Las Letras españolas viven horas de satisfacción por la concesión del Premio Nobel al hispanoperuano Mario Vargas Llosa, que hace el undécimo en la nómina de escritores en lengua española. La impredecible Academia Sueca, a veces caprichosa y a veces equitativa, ha acertado de lleno en esta ocasión, aunque se haya demorado más de la cuenta, al galardonar a una de las personalidades más excepcionales de la Literatura mundial, de más hondo aliento creativo y de un compromiso intelectual y cívico que ha influido en amplios sectores sociales, sobre todo en Iberoamérica. Figura central de la narrativa hispana del último medio siglo, Vargas Llosa es la encarnación de la pasión literaria sin limitaciones y no hay género en el que no haya penetrado con su obsesión creadora. Novela, cuento, relato, teatro, ensayo, crítica literaria, crónicas y artículos periodísticos, memorias y hasta poesía configuran una de las bibliografías imprescindibles del siglo XX. Pero destacan por encima de todo lo demás su genialidad narrativa, su capacidad analítica y su compromiso moral con las libertades en una época de grandes imposturas ideológicas. Como novelista, Vargas Llosa no sólo figura a la cabeza del ya histórico «boom latinoamericano», sino que ha revitalizado el género narrativo trayendo a la tradición cervantina el espíritu de las vanguardias. La doliente transformación del continente hispano, tomando a Perú como punto de partida, forma la sustancia de sus novelas más célebres. Y es ahí donde asoma la otra gran faceta de su personalidad: su insobornable responsabilidad cívica, que incluso le llevó a disputar infructuosamente la Presidencia de Perú. Es muy probable que si Vargas Llosa no hubiera apostado tempranamente por la democracia y las libertades en Iberoamérica, frente al marxismo que impregnaba casi toda la casta intelectual, hace años que habría sido galardonado con el Nobel. Sin embargo, fue de los poquísimos escritores y ensayistas que desde finales de los años 60 se alzó contra la tiranía castrista, que gozaba de los ditirambos de destacados mandarines intelectuales, y se arriesgó al estigma y la marginación de los poderosos que le tachaban de enemigo derechista y liberal, a pesar de que siempre estuvo en primera línea contra los espadones golpistas y dictadores de todo pelaje. Más recientemente, con esa misma convicción y lucidez, Vargas Llosa ha fustigado los populismos de nuevo cuño, como los de Chávez y Evo Morales, los nacionalismos empobrecedores, que él experimentó personalmente en Cataluña, y el radicalismo islámico que amenaza seriamente la convivencia en las sociedades occidentales. Su coherencia intelectual y moral es de todo punto admirable y sustenta una obra que le coloca entre los grandes ensayistas de lengua española. Fue un gran acierto que el Gobierno le concediera en 1993 la nacionalidad española y que las instituciones de nuestro país le hayan galardonado, entre otros, con los premios Príncipe de Asturias y Cervantes. Que ahora sea el Nobel quien corone su obra y su testimonio no añade nada nuevo, aunque resulte muy útil para hacer más universal a un escritor que sólo tiene enemigos entre los mediocres.
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