quinta-feira, 7 de outubro de 2010

Vaticano y Reino Unido, sobresaliente

Han transcurrido dos semanas —bastante movidas por cierto— desde el viaje papal a Inglaterra (16-19/IX/2010), decimoséptimo y quizá el de mayor calado histórico entre los suyos. Es, pues, justo y necesario volver sobre esas cuatro jornadas, seguidas paso a paso por los excelentes cronistas de este diario, y registrando en su web (abc.es/sociedad) el texto completo de los dieciséis discursos pontificios.

Su Santidad Benedicto XVI, como Jefe del Estado Vaticano, cursó visita oficial a Su Majestad la Reina Isabel II, a su Parlamento y Gobierno, al Reino Unido en su conjunto; como obispo y Pontífice romano, a su gracia el primado de la comunión anglicana, arzobispo de Canterbury; y, como pastor de la Iglesia Católica, al presidente de la Conferencia Episcopal británica, el arzobispo de Westminster, con los cincuenta y nueve obispos y los cinco millones de fieles. Los actos, en su conjunto, han tenido por signo emblemático la beatificación del cardenal John Henry Newman, figura prócer de la historia anglicana y romana del siglo XIX; y, como lema, el que lo fuera suyo: De corazón a corazón.

La ya casi clásica tertulia familiar del Papa con los periodistas en el avión de ida contribuyó sobremanera a disipar prejuicios y ensanchar el interés de los informadores. Antes de tomar tierra, reconoció el Santo Padre que «Inglaterra ha tenido siempre su propia historia de anticatolicismo. Pero es igualmente un país con una gran historia de tolerancia, y estoy tranquilo de que habrá una acogida positiva». Ya antes de salir de Roma había confiado a sus más allegados que se marchaba «con valentía y con alegría». Hicieron algún ruido, como era de esperar, grupos como Protest to Pape, National secular Society, activistas del aborto, del matrimonio homosexual y del sacerdocio femenino, que en número de unos dos mil desfilaron por el centro de Londres. Sin olvidar, cómo no, las inculpaciones al Papa sobre los clérigos pederastas. Pero ese escabroso asunto no llegó a adueñarse, como algunos pretendían, del grandioso programa pastoral de la visita, porque el Papa, con enérgica humildad, condenó dura y repetidamente esos actos execrables; pidió perdón a las víctimas, recibió a algunas de ellas y confesó la negligencia de autoridades eclesiásticas.

Eso afianzó la credibilidad de Joseph Ratzinger ante los informadores y el público en general. Por lo que, en su conjunto, se ha verificado la predicción del jesuita Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, de que esas hostilidades anidaban en círculos minoritarios de la opinión pública, mientras que la sociedad británica simpatizaba en su conjunto con la visita del Papa y ello creció velozmente al contemplarlo en las calles o en la televisión.

Nadie mejor informado que el arzobispo de Westminster, Vincent Nichols, para darnos la visión y la versión global de aquellos cuatro días: «Más de medio millón de personas han visto personalmente al Pontífice y otras doscientas mil lo han contemplado a su paso por las calles de Londres. He tenido el privilegio de estar con él en el papamóvil y ha sido impresionante ver las sonrisas, la alegría, el respeto y el entusiasmo en tantos y tantos rostros. Ha sido esta una experiencia muy enriquecedora para nosotros».

Uno de los escenarios más concurridos de su periplo inglés fue, el jueves 16 en Glasgow, la grandiosa celebración eucarística con miles de jóvenes escoceses en el parque de Bellahouston. Le siguió, el sábado 18 en el Hyde Park de Westminster, la vigilia preparatoria de la beatificación de Newman, con la concurrencia de fieles de todas las regiones del país, una muchedumbre de ochenta mil fieles, en clima de fervor extraordinario. Y, también al aire libre, en la mañana del domingo 19, en el Copton Park de Birminghan, la solemnísima eucaristía de la beatificación, en una apoteosis de fe y de comunión eclesial.

