Taños sintiendo envidia de los ingleses, los franceses, los norteamericanos porque se emocionan escuchando sus respectivos himnos nacionales y reconocen en sus banderas el símbolo de la unidad de sus naciones; tanto tiempo sospechando que el Estado de las Autonomías se nos había escapado de las manos y había centrifugado el concepto de España como nación; tanta preocupación por si este país se estaba troceando en cachitos inconexos y, de pronto y gracias a Dios, de repente hemos descubierto que la gran mayoría de los españoles somos como los ciudadanos de cualquier parte, raza y color: nos mueven nuestro himno y nuestra bandera y celebramos con entusiasmo el triunfo de nuestros compatriotas.
Nos da igual que Puyol sea catalán; Villa, asturiano; Iniesta, de Albacete, y Casillas, de Móstoles. Son los nuestros. Y la que esta noche juega para ganar el campeonato mundial de fútbol, España. Esos chicos, que ya saben a estas alturas que tienen a todo el país en vilo y rendido a sus pies, jamás comprenderán que con su maestría dominando el balón han hecho mucho más por la unidad de este país que el Tribunal Constitucional dictando sentencia sobre el Estatuto de Cataluña y que las tesis de juristas y periodistas críticos con los excesos de los políticos nacionalistas.
Las miles, cientos de miles dicen los fabricantes, de banderas colocadas en los balcones de pueblos y ciudades de norte a sur, la expectación y los nervios con los que casi todos esperamos a que den las ocho y media de esta noche, los niños de todas clases embutidos en camisetas rojas desde primera hora de este domingo, las pandas de jóvenes que cantan, abrazados por la calle, eso de «soy español, español, español…» han dejado en ridículo a quienes nos habían hecho creer que España era un concepto descatalogado. Y de todos los ejemplos posibles para proclamar lo contrario, me quedo con el divertido vídeo de la Reina irrumpiendo sin avisar en el vestuario de la selección española minutos después de terminar el encuentro frente a Alemania. Doña Sofía, vestida de rojo y amarillo, entra aplaudiendo a los jugadores y estos, incluido un abochornado Puyol ataviado únicamente con una toalla, se marcan un aplauso cerrado a la Reina de España que dura un rato largo. Está allí Carod Rovira, presencia la escena por un agujerito de la pared, y se muere de ver a quién ovaciona más de la mitad de la plantilla del Barca.
Curri Valenzuela
www.abc.es
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