Hay que ver cómo se ha puesto el centrismo zen por unos pitos a Zapatero en la Fiesta Nacional, que, por votación de los toreros, ya no son los toros, sino los legionarios. Si el centrismo zen frecuentara los toros, sabría que esos pitos a Zapatero no van a ninguna parte. ¿O qué cree el centrismo zen que son los españoles? «El pueblo español está acostumbrado a ver los toros desde la barrera, a camorrear en los tendidos, y de aquí no pasa...», escribe Ramón Pérez de Ayala en su pequeño ensayo sobre Don Tancredo, verdadero patrón laico de España, el país de los parados. O de los «oferentes de empleo», como quieren los socialistas que se diga, cuando en España, antes de los socialistas, oferentes, lo que se dice oferentes, no había sino las vulvas de los poemas del poeta verdadero. ¿Se nos va a venir abajo Zapatero por unos pitos? ¿Qué clase de nenazas nos estarían gobernando? Morante se ha pasado toda su carrera oyendo pitos como si nada, y al final, por el arte de birlibirloque, empezaron a tocarle las flautas. ¿Qué ha cambiado, si sus barbillazos —mentón en conversación con el esternón— son los mismos? El público, y de qué modo. El día del Pilar, en Las Ventas, para ver a los gracilianos —es decir, toros— sólo estábamos los turistas japoneses, los estudiantes norteamericanos, las «Erasmus» italianas, los mexicanos de paso, unos amigos del barrio... y Morante, que quería saber cómo es una corrida de toros. Todos los aplausos y todas las «Erasmus» fueron para él. ¿Quién nos dice que en dos años no ocurrirá lo mismo con Zapatero? Es verdad que Morante se parece cada día más al apuesto cura periodista Javier Alonso Sandoica, mientras que Zapatero se ha estancado en su cara de Mr. Bean privado de su osito. Mas si yo fuera su psicoanalista le diría que esos pitos madrileños son amor de desesperados, como dijo Cocteau de los insultos de Picasso a España.
Ignacio Ruiz Quintano
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