segunda-feira, 22 de novembro de 2010

Los bocetos ocultos en «La adoración de los magos»

Los bocetos que dibujó Leonardo Da Vinci en la tabla de "La adoración de los magos", pintada entre 1481 y 1482, han podido verse por primera vez hoy en Florencia fuera del ámbito académico gracias a una investigación conducida por el científico Maurizio Seracini, que ha descubierto trazos bajo la pintura.

                                     
                                     
El rostro de estupor de un figurante que, según los investigadores, puede ser un autorretrato del propio Leonardo y que se ve en la profundidad del cuadro, custodiado en la Galeria de los Uffizi de la ciudad toscana, es uno de bocetos escondidos detrás de los colores del lienzo.

En el marco de un encuentro de científicos titulado "A la búsqueda de Leonardo", presidido por Seracini, el público ha podido ver por primera vez estos trazos, proyectados en Palazzo Vecchio, actual Ayuntamiento de Florencia, donde se celebra estos días la semana de la cultura, Florens 2010.

Con los hallazgos de este profesor de la Universidad de San Diego (EE.UU.) también se han traspasado las capas de pintura de los pies de la Virgen María representada en la parte central del cuadro, uno de los primeros grandes encargos que recibió Leonardo y para el que realizó numerosos dibujos preparatorios.

Encuentro sobre Da Vinci

El encuentro sobre el maestro italiano ha versado además sobre el enigmático fresco "La batalla de Anghiari", que Leonardo Da Vinci pintó en una de las paredes del Salón de los Quinientos de Palazzo Vecchio y que se perdió durante la restauración a la que fue sometido el edificio en el siglo XVI. Seracini sostiene que el fresco no fue destruido, sino que permanece escondido tras una pared paralela que se construyó para conservarlo.

A falta de culminar los trabajos de investigación que lo demuestren, el experto asegura que "durante quinientos años esta obra maestra ha permanecido oculta, porque (el arquitecto Giorgio) Vasari la cubrió con un muro", y que no ha encontrado "ni un solo elemento que demuestre lo contrario".

"Es la mayor obra de arte que Leonardo nos ha dejado y está aquí debajo", dijo el científico. El experto en arte aseguró que su investigación, que durante 35 años ha sido impulsada y financiada "con presupuesto no italiano", apuntó, se encuentra "en la última fase", pero que para terminarla le faltan dos millones y medio de euros. "Espero que Florencia e Italia entiendan que valorar nuestros bienes culturales permite dar un futuro a nuestro pasado", concluyó Seracini, preguntándose "qué país del mundo no querría buscar aunque fuera un pequeño fragmento de Leonardo". 

EFE - ABC
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sábado, 20 de novembro de 2010

El traductor de Nuremberg afirma que los nazis no se arrepintieron

Siegfried Ramler, intérprete de Hermann Göring y otros jerarcas nazis en el histórico Juicio de Nuremberg, afirma que los acusados de ese proceso no dieron muestra alguna de arrepentimiento, algo que atribuye, entre otros factores, a un antisemitismo que les impedía ver a sus víctimas como seres humanos.



A sus 85 años, Ramler, judío de origen austríaco, es uno de los muy escasos testigos directos aún vivos de ese juicio, abierto hace hoy 65 años y sobre el cual se inaugura mañana un museo en la ciudad alemana en la que se celebró. En declaraciones al diario vienés "Der Standard", el traductor asegura que los acusados nunca mostraron arrepentimiento, sino que "sólo querían explicar cuál no era su función".

"Se trataba de decir: yo no tenía nada que ver, no era mi competencia, no firmé eso, y si lo firmé, entonces lo hice de forma automática", señala. Ramler, uno de los primeros intérpretes simultáneos en procesos jurídicos y luego pedagogo en Hawaii, la raíz de esa aparentemente indiferencia hacia los crímenes cometidos radica en la educación y el antisemitismo, pues daban pie a que "las víctimas no fueran vistas como seres humanos".

"Eso cambió las perspectivas. Matar a seres inferiores era algo diferente", explicó. Asevera que la necesidad que él tenía entonces, a los 22 años, de concentrarse en su trabajo como intérprete simultáneo le facilitó estar presente en el juicio sin sentirse entonces afectado por las atrocidades de las que se hablaba.
El Mariscal del III Reich, Hermann Göring, el ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, militares como Wilhelm Keitel o Alfred Jodl eran "seres humanos comunes y corrientes" que "revelaron sus debilidades en el banquillo de los acusados", comenta el octogenario pedagogo, que acaba de publicar un libro sobre sus recuerdos del juicio, celebrado entre 1945 y 1946.

Ramler destaca que el único de los imputados que asumió su posición fue Albert Speer, el ministro de Armamento de Hitler y "el más inteligente de los acusados principales", condenado a 20 años de cárcel, a pesar de que la Unión Soviética pedía la pena de muerte. "Los demás rechazaban su responsabilidad en todas las atrocidades así: 'toda Alemania se ha hecho culpable, pero yo no puedo hacer nada'", cuenta el intérprete.

Speer, en cambio, respondía: "yo también soy culpable", y fue capaz de desobedecer a Hitler en una de sus últimas órdenes, la de destruir toda la infraestructura de Alemania, algo que de haberse cumplido hubiese atrasado por decenios la reconstrucción del país, añade.

Respecto a Göring, Ramler lo recuerda como un hombre "sobre todo orgulloso y vanidoso", que sí se sintió afectado cuando le reprocharon su estilo lujoso de vida, pero no mostró emoción alguna ante la acusación de haber lanzado una guerra. "Göring se veía como el líder del banquillo de los acusados. Escribía notas a todos los defensores diciéndoles a quién tenían que citar como testigos. Algo que luego se le prohibió hacer", comenta.

Condenado a la pena capital, Göring se suicidó con una cápsula de cianuro de potasio para, según Ramler, evitar la horca, una forma de ejecución que los militares nazis consideraban deshonrosa.

Agencia EFE - Viena  

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sexta-feira, 19 de novembro de 2010

El método soviético

Los países de la órbita de la antigua Unión Soviética tenían costumbre de organizar viajes de periodistas occidentales para mostrarles lo bien que vivían sus ciudadanos, gracias a las excelencias del poder popular. A los visitantes se les daba una vuelta por las calles mejor asfaltadas y se les enseñaban los edificios más aseados y modernos, junto a varias instituciones «modélicas», confiando en que volverían a sus casas cantando las bondades de la revolución socialista.

Por supuesto, la experiencia no incluía la miseria y el hacinamiento que se vivía sólo unos metros más allá de aquel falso paraíso comunista, pero algunos de nuestros dirigentes políticos y periodistas que acudieron a aquellas excursiones volvieron convencidos.

Ahora, puede volver ese viejo método. El Gobierno de Zapatero, tras bailarle vergonzosamente el agua a Mohamed VI en el contencioso del Sahara, rubrica su papelón actuando de manera cómplice en la restricción de la libertad de expresión de los periodistas españoles. Prestarse a seleccionar —aceptando los vetos de Marruecos— a los medios e informadores que pueden viajar a El Aaiún resulta bastante poco presentable en un Gobierno que alardea de ser un gran defensor de las libertades.

La aceptación por parte de esos medios de tales condiciones puede ser cuestionada, pero, es seguro que está motivada por el deseo de que se conozca la realidad de lo ocurrido. La profesionalidad de los periodistas que irán a El Aaiún está fuera de duda, pero la operación sólo será útil si, una vez allí, se dan ciertas condiciones: poder moverse libremente sobre el terreno; poder llegar a los hospitales sin la tutela de guardianes marroquíes; y poder acceder a fuentes de información distintas de las controladas por Rabat, incluidas los grupos independientes de defensa de los Derechos Humanos.

Luis Ayllón

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quinta-feira, 18 de novembro de 2010

Harold Bloom y el Dios americano

Si le dieran a elegir entre no volver a comer carne o no volver a leer un libro, ¿usted con que se quedaría, estimado lector que ahora estará leyendo este artículo con una croqueta de jamón en la mano?


Si es de los míos, habrá dejado la tibia masa de bechamel con tropezones a la altura del hocico de su perro, que, sorprendido, se preguntará durante un segundo de dónde provendrá ese súbito impulso de generosidad por su parte.

Nosotros, los de la secta de las palabras, hacemos creer al común de los mortales que leemos porque es bueno para la salud cívica y porque así ejercitamos el cerebro, para ahuyentar al Sr. Alzheimer y la Sra. Parkinson. Mentira podrida. Leemos no porque seamos virtuosos, sino porque estamos enviciados. Somos adictos a las construcciones lingüísticas elegantes, las metáforas ingeniosas, los giros de guión insospechados, los personajes que están hechos de la materia de los sueños en blanco y negro. Y de forma deliciosamente cínica citamos a Juvenal y su "Mens sana in corpore sano" cuando venderíamos nuestro cuerpo por una buena novela aunque convirtiese nuestra mente en la más insana del planeta.

Los sectarios nos ayudamos y apoyamos. Un chivatazo de una novela ejemplar, de un poema sublime, de una obra de teatro a la que no podemos dejar de asistir puede cambiar nuestra vida para siempre. Para eso son fundamentales programas de libros como el de Mario Noya, Víctor Gago y Carmen Carbonell. O críticos como Harold Bloom, el tipo del canon, el de los 40 principales de la literatura occidental, el Papa de la secta de los letraheridos. Gracias a las páginas que dedicó a Cormac McArthy leí Meridiano de sangre, esa orgía de crímenes sin castigo, ese western que transcurre en el infierno. Sólo por eso defenderé el buen gusto y la capacidad retórica del crítico judío-gnóstico de Yale.

