Interpretar el impacto de las enseñanzas del Corán y las enseñanzas y los hechos de la vida de Mahoma en la vida social es complejo, y lo suficientemente amplio y equívoco como para que pueda esgrimirse, por unos, que se trata de una religión de paz y libertad y, por otros, de guerra. Lo que no es tan interpretable es la experiencia histórica, y aquí el pasado da la razón a unos. Podemos distinguir teóricamente entre islam e islamismo. Pero lo que muestra la historia es que el islam es incompatible con la democracia liberal. No existe un solo país de mayoría musulmana que sea democrático, ni lo ha existido nunca. Allí donde el islam logra imponerse socialmente, las instituciones liberales, o aquellas que se le parezcan, perecen irremediablemente.
Para que esto se cumpla, el proceso debe pasar por sucesivas fases; parece evidente: aparición de comunidades musulmanas cerradas al margen de la ley en las que la policía y la justicia no entran; liderazgo radical por parte de imanes que empujan a la comunidad hacia el aislamiento y el fundamentalismo, creando un clima de violencia; radicalismo reivindicativo y expansión demográfica hacia el exterior, que hacen que se vaya extendiendo; y por fin desestabilización social y a veces toma del poder. Si como suele ocurrir los que se imponen son los islamistas, la cosa acaba en un régimen despótico, que desde el punto de vista democrático constituye una aberración.
Que este proceso se está dando en Europa no lo dice Wilders, sino los propios islamistas; los mismos que dicen que acabarán con la democracia liberal tan pronto como sean mayoría. Así que el juicio a Wilders es grave por dos aspectos. En primer lugar, por el grado de degradación intelectual y política europea, que está llevando a la marginación y a la instauración de una censura cultural y mediática que arroja a las tinieblas del ultraderechismo a quienes advierten de la incompatibilidad entre islamismo y democracia, y del peligro que el primero supone para la estabilidad y el bienestar europeo (lo cual es evidente sólo con escuchar a los islamistas). Mal vamos si denunciar los peligros evidentes para nuestras democracias se convierte en sinónimo de radicalismo y ultraderechismo.
En segundo lugar, el caso Wilders es grave por el hecho de que es la primera vez que un tribunal europeo, parte del entramado institucional de un país europeo, supuestamente garante de las libertades y derechos europeos, se pone de parte de sus propios enemigos. Peor vamos si los tribunales de justicia europeos se ponen de parte de quienes los eliminarán rápidamente para instaurar tribunales islámicos. Por otra parte, el caso es tragicómico: se acusa a Wilders de afirmar que el islam es un peligro para las libertades europeas, cuando él mismo ha sido condenado a muerte por esos mismos que supuestamente se han visto ultrajados por recordárselo.
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