La visita de Estado empezó por la Reina, en el palacio veraniego de Holyroodhouse, media hora después de aterrizar en Edimburgo. Ella, de quien se dice que es la anglicana más católica del país, le abrió conmovida las puertas del Reino Unido, conscientes ambos de los cuatrocientos setenta y cuatro años transcurridos desde la ruptura cismática de su predecesor Enrique VIII con el Papa Clemente VII, autonombrándose cabeza de la Iglesia Anglicana.

La Soberana y el Pontífice pronunciaron discursos nada convencionales, sino conscientes ambos de la alta significación de su encuentro para la Iglesia, el Reino Unido y los países democráticos. El programa de Estado se desarrolló plenamente dos días después en Londres, en el fascinante marco del Parlamento británico, ante los miembros del Gobierno, de las Cámaras de los Lores y de los Comunes y del Cuerpo Diplomático, en la misma estancia donde Enrique VIII condenó a muerte a su ministro Tomás Moro, figura histórica de primera magnitud del Santoral de la Iglesia.

En el auditorio del Parlamento estaban los cuatro últimos primeros ministros del Reino: Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair y Gordon Brown. Allí pronunció el Papa Ratzinger unos de los grandes discursos de su pontificado, cuyo entramado argumental comprende, con alta lucidez, la dictadura del relativismo, el secularismo agresivo y la expulsión de las religiones en sociedades democráticas. A lo que añadió una emotiva evocación de la figura egregia del cardenal Newman. Lástima que no quepan aquí unas líneas sobre él, por lo que les remito a dos espléndidos artículos sobre el nuevo beato: el de Eugenio Nasarre en ABC el 20 de septiembre y el de Tony Blair, en esa misma fecha, en L'Observatore Romano.

Impresiona comprobar cómo sintoniza con las líneas maestras de los discursos papales en el Reino Unido el gran artículo, nada menos que del «premier», James Cameron, en esta Tercera de ABC, del 17 de septiembre: «La Iglesia católica y sus organismos están liderando la batalla contra la pobreza en todo el mundo… Los que valoramos la contribución de los credos religiosos a nuestra sociedad comprendemos que la fe es un don que se debe abrazar, no un problema que se tenga que superar».

Pasando al segundo objetivo del Papa, la comunión ecuménica entre Roma y Canterbury, evocamos la histórica visita del primado anglicano Hoffrey Fisher al Papa Juan XXIII en diciembre de 1960; los posteriores encuentros de sus sucesores con los Papas respectivos y las comisiones mixtas de la aproximación doctrinal y eclesiástica, hasta llegar a la Constitución Apostólica Anglicanorum coetibusdel año pasado, para los anglicanos que han entrado o puedan entrar en la Iglesia católica. La Santa Sede y el Primado anglicano han llevado a término ese tan delicado proceso con suma comprensión y sabiduría.

Así llegamos al gran evento de la visita papal a su gracia el Primado Rowan Williams en Canterbury, devolviendo sus visitas a Roma y las de sus predecesores. Han hablado larga y sosegadamente sobre asuntos muy concretos, han orado juntos, con su clero y pueblo en la catedral de Westminster, y se les ve muy satisfechos de este gran avance ecuménico. Según la nota oficiosa del periódico vaticano, «han reafirmado la importancia de mejorar los encuentros ecuménicos y proseguir el diálogo teológico sobre la noción de Iglesia como comunión local y universal, y sobre la implicación de este concepto en el discernimiento y en la enseñanza ética».

En suma: queda mucho en el tintero, pero, en su conjunto, las cuatro jornadas de septiembre han supuesto, para el Reino Unido y la Santa Sede, el cierre feliz, y creo que definitivo, de medio milenio de hostilidades y suspicacias, para dar paso, en lo civil y en lo eclesiástico, a un periodo de colaboración recíproca y de servicio a la Humanidad. Bien lo expresó al despedirlo, en la escalerilla del avión, el «premier» James Cameron: «Gracias, Santidad, porque nos ha ayudado a reflexionar».

ANTONIO MONTERO MORENO (ARZOBISPO EMÉRITO DE MÉRIDA-BADAJOZ)

www.abc.es

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