sexta-feira, 8 de outubro de 2010

Un Nobel merecido

De tanto en tanto, la Academia Sueca acierta y premia a un auténtico escritor. Como en 2010, que ha otorgado el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. En casos como éste, es el escritor quien honra el premio y no a la inversa, como suele ocurrir.

Lo más atractivo de su obra es la perfecta simbiosis de clasicismo y modernismo. Contiene todos los elementos de la novela del siglo XIX, con todas las técnicas innovadoras del XX. El resultado es pura dinamita, digamos en honor del descubridor de la misma y mecenas del premio. Vargas Llosa no se limita a experimentar con el lenguaje, aunque experimenta; ni a contarnos una historia, aunque nos la cuenta; ni a repetir lo ya contado en otro tono, porque siempre encuentra algo distinto en un tono diferente. Camina a grandes zancadas sobre el espacio y el tiempo, sobre la infancia y la vejez, sobre el amor y el odio, sobre la vida y la muerte, sin olvidar nada y sin detenerse ante nada, como un huracán que soplase desde los mismos orígenes de la creación. Desde aquella sacudida que nos dio con «La ciudad y los perros» hasta hoy, Vargas Llosa no ha dejado de asombrarnos y conmovernos. A veces da la impresión de que él mismo es incapaz de controlar su capacidad creadora, que entierra la anécdota en relato universal y nos devuelve al origen de las pasiones, a la raíz del pensamiento, a la patria original, en la que todos los hombres somos hermanos y rivales, como su prosa, exquisita y bárbara, matemática y poética. Nos sorprende sin pretenderlo, nos fascina sin buscarlo.

Todos los novelistas escriben en el fondo su autobiografía, más o menos enmascarada. Pero en Vargas Llosa esa interrelación es tan estrecha, tan dinámica, tan profunda, que podemos adivinar cuál va a ser su próxima novela, vigilando lo que está haciendo. Sobredimensionando la realidad, como corresponde a los verdaderos creadores, Vargas Llosa se olvida muy pronto de su yo, para pensar en nombre de todos, encadena las pasiones particulares, para convertirlas en pasión universal, eleva, en fin, la anécdota a categoría. Con lo que su biografía, sea en un colegio militar, en el primer amor, en la selva o en una campaña electoral, se transforma en gran fresco de nuestra época. Sin perder nunca el norte ni olvidar nunca su compromiso con el hombre. Mario Vargas Llosa no ha tenido nunca miedo a defender aquello en lo que cree. Es lo que le hace ser algo más que un simple escribidor, como el gusta llamarse, para convertirse en una gran persona, algo que vale más que todos los nobeles, aunque bienvenido sea éste, pese a su retraso. Si fuese de izquierdas en vez de ser liberal, hace mucho tiempo que lo hubieran dado.

José María Carrascal

www.abc.es

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