Enfrentado a las hordas de críticos deconstructivistas, feministas, afroamericanistas u homosexualistas, el orondo calvo que parece haber salido de una sátira universitaria de Nabokov o Roth se lió la manta a la cabeza en defensa de la menospreciada y metafísica "dimensión estética" de la literatura. En los departamentos norteamericanos de literatura, parasitados por los hongos postmodernos europeos, comenzaron a encender unas gigantescas hogueras para quemar en ellas al heterodoxo reaccionario de Yale, ese blanco machote elitista con ínfulas aristocráticas.

El canon occidental (1994) fue un albadonazo en las conciencias lectoras: la vida dura demasiado poco para perder el tiempo con sucedáneos literarios en nombre de la conciencia social, el victimismo de género, el resentimiento racial o la penúltima reclamación de la industria cultural de la queja. También fue un recordatorio de que el presente se construye a partir del pasado porque somos hijos, más o menos bastardos, de la tradición, y la única forma de elevarnos pasa por subirnos a los hombros de los gigantes que nos precedieron. Si Vargas Llosa ha ganado el Nobel de Literatura es porque anotó y pensó concienzudamente Madame Bovary (lo que es condición necesaria pero no suficiente para llevarse el galardón, claro).

Harold Bloom.

Recientemente se han publicado en España sus dos últimas guías de lectura para niños y no tan niños extremadamente inteligentes: Cuentos y cuentistas. El canon del cuento y Ensayistas y profetas. El canon del ensayo. Excesivamente irregulares, ambos forman un conjunto inconexo, a veces brillante, en ocasiones pobre y deslucido, en el que se confirma que Bloom es un excelente Virgilio para la literatura anglosajona, discreto para la del resto de Europa y deplorable para la hispana. A Borges y Cortázar los despacha diríase que por obligación.

Sin embargo, hay una veta en su argumentación que nos lleva directamente a otro de sus últimos libros y que es de mayor densidad: La religión americana. Aunque dice que es un libro de crítica religiosa, en la tradición de Emerson y William James, lo cierto es que no puede dejar de ser un crítico literario leyendo textos religiosos. La dimensión estética, que en su caso es shakespeareana, de la hermenéutica le pierde... para nuestra bendición. En sentido contrario, en sus análisis del cuento y del ensayo el factor religioso –desde su perspectiva judeocristiana, con un extraño y originalísimo sesgo gnóstico– es clave: sus exégesis literarias parecen propias de un comentarista del Talmud.

No se entiende nada de los Estados Unidos si no se lee La religión americana. Bloom se ha sumergido de cabeza en ese lugar común de la ignorancia europea que es la América profunda. Lo que el superficial y unidimensional europeo desprecia es el humus de donde surgieron Whitman y Melville, Hemingway y Faulkner, y de donde ahora emergen Cormac McCarthy y Thomas Pynchon. No, no es en Nueva York, ciudad cosmopolita y europeizada, donde hay que buscar la originalidad y la potencia americanas, sino en esa América profunda que anhela convertirse en el nuevo pueblo elegido del Jehová bíblico.

De los mormones de Joseph Smith a la ciencia cristiana, pasando por el adventismo del Séptimo Día, el pentecostalismo, el orfismo californiano, los baptistas sureños y la religión afroamericana, Bloom organiza el puzzle de la extraordinaria relación que los norteamericanos mantienen con Dios, en un proceso de democratización del fenómeno religioso que ha corrido en paralelo al experimentado en los ámbitos político y económico.

Los europeos no comprenden el individualismo estadounidense porque ni se les pasa por la cabeza la cosmovisión gnóstica que, según Bloom, define el "way of religious life" americano:

El yo americano no es el Adán del Genésis, sino un Adán más primigenio, un hombre antes de que hubiera hombres y mujeres. Anterior y superior a los ángeles, este verdadero Adán es tan antiguo como Dios, más antiguo que la Biblia, está fuera del tiempo y no le mancilla la mortalidad.

No sé usted, pero este párrafo preciso y poderoso de Bloom me ha explicado las últimas elecciones americanas, que casi han borrado del mapa a Barack Obama, al tiempo que me ha hecho apreciar un aire de familia entre el capitán Ahab, Ignatius Reilly y el juez Holden. "In God we trust", en Estados Unidos, no es una frase hecha. Ni mucho menos.

HAROLD BLOOM: CUENTOS Y CUENTISTAS. EL CÁNON DEL CUENTO. Páginas de Espuma (Madrid), 2009, 322 páginas. // ENSAYISTAS Y PROFETAS. EL CÁNON DEL ENSAYO. Páginas de Espuma (Madrid), 2010, 336 páginas. // LA RELIGIÓN AMERICANA. Taurus (Madrid), 2009, 296 páginas.

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

Santiago Navajas

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España - 'La Transición de cristal'

La versión de la Transición aquí ofrecida diverge de modo fundamental, incluso invierte, la inmensa mayoría de las interpretaciones circuladas durante estos años.


Las tesis y conclusiones básicas pueden resumirse en los siguientes puntos:

1. La jerarquía eclesiástica tuvo un peso mucho mayor del que suele reconocérsele, y no siempre benéfico, en la gestación de la Transi­ción. Contribuyó más que nadie a debilitar al franquismo y a promover a sus enemigos. Estos eran fundamentalmente los marxismos, los separa­tismos y el terrorismo, que en los años treinta habían intentado erradicar el catolicismo de España mediante métodos brutales, por los que nunca manifestaron la menor pesadumbre. Ya en la Transición, el episcopado desempeñó un papel mucho más discreto. La política eclesiástica entre los años 1964 y 1975 tendría un alto coste para la Iglesia y nunca le ganó la gratitud de sus beneficiarios: aparentemente cosechó lo que ha­bía sembrado. La sociedad se descristianizó en gran medida, una tenden­cia general europea, quizá ayudada aquí por la propia acción eclesiástica.

2. La Transición se planteó como una pugna entre el franquismo reformista y el antifranquismo rupturista. Esta evidencia clave queda nublada o desvirtuada en la mayoría de las historias e interpretaciones de la época, lo cual desenfoca el proceso y enturbia su comprensión.

3. El origen franquista de la Transición resulta poco discutible, no sólo por sus personajes (el Rey, Fraga, Torcuato, las Cortes, los Gobier­nos de Suárez...) sino por cambiar "de la ley a la ley", reconocimiento implícito de la legitimidad del régimen anterior, y no del Frente Popu­lar, como deseaban los partidarios de la ruptura. La salida reformista evitó seguramente convulsiones como las que acompañaron la Transi­ción de 1930-31.

4. La paradoja de una democracia procedente de una dictadura se resuelve fácilmente. Con la muerte de Franco, su régimen podía con­siderarse agotado y la mayor parte de su clase política así lo entendió, considerándolo una respuesta extraordinaria, y por tanto transitoria, a una crisis histórica extraordinaria. Al contrario de la leyenda corriente, se trató de una dictadura no totalitaria sino autoritaria, evolutiva, con bastante libertad personal, un estado relativamente pequeño y economía básicamente de mercado. Por eso las transiciones en otros países han sido más fáciles allí donde la dictadura se parecía a la franquista, y más difíciles donde tenía más elementos de totalitarismo.

Franco y Don Juan Carlos, en la Plaza de Oriente.

5. Aunque la Transición gozó de un ambiente favorable en Usa y Europa Occidental, fue un proceso eminentemente interno, a partir del desarrollo y las fuerzas políticas españolas. La mayor intervención exte­rior quizá se registró en relación con el PSOE, para convertirlo en la gran alternativa de izquierda en España. Por ello puede decirse que la española es una de las pocas democracias europeas actuales nacidas de sus propias condiciones sociales y no de la actuación de Usa en la II Guerra Mundial.

6. La Transición navegó, por así decir, entre la Escila del franquismo continuista y la Caribdis del antifranquismo rupturista. Este último aspiraba a saltar sobre cuarenta años de historia para enlazar con la su­puesta legitimidad de un Frente Popular en realidad antidemocrático. En cuanto al búnker continuista, y contra la versión más generalizada, fue muy débil y sin alternativa política, y sólo cobró peligrosidad debi­do al desorden y al terrorismo de izquierda: sin ellos no habría habido, seguramente, conspiraciones militares ni el golpe del 23-F.

7. La oposición rupturista constituyó, también contra cierta leyenda, un riesgo para la Transición mucho mayor que el búnker, al que alimentó con sus radicalismos. Dicha oposición puede dividirse entre la que prac­ticaba el terrorismo y la que no lo hacía, y en ninguno de los dos casos era democrática. La identificación entre antifranquismo y democratismo es uno de los mitos causantes de mayor confusión. El totalitarismo de la ETA o el Grapo no precisa aclaración, pero poco se entenderá olvidando que el otro sector rupturista, agrupado en torno al PCE y el PSOE, era adepto a ideologías profundamente antidemocráticas, a las que sólo re­nunció, muy a medias, porque, tal como observó Fernández Miranda, esos partidos sólo aceptarían la democratización si se sentían débiles. No debe perderse de vista que las ideologías totalitarias –la estaliniana y la nacionalsocialista, por ejemplo– han estado siempre dispuestas a utilizar las ventajas de la democracia liberal como instrumento para des­truirla, según hizo el PSOE durante la república, debido a su marxismo.

