sábado, 31 de julho de 2010

Espeluznante portada de 'Time': una mujer afgana mutilada, sin nariz ni orejas


"Nuestra imagen de la portada de esta semana es poderosa, sorprendente e inquietante". Así comienza el reportaje de Time, que lleva por título "Lo que ocurre si dejamos Afganistán". En ella, vemos a Aisha, afgana de 18 años, que ha sufrido algunas de las peores torturas que inflingen los talibán a sus mujeres.

Según la publicación, la joven quiere que "el mundo vea el efecto que el resurgimiento de los talibán podría tener en las mujeres de Afganistán" y por ello presta su mutilada imagen. Las orejas y la nariz le fueron cortadas por un comandante talibán, cuando trataba de huir de la casa de unos familiares que la maltrataban.

Explican en sus páginas que la intención de Time es cuestionar la posible salida de EEUU de Afganistán, o la negociación con los talibán para alcanzar una paz rápida en el país. Así, poniendo ante los ojos del espectador las prácticas más cruentas de esos terroristas, pretenden alertar del escenario devastador que quedará si finalmente Obama y sus aliados ceden ante las presiones, y decide dar carpetazo a la situación afgana por la vía rápida.

Conscientes del impacto que generaría la imagen de Aisha, en la revista se curan en salud, y argumentan a favor de su publicación: "Pensé mucho sobre si poner esta imagen en la portada de TIME" explica Richard Stengel, editor de la revista. Aclara que: "En primer lugar me aseguré de la seguridad de Aisha, y de que entendía lo que significaría la portada. Ella sabía que se convertiría en un símbolo del precio que tienen que pagar las mujeres afganas por la represiva ideología talibán". Además, confirmó que la joven se encontraba en una localización secreta, protegida por guardias armados, y a la espera de ser operada gracias a la organización humanitaria Grossman Burn Foundation.

Y después, según cuenta, Stengel se topó con las implicaciones éticas y emocionales de publicar una fotografía tan explícita en portada. "Soy muy consciente de que esta imagen quizá sea vista por niños, a los que sin duda les resultará molesto. Por ello, hemos consultado con un gran número de psicólogos sobre su impacto potencial". Así, el editor explica que finalmente, y tras mostrarle la imagen a sus hijos de 9 y 12 años optó por su publicación: "A pesar de todo, le suceden cosas malas a la gente, y es parte de nuestro trabajo explicar a qué se enfrentan. Al final, sentí que la imagen es una ventana a la realidad de lo que está ocurriendo allí – y lo que peude apsar- en una guerra que parece ambigua y nos incluye a todos. Prefiero mostrarles a los lectores la crueldad de los talibanes que hacer que lo ignoren" argumenta.

Aún así, Stengel se disculpa con los lectores que puedan sentirse ofendidos, y deja abierto un foro especial para comentar su opnión acerca de la portada, así como un reportaje en vídeo más extenso que narra la situación de Aisha, y de la mujer afgana en general. En cualquier caso, la publicación ha conseguido relanzar el perenne debate sobre la delgada línea que separa el sensacionalismo de la información en las fotografías periodísticas.

http://www.libertaddigital.com

¿Legalizar la marihuana?

Cartel anunciador de la película 'El jardín de la alegría'.

¿Legalizar la marihuana? Hace algunos años habría votado no a esa cuestión. Ahora, votaría probablemente que sí. Si fuera ciudadana de California, claro está, pues es el estado de California el que va a someter esta pregunta a referéndum el próximo mes de noviembre. Y tal como está la intención de voto en estos momentos, el No algo por encima del 50% y el Sí cerca del 50%, California podría sentar un precedente revolucionario este otoño, convirtiéndose en el primer lugar del mundo en legalizar el consumo, la producción y la distribución de marihuana. Porque la pregunta no se refiere únicamente al consumo sino también a la producción y a la venta. Por lo que va muchísimo más allá que la aprobación, conocida esta semana, por parte de la Sanidad española del primer fármaco de cannabis (Sativex).

Y digo que votaría que sí por una razón fundamentalmente. Porque hace años que sigo atentamente la publicación de estudios sobre los efectos de la marihuana y he llegado a la conclusión, en el estado de investigación actual, al menos, de que sus efectos no son peores que los del tabaco y el alcohol. O que si el tabaco y el alcohol son legales, no encuentro razones de peso para que la marihuana no lo sea.

Y lo cierto es que hay una creciente tendencia en esa dirección. No hay más que ver los últimos artículos publicados, por ejemplo, en dos medios de gran influencia como son The Economist y Newsweek. The Economist (www.economist.com) no sólo recuerda lo ajustada que está la intención de voto en este momento, sino que destaca los efectos positivos en el terreno de la criminalidad de los jóvenes (muchos arrestados en asuntos relacionados con la marihuana) y en el fisco de California. Newsweek (www.newsweek.com) apunta otra ventaja, el enorme daño que esta legalización infligiría a los sangrientos cárteles de la droga mexicana. Algunos analistas estiman que entre un 20 y un 50% de los beneficios de estos cárteles están relacionados con la marihuana, con lo que una legalización en California los dejaría obviamente sin el mercado estadounidense.

Si los medios americanos insisten en estos enfoques, es muy posible que el Sí avance más allá del 50%. Y que, a partir de noviembre, los jardines californianos se parezcan al “jardín de la alegría” de aquella divertida película inglesa de Nigel Cole. Con amas de casa como la interpretada por la estupenda Brenda Blethyn cultivando marihuana para afrontar sus deudas, pero a la vista de todo el pueblo.

Edurne Uriarte

http://www.abc.es/blogs/edurne-uriarte

El «caso» Couso

El juez Santiago Pedraz quiere que Obama le entregue a tres militares norteamericanos para juzgarlos por supuesto asesinato del cámara de Telecinco José Couso. Pide su busca y captura e ingreso en prisión para su extradición a Madrid. Y dicen nuestras televisiones socialistas que ahora con este presidente progresista en la Casa Blanca quizás pueda lograrse. Es decir, que Washington extradite a España a tres militares compatriotas para ser juzgado por la muerte de un reportero español que se hallaba en zona de combate. Cuanto más sectarios, más paletos y ridículos son algunos. Washington, que no ha repatriado a un periodista que fue voluntario a Irak, sino a muchos miles de soldados que fueron a cumplir con su deber, podría estar aburrido del caso. Jamás hará lo que le pide Pedraz. Con todo el respeto a la familia que tiene todo el derecho a enfocar su luto como quiera y buscar consuelo en lo que consideren justicia. Y comprensión para su reacción de sentirse «pletóricos» y «entusiasmados» por la decisión del juez. Seamos claros. El caso Couso ha sido una manipulación de los sentimientos de la familia para la agitación del izquierdismo radical.

Esta columna no me va a granjear amigos. Y sé que muchos seguirán manteniendo que los soldados norteamericanos, en un blindado en pleno combate urbano y atacados por los iraquíes, sólo pensaban en cómo matar a un periodista español de izquierdas. Que lo piensen unos adolescentes «antiimperialistas» es lógico. Que lo piense el juez es un disparate. Couso fue a una guerra en la que, como en todas, cualquiera puede morir. Como murieron Julio Anguita y Julio Fuentes. Ni en el caso de los dos citados o los periodistas muertos en los Balcanes se buscó otro culpable que la guerra. ¿Por qué? Porque las balas no eran norteamericanas. Dejémonos de majaderías.

Hermann Tertsch

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¿Para qué sirve el Tribunal Internacional de Justicia?

El mejor calificativo que puede recibir la «opinión consultiva» emitida recientemente por el Tribunal Internacional de Justicia sobre la declaración de independencia de Kosovo es, siguiendo la bien conocida tradición anticlerical del término, el de «jesuítica». Agarrándose a los términos estrictos de la pregunta formulada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, los diez miembros del Tribunal que comparten la tesis mayoritaria deciden, en cuarenta y cuatro farragosas páginas, que el tema no tiene nada que ver con el Derecho Internacional y sorprendentemente concluyen que la declaración de independencia no es incompatible con el mismo. Como en el cuento clásico, afirman que el tema «no ha pasado» por las anchas mangas de los que en su tiempo fueron clérigos y ahora son jueces internacionales. Entre el chasco y la pifia, la gran disimulación aporta poco al prestigio del Tribunal y sus componentes y arroja graves dudas sobre su capacidad para delimitar el contenido y la aplicación de lo que se pueda entender por Derecho Internacional. Pretendiendo evitar las consecuencias políticas de su pronunciamiento consiguen justamente todo lo contrario: cargar con imprevisibles repercusiones la bobería pacata de su decisión.

La independencia de Kosovo fue decidida de manera unilateral por la población albanesa del territorio, recomendada por los enviados del secretario general de las Naciones Unidas y reconocida por sesenta y nueve miembros de los ciento noventa y ocho que componen el censo de las Naciones Unidas. No ha tenido el endoso del Consejo de Seguridad —única autoridad internacional jurídicamente autorizada para proceder a la aprobación de medida tan traumática— ni la aceptación por Serbia, de la que el territorio proclamado independiente era, y en términos estrictos sigue siendo, una provincia, y cuya secesión claramente viola el principio de la integridad territorial de los estados. Cuando en el año 1999 el Consejo de Seguridad se ocupa de la situación en el territorio, tras la intervención militar de la OTAN para evitar la catástrofe humana a la que se encaminaba la política de Milosevic, recuerda sistemáticamente que la situación final debe situarse en el contexto de la integridad territorial de Serbia. Una política de hechos consumados en la que activamente han participado niveles administrativos de la ONU, los Estados Unidos y una mayoría de estados miembros de la Unión Europea, y ahora endosada por el TIJ, ha contribuido a la consagración de una situación de hecho que violenta principios reconocidos y compromisos previamente contraídos. No sería la primera vez que la fuerza se impone sobre el derecho en la vida internacional de relación. Que amparándose en los recovecos formales de la pregunta el TIJ se preste a tal maniobra dice poco y malo sobre la institución.

