Han pasado veinte años de la implantación de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo, la Logse, por lo que disponemos ya de una considerable perspectiva histórica para diagnosticar sus consecuencias reales. Y podemos afirmar que el resultado ha sido completamente exitoso. |
Con la ley del 90 se consuma el desplazamiento del concepto al afecto: la instrucción, entendida como el procedimiento técnico que posibilita al alumno adquirir conocimientos o destrezas, queda sometida a las exigencias afectivas de aquél, constituido en campo de fuerzas psicológicas que interfieren en el aprendizaje, que modifican ese proceso docente hasta hacerlo desaparecer. El aparato doctrinal sobre el que se sustenta esta masificación de la ignorancia es la Pedagogía (basada a su vez en el denominado constructivismo), que se ha erigido, con la astuta estratagema de construir una jerga vacía para iniciados –al presentarse como Ciencia de la educación–, en Saber oficial, Teología de la postmodernidad que gestiona y santifica los afectos del sujeto humano, es decir, mecanismo de consolidación de la sumisión consentida. El discurso de la Pedagogía se construye sobre ese tránsito metafísico, injustificado desde la más elemental racionalidad finita, de la mera técnica de transmisión de conocimientos entre individuos humanos a Sabiduría de salvación que los sacerdotes poseedores de los arcanos del alma humana comparten graciosamente, siempre lejos de las aulas, con los pobres artesanos condenados a vérselas con la dura realidad diaria en las clases de enseñanza media.
En esa oleada de pensamiento débil, y por herencia mediática de ciertas proclamas de Mayo del 68, se han acabado trasplantando a la enseñanza pública lemas que en ese contexto estaban ideados para el combate contra el Estado y los partidos políticos convencionales, dentro de una situación histórica muy concreta. En esa proyección difusa, se presenta la técnica de transmisión de conocimientos como práctica autoritaria, cuando es el único medio de prosperar para quien no tiene medios de otro tipo; es elemental, pero es preciso recordarlo una y otra vez. Así, lo que quedaba a salvo de la mera instrucción en el aparato jurídico de la ley del 70 habrá de ser barrido:
La aplicación de los mecanismos políticos y jurídicos propios de la transición permitió superar los residuos autoritarios subsistentes en la norma aprobada en 1970 y abrir el sistema educativo a la nueva dinámica generada en diversos campos, muy singularmente a la derivada de la nueva estructura autonómica del Estado, que recoge en su diversidad la existencia de Comunidades Autónomas con características específicas y, en algunos casos, con lenguas propias que constituyen un patrimonio cultural común (Logse. Preámbulo).
Por ello, como consecuencia lógica de esa entrega de la instrucción al reino de los afectos y su consecuente vaciado, se tiende, a su vez, a la desaparición material de la figura del docente, que en esta situación queda en los márgenes del proceso para operar en él como sujeto psicológico entre sujetos psicológicos. El profesor no es el docente que enseña al discente. Es el sujeto que siente ante otros sujetos que también sienten. En ese estado, la jerarquía técnica y por tanto transitoria que define las funciones de profesor y alumno, y que es condición de la posibilidad del aprendizaje, queda disuelta. Por medio de la insistencia en la centralidad formal (meramente psicológica o afectiva) del discente (el llamado paidocentrismo), es eliminada la posibilidad misma de que el discente deje de serlo, ya que, aun en el supuesto de que aprenda cosas, lo que aprenda estará en todo caso sometido al imperio de los sentimientos, en el que nadie es más que nadie porque todo tiene el mismo valor, es decir, nada vale nada. De modo que la invocación a la centralidad del alumno en el proceso educativo, que se reivindica como elemento de transformación con respecto al ancien régime pedagógico y que tampoco tenía nada de original, es un recurso meramente retórico, pero de enorme eficacia para la destrucción de la enseñanza pública, porque el centro de este proceso no es el sujeto que aprende sino el sujeto que siente, ya que los afectos o la espontaneidad del niño, o sus opiniones, o su conciencia, han venido a desempeñar el papel sagrado e intocable que antaño desempeñaba su alma. Queda la carcasa formal, puramente administrativa, de una relación técnica, la de profesor-alumno, ya abortada por la configuración misma del sistema. La pretensión misma de personalizar, esto es, idiotizar la enseñanza, conduce a su disolución, ya que lo que se personalizará es la ignorancia haciéndola extensiva virtualmente a la totalidad de la población, dotada, sin excepción, de peculiaridades psicológicas, relegando o directamente eludiendo la labor de adiestramiento en los procedimientos racionales de aprendizaje técnico, académico y científico.
Dos de las medidas técnicas que más eficazmente han impuesto este modelo de escuela basura son la extensión de la etapa secundaria obligatoria hasta los 16 años, impulsando una infantilización creciente, y la consiguiente reducción del bachillerato a dos años. Extensión en el tiempo del intensivo vaciado académico que lleva a estrechar los programas preuniversitarios de los cuatros años del plan precedente (el del 70) a sólo dos cursos, que, además, son cada vez más cortos por el adelantamiento de las fechas de la prueba de Selectividad, que, por su parte, tiene cada vez más asignaturas opcionales, cada vez está más recortada, cada vez es más igualitaria, más ruinosa.
De modo que la Logse ha cumplido con altas dosis de eficacia la labor de destrucción de la enseñanza pública y la masificación de la estupidez programada y televisada, condenando a la indigencia académica y técnica a cuantos no pueden acceder a la enseñanza privada. La socialdemocracia, de la mano del relativismo fofo de la Pedagogía oficial, verdadera Sofística de la postmodernidad, ha logrado recluir en los márgenes de un mercado saturado, masas de sujetos sin cualificación ni formación más que para los trabajos que en la Antigua Grecia se reservaban a los esclavos, esos sujetos, muchos de ellos inmigrantes, que aparecen, sin embargo, en el foco de las preocupaciones sociales del discurso oficial. Un auténtico elitismo bendecido por la retórica igualitarista al uso ha triunfado. La Logse es esa maquinaria estatal de producción sistemática de ignorancia e incompetencia, cuyos engranajes son engrasados, como diría Marx, con la sangre de los profesores y las neuronas de los estudiantes.
José Sánchez Tortosa
http://revista.libertaddigital.com
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