Chaves Nogales, al igual que el Daniel del relato, no era más que un trabajador que trataba de salir adelante en la España de Primo de Rivera, la de Alfonso XIII y la de la República. (...) En la brillante biografía que escribió (...) sobre su paisano Juan Belmonte se dice que en ese año, 1935, "se iniciaba en España una revolución". La ilusión de los primeros años de la República daba paso a un motín nacional, cainita y sañudo.
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El Frente Popular y la descomposición de la República
Corre el año 1936 cuando se produce la llegada al poder del Frente Popular. Tras la alternancia de partidos y líderes predominantemente burgueses, se proclama vencedora una amalgama de partidos y políticos revolucionarios que, como en el caso de Largo Caballero, ven en la República un paso intermedio hacia la dictadura del proletariado. En el campo "creció el odio al propietario, bueno o malo, sólo por ser propietario, y al socaire de las teorías anticapitalistas invadieron el campo cuadrillas de expropiadores, que no eran otros que los tradicionales algarines, los raterillos rurales que siempre habían andado a salto de mata, y ahora tomaban un aire altivo de ejecutores de la justicia social. Ladrones de campo y cuatreros ha habido siempre en Andalucía; pero nunca, ni en la época del bandolerismo legendario, se ha considerado el robar como un timbre de orgullo". De esta forma se lamenta Juan Belmonte, quien sostiene en la biografía que le escribe Chaves Nogales:
Lo verdaderamente dramático era la ruina de la economía campesina, determinada por huelgas innumerables. Lo peor eran las huelgas por solidaridad. Cuando penosamente, a fuerza de discutir y regatear, se firmaban unas bases entre los propietarios y los jornaleros, venía una huelga por solidaridad, y la cosecha se quedaba en el campo. Los primeros años de la República han sido la ruina de los labradores.
La ideologización del campesinado y la manipulación de los gerifaltes locales propician un ambiente en el que se penaliza el trabajo y se ensalza el pillaje. Una noche, un estrépito le hace pensar a Belmonte que le atacan los revolucionarios. Nada de eso hay. Son "modestos expropiadores que se llevaban las gallinas". Y con socarronería andaluza añade: "Estuve por ir al sindicato a quejarme de la falta de competencia de los funcionarios expropiadores de la sección avícola".
Pero tras este aparente buen humor se esconde la amargura de quien, tras haber salido de la pobreza con trabajo y arriesgando la vida, puede "de la noche a la mañana (...) perderlo todo" por una serie de decisiones ciertamente arbitrarias. Si al proclamarse la República los revolucionarios deciden, magnánimos, no incautarse de los caballos del torero –"(...) el capital de Belmonte ha sido bien ganado"–, poco después esos mismos revolucionarios se han radicalizado, abandonándose al saqueo.
Aquellos mismos que al proclamarse la República no se atrevían a incautarse de mis caballos porque yo había ganado lícitamente mi capital, venían un año después a hurtármelos sin ningún escrúpulo teórico.
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La República y la civilidad. Han sido bien documentados los cierres de periódicos y el endurecimiento de las leyes contra la libertad de expresión, teniendo estos su máximo exponente en la Ley de Defensa de la República, primera ley aprobada por Azaña, en cuyo texto se podía leer: "Son actos de agresión a la República (...) La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público (...) Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del Estado (...) La alteración injustificada del precio de las cosas [algo, por otro lado, normal en la época: recordemos que EEUU, bajo el gobierno de Roosevelt, había introducido medidas económicas similares, antes de que el Tribunal Constitucional las declarara ilegales...]". Por su parte, el ministro de la Gobernación quedaba facultado para "suspender las reuniones o manifestaciones públicas de carácter político, religioso o social, cuando por las circunstancias de su convocatoria sea presumible que su celebración pueda perturbar la paz pública"...
Chaves Nogales ve los acontecimientos con preocupación, y unos años después, tras haber salido de España, dirá:
Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético.
Sin embargo, antes de escapar de España en el año 1936, Chaves Nogales seguirá escribiendo en periódicos del bando frentepopulista (sobre todo en Ahora, en el que hará las veces de director), al que no criticará abiertamente hasta su llegada a Francia. Su desengaño con el bolchevismo ya había quedado patente en su libro de 1934 El maestro Juan Martínez que estaba allí, narración de las peripecias de un bailaor flamenco que intenta escapar del terror rojo y la guerra civil en la URSS. Pero en España, a pesar de que tras la guerra atacará ferozmente ambos bandos, antes de su evasión, ya sea por convencimiento o por miedo, se muestra firme partidario de la República.