Esquivar la sustancia del tema con pretextos superficiales desvía la atención sobre la raíz del problema, que tiene tanto que ver con la integridad territorial de un Estado miembro de Naciones Unidas como con las ondas expansivas de la decisión y de su peculiar cobertura metajurídica. Siguiendo la doctrina que torcidamente introduce ahora el Tribunal, los secesionistas de Transnistria, Abjasia, Osetia del Norte o Norte de Chipre podrían declarar sus deseos sin temer una reconvención del Derecho Internacional. Lo mismo podría ocurrir, y no cabe nuestro engaño ni escándalo, respecto a los que no ocultan su deseo separatista en Cataluña, el País Vasco e incluso Galicia. Por no hablar de Escocia, Flandes, Córcega o la Bretaña. Esas bien intencionadas y poco convincentes seguridades ofrecidas por los que dicen que de lo de Kosovo una vez y no más no pueden ocultar la cortedad de su alcance: basta la contemplación del regocijo con que los nacionalistas de cuño diverso han recibido la declaración del TIJ para darse cuenta de por dónde van los tiros. ¿Dónde está dicho que lo aplicable a Kosovo no sirve para otros casos en los que la demanda es la independencia? ¿No se han dado cuenta los beneméritos y jesuíticos magistrados del Alto Tribunal de la maligna capacidad expansiva de sus pronunciamientos? No hay un solo medio de comunicación en el mundo que, al recoger la noticia, no haya apuntado al peligro de contagio que la desdichada opinión consultiva encierra. ¿No era eso jugar a la política con la escoba del aprendiz de brujo?

Hará bien España en mantener su rechazo al reconocimiento de Kosovo como país independiente. Y hacerlo sin empacho a la hora de reconocer que frente a los secesionistas interiores y sus aliados objetivos —esos que sorprendentemente consideran «casposo» hablar de la unidad de España— conviene protegerse ante cualquier pretexto que el exterior pueda facilitar a aquellos que por todos los medios pretenden la «internacionalización» de su delirio. Fingir que no pasa nada es la mejor fórmula para que las cosas empiecen a pasar. El prurito de la púdica ocultación no tiene aquí cabida. Como tampoco debe abandonar España otras buenas razones para oponerse al desmembramiento de Serbia: este camino de la partenogénesis internacional a la que algunos se prestan con tanto entusiasmo como irresponsabilidad es un flaco servicio a la estabilidad y la construcción de sociedades plurales y democráticas.

Claro que la opinión del TIJ no es vinculante y cada uno, como suele ocurrir, hará lo que sus intereses nacionales le dicten. De poco sirvió en su momento la opinión del TIJ donde matizadamente negaba las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Y de nada sirvió que la Asamblea General recordara a los británicos que la descolonización de Gibraltar se debía realizar sobre la base del respeto a la integridad territorial española. Aquí lo que cuenta, y el TIJ lo recuerda explícitamente, es el derecho constitucional interno y sus vinculaciones, las que en última instancia encarnan la capacidad de obligar. Leyendo las cuarenta y cuatro páginas se podría tener la malévola tentación de pensar que lo que de verdad sobra es el propio TIJ. O concluir en la inutilidad de someter cuestiones a su consideración cuando la experiencia nos dicta que los resultados habrán de estar marcados por la descomprometida cautela. Para ese viaje, mejor otras alforjas.

Porque, tribunal por tribunal y sentencia por sentencia, quedémonos con nuestro Constitucional. Frente a la incuria jurídica y casi festiva de la que el TIJ hace gala, el TC español, en un proceso tan agónico como lo eran las cuestiones planteadas, ha sabido colectiva e individualmente estar a la altura de los mandatos del texto de 1978. En cuyo contenido, según recuerda el TIJ a la hora de lavarse sus manos, está la respuesta negativa a la pregunta sobre la independencia. Los nacionalistas que por aquí nos gastamos no han sabido reparar en ese pequeño detalle.

sexta-feira, 30 de julho de 2010

Cuba: de repente en el verano

Uno de los lugares comunes de los que podíamos llamar los «think tanks» cubanos de los años 70 y 80 era que Fidel Castro encontraba siempre su mejor plataforma política cuando actuaba desde la oposición. Era una forma ingeniosa de gobernar a la vez desde la izquierda o la derecha (según viniera al caso) pero conservando el centro firmemente bajo su control. Llamo aquí «think tanks» a los pequeños reductos de pensamiento liberal, entre los que contabas burócratas, embajadores, algunos escritores, oficiales más o menos deslenguados del Ministerio del Interior y viejos comunistas defenestrados. Pero desde que Fidel cedió el poder en 2006 por el grave padecimiento instestinal, e incluso hallarse al borde de la muerte, y de que su hermano Raúl ocupara la presidencia, perdió su equilibrio.

Vistas así las cosas, hoy tenemos la certeza de que todas las energías no comprometidas en su rehabilitación, en estos últimos cuatro años, Fidel las ha dedicado a mantener —a toda costa— su vigencia política. El despliegue de actividades fuera de su confinamiento de los últimos días, más que una muestra de su milagrosa rehabilitación y de la férrea voluntad que lo sostiene, es evidencia de su concentración en el objetivo, y más aún, de que está pujando por el poder. Así pues, mientras Raúl se mandaba a instrumentar unas añoradas medidas de cambios socioeconómicos por las que ha abogado desde los años 60, Fidel reivindicó sus actividades como opositor, pero esta vez sin estar él mismo en el centro ni ocupar los cargos de su otrora investidura.

No fue muy paciente, por cierto. No esperó a que cicatrizaran sus heridas para empezar a torpedear los proyectos de Raúl. La primera gran zancadilla tuvo lugar el 26 de julio de 2007 cuando hizo correr que Carlos Aldana, el antiguo secretario ideológico del Partido, había escrito para Raúl el discurso de tonos reformistas del acto, y a continuación vinculó el resurgimiento de Aldana con la presentación en la tele de otros dos duros de la vieja guardia: José Serguera y Luis Pavón, a los que se identifica como los Torquemada de un supuesto quinquenio gris de la cultura cubana. Desde entonces, esos son los cuatro años de Fidel sin cargos de Gobierno.

Aunque Raúl tampoco se ha quedado tranquilo, y empezó por recortarle la escolta y cambiarle el personal más allegado, que Fidel, por su parte, vuelve a tratar de reclutar. Es una lucha sórdida y sostenida. Pero la última confrontación, la iniciada la semana pasada, es merecedora de mucha mayor atención porque tiene por objetivo librar su batalla más peligrosa desde la época de Bahía de Cochinos o del derrumbe de la Unión Soviética: atajar el buen tono que cada vez con mayor celeridad adquieren las relaciones con los Estados Unidos.

El éxito obtenido por Raúl al negociar con España y la Iglesia la libertad de los presos políticos es solo la puntita de ese iceberg. Fidel emplea para el contragolpe el anuncio de la inminencia de dos guerras nucleares a desatarse a la vez en Irán y Corea del Norte. Entonces deja pasar una semana y, de repente, a oficiar por su cuenta, en un pueblito al oeste de La Habana, su acto por adelantado del 26 de julio, que es la celebración por el asalto al cuartel Moncada. El objetivo ha sido impedir las supuestas medidas de reforma económica. Y aguarle a Raúl su 26 de julio, en la ciudad de Santa Clara, donde se suponía que las iba a proclamar. Para el jaque mate, Fidel desplaza la zona del próximo conflicto hacia la frontera de Colombia con Venezuela. Esta vez no habrá armamento nuclear, pero Chávez —por orientaciones de ustedes ya saben quién— trae en la mano la baraja infalible para que los gringos salten: amenaza con cortarles el suministro de petróleo. Y, desde luego, olvídense de reforma económica. Tal es el dilema. Raúl sabe que esa reforma es imprescindible en orden de sobrevivir. Fidel, por su parte, sabe que, de lograrlo, Raúl no solo va a consolidar su gobierno sino que, de hecho, activa el peligro de barrer con todo vestigio de su legado.

El tiempo apremia. Así, el lunes pasado se apareció por el Memorial a Martí en plena Plaza de la Revolución, y el martes anunció la aparición de un libro sobre el Ejército Rebelde. Y de seguir Fidel en esta terca posición de saboteador, no solo pone en crisis el nuevo liderazgo, sino que él también puede ser la última víctima fatal de su propia torpeza.

Porque cuando no es Fidel haciéndose la oposición a él mismo —como parte de un sistema que es a su vez un todo—, sino a un nuevo y legítimo gobernante, el procedimiento se convierte en quintacolumna. Y por mucho menos que eso, ellos —los dos— han fusilado a mucha gente.

Norberto Fuentes, escritor y periodista cubano

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Gaza: la jaula de oro

En su primera visita oficial a Turquía el primer ministro británico ha calificado a Gaza de «campo de prisioneros» a la vez que denunciaba el asalto a la flotilla turca por soldados israelíes de suceso «totalmente inaceptable». No sabemos las motivaciones de Cameron, tal vez acercarse a un emergente mercado energético tras el fiasco de BP en el Golfo, o simplemente resultar complaciente con sus anfitriones de Ankara. Pero está muy equivocado.

Primero, Gaza no es un campo de concentración y si lo fuera sería culpa de sus propios dirigentes,los terroristas de Hamás. Contrariamente a lo que se pinta en los medios gracias a un detallado esfuerzo de propaganda antiisraelí, en Gaza no se está fraguando ninguna crisis humanitaria. Hace unos meses se inauguró una piscina olímpica (aunque con separación estricta de sexos) y la semana pasada se celebró por todo lo alto la apertura del primer centro comercial. Es más, cabe recordarle a David Cameron, que el nivel de vida en Gaza, según las estadísticas de la ONU, es superior al de Turquía.

Segundo, no debe olvidar que Hamás e Israel están en un estado de guerra y no porque Israel lo haya querido, sino porque la organización palestina sigue fiel a su objetivo de borrar del mapa al estado judío.

Cameron tiene el derecho a expresar sus opiniones, pero no a ser discriminatorio con ellas. Así como se critica a Hillary Clinton cuando se «olvida» del Tíbet o de los derechos humanos cuando viaja a China, es más que lícito criticar al dirigente británico cuando juega a criticar a Israel y calla todos los abusos cometidos por el régimen islamizante de Erdogan. Desde las invasiones de Irak para castigar a los kurdos, a la represión de la oposición, pasando por armar una flotilla cuyo objetivo era generar un enfrentamiento. Para representar un país que tanto ha recurrido al bloqueo naval, desde las guerras contra Napoleón hasta la de las Malvinas, Cameron tiene una memoria muy selectiva.

Rafael L. Bardají

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Los toros como tributo

La prohibición de las corridas de toros es el tributo que exige el social/nacionalismo catalán. Algo que nos temíamos mucho antes de que se formalizara un movimiento ciudadano ad hoc. Estaba en escrito en los programas culturales y morales de CiU, ERC y el PSC: la gran ocasión de demostrar el carácter «plural» de lo español que defiende ZP. Con Estatut o sin él, Cataluña no podía aceptar una fiesta «nacional». Aquí «las cinco de la tarde» no podían tener connotaciones trágicas. Ni solo poéticas. ¿Por qué les ha escandalizado tanto la prohibición y no los que la defienden? ¿Por qué se desgarran las vestiduras los que son tan tolerantes con CiU, tan disponibles a la colaboración ayer con Pujol. hoy con Más?

