quarta-feira, 30 de setembro de 2009

Honduras - "Que se queden en Cuba"

En Honduras, actualmente va ganando Hugo Chávez. La situación en el pequeño país centroamericano es hoy complicada, pero brutalmente simple: el chavismo ha conseguido infiltrar a Zelaya en el corazón de Honduras, justo lo que los hondureños evitaron en junio, cuando intuyeron con acierto qué pasaría si Zelaya permaneciese en el país: un ataque directo a la democracia y a la constitución apoyado en el uso de la violencia contra las instituciones y la sociedad civil. Zelaya y Chávez llevan amenazando meses con la guerra civil en Honduras. Hoy han avanzado en esa dirección.

Por eso resulta nauseabundo ver cómo los medios de comunicación occidentales compran toda la bazofia que les sirve la maquinaria propagandística de Chávez, que presenta a Zelaya acosado y medio muerto en la embajada de Lula. Lo cierto es que ocurre al revés: Zelaya está en permanente contacto con Chávez y otros conspiradores, ha montado su cuartel general y está viviendo a cuerpo de rey, como siempre en su vida ha hecho. De aislado, nada, porque tiene equipos de comunicaciones de última generación. De acosado, menos, porque habla con dirigentes que ni se le ponen al teléfono a Micheletti. Y de dormir en una litera de mala muerte, nos entra la risa sólo de pensar que muchos se creen lo que les sirven Chavez & Lula productions.

En verdad, la embajada de Brasil en Tegucigalpa se ha convertido en el cuartel general de la desestabilización en Honduras. Desde la sede diplomática, el chavismo-zelayismo organiza los disturbios mediante el uso de agitadores venezolanos y nicaragüenses y el pago millonario a piqueteros, sindicatos y trabajadores. Éstos recorren las calles cerrando, apedreando comercios y saqueándolos, cerrando escuelas y cortando carreteras. Las encuestas dicen que más del 80% de los hondureños están contra Zelaya, pero éste ha organizado un pequeño ejército de varios miles, pagado por los petrodólares de Chávez, y que a día de hoy está sembrando el terror en barrios enteros, atemorizando a la población, que no puede ni ir a trabajar ni a veces salir de casa ante el terror chavista-zelayista, versión del siglo XXI del terror rojo que aquí tan bien conocemos.

Ante una agresión directa y brutal, con ataques permanentes en las calles, el Gobierno hondureño no ha hecho nada de lo que debamos escandalizarnos. Con buen criterio –legal y legítimamente–, el Gobierno ha suspendido algunas garantías constitucionales, por una única razón: si deja vía libre a los encapuchados, éstos acabarán con las instituciones, la constitución y la democracia. Las almas tiernas podrán escandalizarse por las decisiones tomadas, pero de no actuar con determinación contra los esbirros chavistas, no habrá democracia por la que escandalizarse en el futuro. Zelaya y Chávez no quieren ni negociación ni acuerdo: quieren convertir Honduras en un protectorado de la dictadura venezolana. O lo tomas o lo dejas.

Desde la infiltración de Zelaya, Honduras vive una situación de emergencia en toda regla, de ataque directo y violento contra el orden constitucional, preparado, pagado y teledirigido por Lula, y Chávez desde Caracas. A ellos se suman Europa y el silencio cómplice de Obama. Si Honduras acaba inmersa en una guerra civil, nos acordaremos de todos ellos, por consentir la agresión contra este país.

Pero no se crean que somos ingenuos, porque sabemos qué está pasando: la izquierda mundial, por supuesto la española, prefiere un régimen totalitario en Honduras a un régimen democrático. De lo cual, por cierto, no nos extrañamos, porque siempre ha preferido la putrefacción comunista a los sistemas constitucionales. Hoy le toca a Honduras saborear las amargas simpatías colectivistas de nuestros dirigentes.

La diplomacia española actual ayuda a regímenes totalitarios a cumplir sus objetivos. A eso se dedica el Ministerio de Asuntos Exteriores, y de nada vale que algunos diplomáticos se lleven en la intimidad las manos a la cabeza ante la complicidad de Moratinos con déspotas y criminales varios. La retirada del embajador de Honduras, siguiendo indicaciones chavistas, fue un hecho repugnante desde el punto de vista democrático. Y las actuales amenazas de matón de Moratinos a Honduras aumentan el hedor de este asunto, sobre todo cuando el ministro se comporta como el correveidile de Chávez y Castro. Porque, para más escarnio, Moratinos anuncia que visitará Cuba el día 18 de octubre. Por si no quedaba claro con quien estamos y frente a quien.

Desde luego, entre defender la hedionda diplomacia española de Zapatero y Moratinos y defender la libertad, nosotros lo tenemos claro. Por nosotros, bien está que las autoridades legítimas hondureñas no dejen que el embajador regrese a Honduras. Que se quede con Moratinos. En Cuba. Y para siempre.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

Rodríguez Zapatero y las mujeres

Ha dicho alguien por ahí que a Rodríguez se le recordará siempre por una cosa: lo que ha hecho por la mujer. Desde luego, se le recordará también por muchas otras cosas: su colaboración con la ETA y conversión del asesinato en un medio eficaz de hacer política, socavando el Estado de derecho; su intento de acallar a las víctimas del terrorismo; sus campañas de falsificación de la historia y su ley totalitaria al respecto; su asunción orgullosa de toda la brutal historia de su partido; su turbio, cuando menos, papel cuando el 11-M e intento posterior de oscurecer la verdad sobre la matanza; su premio a los terroristas de Irak; su colaboración con Castro, Evo, Chávez y otros dictadores de izquierda; el debilitamiento de la posición española en Ceuta, Melilla y Gibraltar; su apoyo al antisemitismo; su política de medios; su demagogia económica que ha ahondado y ahonda la crisis, después de declararla imposible; sus fechorías en materia de educación; sus ataques a la independencia judicial; su constante mentira y embaucamiento... Se le recordará por muchas cosas, sin duda, incluida su increíble suerte de haber carecido de oposición, gracias a Rajoy.

También, desde luego, por lo que ha hecho por la mujer: corroer la familia con todas sus secuelas de divorcio y aborto masivo, malos tratos domésticos, gran número de niños en condiciones familiares precarias y sus derivados de difusión de las drogas, el alcohol, la expansión del botellón, de la prostitución, de los embarazos de adolescentes, de la delincuencia juvenil, del fracaso escolar, del embrutecimiento del varón. El persistente ataque a la familia, de la que la mujer siempre ha sido el núcleo, tiene estas y otras consecuencias, seguramente ninguna positiva.

Naturalmente, Rodríguez no desea estas consecuencias, pero su oposición a ellas recuerda a la reivindicación de la cultura por la izquierda: nadie ha destruido más cultura que los izquierdistas en España, porque su forma de pensar llevaba a ello y a sustituirla por su mediocre demagogia. No, Rodríguez no quiere las consecuencias, pero sí las causas.

Ahora bien, mientras millones de mujeres sufren un deterioro de su posición familiar, no sólo directamente, sino por sus hijos y mil otros problemas, mientras se pretende ignorar las diferencias constitutivas de hombres y mujeres y que unas y otros se comporten del mismo modo, se ha promovido a un montón de personajes grotescos como Aido, Pajín, Chacón, Vicevogue, Maleni, y tantos más a cargos ministeriales o de la máxima responsabilidad política. Eso es lo que ha hecho Rodríguez por la mujer. Pero, ¿representan a la mujer esas personas? La representan tanto como la Pasionaria, que también fue en su día ensalzada como modelo de lo que la mujer puede conseguir en política. O como representa a los hombres Stalin. Lo único que puede decirse a favor de esas señoras o señoritas es que su nivel intelectual y responsabilidad personal están a la altura de su protector Rodríguez.

El problema de Rodríguez, que todos pagamos, es que nunca entendió la democracia ni la igualdad. La única igualdad posible entre hombres y mujeres es la igualdad ante la ley y ese logro no se debe en absoluto a él. En lo demás la naturaleza ha puesto unas diferencias, de matiz pero importantes y en general afortunadas, aunque disgusten a algunos iluminados que, no por nada, fomentan intensivamente la homosexualidad e intentan imponerla desde la escuela. De acuerdo con las concepciones de esta gente, la sexualidad es básicamente un agradable pasatiempo, que puede ejercerse con cualquiera, incluso con animales. A eso lo llaman liberación. Como llaman liberación de la mujer a promover a ese tipo de féminas que Unamuno llamaba "tiorras".

Pío Moa
www.libertaddigital.com

Bibiana Aído y los límites de lo humano

Sin duda, una de las frases que mayor vergüenza ajena han provocado a lo largo de este año ha sido la de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, en la que dijo que lo que lleva en su vientre una mujer embarazada es un ser vivo pero no un ser humano.

En otras épocas, la frasecita se hubiera comentado durante mucho tiempo y la ministra hubiera tenido que soportar numerosos chistes y mofas (que se lo digan a Fernando Morán), pero la desbocada capacidad para decir tonterías que está demostrando nuestro gobierno hace que el desatino de Aído quede disimulado entre esa plétora de declaraciones delirantes con que nos bombardean a diario.