La Guerra Civil
Lo más probable, leyendo lo que escribió el periodista sevillano cuando ya corría el riesgo de ser represaliado, es que en un principio confiara en que el sistema republicano fuera capaz de anular el elemento revolucionario y afianzar la democracia liberal en España. Es precisamente por esta razón por la que Chaves Nogales detestará al bando franquista, cuyo mayor peligro radicaba en su elemento falangista, anticapitalista y antiliberal. Desde muy pronto, y aunque el general Mola se pronuncia con una bandera republicana y la promesa de salvar el régimen, Chaves Nogales es capaz de ver en el llamado bando nacional lo que es incapaz de aceptar en el frentepopulista; y es que los revolucionarios habían aprovechado la guerra para propagarse por ambos frentes. "Los caldos de cultivo de esta nueva peste (...) nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente", dirá más tarde. Pero su error de juicio original le llevará a decidir –a diferencia de lo que hicieron otros intelectuales– quedarse en Madrid, aún esperanzado con que la posible victoria de la República pueda significar la pervivencia de la democracia liberal en España, una democracia que ya había empezado a descomponerse irremisiblemente tras el golpe de estado perpetrado por PSOE y UGT en 1934 y que había recibido el golpe de gracia con el levantamiento de 1936.
De la guerra sólo quedan una serie de artículos escritos "contra el fascismo". Aquilino Duque señala que el último de los que escribió antes de abandonar España se titulaba "Bajo el signo de la svástica y el fascio de los lictores". A estos artículos hay que darles el valor justo de lo redactado en tiempo de guerra. No es hasta 1937 que, ya fuera del país, publica A sangre y fuego. Aquí reconoce Chaves Nogales ciertas diferencias entre ambos bandos; destaca que el nacional está mejor organizado y que en él la violencia interna está más controlada. En los relatos del sevillano hay odio, venganza y crueldad en la zona nacional, pero no checas ni organizaciones como La Columna de Hierro, conformada por bandas de anarquistas dedicadas "impunemente al pillaje y a la destrucción":
Con el pretexto de limpiar al país de fascistas emboscados iban aquellos hombres por pueblos y aldeas matando y saqueando a su antojo sin que las escasas fuerzas de orden público de que disponían las autoridades pudiesen hacerles frente.
Estas diferencias dejan entrever en el bando franquista un germen de algo que no es solamente falangismo, sino adscripción a unos valores tradicionales y reacción ante el proceso de bolchevización en España. El periodista, firme en sus principios, comparte el odio a los bolcheviques pero cree sin embargo que es la democracia la que debe luchar contra los procesos revolucionarios. Sin embargo, en España, donde éstos han penetrado en ambas facciones, Chaves Nogales no tiene hogar ideológico. En lugar de aceptar el levantamiento como mal necesario, dice tras llegar a Francia:
Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo.
La extraordinaria acritud de estas declaraciones se traslada a los relatos de A sangre y fuego, llenos de odio y cinismo. En un hospital miliciano, un enfermo "tenía un trapo con los colores de la bandera monárquica escondido debajo de la almohada, y cuando la fiebre le hacía delirar se incorporaba en el lecho y tremolando su bandera por encima de la cabeza gritaba frenéticamente: 'Arriba España', mientras los enfermos vecinos, enemigos del fascismo, se debatían entre las sábanas y llamaban a los milicianos para que lo fusilasen". Poco después, un miliciano accede a la petición y lo asesina; entonces, otro tísico desde su cama le da las gracias y se arropa para dormirse. "Ahora podré morir tranquilo". Es sólo una entre decenas de tropelías que narra el de Sevilla, y que inevitablemente nos remiten por contraste a las originales lecciones de memoria histórica que pretenden imponer algunos de los hijos y nietos de los contendientes. Es por esta razón que la inteligencia nos llama a leer A sangre y fuego y a no olvidar las pocas pero valiosas lecciones que podemos extraer del libro.
Es sin duda esta colección de relatos lo más sincero que escribiría Chaves Nogales sobre el conflicto en España. No sorprende que en este ambiente hostil, atrapado entre dos facciones revolucionarias, la falangista y la frentepopulista, y ya convencido de que la democracia en España ha sido liquidada, decida marchar a Francia: el futuro dictador de España "va a salir de un lado u otro de las trincheras" y él no quiere estar allí para vivirlo.
Francia y la Guerra Mundial
De su exilio en el Hexágono –"por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros"–, extraerá toda la información necesaria para redactar La agonía de Francia, donde relata la rendición del país vecino ante las tropas nazis y sigue denunciando la táctica comunista:
Pretendieron seguir utilizando la guerra civil española como plataforma política, pero el pueblo francés (...) descubrió finamente el siniesto juego de la política comunista respecto a España.
Chaves Nogales acusa a los quintacolumnistas de Berlín, Moscú y Roma de dinamitar la resistencia de la democracia francesa, ya bastante debilitada luego de "las dos revoluciones abortadas; la de las ligas reaccionarias de 1934 y la del Frente Popular en 1936".
