Son fanáticos, pero no idiotas. Aprenden de la experiencia, observando nuestra reacción y la del musulmán de la calle ante sus actos. Han cometido errores fatales, como matar musulmanes de forma indiscriminada en Irak o Jordania y han podido comprobar cómo pasaron de ser respetados muyahidines a detestados terroristas. Pero han constatado que su crédito asciende cuando humillan a Occidente, destruyendo centros financieros o forzando negociaciones vergonzosas que concluyen en liberación de presos islamistas y pagos de millonarios rescates.
La característica esencial de Al Qaida es su militancia en la Yihad Global. Para sus dirigentes la vuelta al auténtico Islam no se puede hacer en un marco meramente nacional, porque han podido comprobar que allí donde hay Estado los servicios de inteligencia, cuerpos de policía y Fuerzas Armadas tienen la capacidad de localizarlos y eliminarlos. Buscan el refugio de estados fallidos para concentrar sus centros de mando, control y adiestramiento y actúan de forma descentralizada si encuentran suficiente apoyo. Han aprendido que la asunción de causas locales pueden atraerles simpatías. Ese fue el caso palestino. Durante años la habían ignorado y no es ningún secreto el desprecio que sienten por sus dirigentes. Pero aún así no dudan en enarbolar una bandera que parece justificar sus acciones criminales.
La exigencia de revertir una ley sobre el uso del burka en Francia es otro ejemplo en la misma línea. Ellos ya saben que el gobierno de París no va negociar y que tratará de rescatar a sus ciudadanos. De ahí que pidan un imposible. No se trata de facilitar una negociación sino de establecer una conexión sentimental con el islamismo francés en concreto y con el musulmán de a pie en general. La bandera de los islamistas franceses resulta útil cuando se trata de legitimar el asesinato y la extorsión.
Florentino Portero
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