Sin embargo, haríamos bien en volver sobre la frasecita de marras. Es lo que me ha ocurrido al leer el sugerente libro de la filósofa francesa Chantal Delsol Éloge de la singularité, publicado por La Table Ronde con el subtítulo "Essai sur la modernité tardive". Es una obra rica en contenidos, pero me quiero detener en un aspecto, el de las fronteras de lo humano, porque creo que nos puede ayudar a comprender la enormidad de lo que la ministra dijo, que va mucho más allá de una salida irreflexiva y extemporánea, propia de una víctima más de la Logse.

Delsol empieza con una afirmación provocadora: "El totalitarismo, sea cual sea su variedad, aparece cuando empezamos a creer que todo es posible". O sea, que bajo lo que parece un slogan publicitario, propio de una marca de ropa deportiva, se agazapa el peor totalitarismo. Pero dejemos que la escritora se explique:
Esta pequeña frase que se revelará tan terrible significa dos cosas. "Todo es posible" para determinar quién es un hombre: se puede entonces fijar arbitrariamente una frontera entre hombres y "sub-hombres", declarar a tal categoría no humana, que es lo que hace el nazismo. "Todo es posible" para determinar qué es el hombre: se puede entonces decretar arbitrariamente que los humanos podrían o deberían vivir sin autoridad, sin secreto personal, sin familia o sin dios, que es lo que hace el comunismo. Que acaba, por cierto, por unir el primer "todo es posible" al segundo, al negar su humanidad a aquellos que no hacen ningún esfuerzo por convertirse en algo diferente de lo que son.
Volviendo a Aído, la frontera de lo humano la determinaría ahora el vientre materno, en contra de toda evidencia científica y de todo criterio jurídico.

El debate sobre las fronteras de lo humano es antiguo y Chantal Delsol se detiene en la conocida controversia de Valladolid para afirmar:
La deshumanización pasa en primer lugar por el rechazo del estatuto humano, por la expulsión de ciertos humanos fuera de las fronteras de la especie (…) El imperativo de respeto sólo vale para aquellos que son admitidos, arbitrariamente, dentro del género humano. La frontera del respeto, subjetiva y en consecuencia cambiante, dependerá de criterios históricos, ideológicos, científicos.
Antes las fronteras se marcaban siguiendo criterios de raza, económicos o de otro tipo, ahora Bibiana Aído propone un nuevo criterio para dejar fuera de las fronteras de lo humano a los niños no nacidos, pero la lógica es idéntica.

El peligro resulta evidente: según Delsol, "el eugenismo y el racismo han sido posibles, en primer lugar, por la dilución de esta frontera: no es que hayan negado la dignidad humana, sino que han diferenciado entre los humanos y los otros". Es por esto mismo que las afirmaciones de la ministra de Igualdad son de un calado y peligrosidad mucho mayor de lo que a primera vista parecen. No se trata tan solo de la ocurrencia de una ignorante, se trata de la expresión de un modo de comprender lo que es la humanidad que indefectiblemente deja muertos en su camino y está en la génesis de todo totalitarismo. Quizás Aído no sea consciente de la enormidad que encierra su declaración, pero esto sólo confirmaría lo extendida que está esta ideología, cómo ha calado hasta convertirse en un lugar común (sin por ello perder un ápice de su peligrosidad).

No, no todo es posible, no podemos decidir a nuestro antojo quién es humano y quién no… Y si lo intentamos, las primeras víctimas seremos nosotros mismos. La historia ya lo ha demostrado, ahora Bibiana Aído lo vuelve a proponer. Mucho cuidado, porque aunque quizás la ministra no sea consciente, lo que ha dicho es mucho más serio de lo que parece.

Jorge Soley Climent
© Fundación Burke

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El timo del socialismo

Cada cierto tiempo aparecen en los periódicos noticias de víctimas del timo de la estampita o del boleto premiado de la lotería. Y la pregunta que nos hacemos es cómo puede alguien, a estas alturas, caer en estafas tan viejas, evidentes y cutres. Los liberales, además, nos hacemos cada día otra pregunta: ¿cómo puede haber gente que aún caiga en el timo del socialismo, tan viejo, tan evidente y tan cutre?

La respuesta es la misma tanto para los timos tradicionales como para el socialismo, pues todos los timos se basan en los mismos principios. Desde los quinquis de baja estofa que consiguen dinero a cambio de unos papeles sin valor a un presidente del Gobierno que promete más de todo para todos, el mecanismo empleado es el mismo, y está basado en uno de los pecados capitales: la avaricia.

Cuando un incauto cree estar haciendo negocio quedándose con las estampitas de un falso pobre subnormal, los timadores están sacando partido de su avaricia, pues la posibilidad de obtener un beneficio fácil le está obnubilando su capacidad crítica y lo convierte en una presa fácil.

El socialismo también se basa en la avaricia. Si votas socialista, le van a quitar a otros el fruto de su trabajo para dártelo a ti. O sea, que sin tener que trabajar más, sin tener que ser más eficiente y productivo, simplemente por votar a esos tipos accedes a unos bienes y servicios que realmente no eres capaz de permitirte. Así, el incauto les vota... Y cuando se quiere dar cuenta resultan no le están quitando a otros para darle a él, sino que está en el paro, han subido los impuestos y la inflación se ha disparado.

Aun así, muchas veces la víctima no reacciona. Otro pecado capital, la soberbia, le mantiene en el error. "Yo no me he equivocado al votar socialista", se consuela; "la culpa es de Bush, de los empresarios, de Aznar... Yo nací socialista y siempre lo seré". Sin duda, es el timo perfecto, pues el timado no quiere reconocer que ha caído como un palomo.

Por otro lado, el socialismo también recurre a los ganchos, a los compinches que distraen al incauto y que obtienen su recompensa llevándose una parte del botín. La lista es muy extensa: desde medios de comunicación afines que sacan partido de las prebendas del poder hasta artistas solidarios que con sus canciones, sus películas (subvencionadas) y sus declaraciones públicas tratan de reafirmar a la víctima en su error, pasando por los sindicatos cómplices (subvencionados), que, al igual que los tipos mal encarados que flanquean a un mandamás, son un último recurso de coacción física, por si el timado reacciona a tiempo.

Pero hay que reconocer su mérito a los timadores. Sin duda, para ser timador hay que tener madera. Igual que no todo el mundo logra mantener la compostura mientras está tratando de vender la Torre Eiffel a un pobre paleto, no todo el mundo es capaz de mentir compulsivamente en el Congreso, ante los periodistas y la opinión pública. Poner caritas, arquear las cejas y hablar sin tembleques en la voz mientras niegas la crisis económica o prometes dinero a los desempleados es algo que no está al alcance de cualquiera.

Incluso disfrazarse de minero y levantar el puño después de haberse bajado del automóvil oficial y tener un sueldazo de primera es algo que requiere, en primer lugar, una absoluta falta de escrúpulos, pero también, sin duda, tener un alma de timador de primera. Y eso es algo que hay que reconocer a ZP y su cuadrilla.


© AIPE

PABLO CARABIAS, miembro del Instituto Juan de Mariana.

Chávez no los lee - Sobre Marx y Gramsci

El Manifiesto comunista es uno de los más elocuentes elogios al impacto positivo del capitalismo que se hayan escrito.

Allí leemos, por ejemplo: "Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra hasta la corriente de la civilización a todas las naciones, incluso a las más bárbaras".

Marx no tenía vocación de ecologista, y consideraba necesario para el avance de la humanidad que las formas de vida precapitalistas cediesen el paso a la modernidad. Como bien saben quienes le han leído, Marx no era ningún sentimental, como queda meridianamente claro en su visión del destino que aguardaba a las etnias sobrevivientes del pasado humano.

Según Marx, el capitalismo portaba el germen de insuperables contradicciones que, eventualmente, llevarían a su sustitución por el socialismo y, al final, por la sociedad comunista. Para Marx, el comunismo sería una sociedad de abundancia, no de pobreza y penurias. En otras palabras: Marx consideraba que el desarrollo capitalista era un preludio necesario a la transición al socialismo y luego al comunismo, o sociedad perfecta. Por eso, estaba convencido de que la revolución tendría lugar primeramente en Inglaterra y otros países capitalistas avanzados.

Karl Marx.
Con el fracaso del experimento utópico durante el siglo XX, la izquierda se ha encontrado ante dilemas imprevistos. Una de las salidas que ha buscado es la del socialismo del siglo XXI, cuya principal característica es que coloca a Marx de cabeza. En su versión actual, el socialismo, lejos de dirigirse hacia una sociedad de abundancia, conduce más bien al empobrecimiento general. Según la interpretación de Hugo Chávez, quien obviamente desconoce la obra de Marx y cita frases sueltas a su antojo, el socialismo es un retroceso a lo que Marx llamaba "comunismo primitivo", una estructura social basada en la economía de subsistencia, la propiedad colectiva, el desarrollo endógeno, la igualación por abajo y el reparto comunitario de bienes en un marco de escasez.

En cuanto a Antonio Gramsci, también mencionado por Chávez como uno de los precursores del socialismo del siglo XXI, es cierto que el pensador marxista italiano habló de una larga marcha de las ideas socialistas hasta conquistar la hegemonía cultural. Ahora bien, su planteamiento implicaba, precisamente, el abandono de la opción insurreccional y la apuesta por una estrategia de lucha institucional en el marco de la democracia burguesa. Dicho de otra manera: la larga marcha hacia la hegemonía ideológico-cultural del socialismo constituía para Gramsci un proceso que, por definición, excluía la violencia, la imposición y el uso de la fuerza para someter a la sociedad.