8. En cuanto al PSOE, y de modo similar a como ocurrió en la repúbli­ca, se convirtió en un partido decisivo, en gran medida gracias al olvido de su trayectoria, pues el propio franquismo había culpado ante todo al PCE. El Partido Socialista –está hoy plenamente documentado– fue el agente principal en la destrucción de la legalidad republicana causante de la gue­rra civil. La ideología inspiradora de aquellas conductas sólo fue abando­nada por el PSOE en 1979, y lo fue de modo muy parcial y sin sustituirla por otras ideas. Por tanto, mantuvo y mantiene una carga totalitaria, muy semejante en sus líneas generales a la de la ETA, pues ambos se consideran socialistas y visceralmente antifranquistas, entre otras cosas. Rodríguez Zapatero ha afirmado que su partido mantiene íntegras las viejas tradi­ciones, lo cual ayuda a entender sus movimientos anticonstitucionales recientes.

9. Sobre el ejército, otro mito corriente le achaca una tutela conmina­toria sobre la Transición. Idea contradictoria porque, como el resultado fue un régimen de libertades, el ejército habría sido al mismo tiempo adverso y favorable a él. La cúpula militar había vivido la guerra y cono­cido el Frente Popular, por lo que prefería la continuidad del franquis­mo, actitud compartida en grado algo menor por la oficialidad joven. Pero unos y otros carecían de vocación intervencionista en política, y aceptaron la reforma, siempre que la violencia terrorista y los ataques a la unidad nacional no se hicieran demasiado amenazantes. Lo cierto es que el desorden y la incertidumbre llegaron bajo Suárez a niveles tan altos que causaron máxima alarma no sólo a los militares sino a gran parte de los políticos y de la población, hasta desembocar en el revelador episodio del 23-F. Por otra parte, de haber estado el ejército dividido como en 1936, habría sido más fácil que se impusiera –con mayor trauma– el rupturismo, que, hoy está claro, no era en absoluto democrático. Pero las fuerzas armadas permanecieron esencialmente unidas, y ese mero hecho disuadió a muchos políticos de aventuras azarosas.

10. Por lo que respecta al terrorismo, a lo largo del siglo XX ha tenido en España una incidencia política superior a la de cualquier otro país europeo, y, en su carácter de rupturismo radical, la tuvo extraordinaria en la Transi­ción. Generó permanente inseguridad y descrédito de la democracia, y en varios momentos estuvo cerca de provocar una involución. El terrorismo de ultraderecha, muy inferior en sangre y peligrosidad, y políticamente más torpe, constituyó una respuesta al de izquierda, ambos con inten­ción desestabilizadora. La ETA, muy destacadamente, ha acompañado a la democracia como un corrosivo de ella. Su peligro procede, aún más que de sus propias acciones, de las muy variadas complicidades que ha en­contrado so capa de "solución política". Sólo cuando el Gobierno de Aznar aplicó claramente la "solución policial", la ETA fue acorralada y neutralizada en gran medida. Sin embargo, volvería a primer plano desde 2004, cuando el Gobierno de Rodríguez Zapatero volvió a la "solución política" a una escala nunca antes vista, justificando de hecho los críme­nes anteriores de la ETA y recompensándolos con unas concesiones políti­cas inauditas contra el estado de derecho, la Constitución y la integridad del país. Puede decirse que, a través de la "solución política", la ETA ha condicionado la democracia mucho más profundamente de lo que la mayoría de los analistas han querido ver.

11. La prensa, en especial la autodenominada progresista, influyó no­tablemente, ya en vida de Franco, para orientar a la opinión pública y condicionar la política. Su papel no siempre fue positivo, a causa de su apego a la demagogia radical y rupturista, su propensión a un sentimen­talismo ideológico hueco, a una propaganda favorable a la ETA y a los radicalismos y dictaduras también autodenominados progresistas fuera de España; o a banalizar la historia del país y difundir teorías infamantes contra ella, etc. El episodio Solzhenitsin volvió a poner al descubier­to toda una concepción ideológica de muchos periódicos. Como lado positivo, la mera invocación periodística a la democracia surtió efectos beneficiosos, pero en opinión de quien esto escribe pesó más la carga negativa. Los medios de comunicación han llegado a ser motejados de medios de confusión, y algo de eso tienen, con las debidas excepciones.

12. Rasgo importante de la Transición, no muy estudiado, fue una rápida inversión de valores y costumbres, en su mayor parte perjudicial (droga, alcoholismo, delincuencia, crisis familiar, etc.), que define un fuerte retroceso en la salud social del país.

13. Visto en perspectiva, probablemente el diseño más razonable de la Transición fuera la reforma pensada por Fraga, que la oposición iba aceptando una vez desbaratados sus iniciales ímpetus de ruptura. El diseño de Torcuato, más complicado y con más riesgos, mantenía sin embargo los principios "de la ley a la ley" y "debilidad de la oposición". Por el contrario, una vez Suárez llegó a dirigir el proceso, la reforma tomó rumbos que la historia posterior demostraría muy inciertos.

14. El juicio dominante sobre Suárez ha pasado de ser muy desfa­vorable a convertirle en el héroe y factótum de la democracia. Tal ban­dazo en la opinión obedece, en parte, a la comparación con el período felipista; en todo caso, los elogios últimos han sido harto desmesurados. Suárez tuvo importantes aciertos puntuales, como la derrota de la huelga general de noviembre de 1976 o la legalización del PCE, pero su línea general resultó, cuando menos, desafortunada. Buscó difuminar el ori­gen franquista de la Transición y de él mismo, sumándose, al menos por omisión, a las desvirtuaciones de la izquierda y de los nacionalistas regio­nales. Su manejo de la crisis económica fue mala y la del terrorismo peor; molestó innecesariamente al ejército y, llevado por su afán de esfumar el pasado, impidió acuerdos con AP para contrapesar el empuje creciente de la izquierda y los nacionalistas, lo cual repercutió en la desintegración de la propia UCD; gobernó con excesivo personalismo y a menudo al margen de la "luz y taquígrafos", siguió una política exterior ambigua y, por fin, llevó al país a la crisis que abocó a su dimisión y al golpe del 23-F.

15. Resultado fundamental de la gestión de Suárez fue una Consti­tución bastante contrahecha: en conjunto, y gracias en buena medida al impulso previo de Fraga y Torcuato, puede calificarse de positiva, pues declara la unidad de España y las libertades; pero sus defectos son grandes y preñados de amenazas. Diversos mandatos constitucionales nunca se cumplieron, y otros facilitan la corrosión del sistema. Corro­sión convertida, en los últimos años, en franca demolición.

16. El problema mayor creado por la Constitución fue el de unas autonomías transformadas –junto con el terrorismo y a menudo en alianza o complicidad con él– en el talón de Aquiles de la democracia, generadoras de incertidumbre y crispación constantes. Se creyó que las autonomías traerían la paz civil a Vascongadas y la integración de los nacionalismos catalán y vasco en el quehacer nacional, pero esas expec­tativas no se cumplieron, o sólo muy a medias. En su afán por atraerse a los nacionalismos, Suárez les dio, entre otras, la baza crucial de la ense­ñanza, utilizada de inmediato como instrumento de propaganda de los separatismos, de aversión a España y de vulneración de los derechos de los castellanohablantes, generalmente mayoritarios.

17. Otro defecto de la Constitución es haber facilitado una degenera­ción partitocrática, con tendencia a extremismos que socavan cuanto hay de común entre los españoles. Los partidos tienden a ampliar su esfera de acción hasta pretender determinar los comportamientos privados, inclu­so íntimos, de los ciudadanos, y reducen la esfera de lo que Isaiah Berlin ha definido como "libertad de", es decir, la libertad personal frente a las intromisiones del poder (estar "libres de" tales cosas). Los partidos han interpretado abusivamente las decisiones populares, por ejemplo convir­tiendo las autonomías en palancas para proseguir hacia la desintegración de España, a la que no quieren reconocer como nación; han creado problemas y reivindicaciones por su cuenta, ajenas a las preocupaciones o inquietudes de la ciudadanía; tienden, casi todos, a eliminar o condicio­nar la independencia judicial, y últimamente desafían dictámenes de una judicatura a su vez desprestigiada por la política contra Montesquieu...

Manuel Fraga.

18. Exceptuando a Fraga y a Torcuato, los políticos que en el Gobierno o en la oposición llevaron la Transición adelante dejan una impresión de mediocridad, oportunismo a ras de tierra y algunos de simple ignorancia. ¿Cómo fue posible, entonces, que realizaran una labor histórica de tal alcance y en principio tan difícil? Creo que debe darse a las iniciales gestiones de Fraga y de Torcuato un valor bastante mayor que el que comúnmente reciben. Pero, sobre todo, el postfranquismo empezaba con un enorme capital político acumulado los años anteriores, en el que conviene insistir: un alto nivel de prosperidad y la evaporación de los destructivos odios de los años treinta. Al contrario de la república, la gente votó de preferencia a los políticos y partidos de apariencia más moderada, lo fuesen en realidad o no (las técnicas de imagen y la prensa juegan un papel no pocas veces torticero o engañoso). Esa sociedad reconciliada facilitó lo esencial de la tarea reformista y obligó al PSOE y al PCE a moderarse a su vez, renunciando, al menos de cara a la galería, a viejas señas de identidad totalitarias. Hoy suele presentarse la realidad al revés, como si la Transición hubiera reconciliado a los españoles: fue la reconciliación previa lo que facilitó la transición a unos políticos en su mayoría frívolos y de vuelo corraleño.