De las reacciones que se están dando estos días me han indignado no sólo las de quienes han defendido la prohibición sino las de aquellos que la han criticado cuando suelen ser tan comprensivos con los nacionalismos llamados moderados. Es decir, las posiciones inquisitorialmente exclusivas de los primeros pero también la impostura de los segundos. Porque la blandura de estos con aquellos es lo que ha permitido la degradación de la organización territorial de los treinta últimos años, y con ella la cultura y la moral afectadas por aquella. ¿Hipócritas? Y torpes políticamente porque para sacar partido de la colaboración con los nacionalistas hay que asumir todas sus posiciones, esto es «hacerse» nacionalistas en la práctica. Como los socialistas, como Montilla, como Zapatero- Y llegar a tripartitos y colaborar en causas como esta de la prohibición de las corridas de toros o en otras como la persecución del castellano o el montaje de museos en los que se cercena de forma estalinista el pasado.

Me llegan noticias del disgusto que les ha dado la prohibición a gentes como Rico, Ginferrer o De Carreras… Pero ¿acaso su mentor Castellet no les daba hace unos días una nueva prédica sobre las diferencias entre Cataluña y España?

César Alonso de los Ríos

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Toros y prohibiciones

¿Y si esa prohibición de los toros que acaba de decretar el Parlamento catalán devolviera a la fiesta su viejo brillo? No me extrañaría. Lo prohibido tiene un atractivo irresistible, recuerden la manzana que nos costó el Paraíso, y si los catalanes iban a Perpiñán a ver películas eróticas, puede que vuelvan para ver corridas, aunque algunos las tendrán más cerca en Valencia o Zaragoza.

Los toros venían languideciendo en Cataluña —17 corridas este año en la Monumental de Barcelona frente a las cien que llegó a albergar en sus días de gloria—, y no sería la primera vez que unos legisladores demasiado ordenancistas cosecharan justo lo contrario de lo que pretendían.

Aunque, ¿qué es lo que realmente pretende proscribirse de Cataluña? Alegan que una forma de crueldad con los animales. Les creería si los nacionalistas hubieran mostrado igual sensibilidad para la crueldad con las personas, especialmente con las víctimas del terrorismo. ¿Recuerdan a Carod Rovira en Perpiñán, no a ver películas X, sino a algo aún más pornográfico? No creo que haya que ser muy malpensado para sospechar que se intenta desterrar de Cataluña la fiesta nacional española. Como intenta desterrarse cuanto huela a español, empezando por la ñ y terminando por los apellidos. Es una limpieza gramatical, que pronto pasará a las costumbres y terminará en las personas, como ha sucedido allí donde el nacionalismo ha logrado imponer su doctrina exclusivista y excluyente. Lo más curioso es que mientras España se abre, Cataluña, la comunidad española un día más abierta, se cierra; mientras España se pluraliza, Cataluña se restringe; mientras España tolera, Cataluña prohíbe; mientras España avanza, Cataluña retrocede, ya que las comunidades se caracterizan tanto o más por lo que prohíben que por lo que autorizan.

Aquel padre del liberalismo político que fue Voltaire dijo algo que viene a resumir el talante democrático: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defendería hasta la muerte su derecho a decirlo». A mí no me gustan los toros. Asistí hace sesenta años a una corrida y me aburrí soberanamente, por lo que no he vuelto. Puede que debiera haberlo hecho, para ver de encontrar lo que muchas personas que admiro definen como su magia. Pero me atraen más mil otras cosas, y la vida es corta. Ahora bien, hay algo que me gusta aún menos que los toros y es que se prohíban las corridas. Si los toros tienen que acabarse, que se acaben de muerte natural, con el público no acudiendo a las plazas, no por la prohibición dictada desde un parlamento, con fuertes connotaciones políticas y clara intención antiespañola.

José María Carrascal

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El despropósito taurino

Es difícil tener buen concepto de los diputados catalanes que votaron a favor de prohibir los toros en aquel territorio. Exhiben una superioridad moral absolutamente estomagante. Se preguntaba Joan Puigcercós, diputado de ERC, acerca de lo que podía aportar a la juventud catalana la fiesta de los toros, y la respuesta es sencilla: la tauromaquia, el proceder de los toreros, puede dar ejemplo de vergüenza, pundonor, valentía, sacrificio, honor, resistencia al dolor… justo lo que el ochenta por ciento del arco parlamentario catalán no tiene. Los políticos catalanes quieren intervenir en las decisiones que afectan a libertad individual de los ciudadanos y no disimulan su afán por reprimir, por exhibir temibles muecas de intolerancia y una evidente pasión por prohibir, por ejercer un entusiasmo inquisitorial que consiga la uniformidad soñada, el catalán socialmente ideal. En ello consiste, amén de la circunstancia nada despreciable de lograr diferenciarse en otro detalle más del resto de España, la votación de anteayer: en demostrar su pericia como profesionales de la brecha, en dividir y enfrentar ciudadanos merced a una vieja enfermedad cargada de obsesiones sociales. Han utilizado argumentos cínicos y cobardones, han manoseado la realidad, se han inventado datos, escenarios y prejuicios, han buscado ansiosamente un final épico para la fiesta creando dos claros sectores, ganadores y perdedores y han invitado a un sector no despreciable de ciudadanos a sentirse cómplices de un asesinato múltiple felizmente impedido por las fuerzas del bien. Todo, como ven, edificante en grado sumo.

Un charlatán fanático —importado, por cierto; como si no hubiera suficientes aquí— y unos aprovechateguis de política menor han argumentado la defensa de los animales como excusa necesaria para la prohibición de las corridas de toros en Cataluña —ojo, de los tres mil festejos anuales en toda España, solo veinte correspondían a Cataluña; es más, el número de festejos en Francia triplica el número catalán—: ni que decir tiene que la mayoría de estos cuentistas no ha pisado en su vida un coso taurino y no conocen, ni por asomo, la vida del toro en el campo. A buen seguro tampoco han visto en acción a los ya famosos correbous de las tierras del Ebro, pero han sido capaces de elevarse por encima de esas dos realidades y dictaminar que una forma de jugar con los toros —la española en general— es perseguible y otra forma —la catalana— es digna de protección. Esa doble moral se extiende a otras muchas circunstancias en las que sufren los animales: caza, pesca, granjas, fuagrás o técnicas mataderas. Sobre ello no hay nada que alegar ya que, al parecer, no se cobra en concepto de espectáculo: ¿Quiere eso decir que sí se podrían celebrar a puerta cerrada o de forma gratuita? ¿Obligarán a ensombrecer, tal vez, las señales de televisión de Canal Plus cuando retransmitan una corrida de cualquier feria?

Todo ese ejército de frikies, todo ese conjunto de cursis que han celebrado la decisión política catalana como si fuera la victoria en Eurovisión, han visto —como dice el jefe de la DGT— demasiadas veces la película de Bambi. Y creen que los animales hablan y son seres humanos. Luego se los comen igual, pero procuran que antes tengan más derechos que un feto humano. Todo un despropósito.

Carlos Herrera

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Los toros y la física social

Cuando acaben de lamentarse por la prohibición de la fiesta, los taurinos catalanes podrían empezar a preguntarse qué han hecho para defenderla. No me refiero a la (relativa) movilización forzada de los últimos momentos del debate, cuando la decisión abolicionista ya estaba tomada de hecho por una élite política decidida a efectuar un gesto de soberanismo simbólico, sino a la larga desidia que ha permitido languidecer las corridas en Cataluña hasta dejarlas a punto para la puntilla política. Esa galbana apocada frente a la creciente hostilidad con que el nacionalismo señalaba a los toros como el emblema de un caduco españolismo cultural es lo que ha creado el clima para que la clase dirigente se sintiese autorizada a emprender la cruzada prohibicionista, a sabiendas de que con ella podía propinar un eficaz golpe propagandístico sin excesivos costes en la sociedad catalana. La resistencia interna ha sido mínima, como calculaban los soberanistas, a quienes la polémica española no ha hecho sino excitar en su designio publicitario; sabían que la atmósfera social propia estaba anestesiada por falta de articulación y de coraje.

El sector taurino y taurófilo catalán se ha dejado amedrentar o, como mínimo, arrastrar por la hegemonía identitaria. Ha buscado los apoyos fuera de Cataluña, arrinconándose a sí mismo en vez de plantar cara movilizando a la dirigencia civil y política de la autonomía. Ha permitido que el Partido Socialista se plegase a la corriente de dominancia nacionalista también en este punto, sin plantearle una presión que le obligase a dar la cara. Ha actuado, en fin, con complejo de inferioridad, en un ejemplo exacto del principal problema actual de la sociedad catalana, que es la mala conciencia y la sumisión pasiva ante el activismo soberanista, actitudes de las que el PSC del cordobés Montilla representa el perfecto correlato político. Se trata de una cuestión de física social, de ocupación de espacios; la lidia ha sido aniquilada porque sus defensores se habían dejado previamente desestructurar con un repliegue acomodaticio y la renuncia al ejercicio activo de la disidencia.

Ahora tendrán tiempo de meditar sobre ese encogimiento pusilánime, sobre esa indolencia cómplice, sobre esa merma autoprovocada de vitalidad civil que ha facilitado el golpe de gracia ante una opinión pública arredrada cuyos sectores más disconformes se limitan a menear la cabeza y susurrar en voz baja la inconveniencia de este disparate. Podrán hacerlo cuando vayan a Perpiñán o Nimes a ver corridas como antes iban a ver cine prohibido, o en la comodidad refrigerada del AVE de Zaragoza o de Madrid que les transportará camino de un exilio moral que no han sabido impedir sin ofrecer una oposición lo bastante vigorosa como para reconfortarles al menos en la previsible derrota.

