Con su elegancia y tacto habituales, los miembros de la Familia Real asistieron a los últimos partidos del Mundial y el domingo celebraron la victoria de España. Si Felipe II hubiera regresado al Trono de alguna manera, ¿qué habría hecho y qué habría pensado acerca de los acontecimientos en el Soccer City de la semana pasada? En primer lugar, podría haber prohibido que el equipo español participara en cualquier juego inventado por los ingleses, quienes describían el fútbol «más como una especie de pelea amistosa que como un juego o diversión»: muchos de los partidos acababan con heridos y algunos con muertos (los ingleses establecieron muy pronto su particular estilo de juego). Sin embargo, una vez que hubiese superado sus reticencias, su equipo de fútbol (como su corte y su Gobierno) habría sido genuinamente español, con jugadores seleccionados solo en función de su competencia profesional, con independencia de su procedencia geográfica o social, al igual que los campeones de 2010.
El Rey no ponía objeciones a los deportes de equipo; es más, a veces él mismo participaba en ellos. Cuando era joven, participó en justas y torneos en Flandes, en Inglaterra y en España y se labró una formidable reputación por su destreza en la equitación y en el manejo de la espada. Más tarde, disfrutó viendo los combates en los que llegaban a participar hasta 100 caballeros por cada bando.
También disfrutó con las corridas y luchó tenazmente para mantener «la licitud de las corridas de toros», a pesar de una prohibición papal, hasta que el Papa retiró todas las restricciones sobre la asistencia de españoles (y portugueses) de toda condición. En 1582, Felipe presenció cinco días de «toros» para celebrar la derrota del ataque francés sobre las islas Azores (y, como cualquier otro aficionado, se quejaba con amargura cuando alguno de ellos parecía débil).
A Felipe no le asustaban las multitudes y aunque algunos se quejaban de que se colocaba «en una torre sin puertas y ventanas para no ver a los hombres ni que ellos pudiesen ver a Su Magestad», la acusación era injusta: Felipe participaba a menudo en ceremonias públicas. Por una parte, participó en muchas procesiones religiosas. En 1565, y de nuevo en 1585, fue a Toledo a presenciar la recepción de los huesos de San Eugenio y luego los de Santa Leocadia en su ciudad natal y, en ambos casos, junto con miembros de su familia, el Rey portó a hombros el féretro que contenía los restos del santo por las calles llenas de vasallos.
Por otra parte, Felipe asistió a cinco autos de fe del Santo Oficio, empezando por uno en Valladolid en 1559 que «fue muy solemne», según un testigo presencial, «por hallarse presente en él el Rey nuestro señor con toda su majestad, el cual públicamente, estando en pie y con la gorra quitada», prometió que siempre «favorecería las cosas de la fe católica y a sus ministros». Una multitud de alrededor de 200.000 personas presenciaron este significativo acto de deferencia, escucharon las sentencias y vieron cómo se llevaban a algunos de los reos para ser quemados vivos. Según un historiador de la época, Luis Cabrera de Córdoba, cuando un reo le reprochó a Felipe que permitiera que le llevaran a la hoguera, Felipe respondió: «Yo traería leña para quemar a mi hijo, si fuere tan malo como vos».
A Felipe le gustaba llevar a sus hijos con él en dichas ocasiones —el príncipe don Carlos en Valladolid, en 1559; su sobrino Alberto en Lisboa, en 1582; el príncipe don Felipe y la Infanta Isabel en Toledo, en 1591— porque creía (según sus propias palabras) que un auto de fe era «cosa de ver». En 1586, cuando planeaba ir a Toledo a pasar unos días, dijo: «Se me ha acordado que suele haber allí algunas vezes por este tiempo auto de la Inquisición, aunque agora no he oýdo nada dello, y podría ser que le hubiese.» Y, el Rey explicó a un ministro: «Es cosa de ver, para los que no lo han visto. Si le hubiese al mysmo tiempo, sería bueno verlo entonces».
A un Rey que creía que un auto de fe al que asistían 200.000 espectadores era «cosa de ver» le podría haber parecido en cierta manera decepcionante que 90.000 espectadores se reunieran en el estadio Soccer City, pero seguro que se habría alegrado mucho de que los jugadores derrotados ¡procedieran de Holanda!
Durante más de la mitad de su reinado, Felipe se enfrentó a una importante rebelión en los Países Bajos que no pudo sofocar con medios militares y que se negó a apaciguar mediante concesiones. Gastó cientos de millones y sacrificó miles de vidas para someter a los holandeses, pero en vano. Por eso, aunque no hay duda de que Felipe habría recibido con alegría la victoria de España en el Mundial, una victoria sobre Holanda —entre todos sus adversarios— le habría resultado especialmente dulce.
Sin embargo, sigue habiendo una diferencia. En parte, a Felipe se le escapó la victoria sobre los holandeses porque, a pesar de que asistió en persona a varios autos de fe, no fue a los Países Bajos para motivar con su presencia al «equipo español». Hoy en día, los sucesores de Felipe no cometen esos errores: cada vez que los intereses de España están en juego, siempre hay presentes miembros de la Familia Real. Y, en parte, la presencia real explica por qué, aunque España resultara derrotada en el siglo XVI, resulta vencedora en el siglo XXI.
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