«Y es de temer que en aquel matrimonio, tan lejos de ser perfecto, al que iba a entregarse, no fueran aquellas las últimas que estaba destinada a derramar». Estas son las últimas palabras de la brillante novela de Henry James, Las bostonianas. Se refieren a una ultra-feminista que se enamora y se casa con un reaccionario encantador. Las cito ya que una vez que hablé con Mario Vargas Llosa sobre los libros que había leído últimamente, mencionó la cita sin referirse a ningún texto. Mi memoria recuerda el dato de que Mario es el más leído de todos mis amigos, en todos los idiomas. Si le preguntara algo sobre Tirant lo Blanc, la brillante novela valenciana de Joanot Martorell de la década de 1490, se acordaría en el acto de que en las últimas páginas, por increíble que parezca, un inglés se convierte en emperador de Constantinopla. Esa, señores míos, era una proeza tan extraordinaria como que un peruano se convierta en el ganador del Premio Nobel de literatura. Casualmente, Mario escribió una brillante introducción en la primera edición en francés de Tirant en 2003. Muy atinadamente, tituló el ensayo Roman sans frontières.
Eso es sin duda lo que pensamos cuando oímos hablar de las brillantes novelas de Mario. La tía Julia , inspirada en la primera mujer de Mario, es claramente peruana, pero nos la podemos imaginar en cualquier otro lugar. En París, por ejemplo, donde Mario ha sido tan feliz. ¿No dijo acaso que un mes en París es como leer una larga y admirable novela histórica? Eso fue cuando era estudiante en París en la década de 1950. A un hombre que ha escrito tan bien sobre Brasil, en esa extraordinaria reconstrucción que es La guerra del fin del mundo (1981), no hay que limitarlo a ninguna frontera geográfica. Otra novela internacional es La fiesta del chivo, en la que de manera brillante se destruía de una vez por todas la reputación del dictador de Santo Domingo, Trujillo. También existe una nueva novela basada en el explorador y traidor inglés Roger Casement, que es una obra para la posteridad. Pero Perú siempre está ahí. La ciudad de los perros es su novela más original de la década de 1960, y luego está el excelente estudio de ese deshonroso movimiento terrorista, Sendero Luminoso, titulado Lituma en los Andes.
Al hablar de Mario el escritor no deberíamos limitarnos a las novelas. Ya ha escrito una excelente autobiografía, El pez en el agua, que es seguramente el mejor testimonio personal de un escritor iberoamericano de nuestra época, que se centra en la infancia del autor y que por fuerza hay que admirar tanto por su honestidad como por su excentricidad (las escenas cotidianas en un periódico en —¿era en los años 1950?— son difíciles de superar y sus nostálgicos recuerdos de los burdeles de la vieja Lima son asombrosos). Pero ahora Mario es conocido por ser un consumado ensayista que escribe con gran estilo y profundidad de forma habitual en el periódico liberal español El País. Eso dice mucho de los directores de ese periódico, ya que están dispuestos a publicar de manera habitual a Mario, cuyas opiniones son ahora esencialmente, aunque también creativamente, conservadoras. Por supuesto que Mario ha escrito artículos políticos, pero creo que sus amigos recordarán más los ensayos como los que escribió durante sus viajes, como por ejemplo, la extraordinaria serie de artículos que escribió sobre los primeros días de Estados Unidos en Irak.
También está, y no debemos olvidarlo ni por un instante, Mario, el admirable orador. Ha enseñado mucho en universidades de todos los rincones del mundo, desde Berlín hasta Princeton, pero pienso más en Mario, el magnífico conferenciante que puede iluminar tan bien el tema o la persona que está presentando, y que puede hacerlo tanto en inglés como en español y supongo que también en francés. Una vez, en 1982, presentó en el Ateneo de Madrid una edición en español de mi historia del mundo. Fue toda una hazaña. Le pedí una copia de lo que había dicho. «Pero Hugh, si no tengo notas», fue su respuesta.
Conocí por primera vez a Mario en Londres en 1970. Por aquel entonces, aunque ya había publicado varias novelas magníficas entre las que se incluían La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en la catedral, no era muy conocido fuera de Perú. Estaba dando clases, creo, en un colegio de Hampstead. Nos conocimos en el piso en Gloucester Road del escritor cubano exiliado, Guillermo Cabrera Infante, que era amigo mío desde que fui a Cuba en 1961. Todos nosotros éramos exiliados de izquierdas, ya que Mario realizó unas entusiastas prácticas izquierdistas en la década de 1960 de las que no da cuenta en El pez en el agua, aunque estoy seguro de que lo hará pronto en otras memorias. Después de eso, vi bastante a Mario, y Hernando de Soto y él me invitaron a una conferencia en Perú, creo que en 1982, para hablar del legado del imperio español. Por aquel entonces, de Soto, con su justificación del capitalismo, El otro sendero, parecía el héroe de esa época y mencionó a Mario como posible ministro de Cultura, si conseguía ganar las próximas elecciones presidenciales peruanas. Pero entonces, por aquella época, Mario empezó a darse cuenta de que tenía unas dotes excepcionales para la política y fue él quien se erigió en líder del Perú tradicional con el partido que fundó y que parecía reflejar las esperanzas de los partidarios del libre mercado. Acudió a una cena que ofrecí en mi casa en 1982 para que Margaret Thatcher conociera a algunos escritores. La consiguiente campaña presidencial de Mario se llevó con mucho brío y con mucho valor, pero al final fue derrotado por un peruano de origen japonés menos refinado, Fujimori.
Pero ahora, el ganador absoluto es Mario. ¡Enhorabuena!
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