Apocalíptico. No mejor es el escenario que algunos nos pintan en Irak tras la retirada (parcial) el pasado día 18 de las tropas norteamericanas y la continuidad de 50.000 hombres sobre el terreno —lo que para algunos parece equivaler a la policía municipal de Sanlúcar de Barrameda. Quienes creen que todo en Irak ha sido un fracaso —o que, en todo caso, lo logrado ha tenido un coste desproporcionado— harían bien en recordar la naturaleza despótica del régimen de Sadam Husein, sus muchos años de desafío a las sanciones de la ONU sabedor de que las corruptelas de esta organización hacían inviable buena parte de lo que se concebía en su Consejo de Seguridad. Y finalmente —y no hay por qué olvidarlo ahora— la creencia compartida por Clinton y Bush, franceses y británicos, italianos y alemanes, de que en Irak había armas de destrucción masiva. Como era previsible, buena parte de los que se sumaron con ardor guerrero a la primera hora de combate huyeron despavoridos tan pronto como descubrieron que en tiempos de transparencia informativa es muy difícil ganar una guerra y es casi imposible ganar una posguerra. E Irak ofrecía la posibilidad de revivir Vietnam.
Cuando en abril de 2007 el presidente Bush anunció el espectacular incremento de tropas en Irak, eran muchos los que auguraban una salida vietnamita de todos ellos en un momento en el que morían unos 750 soldados norteamericanos al mes. Tres años después Irak tiene un sistema judicial independiente, los iraquíes han rechazado en las urnas a los partidos más extremistas y como es propio de una democracia, el resultado de un empate electoral es meses de interminable negociación en sede parlamentaria. Quienes aún así crean que era mejor haberles dejado como estaban antes, sépanse seguros aliados de tiranías como Siria e Irán. Por ejemplo.
Ramón Pérez-Maura
www.abc.es
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