terça-feira, 13 de julho de 2010

Patriotismo balompédico

Ha llamado la atención a todo el mundo la profusión de banderas españolas que se han desplegado con motivo del Mundial de Fútbol. A los que no seguíamos el Mundial ni nos interesa el fútbol nos han llegado a llamar "poco patrióticos" y lindezas por el estilo; a veces, quiero entender, más en broma que en serio.


Los periódicos y páginas web, por aquello de lo visual, se han llenado estos días de rojo y gualda; en cuanto al merchandising, no se ha quedado atrás: así, se inventaron ingeniosos soportes para colocar banderas en las ventanillas de los automóviles, por poner un solo ejemplo: al que no quiso comprar una bandera nueva, recién diseñada con su adaptador último modelo, le bastó atar la antigua con un nudo basto a alguna parte adecuada del interior y sacarla por la ventanilla a todo trapo. Los autobuses de las rutas escolares y los municipales lucían enseñas en sus partes delanteras, y las casas, adornadas como en semanas santas pasadas, banderas como pendones.

Cualquiera venido de fuera hubiera podido pensar que tener banderas en casa y colgarlas en el balcón a las primeras de cambio es en España un deporte nacional. Hubiera podido pensar que los españoles somos una raza de patriotas, emocionales hasta la lágrima en lo que toca a la defensa de lo nuestro. La bandera se saca, ya se sabe, cuando uno vive el patriotismo con naturalidad.

Pero mucho me temo que el fenómeno mundialero ha tenido más de sueño que de realidad. He visto gente emocionada al ver tanta bandera, y he oído a periodistas decir que, con tanto patriota como anda suelto, la unidad de España es cosa hecha e indestructible.

¿De verdad que lo que ha sucedido es cosa de patriotismo? Sinceramente, creo que no. El fútbol es un fenómeno extraño, y no voy a caer en los tópicos al uso, porque habría que discutir de forma reposada y con mucho espacio. Lo que ha sucedido con el Mundial es que se ha animado a un equipo con el que la gente se identifica de forma emocional... porque se trata de un equipo de fútbol: en otros deportes, aunque los equipos españoles brillen, el apoyo también brilla... pero por su ausencia.

El patriotismo puede manifestarse de forma emocional, apasionada, pero nace de una voluntad racional. El patriotismo es fundamentalmente entrega y compromiso. Ninguna de estas dos cosas es necesaria para apoyar a un equipo de fútbol: el individuo no se implica en tal apoyo sino de manera superficial. Ese "Hemos ganado", ambas partes –equipo y forofo– saben que es mentira; pero sirve de descarga emocional, para que la gente se identifique psicológicamente con el ganador. Es curioso: está el "Hemos ganado" y el "Ha perdido la selección". Las derrotas son huérfanas.

El patriotismo que se despliega en una guerra implica a la persona en su totalidad. Entrega su esfuerzo, sus medios de subsistencia, su tiempo, si acaso su propia vida, y tiene un compromiso real con el proyecto común que se iguala al autosacrificio, aun en la retaguardia. Lo mismo pasa en la paz. El político patriota se desgasta por el bien común, normalmente sin alharacas, se sacrifica y compromete con la verdad, al igual que el ciudadano que compromete su honra, su tiempo, su esfuerzo por su país; cada uno en su lugar, calladamente. Ahí es cuando se enarbola la bandera de un proyecto común no sólo con la emoción epidérmica, sino con la razón y el corazón.

En los últimos años, a los españoles no nos han faltado razones para el ejercicio del patriotismo. Es hora de sacrificar tiempo y esfuerzo de empresarios y trabajadores para sacar la economía a flote, es tiempo de denuncia de los abusos cometidos en los ámbitos de la hacienda y la justicia; de renunciar a las prebendas, las subvenciones; de cambiar de voto y dirigirlo, por encima de prejuicios, a la unidad, al progreso, a la moralidad pública. Eso es patriotismo.

Permítaseme dudar de que el sacar la bandera, muchas banderas, por las ventanas y ventanillas mientras se vociferan cánticos irrepetibles con la voz rota sea un acto de patriotismo. Es bueno por sí mismo que nos acostumbremos a utilizar la bandera en múltiples ocasiones, pero no sólo para animar a un equipo deportivo, sino en otras muchas ocasiones donde nos jugamos más: cuando se hacen campañas electorales, porque los partidos de todos los colores se avergüenzan de ella; cuando se homenajea a los caídos pasados y presentes; con motivo del día de la fiesta nacional; cuando grupalmente se reivindican cosas buenas para todos los españoles; incluso porque sí, porque uno quiere, que es la razón más alta de cuantas se puedan esgrimir en un país libre.

Hagamos entre un uso normal y habitual de la bandera, y hagamos también del verdadero patriotismo nuestro auténtico modo de ser españoles.

© Fundación Burke

Carlos Segade

http://revista.libertaddigital.com

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