Thomas Mann en su despacho
De la raya diplomática al pijama listado de Auschwitz slo va el grueso de la línea. La más fina condición cultural, una vez más, no salva del crimen, lo que turbó a Adorno y a Steiner y vuelve a demostrar una de esas investigaciones ejemplares en que se embarcan los alemanes cada tanto: su cuerpo diplomático participó en el Holocausto y persiguió en el exterior a la disidencia intelectual, incluida la del premio Nobel Thomas Mann. La indagación entablada sobre la responsabilidad, del alto cuerpo del stado, durante el régimen nacional-socialista, revela que a Mann y a su amplia familia, apenas siete años después de la máxima distinción literaria, cultivados representantes de la diplomacia alemana buscan desposeerlo de sus derechos y ciudadanía, como se hizo con tantos.
Nada menos que el embajador Ernest von Weizsäcker —vástago de una reputada aristocracia intelectual, cuyo padre fue aún primer ministro del Reino de Württemberg y su hijo iba a ser, en los años 80, sexto presidente de la República y quien presidió sobre la reunificación se ocupó personalmente del «caso Mann», como revela el historiador Eckart Conze. El jefe de la comisión de investigadores es taxativo en sus primeras manifestaciones al Frankfurter Allgemeine Zeitung, tras cinco años de trabajos, en los archivos de un ministerio demasiado elitista como para pensarse manchado en el exterminio hebreo: todos, de embajadores hasta contables, supieron y «participaron desde el principio, de forma activa, en la persecución, privación de derechos, expulsión y exterminio de los judíos» de Europa, de sus disidentes.
Y es on Weizsäcker el que durante su embajada ante Suiza, en 1936, realiza el informe que contribuirá a convertir a Thomas Mann en apátrida. El eximio autor de «Los Buddenbrock» y «Muerte en Venecia» se había exiliado en la Confederación Helvética, y pasaría la guerra en EE.UU. lanzando mensajes radiofónicos contra el régimen. Ernest von Weizsäcker es de los únicos diplomáticos que fue procesado en Nüremberg, pero su papel fue siempre suavizado. El informe de one, bajo el título «El Ministerio y el pasado», muestra a lo largo de sus 900 páginas que «el inisterio fue una organización criminal» y poquísimos, de entre sus 6.000 funcionarios adscritos, resistieron o suavizaron las consecuencias del nazismo, «como se ha dado en creer».
Un 80% de los diplomáticos eran miembros del partido y, como muestra de sus operaciones directas contra intelectuales disidentes y judíos, figura la minuta de gastos enviada por el diplomático en Belgrado Franz Rademacher, que en 1943 pasa una nota bajo el concepto «liquidación de judíos». En su formación figuraba una visita a Hitler y otra visita de graduación al campo de Dachau, modelo de la posterior red represora y el que estableció la consideración de los prisioneros como «enemigos infrahumanos del Estado». Se antoja significativo el que la única copia conocida del documento de la «Solución Final» del «problema judío», acordada en la conferencia de Wannsee en 1942, haya aparecido en los archivos del Ministerio. Excepción hecha del consejero de embajada en Budapest, Gerhard Feine, que en silencio operó para salvar la deportación a numerosos ciudadanos hebreos. Después de la guerra se sigue la presencia de numerosos nazis y cómplices entre el personal del inisterio, que no sólo reescribieron la historia diplomática como «calladamente crítica y nunca nazi», sino que prestaron toda colaboración para la huida y protección de célebres funcionarios perseguidos internacionalmente.
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