19. Aunque debe considerarse la Transición como un hecho en conjunto positivo, sus evidentes desaciertos, que podían haberse co­rregido con la experiencia, se han agravado con el paso del tiempo. La clave del rupturismo era un antifranquismo ciego a los hechos, y una falsa visión histórica de la república y el Frente Popular; y am­bas concepciones ideológicas no hicieron sino expandirse ante la fal­ta de resistencia, cuando no colaboración, de la derecha. Este dato, en el que se ha reparado poco, ha ido minando y deslegitimando los logros de la Transición. El antifranquismo ha terminado por conver­tirse en la cobertura justificativa de todo tipo de acciones anticons­titucionales y antidemocráticas. Así, si la democracia proviene del régimen de Franco, la mayoría de las amenazas contra ella provienen del antifranquismo: el terrorismo y las complicidades con él, las oleadas de corrupción, los separatismos y la vulneración de derechos ciudada­nos en las "nacionalidades", los ataques a Montesquieu, es decir, a la división de poderes, y, por fin, el hundimiento de la Constitución por medio de hechos consumados como los nuevos estatutos del Gobierno de Rodríguez Zapatero y del PP, que ya no son de autonomía, sino de estado asociado y que no responden en absoluto a necesidades o exigen­cias sociales, sino a intereses partitocráticos.

20. A partir de la matanza del 11-M, todavía en campaña electoral, el PSOE, sin oposición real del PP, ha procedido a una acelerada destrucción del espíritu y materia de la Transición. Su instrumento ha sido la llamada Ley de memoria histórica, planeada para deslegitimar radicalmente al franquismo y, en consecuencia, la Transición, la democracia y la mo­narquía que proceden de él. Al firmar Juan Carlos dicha ley, se declaraba implícitamente ilegítimo él mismo, pues había ceñido la corona por vo­luntad de Franco. Irónicamente, él no juró la Constitución, sino sólo las Leyes Fundamentales del Movimiento.

21. Así se ha cumplido todo un ciclo histórico: la democracia salida de la Transición ha llegado a su fin, en medio de una profunda crisis política y económica. Quizá la salida más razonable fuera una reforma de la Constitución que eliminase sus muchos rasgos problemáticos para reafirmar, entre otras cosas, las libertades públicas, la división de poderes y unas autonomías restringidas, no opuestas a la unidad nacional. Re­cuérdese que Felipe González subió al Gobierno sobre una ola de espe­ranza popular en la corrección de los desaguisados de Suárez, y que, tras la decepción correspondiente, Aznar llegó, a su vez, con la expectativa de una regeneración democrática en profundidad, que no se produjo, o sólo a medias. Salvo el período de Aznar, puede decirse que la evolución de la derecha ha sido la claudicante inaugurada por Suárez, emulada lue­go por Fraga y por fin, y salvo el período de Aznar, impuesta de lleno por Rajoy. Existe un descontento extendido, pero falto de cauce, cegado por unos partidos que de un modo u otro se benefician de la situación. Qui­zá surjan nuevos partidos, o la ciudadanía cree nuevos cauces, o presione sobre los existentes para forzarles a rectificar. Hoy por hoy el vaticinio es imposible.

Se ha extendido entre la gente la idea de que uno de los mayores problemas para España es la baja calidad de sus políticos. A ellos suele gustarles invocar el tópico de "mirar al futuro y olvidar el pasado", re­velador de su inconsistencia y no muy fino caletre. Mirando al pasado pueden aprenderse lecciones muy provechosas; el futuro no puede verse ni enseñar nada. Mirar al futuro sin analizar el pasado constituye el camino más seguro hacia el desastre.

NOTA: LA TRANSICIÓN DE CRISTAL, publicado por Libros Libres, sale a la venta el próximo martes, día 23. Este sábado, a las 16:30, PÍO MOA acudirá a LD Libros para presentarlo a los oyentes de esRadio.

Pío Moa

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quarta-feira, 17 de novembro de 2010

Miserias del nacionalismo catalán - El asesinato de los hermanos Badia

Alejandro Lerroux escribió dos libros de memorias. A uno de ellos, centrado en la II República, lo tituló, acertadamente, La pequeña historia, porque no exponía análisis generales sino más bien asuntos personales y secundarios, aunque siempre interesantes.


Cabe hablar de Gran Historia, que gira en torno a fuerzas impersonales, y de Pequeña Historia, en la que la anécdota personal pasa a primer plano. La segunda es más popular, porque a la gente suele aburrirle las exposiciones algo abstractas. Un ejemplo lo ofrecerían el asesinato de los hermanos Badia y sus consecuencias.

En El derrumbe de la República y la Guerra Civil escribí:

En marzo [es una evidente errata] los anarquistas asesinaron a los hermanos Badia, uno de los cuales tan relevante papel había tenido en la rebelión de 1934. Se intentó atribuir el atentado a la Falange, y los burgueses de izquierda no lograban disimular su despecho. Miquel Badia había declarado a La Ciutat el 25 de octubre anterior: "Si hubiéramos triunfado, nuestra República [catalana] habría dado el máximo de libertades sindicales. Habría tomado la forma socialista, reformista o comunista, siguiendo el desarrollo de las masas. Todo por la liberación de Cataluña, incluso el comunismo, según dijo Macià en Perpiñán, en 1923". Su entierro fue una enorme manifestación política de los nacionalistas, no estaba claro si contra la Falange o contra la FAI.

Por entonces yo no conocía ciertos datos del asunto, publicados más tarde.

Los hermanos Badia, Josep y Miquel, pertenecían al ala ultraseparatista del nacionalismo catalán (Estat Català), y en su muerte todo apunta a la intervención del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, que de antiguo tenía contactos con pistoleros anarquistas. Companys y su entorno manipularon a la opinión achacando la autoría a la Falange, y rentabilizaron el crimen denunciando la ineptitud de las fuerzas de seguridad, cuyo control asumió el poder central tras la intentona de octubre del 34, y exigiendo su vuelta a la Generalitat. El juez encargado del caso descubrió a los autores, terroristas de la FAI, pero fue relevado oportunamente por otro que soltó a los detenidos tras dar crédito a sus endebles coartadas. Por entonces, aún más que ahora, la independencia judicial había finado. Pero los nacionalistas ultras, o menos ultras, no se llamaron a engaño, y el crimen redundó en tres hechos políticos: la separación y refundación de Estat Català, antes integrado en la Esquerra, el asesinato de un travesti o cliente de travestis, soplón del espionaje de la Generalitat, y, sobre todo, un complot para asesinar a Companys y sus consejeros, según unas versiones, o para secuestrarlo y exiliarlo, según otras.

Los hechos pueden explicarse suficientemente, para la Gran Historia, apuntando al choque entre distintas políticas. Estat Català quería imponer la secesión de Cataluña y aplastar a la anarquista CNT-FAI. Miquel Badia, despreciando a Companys por blando, se jactaba de que, si le dejaran hacer a él y a los suyos, harían "desaparecer a esa gente [los jefes anarquistas] en quince días". En cambio, Companys prefería entenderse con la CNT, porque siempre había tenido lazos con ella y porque la encontraba demasiado fuerte. Además, en la rebelión de octubre del 34 había comprobado la flojera de los ultraseparatistas (y de los demás nacionalistas, incluido él mismo), por lo que entendía que el choque sangriento con la CNT, pretendido por los Badia, sería suicida. Por otra parte, el golpe de octubre del 34 en Barcelona había resultado tan ridículo que, para recobrar la popularidad, el sector de Companys desplegó una intensa propaganda para endilgar los errores y torpezas a Dencàs y a Miquel Badia, lo cual extremó las tensiones (en junio del 36 tuvo lugar en el Parlament una discusión entre Companys y Dencàs muy reveladora de los hechos, así como del carácter de los dos personajes y de los diputados de la Esquerra, empeñados en silenciar las verdades del barquero expuestas por el acosado Dencàs. He citado extensamente aquel virulento diálogo en Los orígenes de la Guerra Civil). Companys volvió de la cárcel convertido en un héroe, en "la encarnación de Cataluña", y en ese contexto entran bastante bien el doble asesinato, la refundación de Estat Català al margen de la Esquerra y otras venganzas.

Lluís Companys.

Al reanudarse la guerra, en julio del 36, las tensiones entre nacionalistas se hicieron aún más feroces. Companys entró en alianza con la CNT, pues no le quedaba otra si quería conservar algo de poder. No era una alianza amistosa, pues Companys intrigaba con los comunistas para, en el momento adecuado, deshacerse de los ácratas. En cambio, los ultraseparatistas pretendían liquidar de una vez a la CNT-FAI e imponer la secesión de Cataluña, buscando el reconocimiento de Francia, Inglaterra y la Alemania nazi (el componente racista en el nacionalismo catalán siempre fue muy fuerte). Al efecto elaboraron, hacia octubre-noviembre, un plan: sus milicias descenderían desde los Pirineos mientras, en Barcelona, fuerzas adictas secuestraban o liquidaban el gobierno de Companys. En el complot participaban, entre otros, el presidente del Parlament, Joan Casanovas, que presuntamente debía sustituir a Companys, y el comisario de Orden Público, Andreu Reverter o Revertés. Así, los hermanos Badia quedarían vengados y la política catalana reorientada. Pero, quizá por indiscreciones o jactancias de los conspiradores, o bien por disputas en torno al botín de los saqueos –frecuentes por aquellos días–, la CNT detuvo a Reverter, el cual, para salvarse, confesó los planes en marcha, exculpándose, o bien amenazó a Companys con descubrir negocios sucios suyos.

