La ambigüedad ha estado ahí desde el primer momento. El 1 de diciembre de 2009, el comandante en jefe Barack Obama envió otros 30.000 soldados al frente afgano; pero acto seguido anunció que, en 18 meses, empezaría la retirada. Increíble pero cierto. Ese aumento de tropas –Obama ha triplicado el número de efectivos americanos en Afganistán– estuvo acompañado por una declaración no de guerra, sino de ambivalencia. |
Nueve meses más tarde, el comandante del Cuerpo de Marines James Conway admitió que la decisión de retirar las tropas "probablemente dio aliento a nuestros enemigos". Conway insistió en que no estaba conjeturando, sino haciendo referencia a conversaciones intervenidas a los talibanes en las que éstos se mostraban convencidos de que no tenían sino que esperar a que los soldados americanos se marcharan.
¿Qué clase de comandante en jefe manda a la guerra a decenas de miles de soldados a la vez que anuncia la fecha de retirada? Uno que no está poniendo la carne en el asador. Uno que no quiere ganar sino hacer determinado gesto político. Uno que quiere dar la impresión de que lo ha intentado pero que en realidad está despejando el terreno para el fracaso.
Hasta ahora, lo de arriba era un ejercicio especulativo basado en las declaraciones públicas del presidente. Ya no. Porque han salido a la luz algunas de sus declaraciones privadas. En su nuevo libro, basado en documentos clasificados y entrevistas con una plétora de funcionarios del área de la seguridad nacional, Woodward nos muestra a Obama diciendo a sus asesores: "Quiero una estrategia de salida". Obama le dice al país que Afganistán es "un interés nacional vital" pero a sus generales les advierte de que no va a comprar la idea de paciente reconstrucción institucional que se encuentra en la base de la estrategia contrainsurgente de McChrystal y Petraeus... y que él mismo adoptó.
"No puedo perder al Partido Demócrata", ha dicho también. He aquí otra razón para la retirada. Este reconocimiento es lo más demoledor de todo.
Sea como fuere, ¿no tendría Obama que liderar su propio partido? Este es el hombre que enamoró a Berlín, hizo derretirse a América y volvió loquitos a los miembros del comité que otorga el Nobel de la Paz, pero por lo visto no puede convencer a su partido de que le siga en una cuestión de "interés nacional vital".
¿Lo intentó, por lo menos? Obama dedicó horas y más horas a sumar congresistas a su reforma sanitaria, hasta que consiguió sacarla adelante. ¿Habrá dedicado una fracción de ese esfuerzo a la cuestión afgana?
¿Y al país? ¿Ha tratado de convencer al país? Toda guerra es un asunto complicado, arduo, y hay que estar continuamente dando explicaciones, buscando inspiración y transmitiendo aliento. Así han solido proceder nuestros presidentes, desde Lincoln hasta Bush, pasando por Roosevelt. Desde que anunció el surge afgano, Obama sólo ha hablado de Afganistán en un discurso relevante: el que tuvo por eje la retirada de Irak...
"Buscaba opciones que limitaran la implicación estadounidense y proporcionaran una vía de salida", escribe Woodward. Sólo cabe concluir que Obama cree que Afganistán es un error. Puede que lo pensara desde el primer momento. Más caritativa y más probablemente, puede que se trate de un novato en estas lides que no se enteró de las implicaciones del conflicto hasta que accedió a la Jefatura del Estado y hubo de ponerse al frente de nuestras tropas, y que entonces concluyó que la empresa era un error.
Muy bien. Pero, entonces, ¿a qué viene el aumento de tropas?
El actual presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, John Kerry, hace muchos años lanzó esta pregunta: "¿Cómo se le pide a un hombre que sea el último en morir por un error?". Igual si pregunta a Obama...
"Psicológicamente, está fuera de Afganistán", dice Woodward del presidente. Puede. Pero lo cierto es que los soldados que él mando allí, allí siguen.
Charler Krauthammer
© The Washington Post Writers Group
http://exteriores.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário