Dicen que quienes abuchearon a Zapatero y reclamaron su dimisión en el desfile militar eran «ultraderechistas»; en lo que se demostraría que la «ultraderecha» tiene firmado algún tipo de pacto con la izquierda por el que se compromete a hacerle el trabajo sucio o ruidoso, porque lo que reclamaban los abucheadores es exactamente lo mismo que reclaman, sotto voce, todos los políticos socialistas, cuando les preguntas por su horizonte electoral. «Zapatero tiene que desaparecer del mapa cuanto antes —repiten abrumados—; si vuelve a presentarse, será el desastre». Y, mientras los conmilitones de Zapatero reclaman sotto vocelo mismo que reclamaban los abucheadores del desfile militar, ¿qué reclama la derecha? Pues hay una derecha más resuelta o preocupada por la ruina de la patria que reclama elecciones anticipadas; y otra derecha más maquiavélica o preocupada por los intereses de su partido que prefiere que Zapatero se mantenga en la poltrona hasta agotar su mandato, para que su desgaste sea aún mayor. Pero lo que toda la derecha desea, con unánime anhelo, es que Zapatero vuelva a presentar su candidatura, para que la animadversión que cada vez más españoles le tributan se sobreponga, en la coyuntura electoral, a la tibia indiferencia que destinan a Rajoy. Zapatero encarna esa acuñación injuriosa o despectiva que los corifeos mediáticos del Gobierno colgaron, a modo de sambenito, sobre las espaldas del bueno de Tomás Gómez; Zapatero es el verdadero «candidato de la derecha».
¿Quiénes reclamaban la dimisión de Zapatero en el desfile militar? La derecha desea fervorosamente que vuelva a presentarse; y aceptar que una fantasmagórica «extrema derecha» se haya convertido en altavoz de las zozobras que los socialistas emiten en sordina resulta demasiado rocambolesco. ¿Quiénes nos quedan, entonces? Pues nos quedan las personas que no están contaminadas de turbios cálculos partidistas, el pueblo superviviente de las consignas y de la propaganda, la buena gente que aún se atreve a expresar su disgusto espontáneamente, repudiando a quien considera responsable de sus calamidades. El repudio popular puede ser en ocasiones irrazonable; pero cuando los destinatarios de ese repudio tratan de reprimirlo, de censurarlo o de asignarle procedencias estrafalarias, ya han reconocido su razón.
Causa risa floja que la ministra Chacón, a quien hemos visto posar encantada de la vida en actos oficiales al lado de quienes reclamaban solidaridad con un actor que se cagó en la «puta España», exija ahora respeto a la enseña nacional y a los caídos por España. Pero la hipocresía, aliada con su hermana la desfachatez, permite tales licencias. Y permite, por supuesto, colocar al público asistente al desfile militar a una distancia tal del palco de autoridades que le impida ver lo que allí sucede; permite que las pantallas gigantes de televisión que otros años se desplegaban en la Castellana sean retiradas; permite, en fin, que la ceremonia se convierta en un lejano y confuso barullo, provocando que quienes desean abuchear a quien consideran responsable de sus calamidades lo hagan a ciegas y a destiempo, para después poderlos caracterizar como ultraderechistas que han perdido el respeto a la enseña nacional y a los caídos por España; o sea, como los ultraderechistas más raritos del mundo. Pero a la hipocresía, aliada con su hermana la desfachatez, le están permitidas todas las licencias, con tal de evitarle un mal trago al candidato de la derecha.
Juan Manuel de Prada
www.abc.es
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