¿Y si esa prohibición de los toros que acaba de decretar el Parlamento catalán devolviera a la fiesta su viejo brillo? No me extrañaría. Lo prohibido tiene un atractivo irresistible, recuerden la manzana que nos costó el Paraíso, y si los catalanes iban a Perpiñán a ver películas eróticas, puede que vuelvan para ver corridas, aunque algunos las tendrán más cerca en Valencia o Zaragoza.
Los toros venían languideciendo en Cataluña —17 corridas este año en la Monumental de Barcelona frente a las cien que llegó a albergar en sus días de gloria—, y no sería la primera vez que unos legisladores demasiado ordenancistas cosecharan justo lo contrario de lo que pretendían.
Aunque, ¿qué es lo que realmente pretende proscribirse de Cataluña? Alegan que una forma de crueldad con los animales. Les creería si los nacionalistas hubieran mostrado igual sensibilidad para la crueldad con las personas, especialmente con las víctimas del terrorismo. ¿Recuerdan a Carod Rovira en Perpiñán, no a ver películas X, sino a algo aún más pornográfico? No creo que haya que ser muy malpensado para sospechar que se intenta desterrar de Cataluña la fiesta nacional española. Como intenta desterrarse cuanto huela a español, empezando por la ñ y terminando por los apellidos. Es una limpieza gramatical, que pronto pasará a las costumbres y terminará en las personas, como ha sucedido allí donde el nacionalismo ha logrado imponer su doctrina exclusivista y excluyente. Lo más curioso es que mientras España se abre, Cataluña, la comunidad española un día más abierta, se cierra; mientras España se pluraliza, Cataluña se restringe; mientras España tolera, Cataluña prohíbe; mientras España avanza, Cataluña retrocede, ya que las comunidades se caracterizan tanto o más por lo que prohíben que por lo que autorizan.
Aquel padre del liberalismo político que fue Voltaire dijo algo que viene a resumir el talante democrático: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defendería hasta la muerte su derecho a decirlo». A mí no me gustan los toros. Asistí hace sesenta años a una corrida y me aburrí soberanamente, por lo que no he vuelto. Puede que debiera haberlo hecho, para ver de encontrar lo que muchas personas que admiro definen como su magia. Pero me atraen más mil otras cosas, y la vida es corta. Ahora bien, hay algo que me gusta aún menos que los toros y es que se prohíban las corridas. Si los toros tienen que acabarse, que se acaben de muerte natural, con el público no acudiendo a las plazas, no por la prohibición dictada desde un parlamento, con fuertes connotaciones políticas y clara intención antiespañola.
José María Carrascal
www.abc.es
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