segunda-feira, 28 de setembro de 2009

El robo de la gran reliquia: así desapareció el lignum crucis

El pasado martes un hombre pelirrojo de unos 30 años, según algunos testigos, entró en la sacristía del monasterio benedictino del Valle de los Caídos y se llevó una reliquia sagrada. El objeto tiene un valor más espiritual que económico. ¿Por qué robar un lignum crucis?


«Ora pro nobis peccatoribus nunc et in hora mortis nostrae». La congregación de monjes del Valle de los Caídos acude a su cita con el más acá a las 11 de la mañana. Es 15 de septiembre de 2009, martes. La basílica es un goteo de creyentes que se acomodan para escuchar la misa de la mañana. Fuera, un hombre se acerca al edificio del monasterio y pregunta a las mujeres que trabajan en las labores de limpieza y cocina dónde hay un baño. Minutos después, el Lignum Crucis, regalado en 1960 por el papa Juan XXIII a los benedictinos del Valle de los Caídos, se convierte en humo. No hay rastro que buscar. Ha desaparecido la gran reliquia. Ha desaparecido parte del madero en el que se clavó el cuerpo de Cristo. El sacrílego ladrón usó el hábito de un monje para hacer desaparecer lo eterno. La Policía investiga. Los monjes tienen la orden de guardar silencio. Se buscan trozos de la sagrada cruz.

LA RAZÓN adelantó el pasado miércoles que el Lignum Crucis fue robado del monasterio del Valle de los Caídos. Los hechos se sucedieron con la veloz letanía con la que ocurren los sucesos inverosímiles. Volvamos al principio para intentar llegar al final. Primero fue una simple pregunta. No había intención manifiesta en la frase para sospechar; sólo un hombre pelirrojo de unos 30 años que pregunta dónde está el servicio. Así lo explica uno de los monjes benedictinos del Valle de los Caídos. Así de simple. Una pregunta y las puertas del paraíso se abrieron de par en par.

El olvido del sacristán

Quizá fuera la casualidad la que hiciera que la reliquia, expuesta en la basílica a los fieles el lunes 14 con motivo de la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, no hubiera sido guardada bajo llave el día anterior. «El sacristán iba muy cargado aquel día y la dejó sobre la mesa de la sacristía sin meterla en el armario correspondiente», explica uno de los padres que vive en el monasterio de la Sierra de Guadarrama. ¿Tropezó el ladrón con la reliquia o fue a buscarla?

El martes 15 de septiembre todos los monjes se preparan para la misa de la mañana y ven el Lignum Crucis en la sacristía a las 11 horas. Casi 45 minutos después, tras acabar los oficios religiosos, los padres vuelven a la sacristía. Comprueban que la reliquia ha desaparecido junto a una cogulla –hábito de monje– que se habían quitado todos para vestirse con los ornamentos litúrgicos. El asalto espiritual se cometió en ese intervalo de tiempo. La escena parece de película: en la basílica, los rezos; en el monasterio, un robo. Un guión perfecto.

¿Quién lo hizo? «Tras comprobar la desaparición, el padre Prior reunió a todos los hermanos y les preguntó si habían cogido el Lignum Crucis». Luego, tras la comida y la siesta, los consternados religiosos cuentan a las mujeres que trabajan en el servicio lo sucedido. Es entonces cuando se vislumbra la sombra de un posible culpable. «Un hombre pelirrojo nos preguntó por el baño. Le indicamos un servicio que está justo un piso por debajo de la sacristía», explican las mujeres. Poco tiempo después, otras trabajadoras que salen del ascensor vieron al mismo hombre salir del edificio con un objeto guardado bajo el brazo cubierto con una cogulla. Sale rápido, se esfuma. «Eran las 11:15 aproximadamente». Ninguna sospechó entonces. Ahora es la única pista fiable de unas investigaciones que se llevan en absoluto silencio.

