La historia raramente se desarrolla sin complicaciones. Por el contrario, tiende a estar salpicada de grandes sucesos cuyas consecuencias se dejan sentir durante años. Treinta y un años después de la revolución que derrocó al Sha e impuso un régimen islámico en Irán, nos encontramos en uno de esos momentos decisivos. No sabemos el grado, dirección o ritmo del cambio. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que lo que suceda en Irán afectará considerablemente no sólo a ese país, sino a todo Oriente Próximo y el mundo.
Un futuro posible para Irán sería una continuación de lo que ya hay, es decir, un Irán gobernado por líderes religiosos conservadores y una Guardia Revolucionaria agresiva, que cada vez más lleva la voz cantante. El régimen iraní seguiría reprimiendo a sus adversarios internos, inmiscuyéndose en Irak y Afganistán, armando y financiando a Hizbolá y Hamás, y desarrollando su capacidad para construir armas nucleares. Un futuro así pondría al mundo ante una dura elección: o plegarse a un Irán que posee armamento nuclear, o lanzar un ataque preventivo para destruir buena parte del programa nuclear iraní.
El surgimiento de Irán con armas nucleares tentaría a varios de los principales países musulmanes suníes (Turquía, Egipto y Arabia Saudí) a embarcarse en un programa de choque para adquirir o desarrollar sus propias armas nucleares. Un Oriente Próximo nuclear es una receta para la catástrofe.
Otra posibilidad sería un ataque por parte de EE.UU., Israel, o los dos juntos, a las instalaciones nucleares de Irán. Teherán seguramente tomaría represalias contra los intereses estadounidenses en Irak y Afganistán, y utilizaría a Hamás y Hizbolá contra Israel. Podría también interferir en el transporte de crudo, lo que dispararía los precios y asestaría un nuevo golpe a la recuperación económica mundial.
Un ataque preventivo retrasaría las iniciativas nucleares de Irán, pero no impediría que el régimen se recuperara, además de propiciar problemas para la oposición interna. A pesar de estas desventajas, sigue y seguirá en pie la posibilidad de un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán dados los costes estratégicos que supone la existencia de un Irán con armas nucleares.
Para evitar la difícil elección entre vivir con un Irán con armas nucleares o atacarle, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania han intentado negociar para limitar el programa nuclear iraní y someterlo a supervisión internacional. Si hemos de guiarnos por la historia, ni siquiera unas sanciones fuertes serán suficientes para persuadir a los dirigentes de Irán.
Estas consideraciones suscitan la posibilidad de crear un futuro alternativo: un Irán con un liderazgo político que sea más moderado en su país y en el extranjero, y que renuncie a desarrollar armamento nuclear.Además de proporcionar una vida mejor a los 70 millones de iraníes, el cambio político en Irán debilitaría a Hamás y a Hizbolá, y mejoraría las perspectivas de paz entre Israel y los palestinos. También induciría a Turquía a reconsiderar su reciente alejamiento de Occidente, y llevaría a Siria a revisar su política exterior. Y mejoraría además las inciertas perspectivas de Irak de convertirse en un país estable.
Es infrecuente en la historia que de un punto común partan opciones tan sumamente dispares pero posibles. Sin embargo, en este caso no resulta difícil decidir cuál es la preferible.
Por este motivo se requieren medidas adicionales para mejorar las perspectivas de un cambio político que dé pie a un gobierno iraní dispuesto a vivir en paz con sus ciudadanos y con sus vecinos. Tales medidas pasan por ayudar al Movimiento Verde para que pueda mantener el acceso a internet, y apoyar los derechos políticos y legales del pueblo iraní.
Lo más probable es que algunos gobiernos se resistan a aceptar estas sugerencias en la creencia de que una intervención así constituye una intrusión injustificada en la soberanía de Irán. Pero en un mundo global como el actual, lo que sucede en Irán es algo más que un asunto de Irán. El Gobierno iraní tiene derecho a la energía nuclear para producir electricidad, pero no a disponer de armas nucleares. También tiene obligaciones con sus vecinos, con la comunidad mundial (no apoyar el terrorismo, por ejemplo) y con sus ciudadanos. El mundo no debería cruzarse de brazos tranquilamente mientras el régimen de Irán incumple estas obligaciones.
Richard N. Haass
www.abc.es
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