segunda-feira, 14 de setembro de 2009

Memoria en Cuelgamuros

Para avatares los de la enorme mastaba que se ciñe en el valle de Cuelgamuros. Cuando en 2005 el Gobierno de Zapatero anunció una nueva concepción para la Basílica, la figura de Franco y la sinrazón de la historia partidista que cuentan unos y otros resucitaba para abrir las viejas heridas de una España dividida en dos bandos que la mayoría quiso creer restañadas con la Transición. El Valle de los Caídos estaba en el foco. Y así lo que para unos era cuestión de justicia, para otros no era más que pura revancha. El PSOE había abierto de nuevo la caja de los truenos de nuestra guerra incivil.

En el trance ha habido propuestas para todos los gustos. Hubo quien demandó que se realizaran, previa exhumación, claro, pruebas de ADN a todos los restos que guardan las entrañas de la Basílica, que se calculan en unos 60.000, de los que poco más de la mitad son cuerpos completos; otros pidieron su conversión en museo de los horrores tachando de pacata una Ley que establecía que el lugar se rigiera «por las normas aplicables a lugares de culto y religiosos», prohibiendo en él «los actos de naturaleza política» y con la inclusión en los objetivos de la fundación gestora del Valle de «honrar y rehabilitar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil de 1936-39 y de la represión política que la siguió».
Desde 2004 se han vivido incluso historias antológicas como la del ex combatiente Eugenio Azcárraga, «enterrado» en un nicho del Valle por error, que salía al paso de la decisión del juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón -censar, identificar y localizar a una sola parte de las víctimas de la contienda- ofreciéndose, desde las páginas de ABC, a contarle al magistrado «qué hago enterrado en el Valle».

También habló Juan de Ávalos, justo 14 meses antes de su muerte. El escultor que fue miembro de honor de la Academia rusa de Bellas Artes por los méritos de su obra en el Valle -la Piedad sobre la entrada de la basílica y las cuatro figuras de la imponente cruz-, me respondió una tarde de abril desde su estudio: «El Valle es sólo una obra hecha con la vergüenza de los que hemos padecido una guerra increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros muertos juntos y olvidarnos de ese horror con el que hundimos España. Unos y otros no defendimos más que el orgullo y la mentira. Por favor, no volvamos a las andadas, olvídense de la Guerra Civil».

V. R. - Madrid
www.abc.es

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