Las ideas de Gramsci han sido totalmente distorsionadas por Chávez y los despistados intelectuales que hacen coro a sus desatinos teóricos. Lo que Chávez hace –al desconocer la voluntad electoral de la gente, imponer leyes, cerrar medios de comunicación, intentar adoctrinar por la fuerza a niños y jóvenes– es todo lo contrario de lo propuesto por Gramsci, con su fórmula de la hegemonía ideológica, que se basaba en la persuasión legítima y a largo plazo.

A las numerosas tropelías que a diario lleva a cabo el régimen chavista en nombre del llamado socialismo del siglo XXI hay que añadir sus empeños por retorcer y desnaturalizar el pensamiento de Marx y el de Gramsci.


© AIPE

ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.

Norman Borlaug - El hombre que odiaba el hambre

Fue distinguido con el Nobel de la Paz, la Medalla Presidencial de la Libertad, la Medalla Nacional de las Ciencias y la Medalla del Congreso. Decenas de universidades le concedieron grados honorarios. Hay instituciones de investigación y facultades de tres continentes que llevan su nombre.

Así que fue largamente reconocido, y por buenas razones: se calcula que ha salvado más vidas –cientos de millones, quizá miles de millones– que ningún otro hombre en toda la historia de la Humanidad.

Sin embargo, hasta el pasado día 13, en que falleció –a los 95 años de edad– a causa de un cáncer, podría haber preguntado a 1.000 personas al azar en la calle y lo más probable es que 998 jamás hubieran oído hablar de él. De Norman Borlaug. Seguramente, tampoco habrían oído hablar de su Revolución Verde, que hizo crecer fabulosamente la productividad agrícola. México fue, allá por los años 60, el primer país beneficiario de semejante fenómeno.

En tiempos en que los agoreros de turno andaban prediciendo hambrunas sin cuento, el milagro agrícola de Borlaug disparó las cosechas de trigo y arroz, que crecieron más que la población. El resultado de todo ello fue un mundo con más alimentos que nunca. Y más baratos.

Atiendan a lo que escribió el periodista Gregg Easterbrook en The Atlantic en 1997, en un perfil del propio Borlaug:

En 1950 el mundo producía 692 millones de cereales para 2.200 millones de personas; hacia el año 1992, la producción era de 1.900 millones de toneladas para 5.600 millones de personas. O sea, que había 2,8 veces más grano para 2,2 veces más población.Los rendimientos de la cosecha mundial pasaron de 0,45 a 1,1 toneladas por acre.

Aún más notable fue que esta eclosión apenas afectó a la cantidad de tierra explotada, que apenas aumentó un 1% entre 1950 y 1992.

Borlaug creció en una granja del norte de Iowa. Hubo de vérselas con la Gran Depresión y con la terrible sequía Dust Bowl, que devastó buena parte del Medio Oeste. El ver a compatriotas pasar hambre le dejó una huella "indeleble", declarará más tarde, y le inculcó "un odio ferviente al hambre, a la miseria y a la pobreza". Ese odio le condujo al estudio de las patologías de las plantas, y a adquirir los conocimientos que se revelaron cruciales para el advenimiento de la Revolución Verde.

La clave estuvo en el cultivo de variedades de trigo tropical de tallo alto, que respondían bien a los fertilizantes pero que tendían a ceder bajo el peso de las semillas, junto con trigo enano, de tallo corto, lo suficientemente denso como para apuntalar las cepas mejoradas por Borlaug, grandes y pesadas, que estaban germinando. Los resultados fueron extraordinarios: la producción de trigo podía triplicarse y cuadruplicarse sin necesidad de explotar una mayor cantidad de tierra. (El mismo principio fue luego aplicado al arroz, con resultados similares). En unos años, tras la adopción de los métodos de Borlaug, México alcanzó la autosuficiencia en lo relacionado con el trigo.

Cuando llevó sus innovaciones a la India y Pakistán, el resultado fue muy parecido. La cosecha india de trigo de 1968 fue tan abundante, recordaba el New York Times, "que el Gobierno tuvo que habilitar escuelas como graneros improvisados". En 1970 la India estaba produciendo 20 millones de toneladas de trigo, frente a los 12,3 millones de sólo cinco años antes. Se estima que la cosecha de 2009 será de más de 78 millones de toneladas.

Como todos los grandes hombres, Baurlog tenía sus críticos y detractores. A menudo se dice que los hacedores hacen, mientras que sus antagonistas se dedican a escribir vehementes manifiestos donde explican por qué eso no se hace. "La batalla por alimentar a toda la humanidad ha terminado", anunciaba el agorero Paul Ehrlich en The Population Bomb, su best seller de 1968. Cientos de millones de personas iban a morir de hambre, advertía, y no había nada que se pudiera hacer para evitarlo. Pero ese mismo año, como apunta Ronald Bailey, el éxito de Borlaug ya era denominado "Revolución Verde" por la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional.

"[Ehrlich] fue uno de nuestros peores críticos", rememoraba Borlaug en una entrevista con Bailey publicada en el 2000. "Me dijo que no iba a causar un impacto importante en la producción de alimentos". Ese pesimismo hubiera podido mover a risa si no hubiera sido tan influyente. La presión hizo que algunos de los patrocinadores de Borlaug se echaran atrás. Sus críticos ecologistas denunciaron el uso de fertilizantes y la manipulación genética, y hubo quien le acusó de no respetar los límites naturales de la Tierra en la producción de alimentos.

Pero Borlaug había visto demasiada hambre como para dejarse intimidar por sus censores. Las quejas de sus orondos detractores occidentales desaparecerían –aseguraba– si vivieran tan sólo un mes entre los más pobres y famélicos de la Tierra. Él lo hizo durante 50 años.

¿No sólo de pan vive el hombre? Desde luego. Pero sin pan siquiera puede planteárselo. Gracias a Norman Borlaug, cientos de millones de seres humanos se han librado de las garras del hambre.


JEFF JACOBY, columnista de The Boston Globe/The New York Times.

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Ver también - http://oswaldoeduardo.blogspot.com/2009/09/normal-borlaug-adalid-en-la-lucha.html

Afganistán - Hacia la derrota final

Nada sobre el papel obliga a pensar en una inexorable derrota de las fuerzas de la coalición internacional en su lucha contra los talibán en Afganistán. Pero bien puede ser que la historia se repita y que un puñado de desharrapados acabe con las ínfulas de los ejércitos más poderosos del mundo.

Decía Lord Wellington que la clave de la ciencia militar reside en saber qué está ocurriendo al otro lado de la colina, imagen con la que se refería a la organización del ejército enemigo en las horas previas a la batalla. Hay quien ha afirmado que lo único relevante que Al Qaeda ha enseñado a los talibán sobre esta materia es la navegación por internet. Lo cual no es baladí. Para cualquiera que tenga la costumbre de dedicar unas cuantas horas al día a leer la prensa norteamericana, sus blogs y los siempre apasionantes debates parlamentarios, resulta evidente qué está pasando a este lado de la colina, qué postura están adoptando los máximos dirigentes en Washington. En nuestro tiempo, las guerras ya no se ganan o se pierden en los campos de batalla, donde unos hombres de uniforme arriesgan sus vidas por unos ideales superiores. Sin restar importancia a los escenarios bélicos de Iraq o Afganistán, donde de verdad se decide el resultado no es allí, sino en lugares mucho menos heroicos: los medios de comunicación y la calle. Si los autores de este artículo fuéramos talibán, nos sentiríamos reconfortados tras un repaso de las páginas web de referencia. Sin lugar a dudas, veríamos más cerca la victoria.

No parece que los talibán tengan dudas sobre las capacidades y la disposición al combate de los militares norteamericanos. Mucho menos, de las habilidades intelectuales de sus generales. Tanto Petraeus como McChrystal han demostrado a lo largo de sus carreras valor, inteligencia y voluntad. Ahí no está el quid de la cuestión. Cualquiera que se acerque a los medios de comunicación norteamericanos percibirá una profunda y creciente incomodidad en la Casa Blanca y el Capitolio por la Guerra de Afganistán, así como un evidente deseo de salir de allí lo antes posible. A nadie le puede extrañar. Los mismos que presionaron todo lo que pudieron, que fue mucho, para que Bush reconociera su derrota ante Al Qaeda en Iraq, los mismos que proclamaron que la guerra ya se había perdido son los que ahora gobiernan y controlan ambas Cámaras. Es verdad que entonces ya dijeron que Iraq era un error, una guerra ilegal, y que la justa, la necesaria, era la de Afganistán. Pero no nos podemos llamar a engaño. Ese era un argumento falaz que empleaban para evitar ser etiquetados, una vez más, de derrotistas. En realidad, carecen de los principios y de la disposición al sacrificio necesarios para soportar la tensión diaria de una guerra.

