El premio Nobel que se acaba de conceder a Mario Vargas Llosa nos ha llenado de una inmensa satisfacción, porque estamos convencidos de la excelente calidad que ha sabido alcanzar en la creación de su narrativa y la profunda inteligencia que ha puesto al servicio de la investigación literaria.
Pero también porque de algún modo entendemos que el Nobel de este año ha sido un reconocimiento más a la lengua española, la lengua de las dos orillas, como la llamaba el primer editor de Mario Vargas, Carlos Barral; las dos orillas que hoy se sienten premiadas en la misma medida que debe sentirse Mario Vargas, que ha sabido acercarse no sólo a ellas con sus historias sino a todas las orillas de todos los países del mundo.
Me gusta pensar, pues, que este Nobel nos toca de muy cerca por más que la nacionalidad inicial de Mario Vargas sea la peruana.
Desde que en el año 1962 del siglo pasado Mario Vargas llegó a España para recibir el premio Biblioteca Breve por su hermosísimo libro 'La ciudad y los perros', no ha dejado nunca de visitarnos, sea para quedarse a vivir en Barcelona como hizo en aquellos años posteriores a ese premio y a la publicación de 'La casa verde' y 'Conversaciones en la Catedral', sea para detenerse en nuestro país en periodos más largos que una mera visita.
Desde entonces no ha dejado de recibir múltiples agasajos y muestras de admiración y afecto por parte de las instituciones oficiales o privadas y del público que se acostumbró a leerle en los periódicos y en las publicaciones españolas, a escuchar sus opiniones sobre los acontecimientos de la política nacional o internacional, a verle en la televisión, a comentar sus actuaciones en el teatro y por supuesto a leer los libros, novelas o ensayos, que sin prisas ni pausas excesivas ha ido publicando en editoriales españolas a lo largo de todos estos años, desde donde han salido los contratos de traducciones a varias decenas de lengua que han invadido el mundo entero.
De alguna manera mucho antes de conseguir la nacionalidad española, Mario Vargas ya era considerado por todos nosotros un ciudadano más de este país que se ha sentido orgulloso de que nos hubiera elegido como compatriotas. Todos sabíamos que la mayor parte de su tiempo lo pasaba en Londres como si desde allí su actividad, su genialidad y su influencia irradiaran a los demás lugares de la geografía del mundo, a los que por necesidades de su quehacer se desplazaba, nunca se nos ocurrió minimizar su afinidad con nosotros, porque no sólo lo comprendíamos sino que lo envidiábamos.
Conocí a Mario en 1962 y a lo largo de los años he podido constatar y corroborar en infinidad de ocasiones una de las características más constantes de su personalidad: su carácter jovial, educado y amistoso, su conversación inteligente cargada de ironía, la excelencia de su criterio literario.
Pero lo que más sorprende es su profunda vocación que ha sabido traducir en la más pura y genial imaginación y fantasía que junto a su inmensa capacidad de trabajo y unas dotes excepcionales para elaborar una estructura narrativa y mantener el ritmo y la música de su prosa, lo ha llevado a la cumbre de la creación literaria. Mi admiración por esas cualidades no ha hecho más que aumentar con los años, y mi amistad se ha mantenido incólume al margen de nuestra distinta forma de entender los caminos que podrían llevarnos a un mundo mejor.
Enhorabuena, querido Mario, este Nobel de Literatura del año 2010 nos alegra y nos emociona, porque es un premio justo y merecido. ¡Enhorabuena!
Rosa Regás
www.elmundo.es
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