El complot, en todo caso, salió a la luz. A Reverter se le ofreció la excarcelación y la huida a Francia, pero al salir libre unos agentes de Companys, encargados de conducirle al exilio, le mataron en una cuneta. Casanovas y otros más tuvieron que pasar apresuradamente los Pirineos, y la Generalitat aprobó aquella justicia. Así naufragó una conspiración que pudo cambiar la política de entonces.

Veamos ahora la Pequeña Historia, que ha explicado el historiador Enrique Ucelay da Cal (aquí me guío por el amplio resumen de su trabajo hecho por José García Domínguez), y que contribuye de modo importante a explicar el asunto. Miquel Badia, conocido en medios nacionalistas por Capità Collons (Capitán Cojones), había tenido relaciones íntimas con una moza de las juventudes nacionalistas, Carme Ballester, casada con otro miembro del partido. También requirió a la chica Companys, ya cincuentón pero en mejor posición política, y la convirtió en su amante. En una ocasión, ella y el president fueron sorprendidos en pleno acto sexual en un despacho de la sede de las Juventudes. Los celos entre los dos políticos se hicieron muy agudos, al punto de que Companys obligó a Carme a jurarle fidelidad sobre el lecho que había pertenecido a Francesc Macià, ceremonia bautizada por el todo Barcelona como "la misa negra en la cama de Macià". No eran solo políticas, por tanto, las diferencias entre Companys y Miquel Badía, causantes de la eliminación de este y de su hermano.

Carme adquirió extraordinaria influencia política a través de Companys, su amante y, desde octubre del 36, marido. Ella detestaba a Casanovas –que también tenía una vida sentimental complicada, con una cabaretera del Paralelo–, aversión que pudo haber influido en la radicalización política de este a partir de la inquina creada entre él y Companys; en cambio, era muy amiga del matrimonio Reverter o Revertés, el cual la había protegido en su casa cuando los sucesos de octubre del 34. Carme convenció a Companys de que nombrase a Reverter comisario de Orden Público, un cargo de máxima importancia, aunque la CNT seguía controlándolo en gran medida.

La carrera de este hombre tiene interés. Considerado un alcahuete de políticos, a quienes proporcionaba chicas jóvenes –incluso posiblemente a su propia esposa–, había entrado en el círculo íntimo de Companys. Reverter utilizó su puesto, según diversos indicios, para participar en la exportación de metales preciosos saqueados en domicilios particulares y bancos y para pedir comisiones sobre tráfico de armas, y esa habría sido la razón o el pretexto de su detención por los anarquistas. Sigue siendo oscura la razón de su entrada en la conspiración contra Companys, que le había elevado a una posición tan significada. Quizá le indujera a ello la rivalidad con los anarquistas, o el simple afán de conseguir más dinero; incluso puede que pensara en la posibilidad de ocupar el puesto de Companys. Este, en todo caso, tras haberle encumbrado no sólo le hundió, sino que, con la mayor probabilidad, hizo que le engañaran con la promesa de la huida a Francia y le asesinaran. Reverter, en España o en Francia, sabía demasiado y podía hacer mucho daño a su ex protector.

Sobre el asesinato de los hermanos Badia, fuentes nacionalistas habrían destacado un improbable desacuerdo ético de Companys con los métodos drásticos (palizas, torturas, algunas muertes) empleados por Miquel cuando había estado al cargo de la policía. Otro nacionalista, Josep Andreu Abelló, explicó que Badia había querido entregarle un informe comprometedor sobre diversos dirigentes de la Esquerra, pero que no había podido hacerlo porque el día de la cita para la entrega coincidió con el de su asesinato.

Este Andreu Abelló tiene también una historia llamativa. Cofundador de la Esquerra, al final de la guerra civil se exilió en Méjico, donde, con Prieto y algún otro, manejaba los inmensos fondos robados y trasladados allí en el yate Vita. Años después apareció por Tánger convertido en banquero, volvió a España sin problemas y entró en la Banca Catalana de Pujol. Durante la transición dejó la Esquerra para cofundar el PSC-Congrès, grupo que influiría en el giro nacionalista del socialismo en Cataluña, siempre en pugna con las bases de izquierda no nacionalistas, a las que lograría controlar.

Companys es hoy el héroe por excelencia del nacionalismo catalán, enaltecido en mil publicaciones, y su nombre titula estadios y centros oficiales diversos. No cabe duda de que esta historia sobrepasa la novela negra más elaborada, y debería dar pie a nuevas investigaciones para aclarar los puntos todavía oscuros. He propuesto varias veces que personas bien documentadas deberían escribir una colección de semblanzas verídicas de personajes del nacionalismo catalán.

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Pío Moa

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Oriente Medio - Taal el Zatar y Borj el Barajneh

¿Por qué se habla siempre de las matanzas de Sabra y Chatila y nunca de las perpetradas por los libaneses chiitas de Amal en los campos de refugiados palestinos de Taal el Zatar y Borj el Barajneh? ¿Acaso estas últimas no les interesan a las izquierdas bobas, judeófobas y anti-cristianas?


Si los palestinos y los musulmanes no hablan de esto porque no les sale a cuenta, entonces lo haré yo, para que se conozca de una vez por todas la verdad.

En su Septiembre Negro de 1970, Hussein de Jordania mató a 30.000 palestinos. Pues bien, hasta 12.000 llegaron a matar, de manera terriblemente cruel, los chiitas de Amal en 1987 en Borj el Barajneh, en lo que se denominó la Guerra de los Campos.

Las milicias de Nabih Berri sitiaron el lugar durante seis meses, y no permitieron que los sitiados recibieran alimentos ni medicinas. Todas las noches, comandos chiitas entraban en el campo y degollaban a 100 o 200 personas. La situación llegó a ser tal, que un jeque sunní residente en el campo emitió una fetua por la que autorizaba el consumo de carne humana. La gente –hombres, mujeres, viejos y niños– moría asesinada, o de hambre, o por falta de cuidados médicos.

El ejército sirio estaba apostado en las inmediaciones, pero no hizo nada por detener la matanza. Lo cierto es que la orden del cerco se dio en Damasco, debido a que había autoridades religiosas palestinas en el campo que rechazaban el influjo sirio sobre las milicias de Al Fatah.

Los musulmanes, tanto chiitas como sunnitas, han guardado un silencio cómplice durante todos estos años. El mismo velo de silencio cae sobre lo sucedido a finales de los 70 en Taal el Zatar, otro campo de refugiados palestino en territorio libanés, cuando 8.000 palestinos perdieron la vida a manos, de nuevo, de la gente de Amal. Aún faltaban cinco años para que de dicha milicia surgiera, en 1982, la tristemente célebre Hizbolá.

La historia usual, los medios de comunicación no recogen estos hechos. No conviene. Pero ya es hora de que se sepan estas verdades, que tantos pretenden ocultar al mundo. Aquí hablamos de musulmanes víctimas de musulmanes, no de Israel ni del Líbano, que les recibió haciendo gala de un hondo sentido humanitario; sin embargo, muchos palestinos dieron en provocar a sus anfitriones, en sumarse a la tarea de desmembración del País del Cedro a instancias de Siria, que piensa que el Líbano le pertenece.

El mundo solo ve lo que quiere ver, siempre la misma cara de la moneda. Pues bien, conviene recordar que estamos inmersos en una guerra que ha desatado el fundamentalismo bárbaro contra todo Occidente. Ante el avance islámico, irracional e imperialista, difundir la verdad es una obligación. Juzguen ustedes si no.

© Por Israel

Dori Lustron

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Los bakuninistas en acción

El 30 de octubre de 1910 se fundó la CNT, posiblemente el mayor sindicato anarcosindicalista de la historia de Occidente. Parte de la clave de su éxito está en la llegada a la Península, en 1868, de unos enviados de Bakunin que supieron ganar la partida a los marxistas.


La competencia entre bakuninistas y marxistas era dura debido a que ambos querían controlar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que había sido fundada en 1864. La presencia española en esta organización era virtual, por lo que nuestro país no era ahí objeto de atención o cuidado. La cosa cambió en 1868, cuando los partidos liberales hicieron una revolución para echar a los Borbones e instaurar un régimen democrático. Reconocido entonces el derecho de asociación, bakuninistas y marxistas empezaron a pugnar por hacerse con las agrupaciones españolas de trabajadores.

La estrategia de unos y otros fue muy distinta. Marx había conseguido que su yerno, Paul Lafargue, fuera el secretario corresponsal para España de la AIT entre 1866 y 1868. (El cargo lo ocupó luego Friedrich Engels). La labor de Lafargue fue completamente nula. Llegó a España en 1871 como un señorito, sin profesión conocida. Traía la pretensión de dirigir el movimiento español al estilo alemán; es decir, pretendía encaminar el asociacionismo obrero hacia un partido político y convertirlo en el portavoz del socialismo marxista.

