Mientras escuchábamos los abucheos a Zapatero en el desfile de ayer, un amigo me decía: «No entiendo por qué Rajoy se empeña en que Zapatero convoque elecciones. ¿No se da cuenta de que cuanto más las retrase peor estará? El presidente ha agotado su prestigio y sus fórmulas. La situación no hará más que deteriorarse y al final serán los suyos quienes le echen, para no hundirse con él. ¿No lo ve Rajoy?».
Le escuché con interés y me tomé tiempo para contestar, pues habíamos topado con el principal problema de España hoy.
«No se trata —dije— de unas elecciones ni de quien va a ganarlas, con ser fundamental. Tienes razón al decir que Zapatero está quemado, que su gestión ha sido una cadena de planteamientos equivocados y de falsas decisiones, que han arruinado su prestigio y a España, por lo que las cosas irán de mal en peor. El problema, sin embargo, es precisamente ése: lo que puede empeorar de aquí en adelante, las decisiones que puede tomar en esta última fase de su mandato, los daños que puede aún causar al país en este año y medio que le queda de agonía política. El más inmediato: las concesiones que haga para mantenerse en el poder. Ya has visto los cientos de millones de euros que pagó al PNV por su apoyo en los próximos presupuestos generales del Estado, y está por ver si no puso en peligro la caja única de la Seguridad Social, a más de minar el prestigio de Patxi López y su labor de recuperar trabajosamente la seguridad, normalidad, libertad, decencia y justicia en el País Vasco. En Cataluña, ya oíste lo que dijo en Gavá para congraciarse con los catalanes: que sigue dispuesto a recuperar algunos de los artículos del Estatut, declarados anticonstitucionales por el Tribunal Constitucional. Lo que nos devolvería a la situación anterior, de si es constitucional o no».
Hice aquí una pausa para contemplar a mi interlocutor. Su semblante mostraba preocupación, pero no toda la que deseaba. Así que reanudé la perorata.
«Y no es sólo eso. ¿Qué va a hacer para congraciarse de nuevo con los sindicatos, tras el fracaso de su huelga? ¿Va a aflojar las medidas de ajuste, como le piden? Sabe que Bruselas y los mercados le vigilan, pero a él sólo le interesa el problema que tiene delante, los otros, ya veremos. Puede, por tanto, dar marcha atrás, como llevarse por delante lo que sea, si sigue gobernando. Estamos ante alguien que, por retener el poder, es capaz de acabar con España. Y si esperamos a que su partido le eche, mejor que nos sentemos. ¿Dónde se van a ir todos ellos y ellas? Así que mejor que salga hoy que mañana».
Los gritos de «¡Dimisión!» continuaban. El destinatario, como si no fuesen con él.
José María Carrascal
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