El debate democrático está cada día más enfermo en Cataluña. En una votación trascendental como es la prohibición de las corridas de toros, los nacionalistas ni siquiera han tenido la vergüenza torera de explicar la auténtica motivación de su voto, la exclusión de los símbolos de España. Hasta su excusa, el supuesto deseo de eliminar la tortura a los animales, se ha presentado con la boca pequeña de quien no tiene el valor de reconocer sus propias pulsiones antiespañolistas pero tampoco la desfachatez de desplegar con soltura la mentira.
Saben los nacionalistas que el argumento de la tortura es impresentable en la medida en que no prohíben los correbous. Los correbous desactivan la razón del sufrimiento de los animales. También la indiferencia al resto de formas de torturas a animales desacredita la coherencia de los movimientos antitaurinos, pero a pocos les importa la incoherencia de unos movimientos que son al fin y al cabo radicales y extravagantes. Que buscan el golpe de propaganda y atención mediática y no la solidez de las ideas.
Muy degradada está la política en Cataluña cuando los nacionalistas, que sí buscan la coherencia en su mensaje, no tienen el valor de explicar sus motivaciones. Como si ellos mismos sintieran el ridículo de llevar el antiespañolismo a estas cotas tan inauditas. Quizá inquietos por el temor de haber ido demasiado lejos, de haber sido arrastrados por el monstruo fanático y excluyente que han ayudado a crear.
Aún más patética es la falta de valor del nuevo nacionalista Montilla. Que tendrá que explicar en el resto de España, él o su partido, por qué el socialismo nacionalista ha sido incapaz de liderar el no mayoritario de su partido a la prohibición. Por qué ha votado como si fuera culpable. Por qué se ha escondido. Por qué ni siquiera ha tenido la vergüenza torera de defender su posición y su maltrecho honor.
Edurne Uriarte
www.abc.es
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