Durante los momentos más duros del conflicto iraquí, muchos periodistas nos preguntaron, con indisimulada felicidad, si la guerra estaba perdida. Siempre contestamos que no. Desde una perspectiva de seguridad, era evidente que había margen de maniobra. Analistas como Tomas Donnelly y Fred Kagan, del American Entreprise Institute, venían predicando desde tiempo atrás los principios que finalmente el general Petraeus incorporó a la que acabó siendo la nueva estrategia de la Casa Blanca. Pero, sobre todo, sabíamos que el presidente Bush estaba dispuesto a arrostrar cuantos sacrificios fueran necesarios con tal de vencer. No iba a ceder ante el chantaje derrotista del Capitolio ni ante los timoratos de su partido.

George W. Bush.
Gracias a la férrea voluntad de Bush, a su firme compromiso moral con la defensa de la democracia y la derrota del Islam radical, la victoria en Mesopotamia está al alcance de la mano. El trabajo más difícil ya está hecho. Ahora se trata de no cometer errores y administrar bien los tiempos. Pero hoy Bush no está en la Casa Blanca, y el nuevo inquilino no tiene sus principios morales, ni su voluntad de victoria ni los mismos votantes.

La Guerra de Vietnam trasformó al Partido Demócrata. De ser la formación de Harry S. Truman o Henry Jackson pasó a ser la de de George McGovern y Jimmy Carter. Se hizo más relativista, creció en su seno un rechazo a lo que habían sido sus valores tradicionales, una mala conciencia por su actitud firme en política internacional. Eran culpables y merecían un castigo. Uno de sus primeros logros fue la derrota en Vietnam. A punto estuvieron de conseguirlo de nuevo en Iraq. Ahora, los mismos tienen que enfrentarse al nada fácil reto de Afganistán.

Nos tememos que Estados Unidos se prepara para la derrota en Afganistán, a pesar de que no hay razón o circunstancia alguna que la haga inevitable. Las dificultades son enormes, pero si se dota a las Fuerzas Armadas norteamericanas de la estrategia y las capacidades militares necesarias para realizar su trabajo de forma eficaz, la victoria es posible. El problema no reside ahí, sino en Washington. No es militar, sino político. No vemos ni en la Casa Blanca ni en el Capitolio la disposición necesaria para ganar la guerra. Hacen falta años y el despliegue permanente de un gran contingente para triunfar. Eso supone mucho dinero, muchas vidas y soportar un debate político diario sobre la evolución del conflicto. La vuelta a los días de Vietnam, que marcaron inexorablemente a un partido que nunca volvió a ser el mismo.

Cuando el déficit público alcanza cifras nunca antes conocidas, cuando la economía se encuentra todavía en serias dificultades, cuando sus votantes se manfiestan exhaustos por las intervenciones militares, ¿será Obama capaz de mantener unos gastos de defensa tan altos? Cuando los que le han elegido lo han hecho como rechazo a la política de Bush, ¿soportará la presión de las bolsas de plástico con los cuerpos de los jóvenes norteamericanos caídos, o el espectáculo de heridos y mutilados?

No es sólo una cuestión personal. Obama representa a un sector de la opinión pública que se decantó por él, en vez de por los más convencionales Clinton y McCain, porque quería dejar todo esto atrás. Quieren que su país renuncie voluntariamente a ser la hiperpotencia para comportarse como un país normal, que colabora con los demás de forma sincera y constructiva. Muchos incluso sienten el deseo de que, en términos del Antiguo Testamento, Estados Unidos sea castigado por la soberbia con que se ha comportado en política internacional, por haber ejercido de superpotencia. Para ellos, ser una superpotencia es una opción, que puede ser abandonada cuando se crea conveniente. Estados Unidos es el primer imperio democrático de la historia, y eso marca una clara diferencia con sus predecesores. El gobierno del pueblo supone constantes cambios de posición, algo que casa mal con la necesidad de mantener una estrategia en el largo plazo para poder defender unos intereses que son globales. Lo que la sociedad norteamericana no parece entender es que la condición de superpotencia no es electiva: se es o no se es; que esos intereses globales por defender no son ilícitos ni inmorales, son sencillamente el fundamento del modelo de bienestar norteamericano, la garantía de sus puestos de trabajo y de un más que aceptable nivel de vida.

Cuando la gran mayoría de la base electoral que encumbró a Obama no quiere que sus Fuerzas Armadas sigan en Afganistán, cuando los congresistas demócratas y el propio presidente temen el impacto que para sus intereses políticos puede tener esta campaña, cuando el establishment washingtoniano comprueba, una vez más, que sólo cuenta con un reducido número de aliados para repartir la carga..., no es de extrañar que la tentación de salir corriendo se haga evidente. El senador Russ Feingold lo ha dicho con claridad. Como representante del ala más progresista del campo demócrata, a nadie le puede sorprender que lo planteara, pero lo importante es que ya se ha abierto el debate. El general Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas aliadas en Afganistán, se encuentra atrapado entre la coherencia de la estrategia definida por su superior Petraeus y las presiones del secretario Gates, representante de ese establishment, para que no solicite el número mínimo de tropas que la nueva estrategia requiere. Hay políticos capaces de aprobar una estrategia militar y, a continuación, boicotear su ejecución, porque su lógica responde a otras prioridades.

Petraeus.
El general David Petraeus había demostrado en Iraq que el Ejército ya se había adaptado a la guerra contrainsurgente. Obama no quería imponer una forma determinada de combatir la nueva amenaza. Hubiera sido un grave error irrumpir en un ámbito técnico asumiendo unas responsabilidades que acabarían volviéndose contra él. Olvidó su promesa electoral de retirar todas las tropas de Iraq en quince meses y acabó asumiendo el plan dejado por su predecesor. Más valía incumplir el compromiso con sus votantes que alterar el plan establecido por los militares y tener que responsabilizarse de frustrar una victoria. Como comandante del Mando para Asia Central (Central Command), Petraeus era también responsable de las operaciones en Afganistán. Estabilizado el teatro iraquí, Petraeus se centró en el afgano, estableciendo los principios estratégicos que fueron finalmente aprobados tanto por la Casa Blanca como por el Senado. El presidente dejó hacer, a la vista de los buenos resultados logrados, pero con un fundado temor a que sus jefes militares le llevaran a una situación semejante a la que había caracterizado los años Bush. Él no sólo no era Bush: había sido elegido para gobernar de forma muy distinta.

El carácter democrático que impregna profundamente todo el sistema político estadounidense tiene consecuencias contradictorias en el plano estratégico. Por una parte, cuando la sociedad hace suya un conflicto, su apoyo proporciona una fuerza extraordinaria a su acción exterior. Por otra, cuando esa misma sociedad no percibe la amenaza como existencial, puede comportarse de forma voluble y hacer de su país un actor extraordinariamente vulnerable. Cualquier enemigo de este gran país sabe que ese es el campo de batalla prioritario, y que siempre encontrará valiosos aliados en los medios de comunicación y en los políticos progresistas. Los norteamericanos son la primera gran potencia de la historia que cree, como resultado de su voluntarismo y espíritu democrático, que una guerra es como un autobús de línea, en el que uno se sube o se baja en la parada que le conviene. La realidad es muy distinta. Una guerra se sabe cuándo empieza pero nunca cómo y cuándo se acaba. Lo único seguro es que Estados Unidos saldrá victorioso o derrotado de Afganistán. La primera opción, tanto Petraeus como McChrystal lo han dejado claro, requiere tiempo, mucho dinero y el sacrificio de muchas vidas. No hay atajo para salir de aquellas tierras salvo el reconocimiento de la derrota. Se pueden montar campañas de prensa para culpabilizar a los afganos y paquistaníes del fracaso, pero eso no cambiará las cosas. Los afganos ya eran así antes de que Bush ocupara el país o de que Obama sugiriera en inolvidable ocurrencia invadir Pakistán.

El Partido Demócrata ha llegado al convencimiento de que sus electores no aceptarían las consecuencias de aplicar el plan elaborado por el general McChrystal. No se trata de que la Administración Obama esté o no de acuerdo con los fundamentos de la estrategia planteada por sus jefes militares. No estamos ante un debate estratégico, sino ante la decisión racional de aceptar la derrota militar antes que afrontar una situación que les llevaría a un divorcio con su base electoral. Es la política, estúpido, no la guerra lo que manda. Todo apunta a que McChrystal se encontrará con una negativa a la solicitud del envío inmediato de 40.000 hombres, primer paso para la ejecución de la nueva estrategia. Si el presidente no logra satisfacer sus peticiones, cabe pensar que tanto McChrystal como posiblemente Petraeus presenten su dimisión, lo que daría paso a la designación de nuevos jefes militares que tendrían como primera misión preparar una estrategia de salida. Se mantendría una importante presencia sobre el terreno durante un tiempo, para luego iniciar una retirada ordenada. La culpa recaería sobre la Administración Karzai, por su fracaso a la hora de levantar un Estado mínimamente eficaz, condición sin la cual resultaría imposible lograr la victoria. Estados Unidos habría hecho todo lo que estaba en sus manos, pero sin la sincera y comprometida colaboración de los propios afganos no tenía ningún sentido seguir exponiendo la vida de miles de jóvenes norteamericanos.

La campaña de márketing que se nos avecina –comenzando por la denuncia de que Karzai es un gobernante corrupto– puede salvar al Partido Demócrata de un varapalo en las elecciones de mid-term el año que viene y, quién sabe, a Obama de una derrota en las próximas presidenciales, sobre todo si los republicanos continúan sin levantar cabeza, pero no podrá ocultar las gravísimas consecuencias estratégicas de la derrota. Estados Unidos habrá sido de nuevo derrotado, y mostrado al mundo el camino para volver a hacerlo.

