Las recientes celebraciones ciudadanas con motivo de la victoria del equipo español de fútbol en la Copa Mundial han confirmado algunas intuiciones relativas a los nuevos valores de las generaciones más jóvenes. Vaya por delante la aclaración de que la juventud española actual, como las juventudes de otros tiempos y de otros países, como cualquier otra categoría social de la que se hable, no es homogénea sino que incluye una gran diversidad de matices. Pero en todos estos casos se puede utilizar legítimamente el concepto para referirse al grupo mayoritario en la categoría social de que se trate. Lo que aquí se quiere resaltar es que en las celebraciones citadas han tenido un papel especialmente significativo los jóvenes españoles, que son los que de forma muy mayoritaria han exhibido «sin complejos» la bandera española, y los que han coreado, «sin complejos», la música (ya que no existe letra oficial) del himno español, así como otras canciones populares que sí tienen letra («¡qué viva España!», «soy español, español, …»), y los que han gritado una y otra vez, «sin complejos», «Viva España» e incluso «Arriba España». Por supuesto, en estas celebraciones había personas de todas las edades, adultos, mayores, y tanto hombres como mujeres (sobre todo precisamente entre los jóvenes). Pero por todas partes y en todos los planos televisivos sobresalía sin duda alguna la presencia abrumadora de jóvenes.
Hace 32 años, el 3 de junio de 1978, y con motivo de la celebración del primer Homenaje a la Bandera, escribí en este mismo diario un artículo bajo el título «La recuperación de los símbolos» en el que señalaba que esa celebración significaba «la recuperación, para toda la nación, de uno de sus principales símbolos. La Bandera de España, gracias a esta iniciativa de la Corona, ha vuelto a convertirse en la Bandera de todos los españoles, de izquierdas, de derechas o de centro, dejando de ser la bandera de unos partidos políticos concretos». Entonces se recuperó la Bandera oficialmente, pero 32 años después se ha recuperado socialmente. Desde hace sólo unos días se puede exhibir la Bandera de España, y se puede gritar «Viva España», sin ser calificado de «facha». Sin necesidad de encuestas, puede afirmarse que los jóvenes que protagonizaron las celebraciones eran de todas las clases y categorías sociales, hombres y mujeres, de derechas, de izquierdas, de centro y apolíticos, favorables y críticos del Gobierno y de los partidos de la oposición, ateos, no-practicantes y muy practicantes, estudiantes, trabajadores y parados. Por una vez, los gritos no se dirigían contra nada ni contra nadie, eran todos a favor de España, «sin complejos». Contrariamente a otras manifestaciones, no hubo vandalismo urbano, no hubo roturas de escaparates, ni se quemaron contenedores de basura, ni hubo encapuchados, ni hubo enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, hubo sana alegría y unas ganas inmensas de demostrar la alegría y orgullo de ser españoles. Más aún, se festejaron otras banderas españolas autonómicas sin ningún problema, sin que nadie se sintiera ofendido ni pretendiera ofender, al contrario de lo que a veces sucede cuando se festeja alguna de ellas. En otras palabras, no hubo exclusión social, e incluso muchos inmigrantes, nacionalizados o no, se sintieron también españoles y partícipes de la euforia colectiva.
Las nuevas generaciones, como hicieron las anteriores, necesitan marcar su identidad y su diferencia con las que les precedieron. Cada generación deja su huella en el ideario colectivo. En un trabajo de investigación basado en más de 20.000 entrevistas personales, y utilizando la definición de generación utilizada por Ortega y Gasset (15 cohortes conforman una generación), clasifiqué a la población española en seis generaciones a partir de la de los nacidos entre 1907 y 1921 (algunos de los cuales todavía hoy viven entre nosotros con edades entre 89 y 103 años). Esta generación llegó a su mayoría de edad durante la República y la Guerra Civil, y protagonizó (entre sus 30-40 años de edad) la post-guerra y la autarquía. La generación de 1922-36 llegó a su mayoría de edad en la post-guerra y la autarquía y protagonizó el desarrollo económico de los años 60. La generación de 1937-51 alcanzó su mayoría de edad durante el desarrollo económico, y protagonizó la transición política a la democracia. La siguiente generación, la de los nacidos entre 1952-66, vivió la transición política al pasar a adultos jóvenes, y protagonizó la consolidación de la democracia. Los nacidos en 1967-81 se hicieron adultos durante la consolidación de la democracia y han protagonizado la globalización (hoy tienen entre 29 y 43 años). Pero hay otra generación en formación, los nacidos entre 1982-1996, que tienen en la actualidad entre 14 y 28 años, y por tanto sólo parcialmente han llegado a la mayoría de edad durante la globalización, y que no sabemos qué les tocará protagonizar, aunque sí sabemos que les ha tocado una época de incertidumbres e inseguridades. El análisis comparado de la sociedad española con alrededor de un centenar de otras sociedades demuestra que el cambio de valores entre las generaciones mayores y las más jóvenes ha sido mucho mayor y más rápido en España que en cualquier otro país (sólo Eslovenia muestra un cambio similar).
No es este el lugar para explicar los cambios de valores, pero sí debe resaltarse que las generaciones que han llevado a cabo los cambios más radicales fueron las que protagonizaron la transición y la consolidación de la democracia (nacidos entre 1937 y 1966). También debe resaltarse que mientras que las generaciones mayores, incluidas las dos citadas, vivieron un proceso de cambio desde la inseguridad personal y económica hacia niveles de seguridad personal y económica nunca hasta entonces alcanzados, las generaciones más jóvenes, en especial los nacidos a partir de 1982, están viviendo el proceso inverso, desde unos altos niveles de seguridad personal y económica a unos crecientes niveles de inseguridad personal (terrorismo internacional, conflictos sociales, cambio climático, crimen organizado y delincuencia ciudadana) y económica (paro, crisis económica y financiera) desconocidos hasta ahora. Para esta nueva generación no sólo está muy lejos la guerra (in)civil, sino la propia transición política, de la que sólo conocen tres o cuatro protagonistas principales.
La nueva generación de españoles, los «jóvenes sin complejos», se sienten españoles como algo natural, sin bravuconadas ni temores al «qué dirán», porque necesitan afirmar su identidad, porque han viajado, porque han pasado más años en las escuelas, porque están en contacto con el mundo exterior a través de las nuevas tecnologías de la comunicación y la informática, porque no se sienten condicionados por un pasado de confrontaciones de sus abuelos y bisabuelos, pero sobre todo, porque saben compaginar, sin exclusionismos, sus diferentes identidades de barrio, de ciudad, de región o Comunidad Autónoma, española y europea, «sin complejos». Los políticos deberían tomar nota de que esta nueva generación tiene otras prioridades, que no se vinculan a ideologías globales, sino que se posicionan ante cada cuestión concreta, que viven la religión, la política, las relaciones entre hombres y mujeres, la participación en la sociedad, de maneras muy diferentes a las generaciones precedentes. Su sistema de valores no es ni mejor ni peor que el de generaciones precedentes, simplemente es distinto, como también fueron distintos los sistemas de valores de cada generación respecto a los de las anteriores.
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