La Policía ha revisado las cámaras de seguridad que hay en el recinto. Si el ladrón entró en coche su matrícula ha quedado grabada. No es seguro que usara un vehículo, pudo salir andando por alguno de los pinares que rodean el Valle. Tampoco hay foto del Lignum Crucis. «Nos la ha pedido la Policía, pero no la tenemos», explican los benedictinos, que aclaran que no es un objeto de gran tamaño. «Las astillas son pequeñas, no más de cinco centímetros. El relicario tendrá unos 15», apuntan.

Objeto de poder

Las astillas sagradas eran el objetivo del ladrón. En la sacristía había orfebrería de más valor que no tocó. Sólo se llevó el Lignum Crucis. Valor espiritual y, quizá, creencias en poderes sobrenaturales. «Nosotros vendimos un Lignum Crucis hace poco por 400 euros. El relicario era de latón», explica José Pascual, anticuario de Zaragoza. El mercado, por tanto, paga sólo por el valor terrenal. No hay liturgia entre los euros.

Sin embargo, tras las reliquias hay toda una mitología que ha ido decreciendo en los últimos años. Hoy forma parte de espacios de culto y de leyendas que deambulan por librerías y salas de cine. ¿Quién podría estar interesado en llevarse un objeto sagrado sin valor económico? «Las reliquias se deseaban ardientemente por pura religiosidad». Quien contesta es el mayor experto en desaparición de objetos religiosos: Erik, «El belga». En la década de los 60 expolió buena parte de las iglesias españolas y europeas. Obras de arte de gran valor que estaban a mano del consumidor. ¿Reliquias? «Robar una para comercializarla constituye algo despreciable», contesta.

Poderes sobrenaturales

El afamado ladrón es hoy un ser espiritual, un creyente acérrimo que apunta un camino por el que llevar la investigación. «Si es un robo religioso adquiere calidad de “préstamo” y muy probablemente será devuelta cuando las pilas del alma del cristiano se encuentren bien recargadas de bondad, misticismo y amor de Dios», dice. Ésta puede ser una teoría: alguien busca en el Lignum Crucis poderes sobrenaturales que le ayuden a superar un problema.

La apuesta puede subirse a lo global. Sociedades secretas, antiguos templarios e, incluso, nazis o la CIA, como pasó con la desaparición de la Cruz de Caravaca en 1934, son sospechosos de asaltar el cielo. Hoy sigue desaparecida. «La reliquia es un objeto de poder. Da virtud a aquel que lo posee y se considera que te concede fortuna o salud», explica el periodista e investigador Jesús Calleja. «Hay coleccionistas privados que les interesa tener reliquias por sus connotaciones espirituales», concluye. El imaginario de razones del robo es eterno. Un treintañero pelirrojo parece que tiene la respuesta verdadera. «Ora pro nobis peccatoribus nunc et in hora mortis nostrae».

¿Qué es el lignum crucis?

Entre el año 325 y 327, no hay certeza sobre la fecha exacta, santa Helena, madre del emperador Constantino, se traslada a Jerusalén en busca de la Santa Cruz. El Imperio, ya entregado al cristianismo, necesita escarbar en los cimientos de su fe. Helena pregunta a multitud de judíos por la Vera Cruz. Ninguno quiere contestar, temerosos de una vieja profecía que auguraba el fin del judaísmo por una nueva religión. Al final señalan a Judas, un hombre que conocería el secreto de la cruz. Tras ser torturado durante siete días, el judío llevó a Helena a un monte, ahora dedicado a cultos paganos (obra del emperador Adriano, que borró todo signo cristiano de Jerusalén), y allí desenterró tres maderos. Para saber cuál era sobre el que murió Jesús, colocaron a una mujer muerta sobre todas las tablas hasta que resucitó. El lignum crucis había sido descubierto. Helena dividió la sagrada madera en dos, llevó una parte a Roma y dejó la otra en la ciudad sagrada. Tras diversos conflictos entre persas y bizantinos, donde la cruz es robada y recuperada, es tras la conquista musulmana de Jerusalén, en época de los cruzados, cuando se pierde el rastro de una mitad. La otra está conservada en Roma y el Vaticano decide cuándo envía astillas a iglesias para ser veneradas.

Javier Brandoli

www.larazon.es

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