Grupos radicales de toda condición se verán estimulados a seguir los pasos de las guerrillas talibán en muy distintas partes del planeta. La autoridad de las grandes potencias es tan importante como sus capacidades económicas o militares. ¿De qué valen grupos navales, las alas tácticas o brigadas dotadas de los últimos medios si no se está dispuesto al sacrificio? Estados Unidos volverá a ser el tigre de papel, la gran potencia que abandona a sus aliados y que se retira en cuanto encuentra una resistencia firme. El islamismo celebrará con razón su victoria, y millones de jóvenes sentirán cómo su causa nacionalista converge con la agenda fundamentalista, con gravísimas consecuencias para la estabilidad de muchos países de mayoría musulmana. El terrorismo aumentará sus acciones contra intereses norteamericanos dentro y fuera del territorio de la Unión. Afganistán caerá de nuevo en manos radicales, y pasará factura a aquellos que cometieron el error de confiar en Washington y en la OTAN, como ya pasara en Vietnam o en Irán. Celebrará su tercera victoria sobre una gran potencia, al tiempo que su territorio volverá a convertirse en centro de entrenamiento, mando y control de operaciones del yihadismo en todo el planeta.

Pakistán, que apoyó a los talibán, recientemente comenzó a combatirlos, al percibir que el islamismo era ya un problema para su estabilidad. En cuanto se convenza de la disposición de Obama a retirarse, volverá a estrechar lazos con los radicales, que, mucho más fortalecidos, se convertirán en una fuerza de referencia en el país de los puros, hasta el punto de poner en peligro la siempre inestable democracia o incluso trasformarla en el primer emirato islamista dotado de armas nucleares. Un hecho que, de inmediato, tendría gravísimas consecuencias sobre las relaciones con la India. Rusia se sentirá aliviada al ver que también Estados Unidos sale humillado de aquellas montañas, y no dudará en aumentar sus presiones sobre una Administración débil, necesitada de trasformar nuevas concesiones en acuerdos internacionales. Y qué decir de la OTAN, que fue a Afganistán con la idea de repetir su exitosa misión en Bosnia y que a la postre se ha visto enfangada en un conflicto del que no sabe cómo escapar. La Alianza Atlántica ha vivido en Afganistán su primera gran guerra, y si los americanos la dan por perdida será la última que libre. Su penoso papel en ese escenario, del que da buen testimonio el informe presentado recientemente por el general McChrystal, será su acta de defunción.

Obama se ve a sí mismo como un presidente que marcará una época, y tiene razón. De la misma forma que Ronald Reagan puso las bases para vencer en la Guerra Fría, inaugurar una época de gran desarrollo económico, social y científico y afrontar el nuevo siglo con unas coordenadas claras, Obama asume el declive norteamericano y la centralidad estratégica del área del Pacífico, tanto tiempo anunciada. Estados Unidos está comunicando al mundo su voluntad de dejar de ser una gran potencia y el mundo está tomando nota.

Quienes se regocijan viendo una América postrada, déjennos ser claros: el mundo libre y democrático necesita de una América que lidere y salvaguarde la paz y la libertad. De la misma forma que necesita evitar a toda costa una derrota en Afganistán. Los costes y las implicaciones negativas no sólo para los afganos y para la región, sino para todo el mundo, son incalculables ¿Quién o qué evitaría la desintegración de Pakistán? ¿Quién o qué evitaría que caigan armas nucleares en manos terroristas? ¿Quién o qué podría ser tomado en serio por fanáticos como Ahmadineyad? ¿Quién sería capaz de confiar en América y hacer depender su seguridad de la política de Washington? La salida precipitada de las fuerzas norteamericanas de Afganistán es la mejor ruta para un mundo sin autoridad ni respeto a las normas internacionales, para un mundo sin América. Un mundo, en suma, mucho más inestable, frágil y peligroso. Aunque no lo parezca, eso es lo que nos estamos jugando en Afganistán.

Rafael L. Bardají y Florentino Portero
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El asilo, la Constitución y la democracia

Cuando, en la lucha contra la dictadura de Batista, pude salvar mi vida refugiándome en una embajada latinoamericana en La Habana, entendí la importancia de la solidaridad democrática, consagrada en este caso a procurar asilo a los perseguidos por una dictadura.

Habíamos sido los cubanos víctimas de un golpe de estado tres meses antes de unas elecciones. Desde entonces, la bella y democrática Costa Rica fue la patria adoptiva de mi familia. Jamás se nos ocurrió a los allí acogidos utilizar la sede tica como tribuna de denuncia contra la dictadura. Habría sido una provocación innecesaria, una falta de respeto a los amables y solidarios costarricenses. Habríamos cerrado la puerta del asilo político, que había salvado ya tantas vidas cubanas y continuaría protegiendo a muchos de aquella sanguinaria tiranía.

Vivimos nuevas y preocupantes realidades: Manuel Zelaya ingresó a Honduras, y no se ha refugiado en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, sino que ha utilizado ésta como trinchera inexpugnable. Desde allí arenga a sus partidarios a tirarse a las calles a protestar, con el evidente propósito de provocar la violencia.

Simultáneamente, el gobierno brasileño solicitó que la seguridad de su sede en Honduras fuese considerada en el Consejo de Seguridad de la ONU. Además, el presidente Lula aclara desafiante que Zelaya se quedará en su embajada el tiempo que sea necesario. ¿Es esto una muestra del compromiso militante de Lula con la democracia en Latinoamérica? Si es así, esperemos que retire cuanto antes a su embajador en La Habana, hasta que en nuestro país se celebren elecciones democráticas.

Si algo similar hubiéramos hecho en la embajada de Costa Rica en La Habana, con o sin el apoyo del presidente José Figueres, los esbirros batistianos hubieran asaltado el recinto y asesinado a todos los allí refugiados. Con suerte, el embajador tico hubiera sido arrastrado al aeropuerto y embarcado en el primer avión a cualquier parte.

Mel Zelaya.
Este subversivo uso de una sede diplomática es parte de un problema más grave. La dirigencia política latinoamericana parece haber confundido la necesidad de afianzar la legitimidad democrática en Honduras con la restitución de Manuel Zelaya, aunque con esta condición tengan los hondureños que violar su propia Constitución y, en consecuencia, deslegitimar la práctica democrática.

Quien violó la Constitución hondureña fue el propio Manuel Zelaya. No sólo la violó repetidamente, sino que irrespetó a las autoridades judiciales encargadas de velar por su espíritu y su letra. Varias veces se le advirtió oficialmente de sus graves e insistentes faltas. Zelaya, más que movido por la terquedad, lo que quería era provocar un abrupto y espectacular desenlace. Lo logró con una orden legal de arresto y en un escenario internacional completamente favorable.

Su deportación, que irrespetó su derecho al debido proceso, no se puede defender. Ningún ciudadano en una democracia puede ser privado de tal procedimiento legal. Ni el acusado de robo, ni el sospechoso de asesinato ni presunto violador de la Constitución.

Un golpe de estado no debe quedar impune en ninguna parte del mundo: ni los que nacen en los cuarteles, ni aquellos que, desde el poder y en nombre de la democracia, se llevan a efecto con el siniestro fin de destruirla. Quienes todavía con dolor recordamos los crímenes y torturas padecidos por amigos y compañeros de lucha bajo una dictadura sabemos que la única alternativa para los pueblos son los derechos consagrados en una Constitución, protegidos por la independencia de poderes y las instituciones democráticas.

Podrían alegar la OEA y los presidentes latinoamericanos la necesidad de que Manuel Zelaya tenga derecho a un juicio justo y hasta a negociar alguna forma de verificación del proceso judicial. Pero ir más allá, por la razón que sea, deja fuera de transcendencia la verdadera y única solución a la crisis hondureña: las elecciones, donde el pueblo decidirá constitucional y libremente a quién quiere como presidente.


HUBER MATOS, comandante de la Revolución Cubana, pasó 20 años en las cárceles castristas. Hoy reside en la Florida.

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Marines en Honduras

Ante cada crisis en el continente, la OEA plantea elecciones. Ha sido tradicionalmente el recurso al cual se apela para capear los temporales y dirimir los conflictos. Hacia allá enfilaron, disciplinadamente, los demócratas hondureños a fin de conjurar la crisis de su país; pero en este caso, incomprensiblemente, parece que la fórmula de consultar al soberano no conviene.

La aparición de Zelaya, atrincherado en el pedazo de territorio que por obra de la diplomacia tienen los brasileños en Honduras, exhibe claramente la impúdica alianza de intereses que se la juegan contra el pueblo hondureño. El presidente depuesto –heroicamente escondido– y los operadores políticos del continente maniobran para imponerlo de vuelta. Honduras no está siendo tratada como una nación, sino como algo más insignificante que el patio trasero del imperio. Honduras está siendo invadida.

