Uno de los lugares comunes de los que podíamos llamar los «think tanks» cubanos de los años 70 y 80 era que Fidel Castro encontraba siempre su mejor plataforma política cuando actuaba desde la oposición. Era una forma ingeniosa de gobernar a la vez desde la izquierda o la derecha (según viniera al caso) pero conservando el centro firmemente bajo su control. Llamo aquí «think tanks» a los pequeños reductos de pensamiento liberal, entre los que contabas burócratas, embajadores, algunos escritores, oficiales más o menos deslenguados del Ministerio del Interior y viejos comunistas defenestrados. Pero desde que Fidel cedió el poder en 2006 por el grave padecimiento instestinal, e incluso hallarse al borde de la muerte, y de que su hermano Raúl ocupara la presidencia, perdió su equilibrio.
Vistas así las cosas, hoy tenemos la certeza de que todas las energías no comprometidas en su rehabilitación, en estos últimos cuatro años, Fidel las ha dedicado a mantener —a toda costa— su vigencia política. El despliegue de actividades fuera de su confinamiento de los últimos días, más que una muestra de su milagrosa rehabilitación y de la férrea voluntad que lo sostiene, es evidencia de su concentración en el objetivo, y más aún, de que está pujando por el poder. Así pues, mientras Raúl se mandaba a instrumentar unas añoradas medidas de cambios socioeconómicos por las que ha abogado desde los años 60, Fidel reivindicó sus actividades como opositor, pero esta vez sin estar él mismo en el centro ni ocupar los cargos de su otrora investidura.
No fue muy paciente, por cierto. No esperó a que cicatrizaran sus heridas para empezar a torpedear los proyectos de Raúl. La primera gran zancadilla tuvo lugar el 26 de julio de 2007 cuando hizo correr que Carlos Aldana, el antiguo secretario ideológico del Partido, había escrito para Raúl el discurso de tonos reformistas del acto, y a continuación vinculó el resurgimiento de Aldana con la presentación en la tele de otros dos duros de la vieja guardia: José Serguera y Luis Pavón, a los que se identifica como los Torquemada de un supuesto quinquenio gris de la cultura cubana. Desde entonces, esos son los cuatro años de Fidel sin cargos de Gobierno.
Aunque Raúl tampoco se ha quedado tranquilo, y empezó por recortarle la escolta y cambiarle el personal más allegado, que Fidel, por su parte, vuelve a tratar de reclutar. Es una lucha sórdida y sostenida. Pero la última confrontación, la iniciada la semana pasada, es merecedora de mucha mayor atención porque tiene por objetivo librar su batalla más peligrosa desde la época de Bahía de Cochinos o del derrumbe de la Unión Soviética: atajar el buen tono que cada vez con mayor celeridad adquieren las relaciones con los Estados Unidos.
El éxito obtenido por Raúl al negociar con España y la Iglesia la libertad de los presos políticos es solo la puntita de ese iceberg. Fidel emplea para el contragolpe el anuncio de la inminencia de dos guerras nucleares a desatarse a la vez en Irán y Corea del Norte. Entonces deja pasar una semana y, de repente, a oficiar por su cuenta, en un pueblito al oeste de La Habana, su acto por adelantado del 26 de julio, que es la celebración por el asalto al cuartel Moncada. El objetivo ha sido impedir las supuestas medidas de reforma económica. Y aguarle a Raúl su 26 de julio, en la ciudad de Santa Clara, donde se suponía que las iba a proclamar. Para el jaque mate, Fidel desplaza la zona del próximo conflicto hacia la frontera de Colombia con Venezuela. Esta vez no habrá armamento nuclear, pero Chávez —por orientaciones de ustedes ya saben quién— trae en la mano la baraja infalible para que los gringos salten: amenaza con cortarles el suministro de petróleo. Y, desde luego, olvídense de reforma económica. Tal es el dilema. Raúl sabe que esa reforma es imprescindible en orden de sobrevivir. Fidel, por su parte, sabe que, de lograrlo, Raúl no solo va a consolidar su gobierno sino que, de hecho, activa el peligro de barrer con todo vestigio de su legado.
El tiempo apremia. Así, el lunes pasado se apareció por el Memorial a Martí en plena Plaza de la Revolución, y el martes anunció la aparición de un libro sobre el Ejército Rebelde. Y de seguir Fidel en esta terca posición de saboteador, no solo pone en crisis el nuevo liderazgo, sino que él también puede ser la última víctima fatal de su propia torpeza.
Porque cuando no es Fidel haciéndose la oposición a él mismo —como parte de un sistema que es a su vez un todo—, sino a un nuevo y legítimo gobernante, el procedimiento se convierte en quintacolumna. Y por mucho menos que eso, ellos —los dos— han fusilado a mucha gente.
Norberto Fuentes, escritor y periodista cubano
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