¿Qué hubiera sucedido en España si hace diez años —ayer se cumplieron— el PSOE, en lugar de elegir como secretario general a José Luis Rodríguez Zapateo, hubiera optado por cualquier a de los otros tres candidatos al cargo, José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez? Seguramente no hay ejercicio más inútil, demoledor y frustrante que tratar de reconstruir un pasado hipotético, tal y como ha hecho Zapatero con la memoria histórica para resucitar unos odios ya caducados; pero el juego es tentador y sugiere algunas enseñanzas política y cívicas para quienes no se sientan ya, esclavizados a una sigla, poseedores de la verdad y en la certeza de su conducta electoral. Zapatero sucedió en la Secretaría General de su partido a Joaquín Almunia, un personaje más valioso que cotizado, por la aplicación del españolísimo principio del «mal menor», generalmente causante de catástrofes inmensas.
La esforzada sindicalista y ex ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, fue rechazada por «guerrista» y ahora sestea en un escaño de la Asamblea de Madrid. Rosa Díez, la menos votada de los aspirantes y entonces veterana en la política socialista del País Vasco, decidió volar por su cuenta y hoy lidera, con más ahínco que posibilidades, un partido, el UPyD, que es el sexto más votado entre todos los españoles y uno de los tres que, en verdad y todavía, pueden decirse nacionales. José Bono, que encabezaba los pronósticos, obtuvo 9 votos menos que los 414 que auparon al, hasta entonces, silente e ignoto diputado leonés y cabeza de una «Nueva vía» que ha resultado ser una vía muerta y que, de hecho, ya se ha llevado por delante en la vida pública a muchos de sus pocos integrantes. Bono, en el Congreso y en plena turbulencia personal y mediática, capea el temporal.
Decía el párroco de mi pueblo, en un alarde de optimismo muy meritorio en tiempos en que la borona era un manjar, que siempre ocurre lo mejor entre todo lo que tiene que ocurrir. Zapatero sobrevino como presidente, hace seis años y contra las previsiones más sentadas, tras los últimos delirios aznaritas simbolizados en una boda mayestática y delirante en El Escorial, en la confusión del 11-M en el que las intrigas de unos y las torpezas de otros resultan igualmente censurables. En este tiempo ha sentado cátedra de improvisador temerario y nos ha dado numerosos testimonios de su escaso compromiso con la verdad. Es capaz de prometerle un AVE e Miguel Ángel Revilla, un Estatuta José Montilla, la felicidad a los españoles y un sosegado veraneo a toda su familia que es, por cierto, lo único que se apresta a cumplir.
M. Martín Ferrand
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