Los nuevos marines entraron a Honduras y embutieron a Zelaya, destituido por violentar la legalidad y señalado a causa de mil y un delitos contra la cosa pública. Zelaya es notoriamente rechazado por sus compatriotas, para quienes hoy es un fardo y una vergüenza. Pero a los nuevos marines les ha bastado una embajada, un padrino, un financista, un vecino traidor, un alcahuete, un coro a rastras y un maestro de ceremonias para configurar un elenco desestabilizador, desdibujar el proceso electoral, cargarse la soberanía hondureña e introducir a Zelaya, a punta de lanza, para facilitar la estrategia violenta de Chávez en ese país.

El padrino es Estados Unidos, una vez más equivocado de banda a banda por estos lados. El financista es Chávez, cuya influencia pasa por chequeras que hacen parpadear las virilidades. El vecino traidor es Nicaragua, país al que las volteretas de la historia podrían arrojar a los abismos del lamento eterno por este papelito. El alcahuete es Insulza, quien ni siquiera llegó a los treinta denarios porque le bastan los 12 votos que Hugo Chávez naricea como le da la gana en la OEA. El coro a rastras es el resto de los países que integran ese club, gracias a cuya complicidad Insulza anda de su cuenta. El maestro de ceremonias es Óscar Arias, quien, aparentando intermediación, está sumado al perverso atropello con todos los arreos y desde un principio. Creen todos que eso escarmentará a sus pueblos, de la misma manera que creen que en el presidencialismo se agota la institucionalidad democrática.

Honduras es una vitrina que exhibe cómo actúan los nuevos marines. Ya no necesitan salir de los cuarteles, ni abordar buques de guerra, ni desembarcar echando tiros, con voluminosos morrales a la espalda y la bayoneta calada al hombro. Ahora pasan la frontera entre gallos y media noche, camuflajeados de restauradores, llenas las alforjas de más inmoralidad que una guerra convencional, llevando al lomo a un transgresor para devolverle el poder y pagados todos por un golpista histórico que cultiva las amistades más abyectas y forajidas del planeta, el presidente de Venezuela.

No estaría mal esforzarse en leer correctamente lo que ocurre en Honduras. Es lo que tocará a quienes pretendan sacudirse a un dictador. La soberanía, la autodeterminación de los pueblos, el imperio de la ley... ¿a quién les importa? Los nuevos marines están al acecho y pueden abalanzarse sobre cualquier Constitución sin disparar un tiro y disfrazar todo eso de acto justiciero. El pueblo de Honduras no importa. Las instituciones hondureñas no importan. Los poderes hondureños no importan.

Avanza la conspiración de los nuevos marines, a la cabeza de los cuales se coloca el siempre aspirante a recuperar el imperio perdido, Brasil; detrás –con todo el control que esa posición implica–, los Estados Unidos, y a su lado derecho, sin disimulos que arrojen dudas, el socio capitalista, la Venezuela de Chávez. Aunque nosotros, los venezolanos, estamos con los hondureños y su desigual pero valiente lucha: es la batalla de la dignidad contra la impudicia.


© AIPE

MACKY ARENAS, periodista venezolana.

Otras víctimas....(de la guerrilla argentina)

Ha empezado a circular por internet un listado de muertos por la guerrilla argentina en los años setenta. Cuando digo circular, me refiero a cadenas de mails, porque pocos son los que han podido permitirse montar una web y, en cambio, ha habido y hay mucha voluntad individual.

Doy más abajo esa lista, pero no podría hacerlo honestamente sin precisar algunos datos y aclarar algunas historias que se me van acumulando sobre el escritorio.

La persona que elaboró la lista lo hizo con el criterio de oponer un número crecido de víctimas de la subversión al recientemente disminuido de los muertos y desaparecidos como víctimas del terrorismo de Estado. Ambas son fórmulas parciales y ninguna de las dos ayuda a precisar la existencia de una guerra declarada entre las organizaciones armadas, fundamentalmente Montoneros y ERP, y las Fuerzas Armadas Argentinas. Declarada, es cierto, y me he encargado de dejarlo claro en un artículo anterior, por la guerrilla, que, con criterios guevaristas, se proponía la "guerra popular prolongada". Aquí no se trata de una sutileza teórica, sino de una cuenta necesaria para abrir un proceso de reconciliación nacional nacido de la claridad y el establecimiento de culpas.

Segundo asunto: no todas las víctimas enumeradas lo fueron por obra de la izquierda. Hay una tendencia a incluir personas asesinadas por la Triple A, la organización o mafia parapolicial a las órdenes de Jorge Osinde y José López Rega, entre las víctimas de la subversión o de la violencia política. Un activo militante de la época, el escritor Rodolfo Walsh, asesinado probablemente en 1977, casi inmediatamente después de su secuestro, ocurrido el 25 de marzo de ese año, produjo un documento político titulado "Las tres A son las tres Armas" –referencia al Ejército, la Marina y la Aeronáutica–, que quizá constituya el más grave de sus errores políticos. Sin duda, Perón alentó, como bien explica Juan B. Yofre en Nadie fue, la creación y las actividades de la AAA (Alianza Antocomunista Argentina), como parte de un esquema represivo que dejara al margen al Ejército, que él mismo comandaba como presidente de la República y general de mayor rango. Relegó, pues, la aplicación formal de la doctrina del frente interno a una etapa posterior, que él ya no pudo controlar.

La Triple A, cuya composición y acciones aún no han sido lo bastante estudiadas, era un batiburrillo propio de las calenturientas cabezas de Osinde y López Rega, en el que se mezclaron cantidad de delincuentes comunes reclutados incluso en cárceles –asesinos profesionales– y funcionarios de distintos rangos y procedencias, liberados temporalmente de sus asignaciones habituales, como es el caso del célebre comisario Almirón, detenido en España, extraditado y finalmente muerto de enfermedad y vejez. En el Clarín del pasado 12 de julio podía leerse:
Se le atribuye a Almirón los asesinatos de Julio Troxler, un [comisario] peronista que había eludido a la muerte cuando los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, de los que en estos días se cumplieron cuarenta y tres años. También se le atribuye el asesinato del abogado y ex diputado Rodolfo Ortega Peña, el del sacerdote Carlos Mugica y el del pensador marxista Silvio Frondizi, acribillado a tiros en la cabeza y arrojado en los descampados de Ezeiza. Esa demencia era la marca registrada de Almirón. De esa forma había asesinado cuando era a la vez policía y delincuente y sellaba a quemarropa los diferendos entre bandas rivales, capitaneadas por asesinos de leyenda como Miguel el Loco Prieto.
Había formado parte de la guardia personal de Perón, organizada por López Rega, como número dos del Brujo, según consta en testimonio que poseo grabado de una de las personas más próximas al general en su última época.

Continúa Clarín:

En julio de 1975 había alzado los brazos y se había entregado, junto con todo su pequeño ejército de matones, ante la orden del jefe de Granaderos a Caballo y custodio de Isabel Perón, coronel Jorge Sosa Molina. El militar que desarmó a la banda en la residencia de Olivos y que incautó decenas de armas y hasta panes de trotyl que se cargaban en los baúles de los Ford Falcon debió soportar que la Presidenta exigiera que Almirón fuera llevado a su presencia.
Después de eso tuvo que huir, junto a su jefe. Las tres A no eran las tres Armas, aunque se las quiera mezclar.

Aunque Clarín no lo mencione, es muy probable que a Almirón corresponda también la tortura feroz y el asesinato del fotógrafo Julio Fumarola, cuyo cuerpo se encontró, igual que el de Frondizi, acribillado en los descampados de Ezeiza.

A continuación expongo a mis lectores la lista recibida, que consta de diversas secciones y da un total de 712 muertes. Como siempre, espero comentarios y aportaciones para la elaboración de esta historia.
Muertos por profesión

Políticos, 5; empresarios, 36; gremialistas, 17; periodistas, 1; funcionarios públicos, 12; sacerdotes, 6; diplomáticos, 1; empleados, 4; profesores universitarios, 2; dirigentes estudiantiles, 2.

Muertos por situación

Víctimas de atentados públicos, 13; subversivos arrepentidos, 11; esposas de militares, 3; niños, 5; miembros del Ejército 99; miembros de la Marina 11; miembros de la Fuerza Aérea 8; miembros de la Gendarmería 9; miembros de la Policía Federal 107; miembros de la Policía de la provincia de Buenos Aires, 230; miembros de la Policía de la provincia de Catamarca, 1; miembros de la Policía de la provincia del Chaco, 1; miembros de la Policía de la provincia de Córdoba, 45; miembros de la Policía de la provincia de Corrientes, 1; miembros de la Policía de la provincia de Formosa, 2; miembros de la Policía de la provincia de Mendoza, 4; miembros de la Policía de la provincia de Tucumán, 13; miembros de la Policía de la provincia de Jujuy, 4; miembros de la Policía de la provincia de Santa Fe, 30; miembros del Servicio Penitenciario Federal, 6.

Sería bueno tener todos los nombres de los miembros de la policía asesinados o muertos en acto de servicio; cada uno es una historia. Me permito recordar aquí –y creo que es la primera vez que se habla del caso– al comisario Ramos, de Bahía Blanca, un tipo generoso al que le daban lástima los adolescentes que ni siquiera sabían en qué se habían metido y que, después de ayudar a unos cuantos a huir de su propia estupidez, fue asesinado por los Montoneros. La policía, por otra parte, fue la que más muertos puso, y sigue siendo el pariente pobre a la hora de hacer cuentas.