Ignacio Camacho

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Tauricidio

La prohibición de los toros en Cataluña me parece absurda porque va en contra de aquello en lo que fundamentan la abolición: el amor al animal. Si esto lo siguieran los demás lugares donde hay toros, lo que se conseguiría sería lo que no logró Hitler con los judíos: el Holocausto, el Tauricidio total. He aquí la primera contradicción. La segunda es que catalogan la Fiesta de los Toros, la llamada «tortura», desde su posición de hombres recibiendo las puyas, las banderillas y la estocada que recibe el toro. Y el toro es un animal; y sin embargo, no se mueven para prohibir la pesca de los pescadores de caña, que lo que hacen con los peces es mucho peor que lo que se hace con el toro. Los sustraen de su medio natural físico, se asfixian, y les meten un anzuelo, que para nosotros no sería tan grave, pero llevándolo a los terrenos del toro sería como introducirle al animal un áncora por dentro. El pescador de caña es un hombre benéfico, que a la vez que pesca puede estar leyendo un libro de moral o de poemas, como ciudadano modélico. Yo no estoy en contra de los pescadores de caña, pero lo que hago aquí ahora es comparar con los «torturadores» de los toros. Si a un hombre le dicen, cuando nace, que va a tener veinte minutos de tortura (que sería la siguiente: una sangría, que es lo que hacían los médicos hasta el primer tercio del siglo XIX), aquí tiene una razón de ser: bajarle la cabeza al toro para poder matarlo al final. Esta «sangría» el toro —animal poderosísimo— la recibe como la recibe el hombre estando enfermo. Las banderillas son seis inyecciones —¿cuántas nos han metido?—, y la estocada es lo que deseamos todos: morir de un infarto. Esa es toda la «tortura» de un animal de quinientos, seicientos y más kilos, que está agonizando y se levanta. Muere de pie, mientras que el hombre cuando tiene un dolor de cabeza lo que hace es acostarse, y no se levanta. O sea, que en la prohibición hay una falsa perspectiva.

Cuando yo era adolescente observaba los hilos telefónicos y los de electricidad repletos de gorriones. Veía bandadas de gorriones. Ahora no veo gorriones porque fumigan los campos y matan a los insectos, que es de lo que se alimentaban ellos. La Creación, que es el Azar, es violenta en ese sentido. Nos comemos unos a otros. Yo les diría a los que están contra esta supuesta tortura si ellos tratan de no comer a las gallinas y los fetos de las gallinas, que son los huevos. Si acaba la Fiesta de los Toros, sencillamente hay un Tauricidio como el que no logró Hitler con los judíos: se acaban los toros, porque para carne o para leche hay otras razas mejores y menos costosas. Y el ataque que supondría a la Ecología. Se ha hecho desde posiciones muy aventuradas y claramente políticas. De la misma manera —¡claro, dirán que no hay tortura!— deben eliminar la ópera porque no la han inventado ellos. O el cine.

Es absurda la prohibición de las corridas de toros en Cataluña porque en el siglo XVIII había más corridas de toros en Barcelona que en cualquier plaza de Andalucía. A los animales los traían primero de Navarra, que es donde aparecen los toros de las corridas, y luego de Andalucía. Como no había tren ni camiones, los trasladaban por barco desde Málaga a Barcelona. Tardaban una semana. Antes de que se formara España, cuando Cataluña era Cataluña y Corona de Aragón, había toros. El toro es el animal tótem del Mediterráneo general. Y había fiestas en la calle por los toros en época medieval. Aquí hay una mirada torcida dirigida a eliminar una Fiesta con la cual creen que derriban algo español, cuando es ibérico. Hay toros en Francia, en Portugal, en América...

Creo que esta abolición tiene un cariz político clarísimo. Nunca he presenciado toros embolados, ni de calle: no me gustan; prefiero los toros en la plaza como el espectáculo extraordinario que son. La razón pudiendo a la sinrazón, construyendo una obra de arte, muy cercana a la danza. Y lo más extraordinario es que no se ha ensayado. Hay un «partenaire», que es el animal, que se desconoce y que se va conociendo a medida que transcurre la corrida. Y que aparece con lo que sea, y hay que vencer por inteligencia a aquello, y en la ejecución de los pases hacer arte, con la capa o la muleta. Para que el espectador lo mire con razón y sensibilidad, porque puede bostezar con un pase natural y erizársele el vello en otro. Desde mi agnosticismo, sin creer yo en la mística, me puedo emocionar muchísimo con San Juan de la Cruz, y no creer en la mística, pero sí creer en el individuo que escribe desde ella ese gran poema. Y entonces lo que yo hago es, en la lectura, salir de mí mismo y abrazar la porción de Humanidad que no tengo, pero que podía tener. Y eso es TOLERANCIA. Es lo que deseamos tener nosotros; que nos toleren. Y yo lo digo: que me toleren si hubiera hecho un buen poema religioso, de la misma manera que pido que me toleren cuando hago un poema agnóstico. Soy merecedor porque soy verdadero, en aquel entonces y ahora, y merecedor en mi pequeña verdad de la tolerancia del otro, que tiene que ser asentido por los demás. Y solo así existirá la verdadera democracia, y no habrá disputas absurdas.

Siento la abolición de los toros en Cataluña, pero igual que se han prohibido ahora pueden resurgir más adelante. Pido que respeten las creencias y las aficiones de los demás, y sobre todo hablo ahora, porque no pueden votar, con la voz de los toros. Ellos preferirían que permaneciera la Fiesta porque desean su existencia. Cuando a una persona le dicen que puede padecer un cáncer terminal, le preguntan: ¿quiere vivir o no? Responderá vivir, y si llegado un momento no puede resistir, puede despedirse de la vida; que a nadie le han pedido permiso para la existencia. Por lo tanto, puede decir ¡hasta aquí! porque ama la vida y no quiere tener un recuerdo negativo. Y uno ha amado la vida porque le ha dado lo bueno y lo malo, le ha barajado las cosas y ha aceptado esa sierra con arriba y abajo; lo que no puede aceptar al final es estar inmerso en el dolor. ¿Por qué va a tener que vivir con el dolor?

Los toros han dado grandes resultados en la Pintura y en la Literatura. La segunda elegía más grande, o primera quizás —porque ya es prototipo Jorge Manrique con las Coplas a la muerte de su padre—, es la de Federico García Lorca y su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Un grandísimo poema. Y Alberti, que no era un hombre de derechas, y tantos otros. Los toros no son una cosa tan repugnante. Vi una vez un matrimonio extranjero, con su hija; cuando apareció el primer toro la niña se tapó los ojos y comenzó a llorar. Poco a poco fue abriendo los dedos, y a partir de un momento determinado de la corrida se quitó las manos y vio la lidia con normalidad. Eso es posible por el toro, que no se queja y acomete con fortaleza de cuerpo. Yo creo que el final de los toros, más que en los antitaurinos, puede estar en los protaurinos, ganaderos y toreros. Están buscando un toro repetidor, es decir, le están quitando la casta. La lidia se reduce a mantener el toro en pie. Y por ahí pueden de-saparecer los toros: porque no haya toro. Ese es el verdadero enemigo. Pedro Romero, en el siglo XVIII, elegía los toros supuestamente de más peso, y peores: nunca le cogió el toro. Se toreaba moviendo los pies, no como me dijo a mí Escudero que se bailaba: con los pies fijos en el suelo, y de la cintura para arriba con el torso y las manos, que es lo que debe hacer el torero. Pies firmes, sin moverlos, y solo desde la cintura hasta arriba cadenciosamente los pases. Y vuelvo a ver la cercanía del toreo y la danza.


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quinta-feira, 29 de julho de 2010

Vergüenza torera

El debate democrático está cada día más enfermo en Cataluña. En una votación trascendental como es la prohibición de las corridas de toros, los nacionalistas ni siquiera han tenido la vergüenza torera de explicar la auténtica motivación de su voto, la exclusión de los símbolos de España. Hasta su excusa, el supuesto deseo de eliminar la tortura a los animales, se ha presentado con la boca pequeña de quien no tiene el valor de reconocer sus propias pulsiones antiespañolistas pero tampoco la desfachatez de desplegar con soltura la mentira.

Saben los nacionalistas que el argumento de la tortura es impresentable en la medida en que no prohíben los correbous. Los correbous desactivan la razón del sufrimiento de los animales. También la indiferencia al resto de formas de torturas a animales desacredita la coherencia de los movimientos antitaurinos, pero a pocos les importa la incoherencia de unos movimientos que son al fin y al cabo radicales y extravagantes. Que buscan el golpe de propaganda y atención mediática y no la solidez de las ideas.

Muy degradada está la política en Cataluña cuando los nacionalistas, que sí buscan la coherencia en su mensaje, no tienen el valor de explicar sus motivaciones. Como si ellos mismos sintieran el ridículo de llevar el antiespañolismo a estas cotas tan inauditas. Quizá inquietos por el temor de haber ido demasiado lejos, de haber sido arrastrados por el monstruo fanático y excluyente que han ayudado a crear.

Aún más patética es la falta de valor del nuevo nacionalista Montilla. Que tendrá que explicar en el resto de España, él o su partido, por qué el socialismo nacionalista ha sido incapaz de liderar el no mayoritario de su partido a la prohibición. Por qué ha votado como si fuera culpable. Por qué se ha escondido. Por qué ni siquiera ha tenido la vergüenza torera de defender su posición y su maltrecho honor.

Edurne Uriarte

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Irreconocible España

Fue Alfonso Guerra quien dijo que, después de unos años de poder socialista, a España no la reconocería ni la madre que la parió; pero a quien, verdaderamente, correspondería una expresión tan sincera como poco académica es al ambiguo José Luis Rodríguez Zapatero. Tras su sexenio de Gobierno, España resulta irreconocible. No, como pretendía Guerra, por su grandeza y progreso, por su modernidad y riqueza; sino en función de su decadencia y pobreza, por el renacimiento de odios ya olvidados y en aras del disparate electorero.

Cuando Eugenio Noel, el pionero de los escritores antitaurinos en el primer tercio del XX, clamaba por la suspensión de la fiesta de los toros, se inspiraba, mitad por mitad, en la doctrina piadosa de su maestro, el cardenal belga Desiderio Mercier, y en el impulso regeneracionista de Joaquín Costa; pero no trataba de segregar o dividir, de enfrentar ni, mucho menos, marcar distancias entre dos porciones de España. Noel era un escritor a quien admiraban el muy taurino José Bergamín, Miguel de Unamuno o Ramón Gómez de la Serna; pero, ¿quién avala a los indocumentados en presencia?

Lo aprobado ayer en el Parlamento de Cataluña, la supresión de las corridas de toros en todo el territorio catalán, es algo distinto del antitaurinismo clásico. Es, como ya apuntaba en esta columna el pasado domingo, el afán diferencial que, por encima del separatismo, ilumina al nacionalismo del lugar. Y, peor que eso, es la instrumentalización que de ese sentimiento ha hecho, no se sabe muy bien para qué, el presidente Zapatero. Es más, si el líder socialista abundara en pundonor, antes de abandonar los ruidos mundanos para refugiarse en el silencio del Císter y hacer penitencia por su destrozo de España, firmaría una nota que, más o menos, dijera: «No se culpe a nadie del apagón taurino de Cataluña; he sido yo con mis manejos especulativos quien, primero, impulsé el innecesario nuevo Estatuty, después, a pachas con José Montilla y para disimular otros errores, organicé el alboroto antitaurino».

