Desde que el profesor Huntington publicara en la revista Foreign Affairs un artículo sobre cómo las relaciones entre las grandes culturas determinarían la política internacional tras la Guerra Fría, los occidentales venimos haciendo esfuerzos para expresarnos con corrección y no molestar a nuestros vecinos musulmanes. A la vista está que los resultados hasta la fecha no han sido muy positivos. Es posible que Zapatero y Moratinos piensen que la solución pasa por humillarnos un poco más, pedir disculpas, dar dinero y ceder en lo que nos exijan. Otros no lo vemos así.
En estos días los europeos nos encontramos un tanto sorprendidos ante algunas declaraciones que no se corresponden con la mínima urbanidad exigible. Carla Bruni e Isabelle Adjani habían mostrado su solidaridad con una mujer iraní que ha sido condenada a morir lapidada por haber mantenido una relación fuera del matrimonio. Desde la prensa gubernamental de aquel país se las ha equiparado a la condenada y se ha reservado la amable expresión de «puta francesa» para la esposa del Presidente de la República ¿Se imaginan lo que hubiera ocurrido si un medio francés hubiera dicho algo semejante de la esposa del Ayatolá Jamenei o de Ahmadineyad?
El dictador libio Gadafi está visitando Roma, lugar particularmente indicado para invitarnos a la conversión al islam y aclarar que Jesús de Nazaret no fue crucificado. Unas interesantes declaraciones que realizó ante 200 hermosas jóvenes a las que había pagado por su asistencia ¿Se imaginan lo que ocurriría si un jefe de gobierno europeo se desplazara a un país islámico para invitar a la población a convertirse al cristianismo y que para ello contratara el servicio de 200 jóvenes?
Si queremos entendernos lo primero es exigir respeto y reciprocidad. De otra manera nos enfangaremos en un diálogo absurdo y estéril que sólo beneficiará al radicalismo.
Florentino Portero
www.abc.es
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