Lista nominal

Esposas de militares asesinadas junto a sus maridos

Cáceres Monié, Beatriz Sasiain de, (esposa del general asesinado en Entre Ríos el 3-12-75); Gay, Hilda Casaux de (esposa del coronel asesinado en Azul el 19-01-74); Villar, Elba M. Pérez de (esposa del jefe de la Policía Federal asesinado en el Tigre el 01-11-74).

Niños asesinados

Viola, María Cristina, 3 años, hija del capitán Viola, asesinada en Tucumán junto a su padre el 1-12-74; Kraiselburd [faltan más datos], menor asesinado por Montoneros; Barrios, Juan, 3 años, de la mano de su madre transitaba frente a un banco cuando una mujer joven desde un automóvil disparó a ciegas una ametralladora; Vázquez, Froilán, 6 años, tomado como rehén por el ERP; Lambruschini, Paula, 15 años, hija del almirante Armando Lambruschini, jefe del Estado Mayor General Naval, el 1-8-78.

Asesinados en el Ejército

Teniente general Aramburu, Pedro Eugenio.

Generales de División Sánchez, Juan Carlos, y Cáceres Monié, Jorge Esteban (r).

Generales de Brigada Cardozo, Cesáreo Angel; Actis, Carlos Omar; Salgado, Enrique; Muñoz, Ricardo.

Coroneles Amico, Leonardo Roberto; Cano, Eduardo; Rico, Martín; Fernández Cendoya, Andrés; Triaca Numa, Osvaldo; Iribarren, Héctor Alberto; Gay, Camilo Arturo; Grassi, Jorge Óscar; Carpani Costa, Arturo H; Reyes, Rafael Raúl; Dalla Fontana, José Esteban; Cavagnaro, Abel Héctor Elías (r); Mendieta, Juan Carlos (r); Sureda, Ángel Arturo (r); Castellanos, José Bonifacio.

Tenientes coroneles: Sanmartino, Julio R. (r); Duarte Hardoy, Raúl Juan; Bevione, Óscar; Petraca, Pedro; Schilardi, Pompilio; Peralta, Astudillo; Gardon, José Francisco; Ibarzábal, José Norberto; Colombo, Horacio Vicente; Larrabure, Argentino del Valle [asesinado el 19 de agosto de 1975 tras permanecer cautivo 372 días en una cárcel del pueblo del ERP]; Mutto, Alberto Eduardo (r).

Mayores: Gimeno, Jaime; Biscardi, Roberto; Sánchez, Héctor; Papa, Aldo; Fernández Cutiello, Horacio (h); López, Néstor Horacio; Reyes, Osvaldo Helio (r); Zihel, Leónidas Cristián (r); Servidio, Romeo (r).

Capitanes: Paiva, Miguel Ángel; Aguilera, Roberto; Arteaga, Carlos; Viola, Humberto Antonio; Keller, Miguel Alberto; Petruzzi, Luis María; Ramallo, José Antonio; Leonetti, Juan Carlos.

Tenientes primeros: Asua, Mario César; Nacaratto, José María; Correa, Carlos; Casagrande, Carlos; Anaratone, Jorge; Brzic, Luis Roberto; Carbajo, Roberto Eduardo; Cáceres, Héctor; Spinazzi, José Luis; Cativa Tolosa, Fernando; Lucioni, Óscar Abel.

Tenientes: Gambande, Juan Carlos; Rolón, Ricardo; Mundani, Juan Conrado; Ledesma, César Gonzalo.

Subtenientes: García, Raúl Ernesto; Berdina, Rodolfo Hernán; Massaferro, Ricardo Eduardo; Barceló, Diego Toledo; Pimentel, Juan Ángel.

Suboficial principal Gil, Carlos Honorato.

Sargentos Ayudantes: Ríos, Anselmo; Esquivel, Ricardo; Cisterna, Roque Carmelo.

Sargentos primeros: Sanabria, Víctor; Molina, Eligio Osvaldo; Montesano, José Ángel (r); Tejeda, Rosario Elpidio; Cabezas, Óscar Alberto; Novau, A. Martin (r).

Sargentos: Moya, Miguel Arturo; Orné, Ramón W.; Gómez, Walter Hugo; Lai, Alberto Eduardo; Favali, Rubén Godofredo.

Cabos primeros: Juárez, Miguel Dardo; Linares, Aldo; Dalesandro, Edgardo; Albornoz, José; Costilla, Juan; Ramírez, José Anselmo; Méndez, Wilfredo Napoleón; Rojas, Bruno; Zárate, Ricardo Martín; Parra, Carlos Alberto; Dios, Osvaldo Ramón; Bulacios, Jorge.

Voluntario primero Pérez, Desiderio Eduardo.

Soldados conscriptos: González, Daniel Osvaldo; Maldonado, Ismael; Sosa, Edmundo Roberto; Villalba, Alberto; Arrieta, Antonio Ramón; Dávalos, Heriberto; Coronel, José Mercedes; Salvatierra, Dante; Torales, Marcelino; Sánchez, Tomás; Luna, Herminio; Sánchez, Ismael; Castillo, Juan Carlos; Gustoni, Enrique Ernesto; Ordóñez, Fredy; Fernández, Pío Ramón; Spinoza, Rogelio René; Moya, Orlando Aníbal; Viscarra, Héctor; Pérez, Benigno Edgar; Papini, René Alfredo; Caballero, Roberto; Ruffolo, Benito Manuel; Sessa, Raúl Fernando; Cajal, Miguel Ángel; Vacca, Alberto Hugo; Dimitri, Guillermo; Crosetto, Víctor Manuel; Gutiérrez, Mario; Cucurullo, Miguel; Barbusano, Luis; Taddía, Roberto; Grillo, Julio; Díaz, Leonardo; Cardozo, Héctor.

Personal militar adscripto a la Policía: Coroneles Trotz, Ernesto Guillermo; Rospide, Enrique Nicolás.

Asesinados en la Marina

Vicealmirantes Berisso, Emilio, y Quijada, Hermes José (r).

Capitanes de Navío Burgos, José Guillermo, y Basso, Juan Jorge.

Capitanes de Fragata: Bigliardi, Jorge Raúl (r); Esquivel, Julio Esvardo (r); Poggi, Oscar Agustín (r).

Teniente de Navío Mayol, Jorge Omar.

Teniente de Fragata Barattero, Santiago A.

Suboficiales mayores Leguizamón, Lorenzo Miguel; Unteretein, Martín; Larrea, Emilio Horacio (r).

Suboficial principal Yabor, Eduardo Miguel (r).

Suboficiales primeros Gatelli, Raúl (r), y Reducto, Mario (r).

Suboficial segundo Benítez, Marcelino.

Cabo primero Contreras, Juan Leonardo.

Cabos segundos Grimaldi, Enrique, y Vidal, Miguel Ángel.

Asesinados en la Fuerza Aérea

Brigadier Longinotti, Arturo L. V. (r).

Comodoros Silioni, Rolando Segundo (r); Echegoyen, Roberto M.; Valis, Adolfo (r); Gouarderes, Reynaldo (r).

Vicecomodoros Luchesi, Alberto Bruno, y Matti, Rodolfo (r).

Alférez Rathlin, Javier.

Suboficial principal Carbone, Alberto (r).

Cabo Molina, Andrés G.

Asesinados en la Gendarmería Nacional

Comandante principal Reese, Julio Manuel Augusto.

Alférez Páez Torres, Luis.

Oficial Agarotti, Pedro Abel.

Gendarmes Gómez, Evaristo Francisco; Godoy, Marcelo; Luna, Juan Argentino; Cuello, Raúl; Salliago, Juan Carlos; Rivero, Juan Esteban.

Víctimas de atentados terroristas (93)

Políticos

Uzal, Roberto; Mor Roig; Arturo Acuña; Hipólito Pisarello; Ángel Deghi; Juan Carlos [¿?].

Empresarios

Sallustro, Oberdan (Fiat); Qlekler, Roberto (Fiat); Golla, Ricardo (Ika Renault); Samaniego, Ramón (La Cantábrica); Naranjieras, Antonio; Jasalik, Emilio (Hilandería Olmos); Abeigon, Roberto (Miluz); Martínez, Manuel (Miluz); Muscat, Antonio (Alba); Bargut, David (Tiendas Elena); Camelon, Raúl (Acindar); Hegger, Adolfo (Bendix); Sarlenga, Jorge (Bendix); Velazco, Raúl (Sancor); Rotta, Pedro (Fiat); Pardales, Joe (Bervano); Fidalgo, Manuel (Rigolleau); Fiola, Óscar (Swift); Trinidad, Osvaldo (Swift); Sarracan, Horacio (Ika Renault); Arrozagaray, Enrique (Borgward); Arce, Luis (Surrey); Bergomatti, Carlos (Materfer); Castrogiovanni, José (Lero); Liple, Juan (Schering); Oneto, Julio (Fca. Leticia); Maschio, Óscar (Monofort); Moyano, Roberto (Petroquímica); Souto, Carlos Alberto (Chrysler); García, Higinio (Textil Oeste); Mamagna, Hugo (Daner); Salar, Héctor (Lozadur); Gasparoux, André (Peugeot); Martínez Aranguren, José (Lozadur).

