Se suelen considerar actos heroicos aquellos que, por una causa justa, manifiestan las virtudes de valor y desprendimiento en su grado más alto. Durante la Guerra Civil hubo bastantes de estos actos, que siguen en la memoria de cualquier persona culta: todos ellos en el bando nacional. No porque en el contrario no se estimulase el heroísmo por todos los medios de la propaganda y por los intelectuales y literatos orgánicos. Conforme los nacionales se acercaban a Madrid, proliferaban los mítines, recitales, cine soviético y llamamientos. “Hoy, lo único que se puede ser es héroe”, “Lo único que importa es el heroísmo”, y cosas parecidas clamaban los escritores y la prensa, mientras, por otra parte, los periódicos pintaban con tonos absolutamente negros a las tropas que avanzaban sobre Madrid, cuya ocupación favorita parecía ser violar a las mujeres y ensartar a sus hijos en los machetes. En Madrid la resistencia roja fue suficiente para frenar al ejército de Franco, pero no se trató, como quiso la propaganda, de una gesta heroica: en realidad los defensores disponían de todas las ventajas numéricas, de posición, de reservas humanas y de armamento. Lo extraño fue que el ejército atacante no hubiera sido aplastado por completo y que, en lugar de ello, retuviese la iniciativa. No hubo otro caso semejante de resistencia en el Frente Popular, aunque sí bastantes situaciones en que las tropas izquierdistas –mucho menos las separatistas— lucharon con dureza y efectividad, sin llegar, no obstante, al heroísmo. Con cierta tosquedad expresó la diferencia García Oliver: “Se está dando un fenómeno en esta guerra, y es que los fascistas cuando les atacan en una ciudad aguantan mucho y los nuestros no aguantan nada; ellos cercan una ciudad y al cabo de unos días es tomada. La cercamos nosotros y nos pasamos allí toda la vida”.
En general, las tropas del Frente Popular combatieron sin demasiado entusiasmo, y después de la caída del norte, observa Ramón Salas Larrazábal, Prieto se vio ante una difícil situación: “Crecían las deserciones, eran numerosos los prófugos (…) De ahí la decisión de corregir con la máxima severidad todos estos males y actuar contra indiferentes o simpatizantes con el enemigo. El Gobierno (instrumentó) medidas represivas de extremada dureza, que se ejercieron por el cauce de la jurisdicción castrense, que fue reformada agravando las penas y asegurando la ejemplaridad y rapidez en la ejecución de las sentencias; por la aparición de un órgano represivo con funciones de investigación y vigilancia –el SIM—y por la extensión a los familiares hasta de tercer grado de las presuntas responsabilidades en que pudieran incurrir los supuestos desafectos o traidores” (Los datos exactos de la Guerra Civil: p. 137) o, “Para rehacer la moral se usan dos procedimientos. Por un lado, extremar el rigor hasta el terror, y por el otro prodigar los premios hasta el abuso en ascensos y recompensas. Diferentes medidas van agravando las penas aplicadas a los delitos militares, con lo que el Código de Justicia Militar, que Azaña calificara un día de arcaico y duro, quedó ampliamente superado. Por otro lado, autorizan a los mandos militares a obrar sin contemplaciones para reprimir los casos de abandono, deserción o flojedad. Las órdenes en estos aspectos eran tremendas, como tremendas eran las medidas disciplinarias a que dieron lugar” (p. 151)
Es sabido, además, que muchos soldados o mandos, de izquierda pero desafectos a los comunistas, fueron asesinados por la espalda y presentados como muertos en intento de deserción (por juzgar hechos semejantes en un "tribunal popular" fue condenado a muerte el padre de Peces-Barba al terminar la guerra, aunque todo quedó en una “cadena perpetua” que, como en tantos otros casos, se limitó a unos pocos años trabajando en un puesto cómodo en el Valle de los Caídos).
Son conocidas instrucciones realmente terroristas, como en la batalla del Ebro, de la que procede, creo, la fotografía de un tirador de ametralladora muerto junto a su arma y encadenado a ella. En El derrumbe de la República cito algunos documentos procedentes del Archivo de Largo Caballero, como este: “La responsabilidad por las derrotas se exige cada día más estrechamente al soldado, sobre el que se hace caer duramente (…) el código de Justicia Militar, interpretado con excesiva rigidez por los Tribunales Permanentes. La responsabilidad, que debe ser mayor cuanta más alta es la jerarquía militar, va difuminándose hasta desaparecer conforme ascendemos en la escala jerárquica". El SIM fue comúnmente acusado de comportamiento brutal por los socialistas de Largo. Las denuncias anarquistas no son menos contundentes: “Las torturas, los asesinatos irresponsables, las cárceles clandestinas, la ferocidad con las víctimas culpables o inocentes, estaban a la orden del día”. Etc.
Creo que estas breves notas completarán el artículo que hoy publico en este periódico sobre el “queso” de Josep Pla. Aquel espíritu combativo parece haber desaparecido, de manos del PP, en una atmósfera general de hedonismo pedestre, hoy comprometido por la crisis económica. Lo cual revela que un queso cortado por la mitad no solo puede dar lugar a dos partes muy diferentes, sino que todo él puede, además, pudrirse y no ser el mismo en una época y en otra.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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