Me refiero a la amenaza terrorista sobre cuya existencia se han pronunciado durante las últimas semanas cualificados responsables de la seguridad nacional e incluso algún dirigente político de tres países europeos: Alemania, Reino Unido y Francia. Una amenaza común en lo fundamental a todos ellos y que se refiere al terrorismo internacional relacionado directa o indirectamente con Al Qaeda. Primero fue Joerg Ziercke, jefe de la oficina federal alemana de investigación criminal, conocida por las siglas BKA, quien el pasado 6 de septiembre admitió públicamente que la amenaza de atentados terroristas en Alemania estaba creciendo. Pocos días después se supo que un extremista alemán de ascendencia surasiática, detenido en julio en Afganistán por militares estadounidenses, había declarado durante el interrogatorio al que fue sometido que sus correligionarios de la misma nacionalidad, establecidos en las zonas tribales de Pakistán, preparaban actos de terrorismo en Alemania y algún país limítrofe.
Por su parte, Jonathan Evans, director general del servicio de inteligencia británico, el MI5, dijo el 16 de septiembre que la posibilidad de que ocurra un atentado en el Reino Unido es seria, sin que nada indique que esta situación vaya a variar en breve. De hecho, el nivel oficial de amenaza terrorista en dicho país había sido elevado el 22 de enero de sustancial a grave, lo que técnicamente significa que la ejecución de un atentado dentro de sus fronteras es altamente probable. Al fin, la ministra francesa del Interior, Brice Hortefeux, declaraba el 19 de septiembre que «la amenaza es real», al comentar la posibilidad de que a corto plazo ocurriese un atentado yihadista en Francia y confirmar el reforzamiento de los dispositivos institucionales de vigilancia para tratar de impedirlo. Unos días antes, Bernard Squarcini, máximo responsable de la agencia francesa de seguridad interior (DCRI), se había aventurado a afirmar que Francia nunca antes se había enfrentado a una amenaza terrorista mayor que en la actualidad.
A ello debe añadirse que, a lo largo del mismo mes de septiembre, se ha registrado un extraordinario incremento en el lanzamiento de misiles desde aeronaves estadounidenses no tripuladas contra blancos localizados al noroeste de Pakistán. Por lo común dirigidos contra mandos o miembros de grupos y organizaciones terroristas que tienen en esa área sus bases, la finalidad adicional de esta ofensiva sería la de dificultar si no desbaratar preparativos, como los conocidos ayer, para la comisión de atentados terroristas en uno o varios de los aludidos países europeos, que al igual que en numerosos otros casos habrían sido ideados y planificados desde esa conflictiva zona. Aunque buena parte de los objetivos atacados por la CIA corresponde a elementos de Al Qaeda y de la llamada red Haqqani, conectada con los talibanes, otros se sitúan en el enclave de Waziristán del Norte, donde precisamente se asientan los extremistas reclutados en Alemania.
Cierto es que, en varias ocasiones durante los últimos dos años, las autoridades políticas o los altos cargos de la seguridad interior de algunos países europeos han expresado su inquietud por amenazas terroristas que no se han materializado. Pero no lo es menos que las atrocidades de Madrid y Londres ocurrieron sin previo aviso y tras haber sido mal valorada la situación. Ni tampoco que las policías y los servicios de inteligencia europeos han conseguido, en ese periodo de tiempo, impedir la preparación o ejecución de varios serios atentados de terrorismo internacional. Así, en julio de 2010 fue desarticulada en Noruega una célula yihadista multinacional cuyos planes estaban relacionados con otros, como el de llevar a cabo actos de terrorismo en Manchester, malogrado en abril de 2009. En octubre de este mismo año incluso se produjo un atentado yihadista, afortunadamente menor, en un acuartelamiento de Milán. Y podrían relatarse otros incidentes significativos.
Las noticias que ahora llegan acerca del Reino Unido, Francia y Alemania ponen de manifiesto que, si bien la amenaza del terrorismo internacional afecta al conjunto de la Unión Europea, en realidad no se distribuye de manera uniforme a lo largo y ancho del territorio comunitario ni del europeo en general. Ello obedece a un conjunto de factores cuya significación varía de unos países a otros. Entre ellos cabe aludir a antecedentes históricos de relevancia, la mayor o menor proximidad geográfica a zonas que son foco de yihadismo, el tamaño de las comunidades islámicas y en particular las dinámicas de radicalización observables en su seno, así como circunstancias propias de la política nacional o exterior, sin olvidar otros asuntos temáticos igualmente susceptibles de ser manipulados en la propaganda terrorista para señalar a determinados países. En todo caso, se encuentran especial pero no exclusivamente afectados los del centro, el oeste y el sur del subcontinente.
Por otra parte, de la información deparada por las principales operaciones contraterroristas desarrolladas recientemente en el ámbito europeo y de lo dicho por las autoridades que se han manifestado al respecto, se deduce que la amenaza del terrorismo internacional es de naturaleza compuesta y se corresponde con el carácter polimorfo de dicho fenómeno. Es posible la acción de individuos y células independientes, pero la eventualidad de atentados mayores, complejos e innovadores está asociada a la implicación, combinada o no, de grupos y organizaciones con estructura, liderazgo y estrategia. Entre ellos la propia Al Qaeda, si bien, debido a que sus capacidades operativas serían limitadas, sobre todo entidades afines como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, Laskhar e Toiba, Therik e Taliban Pakistan o Al Shabaab, al igual que extensiones territoriales de la misma, casos de Al Qaeda en la Península Arábiga o Al Qaeda en el Magreb Islámico.
El hecho de que estos actores colectivos del terrorismo internacional estén asentados en Pakistán, Afganistán, Yemen, Somalia o Argelia, entre otros países, no significa que la amenaza que suponen para Europa sea solo de origen exógeno. Tras esta amenaza hay, sí, extremistas que son extranjeros y con frecuencia residentes legales entre nosotros. Pero los hay también que son ciudadanos de países europeos, a menudo descendientes de inmigrantes o nacionalizados tras una estancia más o menos prolongada en ellos. Más allá de afirmar que normalmente son varones entre veinte y cuarenta años, no es fácil elaborar una caracterización sociodemográfica de estos individuos, dada su diversidad, ni tampoco es siempre fácil saber si hicieron suyo el ideario terrorista dentro o fuera de las sociedades europeas. Pero, una vez radicalizados, tienden más a buscar ligámenes con algún grupo u organización yihadista en el exterior que a desenvolverse por su propia cuenta.
Con todo, Europa, pese a la retórica antioccidental de Al Qaeda, es un escenario secundario del terrorismo yihadista, que incide sobre todo, incluso cotidianamente, en regiones del mundo con poblaciones mayoritariamente musulmanas. Además, los europeos comparten problemas públicos más graves y apremiantes que la amenaza inherente a ese fenómeno, ante cuyos embates nuestras sociedades se han revelado hasta ahora muy resilientes. Pero expresiones de atención al mismo como las hechas en septiembre por algunos ministros y altos cargos europeos competentes en materia de seguridad no deberían entenderse como ejercicios de manipulación política. Sin alarmar con concreciones innecesarias, es razonable informar a los ciudadanos, en sus justos términos, de una amenaza que a corto plazo no puede ser anulada por completo, pero sí contenida y aminorada mediante adecuadas políticas gubernamentales y una óptima cooperación intergubernamental.
FERNANDO REINARES, Catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos
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