En esta crónica, Chaves Nogales trata de tomar el pulso psicológico a Francia en los meses anteriores a la rendición del régimen de Vichy, e insiste en lo falaz de la idea de que la democracia es incapaz de luchar contra el totalitarismo. Sin embargo, y aun cuando su análisis de la degeneración democrática es valioso, algunos lectores echarán en falta algo de especulación, de soluciones hipotéticas al drama de las democracias. Chaves Nogales habla del "sofisma mil veces repetido de cargar a la cuenta de la democracia los crímenes que cometen sus enemigos", pero no de cómo puede la democracia defenderse de ellos. Sea como fuere, el sevillano es, ante todo, periodista y, aunque se aventurará bastante en su análisis de la realidad, se negará a hablar de lo que podría haber sido.
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Cuando el ejército alemán entra en Francia, Chaves Nogales ya ha puesto rumbo a Londres, preocupado ante el más que probable peligro de que sus escritos contra el fascismo, tanto en España como en Francia, y su condición de famoso reportero le hayan granjeado un puesto en las listas de la Gestapo.
Ideología y Revolución
España es el escenario de la primera gran guerra ideológica, un tipo de confrontación que exige el aniquilamiento del enemigo, pues no se lucha contra un líder sino contra unas ideas. Cualquiera puede estar intoxicado de las ideas enemigas, la quinta columna está en todas partes: en este clima, la paranoia y la venganza campan a sus anchas.
Gana Franco la guerra y consigue anular en gran medida el elemento revolucionario de su régimen y, así, evitar el destino de cualquier totalitarismo: el exterminio del enemigo, del amigo del enemigo, del indiferente y de todo aquel que pase por ahí. Chaves Nogales decidirá, de cualquier modo, seguir en el exilio, pero mandará a su familia de vuelta a la patria, al igual que hicieron Ortega y Ramón Pérez de Ayala. Morirá en Inglaterra sin ver la derrota del otro gran totalitarismo revolucionario que amenazó a Europa, el nazismo.
La íntima relación entre las grandes ideologías revolucionarias del siglo XX ha sido suficientemente documentada por autores como Hayek y, más recientemente, por Jonah Goldberg (en Liberal Fascism); pero Chaves Nogales articula lo político no desde lo teórico, sino desde lo cotidiano, y demuestra que los principios de defensa de la libertad no son coto exclusivo del activista, y que deben ser defendidos ante todo por el ciudadano de a pie, el individuo ahogado por la imposición igualitarista de los sistemas políticos que reclaman que rememos todos en una misma dirección y hacia un mismo objetivo. Estamos ante alguien que se reivindica como pequeñoburgués y liberal, dos palabras que en nuestra época han merecido el desprecio de todos los pensadores revolucionarios, desde Nietzsche hasta Sartre. Y es esta denominación la clave del pensamiento de Manuel Chaves Nogales, que no es activista, ni prosélito, ni tan siquiera exégeta: simplemente alguien con un "odio insuperable a la estupidez y a la crueldad"; un pensamiento que, por crítico, resulta peligroso para los niños cantores del "Por un mundo mejor".
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Decía Chesterton del comunsimo y el calvinismo: "Agotan sus dogmas, los llevan a la extenuación, hasta convertirlos en una pesadilla". Lo mismo podría decirse de todos los movimientos revolucionarios que, llámense jacobinos, nacionalistas u ecologistas, asolan Occidente desde la Revolución Francesa. Chaves Nogales, que comprendió que la revolución era siempre enemiga de la libertad, supo también cuál era el mayor enemigo de aquélla: gente como el obrero Daniel al que nos referíamos al principio del relato, que "se había limitado a desconocer y desacatar las organizaciones proletarias de la lucha de clases, a no secundar las huelgas y a procurarse mejoras económicas trabajando a destajo o en horas extraordinarias, contrariando los acuerdos e intereses sindicales". A vivir, al fin y al cabo, su vida, sin plegarse al ideario que, inevitablemente, impone quien está convencido de que la forma de vivir que propugna es superior a todas las demás. "¡Ya sois los amos! ¡Ya mandáis!", dice Daniel a los comunistas. "No os pido más sino que me dejéis vivir y trabajar como me dejaba el patrón". Pero el consejo obrero le acaba expulsando de la fábrica, porque al totalitarismo no le basta con la mera aceptación, sino que exige celo y entrega.
Se hace de esta forma buena la observación más obvia que extraemos al leer textos como el Homenaje a Cataluña de George Orwell: los comunistas, como enemigos, eran temibles; pero mucho peor era tenerlos en tu mismo bando. Éste fue el infortunio de Manuel Chaves Nogales, cuya causa, la libertad, no hubo entonces en España quien la defendiera.
NOTA: Ésta es una versión editada del artículo del mismo título que ALEJANDRO GARCÍA INGRISANO ha publicado en el más reciente número de LA ILUSTRACIÓN LIBERAL, ya disponible en Criteria, Club de Lectores.
Alejandro García Ingrisano
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