segunda-feira, 16 de agosto de 2010

Imperios fallidos

¿Lecturas veraniegas? Mejor que decida el azar. Releo El hombre sin atributos, de Robert Musil, un gigante de la literatura universal. Alterno, entre otros, con Orígenes, las memorias familiares de Amin Maalouf, escritor notable, reciente y muy merecido Príncipe de Asturias de las Letras. No se parecen en nada…, excepto en la realidad política subyacente: Monarquía dual y Sublime Puerta (esto es, Austria-Hungría y el Imperio otomano) fueron víctimas tras la Gran Guerra del despliegue implacable del principio de las nacionalidades, impulsado de buena fe por Woodrow Wilson y con reconocido oportunismo por Lenin y otros padres de la Revolución soviética. Contraste radical. Viena, elegante y exquisita; ambiente selecto, a veces superficial; aristocracia decadente que pasea por los salones fin-de-siècle. Al otro lado del espejo: áspera montaña libanesa; costumbres ancestrales, cargadas de profunda dignidad; emigrantes que hacen honor al origen fenicio de su tierra. O sea, Mitteleuropay (falso) Oriente Medio. Una mezcla peculiar. Valga la reflexión de los clásicos: el fin de la política no es la sabiduría, sino la acción. Por eso, el 1º de agosto de 1914 explotan al mismo tiempo todas las pasiones reprimidas. Al salir de las trincheras ya no quedan emperadores ni sultanes… Apenas sobrevive Europa, desplazada después de muchos siglos del centro y eje de la Historia universal.

«Kakania» parecía eterna, como el propio Francisco José. K.K. o K. und K. Ya saben: kaiserlich und koeniglich, imperial y real. Musil describe de maravilla los avatares de aquel Estado «hundido», con sus grandezas y servidumbres, sus armonías y desavenencias. Un país de genios y también de majaderos, aunque —a diferencia de otros muchos— aquí «nunca se tuvo a un majadero por un genio». Por allí discurre la vida de Ulrich, nuestro hombre sin atributos, inmerso en una patriótica Acción Paralela cuyos objetivos nadie logró identificar. Todo era pura fantasía: «Le juro que ni yo ni nadie sabe qué es lo verdadero, pero le aseguro que está a punto de realizarse». ¿Forma política? Es inútil explicarlo a quien no lo haya conocido por experiencia propia, resume el autor. La Monarquía dual está compuesta por un todo y una parte: el Estado austro-húngaro, con sede en Austria, pero sin nacionalidad austriaca, y la corona húngara, con sus cláusulas, anexos y reservas incomprensibles para el hombre vulgar. Eso por no hablar de checos y rutenos, eslovacos y eslovenos, polacos, croatas, rumanos y otras varias naciones irredentas. Era el contexto propicio para practicar una vida «sutil, etérea, ilusoria, fantasmagórica y subjuntiva». Entre torpezas y egoísmos, Kakania resultó ser el primer país al que Dios retiró el crédito, la fe en sí mismo y el afán de vivir. Perdida la batalla espiritual, lo demás es fácil de seguir por los libros de historia. Les recomiendo uno muy conocido: Réquiem por un Imperio difunto, de F. Fejtö, magiar y francés, igual que Sarkozy. El «tigre» Clemenceau cumplió su papel en Versalles. Pero la tragedia empezó en Sarajevo, y no por casualidad… Los errores se repiten: ¿alguien comprende a día de hoy la fórmula jurídico-política que llevará otra vez a Bosnia a la ruina? Al final, la marcha Radetzky —música y literatura— ya sólo suena en el concierto de Año Nuevo, entre el entusiasmo de turistas más o menos ilustrados. A la salida, tarta Sacher, caramelos de Sissi y recuerdos de Mozart.

Cambio de escena. «Pertenezco a una tribu que vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo». Maalouf lo explica muy bien: nuestra nacionalidad (acaso sólo el pasaporte, diría yo) «depende de fechas y de barcos». La conclusión es demoledora: «Nuestro Imperio se deshizo, como le sucedió al de los Habsburgo, en una polvareda de Estados étnicos, cuyo mortífero pulular causó dos guerras mundiales y decenas de guerras locales». Y eso, conviene recordar, desde una tierra que conoce la alegría de vivir y puede jactarse de los orígenes de una parte considerable de la sabiduría de la especie. Butros, abuelo del escritor, es un personaje singular en una tierra donde confluyen incluso más religiones que razas. Todo se mezcla, también entre los cristianos: obedientes al Papa, practican el rito griego y muchos se educan con misioneros protestantes americanos. Son apenas un islote en la marea del Islam, próximo y remoto. El tal Butros sabía distinguir entre dos conceptos antagónicos. Allí, un «nacionalista» sueña con la hegemonía, si pertenece a la etnia mayoritaria, o con el separatismo, si forma parte de una minoría. Un «patriota», en cambio, sueña con un espacio público de concordia y convivencia. Consiste, aclaro, en algo mucho más profundo que la mera tolerancia, apenas un gesto educado de antipatía que —por fortuna— no pasa a mayores. Con unos y con otros vivimos la crisis terminal de otro Imperio secular, pero también la desilusión que provocan Atatürk y sus «jóvenes turcos», nuevo rostro vestido de laicismo para el dominio sobre las minorías. El Líbano actual es, por supuesto, la antítesis de aquel sueño de un Estado «moderno, poderoso, próspero, virtuoso y plural». El viajero que contempla Beirut comprende al punto la tristeza cívica del abuelo…

¿Lecciones prácticas, aquí y ahora? Ser español es un ejercicio de paciencia infinita. Aunque parezca que hablamos de fútbol o —por supuesto— de toros, en realidad hablamos siempre de lo mismo: el saco de piedras a la espalda con el que circula por la historia nuestra vieja nación y su Estado (a veces) indeciso. Creo que la cuestión territorial en España no tiene nada que ver con lo anterior, a pesar de que ustedes lo han leído (y yo seguramente lo he escrito) buscando analogías y diferencias. Nunca me ha gustado la comparación con el modelo austriaco, porque la España genuina es una nación de ciudadanos y no precisamente una «cárcel» de pueblos. Por eso discrepo de algún amigo muy culto y tengo serias reservas sobre el valioso libro de Sosa Wagner.

En cuanto a otros ejemplos, hace falta ser poco inteligente para comparar a Pristina con Barcelona, pero de todo tiene que haber… Perseverancia obliga: aquí sólo hay una nación y una soberanía, y no muchos pueblos reales o imaginarios al modo que nos cuentan Musil o Maalouf. Para juntar a los dos Imperios fallidos (además de leer a Roth, a Zweig y a Magris, claro), me remito a otra lectura juvenil: El piloto del Danubio, del veterano Julio Verne. Así que voy corriendo a la estantería de los pequeños y me lo paso en grande con las peripecias de esa estupenda liga que agrupaba a los pescadores de los múltiples países ribereños. Si lo prefieren, también podemos jugar al ajedrez o perseguir constelaciones por el cielo estrellado. Tranquilos: al volver de vacaciones, España seguirá en su sitio y volveremos a discutir sobre la disputa eterna.

Benigno Pendás

www.abc.es

Nenhum comentário:

 
Locations of visitors to this page