Con este propósito, Lafargue se entrevistó con Pi y Margall, uno de los líderes del partido republicano federal, que defendía ideas socialistas cercanas a los postulados del francés Proudhon. Lafargue pensaba que la conversión sería sencilla y, por tanto, aceptada por las asociaciones obreras; de hecho, la relación entre una parte del republicanismo y el socialismo había sido muy estrecha. Pi, sin embargo, se negó rotundamente. Lafargue jugó entonces la carta de dividir a la Internacional española, para lo cual convenció a los redactores del periódico La Emancipación, que acabaron siendo expulsados de la organización. El fracaso fue estrepitoso, y marcó decisivamente el desarrollo del socialismo marxista en España, que fue cosa de minorías durante décadas.

Mijaíl Bakunin.

En cambio, Mijaíl Bakunin envió a un revolucionario profesional, un propagandista muy activo, el italiano Guiseppe Fanelli. Llegó a España dos años antes que Lafargue, a finales de 1868, y desarrolló una intensa labor de proselitismo. No fue Fanelli el primer bakuninista en venir, pero sí el más efectivo. Consiguió pronto contar con un núcleo importante de seguidores en Madrid; seguidores como Anselmo Lorenzo, Francisco Mora y Tomás González Morago, tres activistas de buen nivel intelectual. Trajo estatutos, programas y periódicos internacionalistas, que sirvieron de guía y modelo. No sólo eso: fundó la Alianza Internacionalista, una organización bakuninista paralela a la AIT.

Fanelli supo qué contar a los trabajadores. Les habló de las maldades de la industrialización y de la aplicación de la tecnología a las labores agrícolas, de la pérdida de los valores tradicionales en beneficio de la moral burguesa, de la pauperización de los jornaleros y el enriquecimiento de la burguesía. Asimismo, les convenció de que existían formas cooperativas y gremiales ajenas a la política burguesa que, a su entender, salvaban al hombre de sus males presentes. Les ofreció redención social y moral, y tuvo éxito en su empeño.

Pero cometió un error. En la primavera de 1872, en una carta a la organización española, Bakunin escribió que Fanelli había "confundido la Internacional con la Alianza", y por eso había "invitado a los amigos de Madrid a fundar la Internacional con el programa de la Alianza". La verdad es que el propio Bakunin había ayudado a crear esa confusión: él mismo había retocado el manifiesto de la AIT a los españoles, publicado como hoja suelta en octubre de 1868, para llamar a la revolución social contra la burguesía y los propios revolucionarios de 1868. La Internacional era entendida en España como una institución basada en las ideas bakuninistas, y así se fundó, el 24 de enero de 1869.

La Internacional se extendió pronto por todo el país, especialmente por Andalucía, Cataluña, Valencia, Zaragoza y Madrid. La dirección madrileña fue la más importante.

Dominando el panorama asociativo del mundo obrero, a la Internacional le quedaba su relación con el partido republicano. González Morago escribió a la dirección internacionalista de Ginebra en noviembre de 1869 para pedir instrucciones en este sentido, y la respuesta fue clara:

No vale la pena mezclarse en política por las insignificantes ventajas que el establecimiento de una república burguesa nos ofrecería, y (...), por consiguiente, la AIT y la Alianza democrática y social no deben mezclarse más que en la política destructiva para poner en lugar del orden social actual un nuevo orden social.

Aparecida la Internacional en España, quedaba certificarla con un Congreso, que se celebró en Barcelona en junio de 1870 y al que acudieron representantes de 153 secciones de 26 localidades y de 15.000 afiliados. Allí se dieron cita, según escribió el anarquista Anselmo Lorenzo, testigo directo, internacionalistas revolucionarios, posibilistas, políticos y un grupo numeroso que

no entendía palabra de las nuevas ideas ni de las viejas en lucha y contraste, porque para ellos todo lo que no fuera tener trabajo seguro, buen jornal y el pan barato era hablar de la mar.

La capacidad organizativa de los bakuninistas permitió que aquel Congreso se decantara por sus postulados, y que rechazara todo tipo de colaboración con los partidos o con el régimen democrático. De hecho, los reglamentos que se dio la recién creada Federación Regional Española fueron copiados de la federación suiza, que habían sido elaborados bajo la supervisión de Bakunin.

El asociacionismo obrero español ya era anarquista. Engels escribió a Marx el 11 de febrero de 1870: "Sería preciso dejarles [a los bakuninistas] España e Italia, al menos provisionalmente". Era una cesión gratuita. Tres años después, en 1873, publicó un folleto, titulado Los bakuninistas en acción, en el que denunciaba que los internacionalistas españoles se basaran "en la abstención de la política predicada por Bakunin" incluso para la República, "contribuyendo así a que los elegidos fueran casi exclusivamente republicanos burgueses". En lugar de participar en política, escribió Engels, declararon la huelga general para iniciar la revolución social aprovechando la rebelión cantonal. Donde tuvieron éxito, como Alcoy y Sanlúcar de Barrameda –proseguía el alemán–, hubo asesinatos y quema de edificios, o bien perdieron el tiempo en "hueros debates". Pero el amigo de Marx no criticaba la violencia bakuninista, sino su desorden y la alianza de quienes la perpetraban con elementos burgueses; se trataba, en definitiva, de un "ejemplo insuperable de cómo no se hace una revolución".

Lo que Engels no dijo en aquel folleto era que la deriva bakuninista de la Internacional española derivaba del fracaso marxista en nuestro país. El anarquismo se había extendido con facilidad en pocos años. Fue la revolución de 1868 lo que permitió la deriva anarquista del asociacionismo obrero que buscaba la transformación social. El contraste entre las promesas revolucionarias, incluidas las republicanas, y la realidad de una política que naufragaba entre la crisis económica y la parálisis política favoreció el que se hiciera fuerte una opción de cambio social sin políticos profesionales. El ambiente revolucionario y la propaganda hicieron el resto...

Jorge Vilches

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El tío Clive y la generación Spectrum

Si en Estados Unidos la revolución del ordenador personal estuvo liderada por el Apple II, en toda Europa y especialmente en España la llegada de estos cacharros a los hogares la protagonizó un pequeño aparato negro con teclas de goma: el Sinclair ZX Spectrum.


Su creador, Clive Sinclair, había comenzado muy pronto en esto de la electrónica. Hijo de ingenieros, en lugar de estudiar quiso trabajar pronto a fin de lograr el capital necesario para fundar su propia empresa. Tras unos años en el sector editorial, dirigiendo revistas y escribiendo libros de electrónica, pudo fundar en 1961 su primera compañía, Sinclair Radionics, mediante la cual comenzó a vender sus kits de electrónica para equipos de radio y alta fidelidad. Durante la segunda mitad de los 60, su nombre empezaría a hacerse conocido por fabricar los aparatos de radio más pequeños del mundo: Micro-6 y Micromatic, gracias a los cuales ganó a los japoneses en su especialidad.

Sin embargo, sería en los 70 cuando alcanzaría sus mayores éxitos, al involucrarse en la cruenta guerra de las calculadoras. En el verano de 1972 lanzaría la Sinclar Executive, la primera calculadora de bolsillo, cuyo tamaño era más o menos parecido al de un iPhone. Sus ingenieros lograron reducir el consumo de estos aparatos de 350 a 30 milivatios, cortando la corriente doscientas mil veces por segundo. Al ser tan rápido, ni a la pantalla ni a los chips les daba tiempo a apagarse del todo, de modo que recordaban qué estaban haciendo y podían cumplir su cometido. Gracias a ello pudieron emplear pilas de botón en lugar de las que se empleaban entonces, mucho más grandes.

Ahora bien, la ruina de Sinclair Radionics era inminente. Y no por las calculadoras, como le sucedería a tantas y tantas empresas de electrónica de la época, sino por el lanzamiento en 1975 de un reloj digital, el Black Watch, un cacharro tremendamente sensible a la electricidad estática, tanto que en muchas ocasiones ya salía de fábrica estropeado, o se fastidiaba cuando lo rozaba una prenda de nylon. Para colmo de males, las baterías duraban sólo 10 días, y se atrasaba o adelantaba dependiendo de la temperatura ambiente. Un desastre que arruinó la empresa a base de devoluciones.

El Gobierno laborista de entonces la salvó; los intentos de reflotarla mediante un televisor portátil y un ordenador llamado New Brain fracasaron y en 1979 el Gobierno acabó por echar a Clive Sinclair de la que había sido su empresa para proceder a dividirla y vender los pedazos, como hacía el malvado capitalista Richard Gere antes de ser salvado por Julia Roberts.

El ingeniero sin título tenía un Plan B. Años atrás había comprado otra compañía sin actividad con la intención de volcar en ella sus esfuerzos si las cosas iban mal en Radionics. Llamada Sinclair Instruments, logró lanzar con éxito una calculadora de pulsera y un microordenador personal en forma de kit, el MK-14, que costaba sólo 40 libras frente a los precios más comunes entonces, de entre 400 y 750 libras; claro, que los demás ordenadores podían hacer cosas útiles y éste, como en su día el Altair 8080, era un juguete para aficionados a la eléctrica. Pero tuvo éxito y permitió a su fundador encontrar un refugio tras su despido.

El camino al ZX Spectrum

Clive Sinclair tendría su epifanía al leer un artículo del Financial Times en el que se auguraba que en el plazo de cuatro o cinco años habría ordenadores por menos de cien libras. Además de cambiar el nombre de su empresa compulsivamente (pasó a ser Science of Cambrdige, luego Sinclair Computers y finalmente Sinclair Research), se esforzó por arruinar aquella predicción anunciando ocho meses después, en enero de 1980, el lanzamiento del ZX80.