Lo que asusta es pensar, a la vista de los destrozos generados por Zapatero en la legislatura y media que lleva en La Moncloa, lo que puede llegar a hacer en la otra media que aún le resta. Cádiz, ciudad taurina donde las haya, no tiene plaza de toros y vuelca su afición en El Puerto de Santa María y en Jerez. Barcelona puede hacerlo en Zaragoza, que, además, es coso abrigadito, o en el sur de Francia; pero, ¿qué puede hacer una España empobrecida, poblada de parados y cuajada de subsidios, en la que aparece redivivo el odio hemipléjico que nos llevó al desastre?

M. Martín Ferrand

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Contra la homogeneización de la cultura

Quizá lo más importante de la vida sea la muerte. Lo que diferencia al ser humano del resto de la creación es que sabemos que vamos caminando hacia ella.

«Avive el seso y despierte, / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando...». Así canta el poeta español Jorge Manrique y así también cantaba el poeta inglés Andrew Marvell: «But at my back I always hear / Time's wingéd chariot hurrying near». (Pero a mi espalda siempre estoy oyendo / el carro alado del tiempo que se acerca corriendo»).

El ser humano, dada su sensibilidad (su alma, dirían los cristianos) intenta caminar hacia la muerte con la mayor dignidad posible. Una muerte digna honra a cualquiera. El intelectual francés Robert Brasillach, condenado a muerte por «crímenes intelectuales» (apoyo al fascismo) en 1945, ante el pelotón de fusilamiento, después de rehusar vendarse los ojos, grita «Vive la France! - Quant même». Personalmente, ante tal muerte, yo —junto con Mauriac, Claudel, Camus y muchos intelectuales que nada tuvieron que ver con el fascismo— le perdono.

La Fiesta de los Toros nos obliga a pensar en la muerte y en la humanidad.

En estos tiempos modernos en que parece que el ser humano es capaz de todo —poner un hombre en la Luna, inventar internet, curar la polio, y quién sabe qué otras maravillas nos esperan—, la Fiesta nos recuerda que el «carro alado» de Marvell se nos acerca inevitablemente. Lo malo es que el poema de Marvell se escribió en el siglo XVII. Desde entonces el mundo anglo-sajón / norteamericano va caminando inexorablemente hacia un mundo de fantasía e incluso, en algunos casos, inmoral.

Para nada renuncio a mi sajonismo. Pero tampoco deseo vivir en un mundo con una cultura global homogénea impuesta por los anglo/americanos. Okay? La Fiesta Nacional es un elemento clave que posee el mundo hispano (poseedor ya del segundo idioma más hablado del mundo libre, después del inglés) para hacer un contrapeso a esta amenaza.

Me explico. Pasé mi infancia en el barrio de Chamberí. Mi adolescencia, en el barrio de Salamanca. O sea, buena combinación, creo. Ya mayor, volví a mi tierra —el Reino Unido— y me hice diputado. En Gran Bretaña existe la buena costumbre de que, más o menos cada semana, los diputados regresan a su distrito y reciben uno a uno a aquellos de sus electores que acuden con problemas personales, sugerencias e incluso solo para quejarse. Pues bien, una de las primeras personas a las que recibió este diputado de Chamberí y aficionado taurino era una señora con la que la conversación fue más o menos así:

«Señora, ¿en qué puedo ayudarle?»
«Es que es mi abuela».
«¿Qué le pasa?»
«No, es que se ha ido».
«¿Adónde?»
«No, es que ya no vuelve».
«Ah, entiendo, se ha mudado».
«No. No. Se la han llevado».
«¡Cómo!» (Yo ya preocupado, pensando que estaría en la cárcel o algo así.) «No. Se la han llevado al otro lado. Ya no vuelve nunca más».
«Ah. Se ha muerto».
«Pues... Pues sí, sí, si quiere usted decirlo así».

En España, cualquier persona normal diría «mi abuela ha muerto». En el Reino Unido la gente emplea cualquier eufemismo con tal de no pronunciar esa palabra tan contundente. Los humoristas ingleses (ya saben que los ingleses se ríen hasta de su propia sombra, otra razón por la que no renuncio a mi sajonismo) ya se han percatado de esto. Hay un célebre sketchde John Cleese y Michael Palin —los Monty Python— que se llama «El Loro Muerto». Uno de ellos no quiere utilizar la palabra «muerto». Así que el loro «se ha incorporado al coro celestial», «se ha caído de la rama», «es un ex loro», «ya no es», «descansa en paz», «se ha ido al encuentro de quien lo creó», etcétera. Hasta que al final el otro grita: «¡Está muerto!».

A esa incapacidad de contemplar la muerte se le une un antropomorfismo (la atribución de sentimientos humanos a los animales) que bordea en lo delirante. Todos los niños ingleses leímos libros infantiles donde a algún animalito se le atribuyen sentimientos humanos. El osito Paddington. Peter el conejito. Mr. Toad (Señor Sapo) y Ferdinand el toro (al que, por supuesto, no le gustaba nada luchar, sino pasear por el campo oliendo las flores). Estos cuentos forman parte del ADN de todo británico. De ahí que casi todos los días en la prensa británica y norteamericana salga alguna historia de animalitos.

A veces estas historias son meramente risibles (la entidad benéfica que provee un santuario para burros viejos). A veces, chocantes (la madre que hizo comentarios nada halagadores sobre un zorro que entró en su casa mordiendo a sus dos hijas, y tuvo que recibir protección policial por menospreciar al pobre zorrito). Y a veces, francamente inmorales (una mujer en Miami que lega siete millones de libras a su chihuahua, Conchita. Conchita ya posee un collar de diamantes de Cartier, y los criados que la cuidan reciben veinte millones de libras para ocuparse de Conchita y asegurar que sea llevada cada semana a su spafavorito).

No es broma. Historias así aparecen diariamente en la prensa de lengua inglesa. No sorprende, pues, que una cultura que es incapaz de asumir la muerte y antropomorfiza los animales rechace totalmente la corrida. Luego el mundo hispano, o bien acepta una evolución hacia una cultura global homogénea de valores sajones/americanos, donde de la muerte ni se habla y donde a los animales se les concede categoría casi humana, o bien puede defender la Fiesta sin complejos y sin disculpas.

Finalmente, leo con tristeza los acontecimientos en Cataluña respecto a la Fiesta. Como galés galoparlante, comparto los sentimientos de orgullo por nuestras patrias chicas. Pero no puedo menos que observar que el rechazo de la Fiesta Nacional está promovido en gran parte por elementos separatistas. Parece que lo que les molesta es lo «nacional». Todo parece un montaje para negar, no la corrida en sí, sino la españolidad. No es un rechazo de tipo británico a la llamada crueldad hacia el pobre toro Ferdinand; entiendo que piensan continuar con sus llamados correbous, que convierten a este noble animal en una especie de payaso circense.

El separatismo hay que rechazarlo por muchas razones políticas, entre ellas porque supondría la salida de nuestras patrias chicas de la Unión Europea. En mi país nuestros separatistas han querido adueñarse, sin éxito, de nuestras tradiciones culturales. La Fiesta Nacional es mucho más que una tradición cultural. Es punta de lanza contra la dominación de mi cultura sajona sobre el resto del universo, cosa que no conviene ni al mundo, ni a España, ni a Inglaterra ni a Estados Unidos. ¡Ni a Cataluña!

Menos España es menos libertad, también en los toros

Con 68 votos a favor, 55 en contra, 9 abstenciones y tres ausencias, el Parlamento catalán ha prohibido finalmente la celebración, a partir de 2012, de las corridas de toros en dicha comunidad autónoma. Aunque con esta prohibición se ponga fin a siglos de historia en una región que en otros tiempos fue cuna y referencia mundial de la fiesta de los toros, no estamos únicamente ante una agresión a la cultura catalana, tal y como han denunciado, entre otros, no pocos artistas e intelectuales catalanes. A lo que hemos asistido, sobre todo, es a una agresión contra la libertad individual de los ciudadanos y a un atentado contra la diversidad y pluralidad de Cataluña, donde, como en el resto de España, hay gente a la que les desagrada y gente a la que les gusta la fiesta de los toros.

Aunque este atentado a la libertad individual de los catalanes haya utilizado de excusa la causa de la defensa de los animales, lo cierto es que su objetivo no es otro que erradicar de la realidad catalana todo aquello que la una y la asemeje al resto de España.

Al margen del disparate que supone considerar al animal como si de un ser humano se tratara, si de verdad esta legislación prohibicionista estuviera motivada por los maltratos a los animales, también habría sido menester erradicar de Cataluña la práctica de la caza y la pesca deportiva, los célebres correbous, o la fabricación y el consumo de foie, por poner sólo unos ejemplos. Y es que la defensa de los animales tiene tan poco que ver con esta prohibición como lo tuvo que ver con la desaparición del Toro de Osborne de las carreteras de Cataluña. Es tan solo una excusa como lo ha sido la seguridad en el tráfico para justificar la reciente pretensión de algunos nacionalistas de multar a los taxistas que lucieron en sus vehículos banderas españolas tras la victoria de la selección de fútbol en el Mundial.

De lo que se trata a la hora de prohibir este espectáculo, al que el toro de lidia debe su supervivencia como especie, es de defender el delirante y agresivo "hecho diferencial" nacionalista que convierte en disidentes o en anómalos a todos los que no comparten ese homogéneo molde identitario. Y frente a esa pulsión identitaria poco importa sacrificar la libertad individual o el empobrecimiento económico y cultural de los catalanes.

Al margen de que ninguna iniciativa ciudadana ni ningún programa de partido debería tener legitimidad para pretender cercenar libertades individuales, esta ley prohibicionista no sólo supone una falta de respeto a la minoría, sino que ha sido votada, además, por los diputados de CiU y del PSOE que lo hacían, no en defensa de un programa y en representación de los ciudadanos, sino con libertad de voto, en función de su "conciencia" y "sensibilidad". Una libertad de conciencia y de sensibilidad que, por cierto, no se ha concedido recientemente con respecto a la ley del aborto, cuando lo que estaba en juego era la protección de la vida de los seres humanos en el seno materno.

Lo cierto es que debería haber sido la conciencia y la sensibilidad de cada ciudadano, y no unos pocos diputados que actúan según sus propios intereses, las que deberían respaldar o rechazar el espectáculo de los toros.

