hacen con los peces es mucho peor que lo que se hace con el toro. Los sustraen de su medio natural físico, se asfixian, y les meten un anzuelo, que para nosotros no sería tan grave, pero llevándolo a los terrenos del toro sería como introducirle al animal un áncora por dentro. El pescador de caña es un hombre benéfico, que a la vez que pesca puede estar leyendo un libro de moral o de poemas, como ciudadano modélico. Yo no estoy en contra de los pescadores de caña, pero lo que hago aquí ahora es comparar con los «torturadores» de los toros. Si a un hombre le dicen, cuando nace, que va a tener veinte minutos de tortura (que sería la siguiente: una sangría, que es lo que hacían los médicos hasta el primer tercio del siglo XIX), aquí tiene una razón de ser: bajarle la cabeza al toro para poder matarlo al final. Esta «sangría» el toro —animal poderosísimo— la recibe como la recibe el hombre estando enfermo. Las banderillas son seis inyecciones —¿cuántas nos han metido?—, y la estocada es lo que deseamos todos: morir de un infarto. Esa es toda la «tortura» de un animal de quinientos, seicientos y más kilos, que está agonizando y se levanta. Muere de pie, mientras que el hombre cuando tiene un dolor de cabeza lo que hace es acostarse, y no se levanta. O sea, que en la prohibición hay una falsa perspectiva.
Cuando yo era adolescente observaba los hilos telefónicos y los de electricidad repletos de gorriones. Veía bandadas de gorriones. Ahora no veo gorriones porque fumigan los campos y matan a los insectos, que es de lo que se alimentaban ellos. La Creación, que es el Azar, es violenta en ese sentido. Nos comemos unos a otros. Yo les diría a los que están contra esta supuesta tortura si ellos tratan de no comer a las gallinas y los fetos de las gallinas, que son los huevos. Si acaba la Fiesta de los Toros, sencillamente hay un Tauricidio como el que no logró Hitler con los judíos: se acaban los toros, porque para carne o para leche hay otras razas mejores y menos costosas. Y el ataque que supondría a la Ecología. Se ha hecho desde posiciones muy aventuradas y claramente políticas. De la misma manera —¡claro, dirán que no hay tortura!— deben eliminar la ópera porque no la han inventado ellos. O el cine.
Es absurda la prohibición de las corridas de toros en Cataluña porque en el siglo XVIII había más corridas de toros en Barcelona que en cualquier plaza de Andalucía. A los animales los traían primero de Navarra, que es donde aparecen los toros de las corridas, y luego de Andalucía. Como no había tren ni camiones, los trasladaban por barco desde Málaga a Barcelona. Tardaban una semana. Antes de que se formara España, cuando Cataluña era Cataluña y Corona de Aragón, había toros. El toro es el animal tótem del Mediterráneo general. Y había fiestas en la calle por los toros en época medieval. Aquí hay una mirada torcida dirigida a eliminar una Fiesta con la cual creen que derriban algo español, cuando es ibérico. Hay toros en Francia, en Portugal, en América...
Creo que esta abolición tiene un cariz político clarísimo. Nunca he presenciado toros embolados, ni de calle: no me gustan; prefiero los toros en la plaza como el espectáculo extraordinario que son. La razón pudiendo a la sinrazón, construyendo una obra de arte, muy cercana a la danza. Y lo más extraordinario es que no se ha ensayado. Hay un «partenaire», que es el animal, que se desconoce y que se va conociendo a medida que transcurre la corrida. Y que aparece con lo que sea, y hay que vencer por inteligencia a aquello, y en la ejecución de los pases hacer arte, con la capa o la muleta. Para que el espectador lo mire con razón y sensibilidad, porque puede bostezar con un pase natural y erizársele el vello en otro. Desde mi agnosticismo, sin creer yo en la mística, me puedo emocionar muchísimo con San Juan de la Cruz, y no creer en la mística, pero sí creer en el individuo que escribe desde ella ese gran poema. Y entonces lo que yo hago es, en la lectura, salir de mí mismo y abrazar la porción de Humanidad que no tengo, pero que podía tener. Y eso es TOLERANCIA. Es lo que deseamos tener nosotros; que nos toleren. Y yo lo digo: que me toleren si hubiera hecho un buen poema religioso, de la misma manera que pido que me toleren cuando hago un poema agnóstico. Soy merecedor porque soy verdadero, en aquel entonces y ahora, y merecedor en mi pequeña verdad de la tolerancia del otro, que tiene que ser asentido por los demás. Y solo así existirá la verdadera democracia, y no habrá disputas absurdas.
Siento la abolición de los toros en Cataluña, pero igual que se han prohibido ahora pueden resurgir más adelante. Pido que respeten las creencias y las aficiones de los demás, y sobre todo hablo ahora, porque no pueden votar, con la voz de los toros. Ellos preferirían que permaneciera la Fiesta porque desean su existencia. Cuando a una persona le dicen que puede padecer un cáncer terminal, le preguntan: ¿quiere vivir o no? Responderá vivir, y si llegado un momento no puede resistir, puede despedirse de la vida; que a nadie le han pedido permiso para la existencia. Por lo tanto, puede decir ¡hasta aquí! porque ama la vida y no quiere tener un recuerdo negativo. Y uno ha amado la vida porque le ha dado lo bueno y lo malo, le ha barajado las cosas y ha aceptado esa sierra con arriba y abajo; lo que no puede aceptar al final es estar inmerso en el dolor. ¿Por qué va a tener que vivir con el dolor?
Los toros han dado grandes resultados en la Pintura y en la Literatura. La segunda elegía más grande, o primera quizás —porque ya es prototipo Jorge Manrique con las Coplas a la muerte de su padre—, es la de Federico García Lorca y su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Un grandísimo poema. Y Alberti, que no era un hombre de derechas, y tantos otros. Los toros no son una cosa tan repugnante. Vi una vez un matrimonio extranjero, con su hija; cuando apareció el primer toro la niña se tapó los ojos y comenzó a llorar. Poco a poco fue abriendo los dedos, y a partir de un momento determinado de la corrida se quitó las manos y vio la lidia con normalidad. Eso es posible por el toro, que no se queja y acomete con fortaleza de cuerpo. Yo creo que el final de los toros, más que en los antitaurinos, puede estar en los protaurinos, ganaderos y toreros. Están buscando un toro repetidor, es decir, le están quitando la casta. La lidia se reduce a mantener el toro en pie. Y por ahí pueden de-saparecer los toros: porque no haya toro. Ese es el verdadero enemigo. Pedro Romero, en el siglo XVIII, elegía los toros supuestamente de más peso, y peores: nunca le cogió el toro. Se toreaba moviendo los pies, no como me dijo a mí Escudero que se bailaba: con los pies fijos en el suelo, y de la cintura para arriba con el torso y las manos, que es lo que debe hacer el torero. Pies firmes, sin moverlos, y solo desde la cintura hasta arriba cadenciosamente los pases. Y vuelvo a ver la cercanía del toreo y la danza.
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