Con un precio de 80 libras en forma de kit y 100 ya montado, el ZX80 redujo los costes empleando una poco duradera membrana táctil como teclado, un televisor como monitor y un casete como sistema de almacenamiento, estos dos últimos no incluidos, claro. Tenía 1 kilobyte de memoria RAM, los números sólo alcanzaban los cinco dígitos y los decimales... como que no se le daban muy bien. Sinclair, pensando en el mercado educativo, incluyó el lenguaje Basic, lo que terminaría provocando que un buen número de programadores aprendiéramos el oficio con ese lenguaje. Fue un gran éxito para la época, vendiéndose unas 50.000 unidades.

Al año siguiente, Sinclair presentó el ZX81. Prácticamente idéntico a su sucesor pero empleando menos chips, tenía un precio menor: 50 o70 libras, dependiendo de si había que montarlo o venía ya completo de fábrica. Pese a errores graves de diseño –por ejemplo, daba 1,3591409 como resultado de la raíz cuadrada de 0,25, en lugar de 0,5–, el ordenador traspasó las fronteras de Gran Bretaña y vendió millón y medio de unidades antes de ser reemplazado por la obra que valdría a Sinclair un huequecito en la historia de la informática: el ZX Spectrum.

Venía en dos versiones, de 16 y 48Kb, y podía mostrar colores en pantalla y emitir sonidos. El teclado había mejorado, levemente, con la introducción de teclas de goma en lugar de la membrana táctil. Entre el modelo original y sus sucesores se venderían unos cinco millones. Era más caro y ya no se vendía como kit, pero por 125 libras, o 175 si se quería con más memoria, se disponía de un ordenador bastante completo que para muchos, incluyendo a quien escribe esto, supuso su primer contacto con la informática: existe toda una generación Spectrum entre la profesión.

Pese a su intención educativa, lo cierto es que el Spectrum terminó convirtiéndose en una máquina dedicada principalmente a los videojuegos; de ello se encargarían principalmente los mismos jóvenes que gracias a él pusieron sus zarpas encima de un ordenador por primera vez. Se han programado para el Spectrum alrededor de 20.000 títulos, que a pesar de incluir software profesional como bases de datos o procesadores de texto fueron principalmente juegos; aún hoy siguen existiendo máquinas clónicas en el este de Europa, como el Pentagon 1024SL, con cuatro megas de RAM y disco duro, y hay pirados que continúan haciendo videojuegos para él.

La ruina

Desgraciadamente, los días de vino y rosas duraron poco. Sinclair empezó a ser una figura popular en Gran Bretaña, donde se le conocía como "tío Clive". El Gobierno de Thatcher, al que apoyó incansablemente, le otorgó el título de caballero. Pero como sucediera en Radionics, pronto llegarían los fracasos. El primero fue el ordenador destinado a suceder al Spectrum, al que llamó QL. Lanzado poco antes que el Mac, en 1984, era más caro (cerca de 400 libras) y estaba destinado a un mercado más profesional. Pese a disponer de multitarea antes que nadie e incluir un paquete ofimático, se lanzó prematuramente y estaba repleto de errores de diseño. Además, el mercado profesional se comenzaba a volcar hacia el PC, y siendo el QL incompatible con el Spectrum, los propietarios de éste no tenían razones para cambiarse.

Pero lo peor, no obstante, fue el desarrollo y lanzamiento del C5, un viejo empeño que arrastraba Sir Clive desde los años 70. Era un vehículo eléctrico que alcanzaba sólo los 25 kilómetros por hora y era incapaz de subir cuestas si no se le ayudaba pedaleando. Encima se presentó en el duro invierno británico, y el cacharro no tenía techo: se vendieron 12.000 unidades. En la ruina, Sinclair se vio obligado a vender su empresa a Amstrad, su principal competidor, que produciría nuevas versiones del Spectrum hasta 1990.

La generación que creció con los ordenadores Sinclair ya se ha convertido en gente importante. Por poner un ejemplo, Linus Torvalds, el creador de Linux, aprendió a programar con un QL, y su segundo de a bordo, Alan Cox, comenzó haciendo juegos para el Spectrum.

El tío Clive sigue en activo, a sus 70 años. Su último producto es una bicicleta plegable hecha con materiales ultraligeros. Y planea lanzar la X1, una bici asistida por un motor eléctrico que recuerda al C5. Eso sí, esta vez con techo.

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Daniel Rodríguez Herrera

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La necesaria temporalidad del franquismo

Cuando, el primero de abril de 1939, terminó la Guerra Civil, pocos imaginaban que lo que comenzaba en ese mismo instante era un régimen personalista que iba a durar casi cuarenta años.


Mirado ahora, en retrospectiva, se nos antoja que los fundadores del franquismo contaban con una cuidada hoja de ruta desde el primer momento; es decir, que Franco y sus generales tenían clarísimo qué iban a hacer con el poder recién conquistado y qué tipo de Estado iban a erigir sobre las cenizas de la República y la Monarquía alfonsina.

Nada de eso. El franquismo se construyó lenta e improvisadamente, y a veces sobre sus propias ruinas. El régimen, dirigido por una sola persona, bastante más astuta que inteligente, dio volantazos, se adaptó a los tiempos y adquirió mil caras. Así, ante la gente de orden, misa diaria y convicciones conservadoras se presentó como una suerte de segunda parte de la Restauración, con ciertas licencias a tono con la época; ante los falangistas, como el ejecutor de la revolución nacional-sindicalista anunciada por el fundador de Falange y su socio, Ledesma Ramos; ante la Iglesia, como una bendición caída del cielo para salvar la civilización cristiana...

Para Occidente, el franquismo representaba la estabilidad, factor especialmente importante tras la derrota de la Alemania nazi y el inicio de la Guerra Fría. España era vista como un país exótico, aislado y empobrecido, con un Tirano Banderas al frente del que los gobernantes de los demás países podían fiarse. Para los que habían padecido la guerra en sus propias carnes y no simpatizaban con los vencedores, el franquismo no ofrecía libertad, pero sí tranquilidad y una cartilla de racionamiento. Eso, tal y como estaban las cosas, ya era mucho.

El franquismo sobrevivió a todo menos a su fundador. Se trataba de un proyecto personal atado a unas circunstancias históricas muy concretas, las de los años cuarenta. Con sólo cambiar una fecha o un acontecimiento, todo se hubiese venido abajo. Luego, y esto fue mérito de Franco, vino la consolidación y la institucionalización de un régimen cuya forma final no tenía clara ni su propio fundador.

Así, los Principios Fundamentales del Movimiento no entraron en vigor hasta 1958, cuando ya habían pasado dos decenios del final de la guerra. La Ley Orgánica del Estado, que es la que dio forma definitiva al régimen, no fue promulgada hasta 1967, cuando Franco encaraba la recta final de su vida. Estaría en vigor sólo diez años, y los Principios Fundamentales veinte: una nadería, en comparación con la Constitución de 1876 o la actual, que lleva ahí 32 años sin que apenas haya experimentado cambios ni parezca que vaya a ser reformada sustancialmente en el futuro inmediato.

El franquismo fue, por lo tanto, un régimen temporal y en continua transformación. Su primera ley fundamental –el Fuero del Trabajo–, promulgada en 1938, era una copia de la Carta del Lavoro mussoliniana (1927). La última, la Ley de Reforma Política, ratificada en referéndum en 1976, abrió la puerta a una democracia parlamentaria de corte liberal. Curiosamente, la una y la otra se concibieron desde el respeto a la legalidad de lo que entonces se llamaba "el 18 de Julio". Pocas dictaduras han sido tan extrañas en lo institucional como la de Franco; quizá por eso es tan complicado homogeneizar su régimen.

Los que vivieron el franquismo de principio a fin saben que la España de 1939 poco tenía que ver con la de 1975. Y no ya en renta per cápita, también en cuestión de libertades. Ese fue el secreto de su éxito, y la razón por la que el dictador murió en la cama de un hospital madrileño y no en el exilio o frente a un paredón de fusilamiento. Franco jamás tuvo una ideología política definida. Era un simple provinciano monárquico, católico, gente de orden, es decir, el arquetipo del conservador canovista. Había aprendido a desconfiar de la democracia representativa tras la experiencia republicana y, sobre todo, le encantaba mandar.

Si hubiese recreado la Restauración, devolviéndole el trono a Alfonso XIII –aún con vida en 1939–, y reactivado el viejo sistema de turnismo, se habría tenido que volver al cuartel. A eso no estaba dispuesto. Además, durante la guerra unos y otros le habían persuadido de que se trataba de alguien providencial, enviado por el Altísimo para cumplir una misión histórica. Se lo creyó todo, pero no sabía muy bien cómo llevar a cabo semejante empresa, de ahí que diese tantos bandazos.

Tan franquista fue la espantosa década de los cuarenta, consagrada al desquite y a los experimentos fascistoides, como la de los 70, en la que España era ya prácticamente un país occidental como cualquier otro. Por eso la Transición fue tan suave, no se produjeron enfrentamientos civiles a gran escala –como se temía– y no hubo que lamentar más muertes que las ocasionadas por los terroristas de ultraizquierda y ultraderecha. Muerto Franco, no tenía sentido seguir interpretando una partitura en la que cada nota venía dictada por los caprichos políticos –generalmente cambiantes– del dictador.

El franquismo, régimen temporal y excepcional por su momento histórico, duró lo que tenía que durar. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Pinche aquí para acceder a la web de FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA.