Aun así, a nadie debería sorprenderle esta deriva liberticida que algunos ya denunciaron estérilmente hace décadas cuando se comenzó a prohibir en Cataluña la enseñanza en castellano, lengua propia de más de la mitad de los catalanes. Y es que la tarea de erradicar de Cataluña todo lo que la asemeja con el resto de España está abocada indefectiblemente a cercenar no pocas de sus libertades.

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Manuel Chaves Nogales: fuera de lugar

Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-1944) vivió la tragedia de ser español y amar la libertad en los años 30. A sangre y fuego, libro de relatos del periodista sevillano sobre la Guerra Civil, termina así: "Daniel (...) murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la libertad, no había en España quien la defendiese".


Chaves Nogales, al igual que el Daniel del relato, no era más que un trabajador que trataba de salir adelante en la España de Primo de Rivera, la de Alfonso XIII y la de la República. (...) En la brillante biografía que escribió (...) sobre su paisano Juan Belmonte se dice que en ese año, 1935, "se iniciaba en España una revolución". La ilusión de los primeros años de la República daba paso a un motín nacional, cainita y sañudo.

(...)

El Frente Popular y la descomposición de la República

Corre el año 1936 cuando se produce la llegada al poder del Frente Popular. Tras la alternancia de partidos y líderes predominantemente burgueses, se proclama vencedora una amalgama de partidos y políticos revolucionarios que, como en el caso de Largo Caballero, ven en la República un paso intermedio hacia la dictadura del proletariado. En el campo "creció el odio al propietario, bueno o malo, sólo por ser propietario, y al socaire de las teorías anticapitalistas invadieron el campo cuadrillas de expropiadores, que no eran otros que los tradicionales algarines, los raterillos rurales que siempre habían andado a salto de mata, y ahora tomaban un aire altivo de ejecutores de la justicia social. Ladrones de campo y cuatreros ha habido siempre en Andalucía; pero nunca, ni en la época del bandolerismo legendario, se ha considerado el robar como un timbre de orgullo". De esta forma se lamenta Juan Belmonte, quien sostiene en la biografía que le escribe Chaves Nogales:

Lo verdaderamente dramático era la ruina de la economía campesina, determinada por huelgas innumerables. Lo peor eran las huelgas por solidaridad. Cuando penosamente, a fuerza de discutir y regatear, se firmaban unas bases entre los propietarios y los jornaleros, venía una huelga por solidaridad, y la cosecha se quedaba en el campo. Los primeros años de la República han sido la ruina de los labradores.

La ideologización del campesinado y la manipulación de los gerifaltes locales propician un ambiente en el que se penaliza el trabajo y se ensalza el pillaje. Una noche, un estrépito le hace pensar a Belmonte que le atacan los revolucionarios. Nada de eso hay. Son "modestos expropiadores que se llevaban las gallinas". Y con socarronería andaluza añade: "Estuve por ir al sindicato a quejarme de la falta de competencia de los funcionarios expropiadores de la sección avícola".

Pero tras este aparente buen humor se esconde la amargura de quien, tras haber salido de la pobreza con trabajo y arriesgando la vida, puede "de la noche a la mañana (...) perderlo todo" por una serie de decisiones ciertamente arbitrarias. Si al proclamarse la República los revolucionarios deciden, magnánimos, no incautarse de los caballos del torero –"(...) el capital de Belmonte ha sido bien ganado"–, poco después esos mismos revolucionarios se han radicalizado, abandonándose al saqueo.

Aquellos mismos que al proclamarse la República no se atrevían a incautarse de mis caballos porque yo había ganado lícitamente mi capital, venían un año después a hurtármelos sin ningún escrúpulo teórico.

(...)

La República y la civilidad. Han sido bien documentados los cierres de periódicos y el endurecimiento de las leyes contra la libertad de expresión, teniendo estos su máximo exponente en la Ley de Defensa de la República, primera ley aprobada por Azaña, en cuyo texto se podía leer: "Son actos de agresión a la República (...) La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público (...) Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del Estado (...) La alteración injustificada del precio de las cosas [algo, por otro lado, normal en la época: recordemos que EEUU, bajo el gobierno de Roosevelt, había introducido medidas económicas similares, antes de que el Tribunal Constitucional las declarara ilegales...]". Por su parte, el ministro de la Gobernación quedaba facultado para "suspender las reuniones o manifestaciones públicas de carácter político, religioso o social, cuando por las circunstancias de su convocatoria sea presumible que su celebración pueda perturbar la paz pública"...

Chaves Nogales ve los acontecimientos con preocupación, y unos años después, tras haber salido de España, dirá:

Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético.

Sin embargo, antes de escapar de España en el año 1936, Chaves Nogales seguirá escribiendo en periódicos del bando frentepopulista (sobre todo en Ahora, en el que hará las veces de director), al que no criticará abiertamente hasta su llegada a Francia. Su desengaño con el bolchevismo ya había quedado patente en su libro de 1934 El maestro Juan Martínez que estaba allí, narración de las peripecias de un bailaor flamenco que intenta escapar del terror rojo y la guerra civil en la URSS. Pero en España, a pesar de que tras la guerra atacará ferozmente ambos bandos, antes de su evasión, ya sea por convencimiento o por miedo, se muestra firme partidario de la República.

GOYA: Riña a garrotazos.

La Guerra Civil

Lo más probable, leyendo lo que escribió el periodista sevillano cuando ya corría el riesgo de ser represaliado, es que en un principio confiara en que el sistema republicano fuera capaz de anular el elemento revolucionario y afianzar la democracia liberal en España. Es precisamente por esta razón por la que Chaves Nogales detestará al bando franquista, cuyo mayor peligro radicaba en su elemento falangista, anticapitalista y antiliberal. Desde muy pronto, y aunque el general Mola se pronuncia con una bandera republicana y la promesa de salvar el régimen, Chaves Nogales es capaz de ver en el llamado bando nacional lo que es incapaz de aceptar en el frentepopulista; y es que los revolucionarios habían aprovechado la guerra para propagarse por ambos frentes. "Los caldos de cultivo de esta nueva peste (...) nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente", dirá más tarde. Pero su error de juicio original le llevará a decidir –a diferencia de lo que hicieron otros intelectuales– quedarse en Madrid, aún esperanzado con que la posible victoria de la República pueda significar la pervivencia de la democracia liberal en España, una democracia que ya había empezado a descomponerse irremisiblemente tras el golpe de estado perpetrado por PSOE y UGT en 1934 y que había recibido el golpe de gracia con el levantamiento de 1936.

De la guerra sólo quedan una serie de artículos escritos "contra el fascismo". Aquilino Duque señala que el último de los que escribió antes de abandonar España se titulaba "Bajo el signo de la svástica y el fascio de los lictores". A estos artículos hay que darles el valor justo de lo redactado en tiempo de guerra. No es hasta 1937 que, ya fuera del país, publica A sangre y fuego. Aquí reconoce Chaves Nogales ciertas diferencias entre ambos bandos; destaca que el nacional está mejor organizado y que en él la violencia interna está más controlada. En los relatos del sevillano hay odio, venganza y crueldad en la zona nacional, pero no checas ni organizaciones como La Columna de Hierro, conformada por bandas de anarquistas dedicadas "impunemente al pillaje y a la destrucción":

Con el pretexto de limpiar al país de fascistas emboscados iban aquellos hombres por pueblos y aldeas matando y saqueando a su antojo sin que las escasas fuerzas de orden público de que disponían las autoridades pudiesen hacerles frente.

Estas diferencias dejan entrever en el bando franquista un germen de algo que no es solamente falangismo, sino adscripción a unos valores tradicionales y reacción ante el proceso de bolchevización en España. El periodista, firme en sus principios, comparte el odio a los bolcheviques pero cree sin embargo que es la democracia la que debe luchar contra los procesos revolucionarios. Sin embargo, en España, donde éstos han penetrado en ambas facciones, Chaves Nogales no tiene hogar ideológico. En lugar de aceptar el levantamiento como mal necesario, dice tras llegar a Francia:

Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo.

La extraordinaria acritud de estas declaraciones se traslada a los relatos de A sangre y fuego, llenos de odio y cinismo. En un hospital miliciano, un enfermo "tenía un trapo con los colores de la bandera monárquica escondido debajo de la almohada, y cuando la fiebre le hacía delirar se incorporaba en el lecho y tremolando su bandera por encima de la cabeza gritaba frenéticamente: 'Arriba España', mientras los enfermos vecinos, enemigos del fascismo, se debatían entre las sábanas y llamaban a los milicianos para que lo fusilasen". Poco después, un miliciano accede a la petición y lo asesina; entonces, otro tísico desde su cama le da las gracias y se arropa para dormirse. "Ahora podré morir tranquilo". Es sólo una entre decenas de tropelías que narra el de Sevilla, y que inevitablemente nos remiten por contraste a las originales lecciones de memoria histórica que pretenden imponer algunos de los hijos y nietos de los contendientes. Es por esta razón que la inteligencia nos llama a leer A sangre y fuego y a no olvidar las pocas pero valiosas lecciones que podemos extraer del libro.

Es sin duda esta colección de relatos lo más sincero que escribiría Chaves Nogales sobre el conflicto en España. No sorprende que en este ambiente hostil, atrapado entre dos facciones revolucionarias, la falangista y la frentepopulista, y ya convencido de que la democracia en España ha sido liquidada, decida marchar a Francia: el futuro dictador de España "va a salir de un lado u otro de las trincheras" y él no quiere estar allí para vivirlo.

Francia y la Guerra Mundial

De su exilio en el Hexágono –"por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros"–, extraerá toda la información necesaria para redactar La agonía de Francia, donde relata la rendición del país vecino ante las tropas nazis y sigue denunciando la táctica comunista:

Pretendieron seguir utilizando la guerra civil española como plataforma política, pero el pueblo francés (...) descubrió finamente el siniesto juego de la política comunista respecto a España.

Chaves Nogales acusa a los quintacolumnistas de Berlín, Moscú y Roma de dinamitar la resistencia de la democracia francesa, ya bastante debilitada luego de "las dos revoluciones abortadas; la de las ligas reaccionarias de 1934 y la del Frente Popular en 1936".

En esta crónica, Chaves Nogales trata de tomar el pulso psicológico a Francia en los meses anteriores a la rendición del régimen de Vichy, e insiste en lo falaz de la idea de que la democracia es incapaz de luchar contra el totalitarismo. Sin embargo, y aun cuando su análisis de la degeneración democrática es valioso, algunos lectores echarán en falta algo de especulación, de soluciones hipotéticas al drama de las democracias. Chaves Nogales habla del "sofisma mil veces repetido de cargar a la cuenta de la democracia los crímenes que cometen sus enemigos", pero no de cómo puede la democracia defenderse de ellos. Sea como fuere, el sevillano es, ante todo, periodista y, aunque se aventurará bastante en su análisis de la realidad, se negará a hablar de lo que podría haber sido.