Gremialistas

Klosterman, Henry; Mansilla, Marcelino; Rucci, José; Magaldi, Antonio; Alonso, José; Noriega, Héctor. Ponce, Teodoro; Vandor, Augusto; Chirino, José; Pelayes, Juan; Dibatista, Adolfo; Sánchez, Ricardo; López, Vicente; Giménez, Adalberto; Desosi, Florencia; Alvarez, Santiago.

Periodistas

Kraiselburd, David (director del diario El Día de La Plata).

Funcionarios

Campos, Alberto (Intendencia San Martín); Ferrín, Carlos (Intendencia San Martín); Tarquini, José (Ministerio de Bienestar Social); Macaño, Luis (Subsecretaría de Planeamiento); Salisesky, Miguel (Swift); Di Iorio, Antonio (Ferrocarril Mitre); Castro Olivera, Raúl (Presidencia de La Nación); Herreras, Hugo (Banco Municipal); Cash, Daniel (Banco Nación); Astengo, Ángel (Entel); Padilla, Miguel (Subsecretaría del Ministerio de Economía); Etchevehere, Pedro (Inta).

Diplomáticos

Egam, John (cónsul de los EEUU).

Abogados

Centeno, Óscar.

Empleados

Aballay, Juana; Peme, Enrique; Cardozo, Amorin; Tapares, Osvaldo.

Dirigentes estudiantiles

Piantoni, Ernesto; Spangenber, Hernán.

Profesores universitarios

Genta, Jordán Bruno, y Sacheri, Carlos Alberto.

Ciudadanos en general

Sánchez, Víctor; Villalba, Félix; Browarnik, Estela; Epelbaun de Browarnik, Silvia; Estolar de Córdoba, Eliseo; Pascual Abrahamsohn, Jesús; Ramier López, José; González, Luis; Laurenzano, Julio Salvador; Lasser, Miguel Ángel; Enrique, Ramona; Biancull, Luis Osvaldo; Vázquez, Pascual Bailon; Vila, Margarita Obarrio de.


Horacio Vázquez-Rial


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Ciudad de Dios

El Guía vela desde la ciudad de Dios. Qom es el centro neurálgico de la teocracia iraní. Teherán, apenas nudo administrativo, que vehicula lo que sólo en la intimidad con Alá de los grandes brujos de la Ciudad Santa, tiene su origen.

La obviedad metafórica de colocar en Qom el principal centro iraní -hasta hace una semana, secreto- de producción nuclear, puede llamar la atención por lo primario. Pero así ha sido el régimen de los ayatolahs, desde su implantación por un Jomeini cuya campaña contra el corrupto modernismo del Shah Pahlevi tuvo su inicio en ese mismo santuario. De muchas cosas se podrá acusar a los locos de Alá que imponen su terror en la vieja Persia. No de mentir. Desde su primer día, la República Islámica ha estado en guerra contra los dos Satanes: los Estados Unidos e Israel. Desde su primer día, todos cuantos gobernantes pasaron por Teherán han hecho resonar -con distintas intensidades, es cierto- el explícito mandato de Alá recibido: aniquilar ambas sedes del diabólico enemigo del Islam sobre la tierra. A largo plazo, la del más duro de roer Satán americano; a plazo lo más breve posible, la de un Satán israelí al que su mínima extensión territorial hace verosímil aniquilar mediante un bombardeo nuclear masivo e imprevisto.

Es un cálculo loco, porque con ninguna sorpresa puede contarse ya en tal ataque. Todo el mundo sabe -Israel con más motivo que nadie- que la operación se producirá en el momento mismo en que Irán disponga de bombas de suficiente potencia y de misiles de bastante precisión y alcance. Y que la respuesta no podrá sino ser de nivel máximo. Pero aquel equilibrio, al cual en los añorados años de la guerra fría -que enfrentaba a dos enemigos asentados sobre criterios de racionalidad bélica muy similares- se llamó «del terror», y que, al cabo, evitó un guerra atómica en los años cincuenta, carece de verosimilitud cuando uno de los contrincantes, Irán, ha recibido de su Dios un mandato terminante, que pasa por encima de todo cálculo de costes, de los propios como de los ajenos: atacar. La orden partirá de Qom, porque sólo al Guía Supremo de la Revolución compete darla. Será el Gran Ayatolah Jamenei, como portavoz de Alá, quien curse esa orden. Sobre Ahmadineyad no recae en esta historia otro papel que el del ejecutor. Porque no hay lugar a un poder político autónomo en la literalidad de la ley islámica.

Sarkozy, Brown y Obama (más Merkel, que no participó en el anuncio del ultimátum, al no poseer Alemania información de sus propios servicios de inteligencia, pero que se sumó de inmediato a la posición de sus colegas), explicitando las dimensiones exactas del centro nuclear secreto de Qom (3.000 centrifugadoras en curso de instalación, que, sumadas a las más de 8.000 de Natanz, fijan un potencial incompatible con el simple uso civil), han querido levantar acta de un punto sin retorno: Irán camina hacia la guerra atómica a una velocidad vertiginosa. Las carcajadas, sin embargo, de los ayatolahs ante la reconvención anglo-franco-americana deben estar resonando todavía en la Ciudad de Dios: amenazar con represalias económicas a quien tiene como objetivo inmediato planificar el Apocalipsis, es querer jugar a los cromos con Jack el Destripador. Y los fieles de Jamenei son potenciales genocidas, pero no imbéciles. Las señales de debilidad que Barack Obama lanza las puede percibir hasta un niño que no sea del todo bobo. Irán va a tener armamento nuclear muy pronto. Sólo una intervención militar fulminante podría evitar eso. Pero es tan consolador cerrar los ojos. Eso lo sabe el Guía. Que vela desde la Ciudad. De Dios.

Gabriel Albiac
Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid

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Un cortinón de humo

Hubo muchas almas cándidas que, cuando el Gobierno empezó a promover una reforma del aborto, repitieron con fervor de loritos: «¡Es una cortina de humo para distraernos de la crisis económica!». Y, ahora que el Consejo de Ministros presenta al alimón una subida de impuestos y un proyecto de ley que convierte el crimen del aborto en «derecho de la mujer», insisten hasta desgañitarse: «¡Ya lo decíamos nosotros! ¡Es una cortina de humo!». Si estas almas cándidas hubieran vivido en la época de las guerras púnicas, al comprobar que las matanzas de niños ante el altar de Moloch se incrementaban a medida que Cartago se derrumbaba, habrían gritado también: «¡Es una cortina de humo!».

Hay, desde luego, una cortina de humo que nubla la razón de las almas cándidas. Pues, para quien mantenga la razón medianamente clara, resulta notorio que la coincidencia de ambas calamidades demuestra que comparten una naturaleza común, como las matanzas de niños ante el altar de Moloch compartían una misma naturaleza con la suerte de Cartago. Sólo que la naturaleza compartida de ambas calamidades es de índole sobrenatural: los dioses plutonianos siempre exigen a sus adeptos, a cambio de poder, que les entreguen su alma. Pero nuestra época ha excluido de sus razonamientos el orden sobrenatural; y, al excluirlo, sólo puede aspirar a juicios escindidos, fragmentarios, de tal modo que las calamidades que la afligen aparecen ante sus ojos desvinculadas entre sí, separadas por cortinas de humo que nublan su razón.

En su dilucidador ensayo La abolición del hombre, C. S. Lewis avizora el proceso que, nublando la razón, acabará por convertirnos en seres que ya ni siquiera merezcan el calificativo de humanos. Y que, expoliados de su condición humana, llegarán a aceptar como conquistas de la libertad o del progreso lo que no son sino disfraces sibilinos de su esclavitud. El aborto es un crimen que la razón repudia; y cuando el hombre se desprende de la razón es como cuando las ramas se desprenden del árbol, que no les aguarda otro destino sino amustiarse y fenecer. Cuando el aborto se acepta como una conquista de la libertad o del progreso, cuando se niega o restringe el derecho a la vida de las generaciones venideras, nuestra propia condición humana se debilita hasta perecer. «Los que moldeen al hombre en esta nueva era -vaticina Lewis- estarán armados con los poderes de un estado omnipotente y una irresistible tecnología científica: serán una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo». Por supuesto, esa raza de manipuladores presentará sus manipulaciones como conquistas de la libertad humana; «sabrán -añade Lewis- cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar». Y con la conciencia reformateada -con la razón nublada-, esos hombres que han dejado de serlo se guiarán por voliciones, por meros impulsos caprichosos, y dirán: «Yo quiero esto, o lo otro» (donde esto o lo otro pueden ser el aborto o cualquier otra petición irracional). ¿Y qué ofrece -e pregunta C. S. Lewis- el manipulador a los hombres que desea despojar de su condición humana? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma y recibirás poder a cambio». El manipulador nos da poder para abortar; y, a cambio, nos exige que entreguemos nuestra condición humana. Pero no podemos entregar nuestras prerrogativas humanas y, al mismo tiempo, retenerlas; o somos seres racionales, o nos convertimos en marionetas en manos de los manipuladores. Hoy nos quitan el dinero y nos expolian los ahorros; mañana nos chuparán hasta la última gota de sangre. Para no comprender algo tan evidente, hace falta, en efecto, tener la razón nublada por un cortinón de humo. Y, por cierto, el cortinón apesta a azufre.

Juan Manuel de Prada
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