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terça-feira, 16 de novembro de 2010

Irán y la Batalla del Fin de los Días

Según un ex miembro de la Guardia Revolucionaria iraní, Teherán pretende desatar una guerra de grandes dimensiones con el fin de lograr la llegada del Mahdi. El Mahdi es la figura central en el islam chiita, desempeña el papel que desempeña el Mesías en el judaísmo y en el cristianismo.

Según las tres religiones monoteístas, los días de la llegada del Ungido están próximos. ¿De dónde surge esta idea? En la tradición judeocristiana, de las profecías de Ezequiel. ¿Cuántos leyeron a Ezequiel, y cuántos le entendieron? Pocos y menos. Sea como fuere, el Mesías es el artífice de la redención, y los exégetas anunciaron hace miles de años su advenimiento.

El Mesías fue la causa del resquebrajamiento del judaísmo y la fundación del cristianismo. Los cristianos dicen que ya llegó y que volverá, los judíos dicen que todavía no ha venido. ¿Quién tiene la razón? Sólo se sabrá cuando Se revele y muestre Su documento de identidad. La información diáfana indica que será descendiente de la casa de David, lo que descalifica a Barack Obama y hace que se reconfirme mi fe.

Antes de que llegue el Redentor deben ocurrir una serie de acontecimientos. Uno de ellos es la guerra entre Gog y Magog.

¿Quién es Gog y quién es Magog? De Gog se encuentran referencias en las Crónicas, donde se nos dice que viene de la tribu de Rubén. De Magog se habla en el Génesis, donde se nos dice que desciende de Jafet. El único que menciona a ambos juntos es Ezequiel. ¿Por qué hay que creerle? Se trata de un autor que supera mi capacidad de conocimiento y comprensión; su lenguaje es críptico, y no encontré a nadie que me lo pudiera explicar.

Soy temeroso de Dios. Prefiero confiar en Su existencia antes que desatar Su ira. El problema es que si uno cree en todo es naif, y si no cree en todo es un hereje. El clero no permite mucho juego de cintura.

Según el islam, el Mahdi es descendiente de Mahoma y, de igual manera que el Mesías de la tradición judeocristiana, llegará después de la gran guerra entre Yajuj y Majuj (Gog y Magog). Impacientes, los ayatolás quieren hacer que ésta estalle lo más pronto posible, para que por fin el Mahdi instaure el Califato definitivo, que someterá el mundo entero a la sharia.

Como se perfilan los acontecimientos en el Medio Oriente, puede que Gog y Magog sean Irán y Arabia Saudí, chiitas contra suníes, ambos en pugna por el dominio del mundo islámico. Irán está construyendo su bomba nuclear, mientras que el pasado septiembre Arabia Saudí hizo la mayor compra de armamento de que se tiene memoria: 60.000 millones de dólares le costó la broma.

De acuerdo con el Apocalipsis, la guerra de marras se librará en el valle israelí de Meguido, cuyo nombre en hebreo es Har Megiddo, del que Armagedón es una deformación lingüística. Meguido, Har Meggido, Armagedón: la Batalla del Fin de los Días. Como Israel es la excusa política favorita de los musulmanes a la hora de librar sus guerras, es quien más debe cuidarse.

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José Brechner

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Mao Zedong - El atrasismo revolucionario

Mao Zedong.
En los primeros años sesenta tuvo lugar la revolución cultural china. Sobrevino tras el fracaso de la que Mao, con su habitual creatividad para las consignas, había llamado "el gran salto adelante", pero que tuvo la forma terrible de un gran salto atrás. Fue el primer gran estallido de atrasismo en lo ideológico y en lo práctico.


El Gran Salto Adelante había sido, en los años cincuenta, una campaña de industrialización forzosa que había culminado en la muerte por inanición de millones de personas. La respuesta a tal esperpento ideológico fue la llamada Revolución Cultural, en la que se pretendía acabar con los "cuatro viejos": las costumbres, los hábitos, la cultura y los modos de pensar. Naturalmente, ninguno de esos elementos que combatir era viejo. Los chinos eran chinos, tenían sus costumbres, una cultura, unos estilos de pensamiento. Que no eran "milenarios", como suelen decir los desinformados cuando hablan de Asia, sino resultado de procesos milenarios de adaptación, para la supervivencia, a formas de control y explotación siempre brutales e injustas.

Desmontar ese legado, la única forma de defensa con la que contaba una población que llevaba siglos y siglos debatiéndose entre la esclavitud y la servidumbre, era la manera más eficaz de desarmarla ante el maoísmo, que era la prolongación exacerbada del régimen de emperadores y mandarines, del mismo modo en que el estalinismo era la culminación delirante de la autocracia zarista. Había que liquidar hasta el último resto de esa modestísima tradición de resistencia que preservaba la condición humana de los súbditos. Costumbres, hábitos, estilos de pensamiento se resumían en el término cultura.

Había que acabar con ella. Entre 1966 y 1968, cuando Mao y Chou En Lai comprendieron que su propia revolución comunista estaba al borde del colapso y ordenaron al ejército la represión generalizada, los Guardias Rojos, con sus comités revolucionarios, encargados de castigar "capitalistas" y "revisionistas" –es decir, cualquiera que les pareciera–, camparon por sus respetos por todo el país, paralizando la instrucción pública y sembrando de cadáveres el territorio. Pero el mal estaba hecho. La conciencia china había retrocedido siglos, y habría que esperar más de veinte años para que la revuelta de Tiananmen se mostrara como un signo de recuperación.

Entre una fecha y otra, entre 1975 y 1979, tuvo el poder en Camboya el célebre asesino Pol Pot, el modelo más perfecto de líder atrasista. Al menos los chinos habían pergeñado en el Gran Salto Adelante un intento industrializador. Pol Pot decidió recorrer el camino inverso, en la historia camboyana y en la universal: invirtió el proceso de emigración del campo a la ciudad enviando a la población urbana a formar parte del campesinado, que ya era uno de los más pobres del mundo. Para ello, eliminó a los "elementos burgueses" de la sociedad: los intelectuales y su parafernalia literaria y artística.

Pol Pot.

Unas doscientas mil personas fueron ejecutadas por los jemeres rojos, pero el hambre y las enfermedades desatendidas acabaron con otro millón, y trescientas mil más perecieron en campos de trabajo. Junto a ese millón y medio de seres humanos, un veinte por ciento de la población total, fueron quemados cientos de miles de libros, discos, cuadros y películas, y destrozados miles de máquinas de escribir, esculturas, salas de exposición, de cine y de teatro. La percepción que Pol Pot tenía de la modernidad era precisa y acabó sistemáticamente con todas sus manifestaciones, materiales y personales. Curiosamente, fue la invasión vietnamita lo que frenó la locura polpotiana. Pero el mal estaba hecho.

Y el mal ideológico también, porque no importó en absoluto a los dirigentes revolucionarios de otras partes del mundo el terrible saldo de chinos y camboyanos borrados para siempre de la faz de la tierra: los alentó, en cambio, a promover el atrasismo en otras formas.

Yo mismo soy testigo de un proceso que se dio en llamar "de proletarización" de los militantes, promovido sobre todo por la organizaciones armadas de América Latina, pero también en algunas tendencias del catolicismo en aquella parte del mundo. Me recordó la cuestión ayer mi amigo Pablo Odell, que pertenece a la generación siguiente: fue él quien me dio el hilo de este artículo, a la vez que me explicaba el fenómeno diciendo que lo que se procuraba al convertir en obreros a individuos preparados para otras tareas, en vez de atraer a las masas hacia las élites, era llevar las élites hacia las masas, diluyendo a las primeras en la últimas.

Por si algún lector ignora lo que fue aquello, le cuento que casi todos los movimientos políticos de los setenta, en general de obediencia cubana, invitaban a sus profesionales, intelectuales, artistas –lo que el PC llamaba "fuerzas de la cultura"– a proletarizarse, es decir, a irse a trabajar a las fábricas, a identificarse con la clase llamada a ser guía del mundo. He visto ingenieros, químicos, abogados –que habían ocultado su currículum al proponerse para su puesto–, voluntariamente sumados al escalón más bajo de la producción.

Eso fueron, a su modo, los curas obreros de finales de los sesenta y principios de los setenta, avanzadilla del atrasismo proletarizador, al que se sumarían encantados, cinco o diez años más tarde, los teólogos de la liberación, que ni hacían teología ni ayudaban a otra liberación que la propuesta por Cuba. El resultado final, desde luego, no era la proletarización, sino la lumpenización de las vanguardias. Atrasismo en estado puro. Todavía está por desentrañar el papel, sin duda trascendente, de la Teología de la Liberación en la promoción de los movimientos indigenistas, atrasistas por definición, más preocupados por su pasado que por su futuro, como anoté en un artículo anterior sobre este mismo asunto.

Había en el fondo de estas propuestas un desconocimiento, también voluntario, de las experiencias revolucionarias precedentes, que habían sido hijas de una minoría abocada al golpe de estado, como la rusa, o habían sido preponderantemente campesinas, como la china. La escritura marxista preconizaba el protagonismo del proletariado y allí permanecía, inmune a toda experiencia. Toda revolución, como cualquier otro proceso histórico, es en lo esencial un relato, y todo relato es, a su modo, una profecía sobre el pasado. Miserias de lo teleológico, de la fe en que la historia tiene un final.

Horacio Vázquez-Rial

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