(...)

Cuando el ejército alemán entra en Francia, Chaves Nogales ya ha puesto rumbo a Londres, preocupado ante el más que probable peligro de que sus escritos contra el fascismo, tanto en España como en Francia, y su condición de famoso reportero le hayan granjeado un puesto en las listas de la Gestapo.

Ideología y Revolución

España es el escenario de la primera gran guerra ideológica, un tipo de confrontación que exige el aniquilamiento del enemigo, pues no se lucha contra un líder sino contra unas ideas. Cualquiera puede estar intoxicado de las ideas enemigas, la quinta columna está en todas partes: en este clima, la paranoia y la venganza campan a sus anchas.

Gana Franco la guerra y consigue anular en gran medida el elemento revolucionario de su régimen y, así, evitar el destino de cualquier totalitarismo: el exterminio del enemigo, del amigo del enemigo, del indiferente y de todo aquel que pase por ahí. Chaves Nogales decidirá, de cualquier modo, seguir en el exilio, pero mandará a su familia de vuelta a la patria, al igual que hicieron Ortega y Ramón Pérez de Ayala. Morirá en Inglaterra sin ver la derrota del otro gran totalitarismo revolucionario que amenazó a Europa, el nazismo.

La íntima relación entre las grandes ideologías revolucionarias del siglo XX ha sido suficientemente documentada por autores como Hayek y, más recientemente, por Jonah Goldberg (en Liberal Fascism); pero Chaves Nogales articula lo político no desde lo teórico, sino desde lo cotidiano, y demuestra que los principios de defensa de la libertad no son coto exclusivo del activista, y que deben ser defendidos ante todo por el ciudadano de a pie, el individuo ahogado por la imposición igualitarista de los sistemas políticos que reclaman que rememos todos en una misma dirección y hacia un mismo objetivo. Estamos ante alguien que se reivindica como pequeñoburgués y liberal, dos palabras que en nuestra época han merecido el desprecio de todos los pensadores revolucionarios, desde Nietzsche hasta Sartre. Y es esta denominación la clave del pensamiento de Manuel Chaves Nogales, que no es activista, ni prosélito, ni tan siquiera exégeta: simplemente alguien con un "odio insuperable a la estupidez y a la crueldad"; un pensamiento que, por crítico, resulta peligroso para los niños cantores del "Por un mundo mejor".

(...)

Decía Chesterton del comunsimo y el calvinismo: "Agotan sus dogmas, los llevan a la extenuación, hasta convertirlos en una pesadilla". Lo mismo podría decirse de todos los movimientos revolucionarios que, llámense jacobinos, nacionalistas u ecologistas, asolan Occidente desde la Revolución Francesa. Chaves Nogales, que comprendió que la revolución era siempre enemiga de la libertad, supo también cuál era el mayor enemigo de aquélla: gente como el obrero Daniel al que nos referíamos al principio del relato, que "se había limitado a desconocer y desacatar las organizaciones proletarias de la lucha de clases, a no secundar las huelgas y a procurarse mejoras económicas trabajando a destajo o en horas extraordinarias, contrariando los acuerdos e intereses sindicales". A vivir, al fin y al cabo, su vida, sin plegarse al ideario que, inevitablemente, impone quien está convencido de que la forma de vivir que propugna es superior a todas las demás. "¡Ya sois los amos! ¡Ya mandáis!", dice Daniel a los comunistas. "No os pido más sino que me dejéis vivir y trabajar como me dejaba el patrón". Pero el consejo obrero le acaba expulsando de la fábrica, porque al totalitarismo no le basta con la mera aceptación, sino que exige celo y entrega.

Se hace de esta forma buena la observación más obvia que extraemos al leer textos como el Homenaje a Cataluña de George Orwell: los comunistas, como enemigos, eran temibles; pero mucho peor era tenerlos en tu mismo bando. Éste fue el infortunio de Manuel Chaves Nogales, cuya causa, la libertad, no hubo entonces en España quien la defendiera.

NOTA: Ésta es una versión editada del artículo del mismo título que ALEJANDRO GARCÍA INGRISANO ha publicado en el más reciente número de LA ILUSTRACIÓN LIBERAL, ya disponible en Criteria, Club de Lectores.

Alejandro García Ingrisano

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'Seréis como dioses' - De vuelta de la modernidad

Dos son las cosas que principalmente definen una civilización y cultura: su finalidad última y los medios que se emplean para ordenar todo a ese fin; pero, sin duda, el para es lo más determinante de todo. Y Occidente no ha sido una excepción: su arte, su política, sus aportaciones culturales han sido lo que han sido por su fin, sus medios y la relación entre ambos.


Una cultura no es sino el modo de cultivar la realidad inscribiéndola en un sentido último. J. S. Bach, la cima mesetaria de la música, pues sus alturas dan holgura, dice, en sus Vorschriften und Grundsätze des Generalbass, hablando del bajo continuo:

Ha de ser practicado empleando las dos manos, de modo que la izquierda dé las notas preceptivas y ayude la derecha produciendo consonancias y disonancias, y se logre con ello una armonía de agradable sonido para gloria de Dios y para regocijo apacible del ánimo: porque el sentido y la causa final de toda música, y por ello del bajo continuo, no puede consistir sino en dar gloria a Dios y recrear el ánimo.

Bien sea para gloria Dios y solaz del hombre o para cualquier otra cosa en relación al uno y al otro, lo cierto es que, desde que Jesús fue preguntado por el mandamiento principal y unió el amor a Dios y el amor al hombre, Occidente, en su arte, cultura y modo de entenderse, con tensiones y diversos acentos, no ha podido, para ser él mismo, escindir el uno del otro. Con la modernidad, aunque sus raíces últimas podríamos rastrearlas más atrás, llegó el poner al primero a distancia, luego su silenciamiento y, por último, su eliminación; y con la inmanentización de la vida han ido llegando una serie de consecuencias que detalladamente Hans Graf Huyn expone en Seréis como dioses. Vicios del pensamiento político y cultural del hombre de hoy.

Se trata de un libro bien estructurado que, en manos de otro autor, por la abundancia de citas, algunas muy extensas, habría sido un mero florilegio, un alarde de enciclopedismo, pero H. G. Huyn sabe apropiarse de todo ese caudal, de modo que hace un discurso propio dilatado por la autoridad de tantos que le precedieron.

En un primer momento se exponen las raíces ideológicas que van a dar lugar al deterioro occidental en lo político y cultural; sobre todo, cómo la Ilustración y su hija la Revolución Francesa, junto al idealismo alemán, nos han situado ante una sociedad y un hombre que quieren construirse desde sí y para sí. Este fondo ideológico trae consigo la deshumanización del arte, en expresión de Ortega, y de la política, y, a la par, la descomposición del uno y la otra. Tras tratar en sendos capítulos de la arquitectura, la música y la pintura –y cabría hacer alguna matización sobre lo ahí escrito–, Huyn dedica un capítulo a los totalitarismos marxista y nacional-socialista. Podríamos decir que sirven como botón de muestra, pues sería interesante ver los efectos en otras manifestaciones culturales y en otras formas políticas; también habría sido interesante destacar más lo bueno que ha habido en lo artístico y político en estos dos últimos siglos.

En todo ello hay una dinámica constante: la preterición de Dios, además de traer la deshumanización del hombre y sus cosas, va acompañada de la emergencia de lo diabólico. El lector fácilmente puede recordar la escena de la película de István Szabó Hanussen, sobre la subida al poder de Hitler, en la que una fotógrafa, remedo de Leni Riefenstahl, le dice al protagonista de la cinta, resumiendo el programa artístico del momento: "Se debe mostrar la fuerza diabólica en la fotografía". La película termina con el asesinato simbólico del futuro. Nuestro libro concluye con una llamada a emprender un nuevo rumbo, aunque sea contra-corriente.

Según algunos historiadores, una de las razones que favoreció la primera expansión del Islam, especialmente en la Hispania visigoda, fue la huella que dejó el arrianismo. Una herejía que reducía a Jesús a mero hombre, por tanto, que abría una profunda falla entre Dios y los seres humanos. Si el eclipse de Dios en la vida europea ha traído todo tipo de regímenes de puro inmanentismo, no solamente los totalitarismos ateos, acaso fuera momento de estudiar a fondo cómo esto, como si de la otra cara de la moneda se tratase, es uno de los factores que está facilitando la llegada e instalación progresiva de la teocracia mahometana, que, por salvar la trascendencia divina, al hombre oscurece, y en la que el arte no tiene rostro humano. La presunta exaltación del hombre a base de poner entre paréntesis a Dios, ¿no tendrá como reacción pendular la presunta exaltación de Dios a costa del hombre?

HANS GRAF HUYN: SERÉIS COMO DIOSES. El Buey Mudo (Madrid), 2010, 352 páginas. Traducción: José Zafra Valverde.

Alfonso García Nuño

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Formalismo pedagógico

Clarín.
En un relato deslumbrante y tremendamente divertido, Clarín retrata, a través de la figura de un estudiante de provincias en Madrid, Aquiles Zurita, el ambiente en que germinó y, después, se apagó el krausismo en la intelectualidad española.


Ciertas escenas del protagonista junto al krausista con el que comparte pensión componen una parodia, acaso atenuada, más que acentuada por la literatura, con respecto a la parodia que la realidad es en sí misma:

Como Zurita observase que el señor don Cipriano, que así se llamaba, y nunca supo su apellido, sobre todo asunto de ciencia o arte daba sentencia firme y en dos palabras condenaba a un sabio y en media absolvía a otro, se le ocurrió preguntarle un día que a qué hora estudiaba tanto como necesitaba saber para ser juez inapelable en todas las cuestiones. Sonrió don Cipriano y dijo:

–Ha de saber el licenciado Zurita que nosotros no leemos libros, sino que "aprendemos en la propia reflexión, ante nosotros mismos, todo lo que hay puesto en la conciencia para conocer en vista inmediata, no por saberlo, sino por serlo".

Y se acostó el filósofo sin decir más, y a poco roncaba.

Zurita aquella noche no podía parar atención en lo que leía, y dejaba el libro a cada pocos minutos, y se incorporaba en su catre para ver al filósofo dormir.

Empezaba a parecerle un tantico ridículo buscar la sabiduría en los libros, mientras otros roncando se lo encontraban todo sabido al despertar.

