Dice el régimen islamista iraní que la primera dama de Francia, Carla Bruni, es una puta. Como también lo son, según los ayatolás, otras mujeres que se han unido a la mujer del presidente Sarkozy en la campaña de solidaridad con Sakineh Mohammadi Ashtiani. Esa mujer iraní de 43 años fue condenada a la lapidación y lleva ya cinco años pudriéndose en la prisión de Tabriz, al oeste de Irán, a la espera de que se ejecute la sentencia. Ashtiani está acusada de mantener una relación extramatrimonial y de haber conspirado para dar muerte a su marido. Ella siempre ha negado estos cargos hasta que hace unas semanas y después de tres días de torturas continuadas y amenazas de muerte contra su familia, asumió la culpabilidad en una farsa de entrevista televisada. Esta confesión pública, a la que ha sido forzada con los métodos más bárbaros, ha espoleado aún más si cabe la indignación de todos los que se han movilizado para salvar la vida a esta mujer iraní.
Carla Bruni se ha puesto, con el filósofo Bernard Henry Levy, a la cabeza del movimiento internacional de solidaridad con esta mujer iraní. Y ahora los medios iraníes, la voz de su amo, la llaman puta. Aquí la vamos a defender ahora, no sin antes dejar claro que nada tenemos contra la prostitución. Y que Carla Bruni nos resulta muchas veces antipática, especialmente cuando insiste en cantar, grabar y difundir esas insufribles canciones que perpetra. Y cuando nos vence con su tramposa pretensión de candidez y posa con elegancia sobrenatural, moviendo con diabólico embrujo esos pies inalcanzables vestidos con bailarinas. Sabemos que la niña angelical es un bichito. Pero bichitos —y bicharracos— hay muchos y pocos tan seductores y deliciosos. Si encarna muchas de las frivolidades y defectos de Occidente es porque ha utilizado para ello la libertad a manos llenas, en la única sociedad que lo hace posible. Bruni tiene la inmensa suerte de ser dueña de su vida. En todos los sentidos. La pobre Ashtiani nunca ha sido dueña de nada en su triste vida y solo por aspirar a algo se le quiere dar muerte, por puta.
Si para los ayatolás son putas Bruni y Ashtiani, todas las mujeres y los hombres del mundo libre nos deberíamos declarar tales. Benditas todas las putas que sientan compasión y la expresan, que quieren libertad y dignidad y luchan por ellas. Benditas todas las mujeres que sean tachadas de putas por esa jauría de fanáticos que son los ayatolás, el presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad y todo el movimiento islamista que intenta que cuaje en nuestras sociedades libres ese oscuro credo de odio e imposición, pesadilla para tantos pueblos sometidos. Pero no se aflijan. Donde somos tantas las putas debe haber santas. Y santas deben ser para los ayatolás de Teherán todas las ministras socialistas españolas, tan feministas ellas, que aún no han abierto la boca ni para darse por enteradas de que el drama humano de Ashtiani existe. Santas todas ellas para los torturadores y para ellas mismas, tristes santas que no sienten ni vergüenza.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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