El krausista que nunca llegó a serlo acaba convertido en un burócrata al que sólo le queda del krausismo un rasgo de carácter:

Zurita, por cumplir con la ley, explicaba en cátedra el libro de texto, que ni pinchaba ni cortaba; lo explicaba de prisa, y si los chicos no entendían, mejor; si él se embrollaba y hacía oscuro, mejor; de aquello más valía no entender nada. En cuanto hacía buen tiempo y los alumnos querían salir a dar un paseo por mar, ¡ancha Castilla!, se quedaba Zurita solo, recordando sus aventuras filosóficas como si fueran otros tantos remordimientos, y comiéndose las uñas, vicio feo que había adquirido en sus horas de meditación solitaria. Era lo que le quedaba del krausismo de don Cipriano, el morderse las uñas.

Y si bien dejó de haber krausistas, su estela no desapareció gracias, fundamentalmente, a la labor de la Institución Libre de Enseñanza.

A este respecto, se ha reeditado este año el importante estudio sobre la Institución Libre de Enseñanza de Vicente Cacho Viu. Como es sabido, la ILE es heredera doctrinal de cierto krausismo, y fue fundada en 1876 por Giner de los Ríos, discípulo de Julián Sanz del Río, el personaje que trajo a España noticias de Krause, ese pensador alemán que tan poca influencia ejercía en su patria.

El libro, que fue publicado en 1962 y ha sido reeditado ahora, es una investigación muy pormenorizada y ponderada sobre las circunstancias que rodean la gestación de la ILE, remontándose a las figuras de Sanz del Río y Fernando de Castro, y su influencia posterior. Se trataba de un primer volumen que abarcaba la llamada etapa universitaria (1860-1881) y que proyectaba prolongarse en sucesivos volúmenes sobre las etapas posteriores, proyecto que no se acometió finalmente.

Lo interesante de este estudio desde nuestra distancia de casi cinco décadas es medir la visión que de la ILE tenía el régimen en los años 60, a través de algunos de sus intelectuales. Este ejercicio no sólo nos da pistas sobre la evolución del franquismo y de la sociedad española de la época, también sobre cómo, simultáneamente, va variando la interpretación que del fenómeno institucionista se ofrece, mostrando la adaptación experimentada con respecto a una tendencia rechazada formalmente pero seguida materialmente en sus líneas esenciales.

Los primeros textos franquistas sobre la ILE son muy duros, abiertamente combativos. Sin embargo, incluso Enrique Suñer, en un libro tan frontal como Los intelectuales y la tragedia española (1938), expresa cierta simpatía por la figura de Giner, que diferencia de la deriva posterior de la ILE. Por su parte, el texto de Cacho Viu, miembro del Opus Dei y respaldado en su trabajo por Florentino Pérez-Embid, muestra ya cómo la visión sobre la ILE se suaviza en la década de los 60. De hecho, en el ámbito educativo estaba ya en marcha la ley del 53 (siendo ministro Ruiz-Giménez), que culminaría en la del 70 (con Villar Palasí), verdadero eslabón que asume algunas de las claves pedagógicas que la Logse (1990), ley de la socialdemocracia española, heredera a su vez de cierto krausismo y de los institucionistas, llevará hasta su paroxismo. La hipótesis que sostengo es que hay una especie de sincronía entre la corriente institucionista y la pedagogía franquista que habría ido aflorando a través de diferencias que juzgo secundarias, meramente superficiales. Dicho de manera abrupta: ambos tipos de enseñanza comparten lo esencial: formación de conciencias por el adoctrinamiento, por mucho que conscientemente se vieran, en especial en las primeras fases del franquismo, como enemigos.

Esta sintonía no es tampoco ajena al propio Giner, como puede comprobarse en su juicio sobre los jesuitas, en cita que recoge sintomáticamente Cacho Viu en la obra de referencia (p. 491):

Después de todo, la ilustre pléyade de nombres gloriosos, por los cuales ha conquistado la Sociedad de Jesús tan merecida fama (...) no parece dar grandes señales del efecto anémico y compresivo de su pedagogía, que en ciertos puntos hoy mismo pone por modelo Mr. Legouvé a los colegios y escuelas seculares en Francia. Hay, además, otro respecto, en el cual la educación jesuítica, frecuentemente errónea en su contenido doctrinal y funesta para el prudente desarrollo de la espontaneidad del espíritu, merece, sin embargo, admiración y respeto. Hablamos del profesorado. En esto debe reconocerse que la enseñanza de la Compañía va, en general, dirigida a muy más altos fines que la del Estado allí donde, como en Francia y –a su ejemplo– en España, se ha logrado convertir el magisterio en una función administrativa, destituida de interés científico y reglamentada por la sabiduría de los gobernantes. Los jesuitas atienden a educar, no meramente a instruir; y su vocación, inspirada en un ideal elevado y grandioso, aunque exclusivo, abraza gustosa los mayores sacrificios personales, sin que la contengan amenazas, peligros ni persecuciones. Si reparasen en esto los pseudoliberales de la vecina República comprenderían cuál es el único camino, eficaz y justo a un tiempo, para emancipar gradual, pero definitivamente, del espíritu ultramontano a las nuevas generaciones sobre que ejerce su dañoso influjo. Pero los gobernantes franceses son miembros e hijos de la Universidad, y no es fácil acierten a plantear el problema.

¡Cuán difícil es ser justos con nuestros adversarios y cuán lejano se halla aún el tiempo en el cual aquellos que deseamos la extinción de la Compañía nos resignemos a esperarla de los progresos de la cultura y de la lenta propagación de ideas más exactas acerca de los fines humanos!

Las diferencias entre las distintas corrientes pedagógicas realmente existentes en la España del s. XX: institucionistas, por un lado, que impregnan la pedagogía de la izquierda republicana, y franquistas, por el otro, con su fuerte componente católico e influencia jesuita, radican en la materia de sus respectivas doctrinas. Pero en lo relativo a la formalidad de la enseñanza, basada en la educación moral del sujeto, sin perjuicio del contenido concreto que en cada caso se le dé, lo cual es enteramente secundario, ambas vertientes son idénticas. A pesar de esto, hay que decir que el peso del adoctrinamiento educativo no oculta que tanto el proyecto republicano (en especial, en la figura de su primer ministro, Marcelino Domingo) como el franquista pusieran un énfasis decisivo en la formación académica que el componente doctrinal no reprimía, a diferencia del modelo postmoderno, en que se procede a un adoctrinamiento por ausencia tendencial de contenido intelectual y académico y a una degradación de la enseñanza por masificación, pura democratización de la ignorancia.

Así, de la primera reacción de un catolicismo militante contra una ideología que dice situarse un paso más allá de la etapa de las religiones positivas en el progreso hacia el Ideal de la Humanidad, ejemplos de lo cual pueden ser el libro de Enrique Suñer, los textos de Menéndez Pelayo o el libro ILE. Una poderosa fuerza secreta (varios autores, 1940), se pasa a una moderada valoración explícita de ciertas figuras y, sobre todo, de ciertos aspectos que van en consonancia con el ambiente cada vez más abierto de buena parte de la intelectualidad durante los años 60 (entre los que cabe contar al ya mencionado Ruiz-Giménez).

Y, del mismo modo que las capas burocráticas del régimen permanecen prácticamente intactas en gran parte tras la llamada transición (en la figura de no pocos individuos que en la etapa constitucional mantienen sus puestos de privilegio obtenidos durante el franquismo), también las capas pedagógicas del sistema, es decir, su formalismo educativo, permanecen tras ella, pasando, a partir del año 90, a consumar su vaciado material (académico, intelectual) por medio del perfeccionamiento de su refinamiento formal y su adaptabilidad a las exigencias socio-económicas del momento.

De manera que el krausismo español acaba convertido en componente sustancial de la ideología dominante, en la figura de la socialdemocracia y del idealismo democrático, abandonado el marxismo por su rigidez teórica (tan poco postmoderna) y su correspondiente incapacidad de adaptación. Visto desde hoy, no es posible ocultar que la ILE está en la base de la ideología pedagógica que rige nuestro sistema educativo. Como ha señalado Alicia Delibes, uno de los eslabones que conectan a cierto krausismo y a la Institución con la socialdemocracia española es la Escuela Nueva de Núñez Arenas, fundada en 1911 y consagrada en el X Congreso del PSOE en 1918, con una ponencia redactada, al parecer, por Lorenzo Luzuriaga, personaje clave en esta conexión.

Y esta socialdemocracia que venera como santos laicos a los institucionistas (para los que la labor de profesor consiste en salvar almas y es asumida como un sacerdocio) no parece admitir revisión alguna de la figura de Sanz del Río. Así, la biografía de Enrique Menéndez Ureña sobre Krause y, antes, su clarificador artículo sobre la impostura de la obra de Sanz del Río ("El fraude de Sanz del Río o la verdad sobre su Ideal de la Humanidad", en Pensamiento, nº 173, vol. 44, enero-marzo de 1988, Madrid, pp. 25-48) apenas han obtenido la resonancia que el asunto merece. La tesis del artículo de Ureña, que no resultará del agrado de los hagiógrafos del eminente padre del krausismo español, se resume en las siguientes líneas (p. 27):

(...) el Ideal de la Humanidad para la vida, publicado por Sanz del Río en 1860, es en casi su totalidad una traducción literal de un escrito incompleto que Krause publicó en 1811 en su revista (que sólo salió un trimestre) Tagblatt des Menschheitlebens. Sanz del Río ocultó por tanto, fraudulentamente, este origen de su obra, desviando la atención hacia su comparación con el Urbild der Menschheit de Krause. Con ello no sólo obtuvo un reconocimiento de originalidad, sino también de humildad y modestia al haber publicado algo, supuestamente suyo en gran parte, bajo el nombre de Krause. La treta estuvo bien pensada, ya que en aquel escrito incompleto Krause trata la misma temática que en su más extenso y acabado Urbild der Menschheit.

El krausismo y la ILE, supervivientes a través de la pesada plancha de plomo del franquismo, que fue fundiéndose paulatinamente, hasta dejar paso de nuevo a este idealismo adaptado a las señas de identidad de lo postmoderno, respaldan la sospecha de que las grupos humanos no pueden dejar de ser sostenidos por sistemas de creencias que van quedando obsoletos y son sustituidos por otros, que mantienen la dependencia inercial de la fe bajo formas diversas, aquellas que, por las condiciones materiales de cada momento, se ajustan de tal modo que son capaces de sobrevivir y aun de imponerse a otras.

VICENTE CACHO VIU: LA INSTITUCION LIBRE DE ENSEÑANZA. Fundación Albéniz, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (Madrid), 2010, 559 páginas. Edición crítica de Octavio Ruiz-Manjón.

José Sánchez Tortosa

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